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Radiografía de un maremoto electoral: cómo Trump ganó en todas partes y al mismo tiempo
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Tiñe a EEUU de rojo

Radiografía de un maremoto electoral: cómo Trump ganó en todas partes y al mismo tiempo

La posibilidad de que Trump se impusiera en los siete estados clave siempre estuvo presente, pero pocos imaginaban que arrasaría a lo largo y ancho de todo el país

Foto: Donald Trump, en uno de sus mítines en Henderson, Nevada. (Reuters/Brendan McDermid)
Donald Trump, en uno de sus mítines en Henderson, Nevada. (Reuters/Brendan McDermid)
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Cindy, una jubilada de 71 años y residente de Minden, una pequeña ciudad del norte de Luisiana, se fue a dormir a las 11 de la noche del martes con una sonrisa en el rostro. Para entonces, el candidato republicano ya sumaba 232 escaños y Fox News, su emisora de referencia, ya decía que todo apuntaba a una buena noche para Donald Trump. "Me desperté a las cuatro de la mañana para confirmar que era real", comenta, aún entusiasmada. Pero aunque esperaba una victoria, no imaginaba una de semejante magnitud. Pocos lo hicieron.

Los análisis electorales en Estados Unidos suelen construirse como un mosaico de narrativas fragmentadas, cada una explicando una pieza de la historia nacional. Cuentan cómo, por ejemplo, un candidato puede ganar terreno en el Midwest para compensar sus pérdidas en el sur, o mejorar entre ciertos grupos como mujeres blancas, latinos y jóvenes, en contraste con los hombres de clase trabajadora, jubilados o evangélicos. Los resultados por condado se convierten en microhistorias que, al unirse, cuentan el gran relato de cómo un candidato obtuvo su victoria.

Pero, como a Estados Unidos le tocó aprender este martes por enésima vez, si te llamas Donald Trump, de poco sirven los manuales de instrucciones del pasado.

La posibilidad de que Trump se impusiera en los siete estados clave del ciclo electoral siempre estuvo presente, pero pocos imaginaban que ganaría el voto popular por primera vez en dos décadas y que su avance ocurriría a lo largo y ancho de todo el país. Según el recuento de The New York Times de los datos disponibles, el ahora presidente electo mejoró su margen de 2020 en nada menos que 2.367 condados, mientras que solo retrocedió en 240, y en la mayoría de estos últimos, por márgenes insignificantes.

A diferencia de 2016 y 2020, esta vez resulta casi imposible destilar una sola micronarrativa de este maremoto electoral. En todo tipo de condado, a Trump o le fue bien, o más que bien. Amplió su ventaja o redujo su déficit en prácticamente todos los territorios, ya fueran rurales, urbanos o suburbanos. El análisis por demografía tampoco muestra más que un giro rotundo en la misma dirección. ¿Condados con un 90% de población blanca? Subió 2.5 puntos. ¿Más del 25% de población negra? Otros 4,1 puntos. ¿Alta concentración hispana? Un salto de la friolera de 9,5 puntos.

Antes de la noche electoral, el consenso entre analistas era que una clara brecha educativa marcaría el rumbo de estas elecciones, ampliándose drásticamente. Pero la realidad resultó ser muy distinta. Es cierto que la distancia creció ligeramente, pero no en direcciones opuestas. En los condados donde menos del 20% de la población tiene estudios superiores, Trump avanzó 4.8 puntos. Sin embargo, en aquellos con más del 50% de graduados universitarios, también recortó la ventaja de Biden en 4 puntos. Es decir, la brecha se amplió un 0.8%… solo porque un extremo se movió más a favor del republicano que otro.

La marea convirtió estados de color rojo claro, como Florida y Texas, en granate, aplastando los sueños demócratas de recuperarlos en el medio plazo. Al mismo tiempo, arrebató varios tonos al azul profundo de la costa noreste, con algunos de los números más impresionantes para un candidato republicano desde los años 80 de Ronald Reagan: recortó 12 puntos en Nueva York, 10 en Connecticut y 8 en Maryland. En Nueva Jersey, donde Biden ganó por 16 puntos en 2020, Kamala Harris se impuso por apenas 5 puntos, un margen más propio de un estado bisagra que del territorio demócrata que lleva décadas siendo.

La segunda ola

Hubo un tiempo en que tanto el Partido Demócrata como la mayoría de los analistas de EEUU anticipaban una oleada roja de estas proporciones y características. Pero no la esperaban ahora, sino exactamente hace dos años.

Este tipo de giros al unísono, en los que el país entero parece inclinarse de forma uniforme hacia el partido opuesto al que ocupa la Casa Blanca, suelen darse en las elecciones legislativas de medio término, cuando el voto de castigo actúa como símbolo de rechazo generalizado. Pero en las últimas, celebradas en 2022, los demócratas que esperaban un destrozo en las urnas salieron relativamente airosos, perdiendo su mayoría en la Cámara de Representantes, pero manteniendo su control del Senado.

Foto: Foto: Reuters/Dieu-Nalio Chery.

Pero Trump, que anunció su candidatura de manera desafiante justo después de esos comicios —justo cuando su partido comenzaba a considerar darle la espalda y una miríada de desafíos legales se cernía en el horizonte— nunca dudó de que su fórmula seguía siendo la correcta. Solo necesitaba ajustar algunos ingredientes. Al fin y al cabo, su ferviente base de apoyo en el electorado nunca se desvaneció, algo que quedó claro en unas primarias donde ningún rival estuvo siquiera cerca de hacerle sombra.

La fórmula electoral de Trump fue perfeccionada por sus dos directores de campaña: Susie Wiles y Chris LaCivita. Ellos, como el magnate, estaban convencidos de que el fin de la protección federal al aborto meses antes de las elecciones legislativas había dado un balón de oxígeno a lo demócratas que no estaba destinado a durar. Consideraban que el tridente de proteccionismo económico, discurso antiinmigración y obsesión con el crimen era un mensaje ganador y que Biden caería en 2024 por su propio peso, asfixiado por la alta inflación y el récord de cruces fronterizos.

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Por ello, Trump mantuvo su discurso de siempre mientras su equipo construía una operación capaz de identificar y movilizar a los votantes que normalmente no acudan a las urnas. El éxito de esta estrategia es ahora innegable. Según las encuestas de salida de CNN, Trump ganó entre los votantes que acudían por primera vez a las urnas con una ventaja de 13 puntos. Este cambio representa un giro monumental respecto a 2020, cuando Biden dominó este sector de la población con una diferencia de 32 puntos.

Al mismo tiempo, la campaña convenció a Trump de abandonar su postura contraria a la votación anticipada, el voto por correo y el voto en ausencia —prácticas que él mismo había descalificado durante años mientras promovía teorías de fraude masivo en las elecciones de 2020. Esta vez, el magnate se mostró dispuesto a aprovechar todos los métodos posibles para movilizar a su electorado en los estados clave. Una vez más, la táctica dio resultado: este año los republicanos votaron como nunca antes por anticipado.

Más Trump, no menos

Trump sabía que, a pesar del asalto al Capitolio, el caos administrativo de la pandemia y otros escándalos que marcaron su presidencia, muchos estadounidenses miraban su mandato con cierta nostalgia. La inflación, los cruces récord en la frontera y los conflictos internacionales que han definido la administración de Biden habían cambiado el foco de las preocupaciones, haciendo que la gente volviera la vista atrás. Como resumía la consultora republicana el pasado mes de abril a The New York Times: “Los votantes saben bien lo que no les gusta de Biden y, al mismo tiempo, han olvidado lo que no les gusta de Trump”.

Y por eso el magnate, desoyendo cualquier consejo de moderación, ofreció a los estadounidenses más Trump, no menos. Prometió políticas drásticas sin ambigüedad alguna, como deportaciones masivas, recortes masivos de impuestos y un arancel de 20% a todas las importaciones. Se aseguró de que su base de apoyo estuviera más movilizada que nunca, descartando ceder un solo centímetro en su discurso.

En última instancia, Trump y su equipo tenían razón al anticipar que Biden se convertiría en el mayor problema para los demócratas. Cuando el presidente, presionado por su propio partido, se vio obligado a abandonar la carrera tras un debate desastroso, el equipo de campaña republicano llevaba meses preparándose para la posibilidad de que lo sustituyeran.

Desde el momento en el que Kamala Harris asumió la candidatura, la estrategia se centró en repetir hasta el cansancio que ella y Biden eran, en esencia, lo mismo. El hecho de que la vicepresidenta nunca se distanciara de su jefe ni lograra formular qué habría hecho de forma distinta durante su mandato hizo que el mensaje republicano encontrara una resonancia mayoritaria entre los votantes.

Foto: Kamala Harris. (Getty/Chris duMond)

En octubre, una encuesta de Langer Research Associates para ABC News revelaba que el 74% de los estadounidenses preferían que el próximo presidente tomara un nuevo rumbo. Al mismo tiempo, el 65% de los encuestados consideraba que Harris mantendría, en gran medida, las políticas de su predecesor. Entre más Biden y más Trump, los votantes acabaron eligiendo lo último.

De vuelta a Minden, la jornada del miércoles fue un remanso de paz, tranquilidad y alegría para Cindy. La jubilada desayunó rollitos de canela y calabaza, bebió café con leche y dejó la televisión puesta toda la mañana. “Tenemos el voto popular, el Senado y el Congreso. Los demócratas siempre dicen que los que votan a Trump estamos locos… ¿Y ahora qué? ¿Todo el país está loco?”, sentenció.

Cindy, una jubilada de 71 años y residente de Minden, una pequeña ciudad del norte de Luisiana, se fue a dormir a las 11 de la noche del martes con una sonrisa en el rostro. Para entonces, el candidato republicano ya sumaba 232 escaños y Fox News, su emisora de referencia, ya decía que todo apuntaba a una buena noche para Donald Trump. "Me desperté a las cuatro de la mañana para confirmar que era real", comenta, aún entusiasmada. Pero aunque esperaba una victoria, no imaginaba una de semejante magnitud. Pocos lo hicieron.

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