Ya pueden ir preparando el Nobel de la Paz para Trump. Aunque no sea la paz que esperabas
Trump vuelve al Ala Oeste en unas circunstancias muy diferentes a las que heredó en 2016, con conflictos activos y latentes con el potencial de modificar el entramado del orden internacional. ¿Cuál es su plan? La paz. Pero no la que muchos esperaban
Quizás esta mañana, al despertarse y comprobar que Donald Trump va de regreso a la Casa Blanca, tenga la incómoda sensación de que nos adentramos en un mundo aún más peligroso. En realidad, la palabra más apropiada sería incierto. Porque, en la práctica, el magnate neoyorquino fue durante su primer mandato el presidente estadounidense menos beligerante e intervencionista del siglo XXI. De hecho, dicen sus partidarios, más merecedor del premio Nobel de la Paz que recibió su archienemigo, el demócrata Barack Obama, nada más pisar el Despacho Oval. Y no sin razón.
Obama fue, ironías de la política, el primer presidente en gobernar dos mandatos consecutivos con tropas estadounidenses en teatros de operaciones activos. Mantuvo el despliegue militar en Afganistán, lanzó la guerra contra el Estado Islámico en Irak, respaldó el derrocamiento del régimen de Gadafi en Libia y llevó las operaciones contra terroristas designados a cotas inéditas. Los ataques con drones se multiplicaron por 10, con cientos de ataques en Pakistán, Somalia o Yemen. No hubo un día sin guerra en sus ocho años en el poder. Incluso Franklin D. Roosevelt, que lideró el país durante la Segunda Guerra Mundial, solo pasó cuatro de sus 12 años en conflicto.
Mientras, ¿qué hizo Trump?
Para empezar, se anotó un éxito geopolítico sin precedentes con los Acuerdos de Abraham de 2020, mediante los que Israel normalizó sus relaciones diplomáticas con Emiratos Árabes Unidos, Baréin, Sudán y Marruecos. Este contexto favoreció, tres años después, que Arabia Saudí también restableciera lazos con su otrora adversario judío. Para ello, Washington hizo concesiones, como reconocer Jerusalén como la capital israelí, trasladando la embajada estadounidense de Tel Aviv, o respaldar los reclamos de soberanía de Rabat sobre el Sáhara Occidental. Pero también Israel, que suspendió su entonces inminente anexión de Cisjordania.
Esa nueva configuración regional, coinciden los expertos, atemperó en cierta medida la posibilidad de una escalada del conflicto en Oriente Medio al arrinconar política y militarmente a Irán. Trump se retiró del acuerdo nuclear que había firmado Obama con Teherán y buscó una estrategia de máxima presión contra el régimen de los ayatolás. Pero, pese a una retórica de alto voltaje, se conformó con aplicar sanciones económicas adicionales y dar luz verde a asesinatos de alto impacto, como el del general Qasem Soleimani, líder Guardia Revolucionaria y segundo al mando del régimen teocrático.
Crítico acérrimo de las dos largas y costosas décadas de ocupación de Afganistán, el político norteamericano firmó en 2020 el acuerdo de paz con los talibanes, que acabaría con la calamitosa salida aliada ya bajo el mandato de Joe Biden. Antes, en 2019, Trump también ordenó la retirada de tropas estadounidenses de Siria.
Si estos fueran méritos de un presidente demócrata, el progresismo global lo habría encumbrado como claro candidato al galardón símbolo de la paz mundial. Ahora, Trump vuelve al Ala Oeste en unas circunstancias muy diferentes a las que heredó en 2016, con dos conflictos activos —y varios latentes— que tienen el potencial de modificar el propio entramado del orden internacional. ¿Cuál es su plan? La paz. Pero no la que muchos en Occidente quieren.
"No más guerras durante mi mandato", llegó a clamar el histriónico presidente electo el miércoles tras las votaciones. "Voy a parar todas las guerras", prometió en su primer discurso como ganador.
Donald Trump says, "No more wars during my term. I'm going to stop wars." pic.twitter.com/0849IvvWp6
— Globe Eye News (@GlobeEyeNews) November 6, 2024
Mejor el peor acuerdo
Si hay un sitio donde se siente el miedo a los próximos cuatro años del republicano es en Kiev. En la campaña, Trump dio señales de poca empatía con la causa ucraniana y el Great Old Party ya venía poniendo trabas en el Congreso a la multimillonaria ayuda militar propuesta por la administración Biden. El entonces aspirante prometió varias veces —sin dar detalles— acabar con el conflicto en Europa del este incluso antes de asumir la presidencia oficialmente en enero. Así que muchos expertos pronostican que tratará de forzar, por activa o por pasiva, una negociación con Rusia.
"Cualquier acuerdo, incluso el peor acuerdo, habría sido mucho mejor que lo que tenemos ahora. Si Ucrania hubiera hecho un mal trato, si hubieran cedido un poco, estaría mejor", dijo el entonces candidato durante un mitin. "¿Qué acuerdo podemos hacer ahora? El país está demolido. La gente está muerta y el país en escombros", agregó.
Dos miembros del equipo de Seguridad Nacional de Trump —Keith Kellogg y Fred Feliz— redactaron una propuesta de alto al fuego basada en los actuales frentes de batalla (Rusia todavía ocupa en torno a un 20% del territorio ucraniano y mantiene una línea de contacto de más de 1.000 kilómetros). El futuro vicepresidente, JD Vance, ha sido incluso más directo y frío sobre el tema.
"El desafío de Ucrania no es el Partido Republicano, son las matemáticas. Ucrania necesita más soldados de los que puede desplegar, incluso con políticas de reclutamiento draconianas. Y necesita más armas de las que Estados Unidos puede proveer. Esta realidad debe dar forma a cualquier futura política sobre Ucrania", escribió el político republicano en un artículo de opinión en The New York Times en abril.
La OTAN y la UE han insistido en que durante estos meses han preparado un plan para blindar la ayuda militar a Ucrania. Pero desde hace semanas, los defensores están perdiendo terreno ante el empuje ruso —ahora reforzado por efectivos y material de Corea del Norte—, mientras el respaldo militar occidental sigue, como desde febrero de 2022, titubeante, irregular e insuficiente.
A esto se une la insólita relación que forjó Trump con dos de los principales antagonistas de Occidente y protagonistas de la guerra ucraniana: el mandatario ruso Vladímir Putin y el líder norcoreano Kim Jong-un. No está claro cómo influirá este factor en una eventual negociación con Moscú, pero los observadores creen que Putin —como sucedió en el pasado— tiene más posibilidades de lograr concesiones con el líder republicano que con cualquier demócrata.
Que termine rápido
En Oriente Medio, la segunda venida de Trump también puede facilitar la resolución de los conflictos que Israel libra en Gaza y Líbano. Sin embargo, en este caso podría ser por la vía de un mayor y más decidido respaldo militar, político y diplomático al discutido Benjamín Netanyahu. El mandatario hebreo no ha presentado ningún plan de salida para poner fin a las guerras, e incluso ha coqueteado con una escalada regional con Irán o Yemen.
"Quiero que [Israel] termine el trabajo y que lo termine rápido, porque están siendo diezmados por esta (mala) publicidad", aseveró Trump en julio, cuando arreciaban las críticas internacionales por la magnitud de las víctimas civiles en Gaza (más de 40.000 en el primer año de la guerra).
En las últimas semanas, la administración Biden trató in extremis de forjar un acuerdo de alto al fuego. Pero en Tel Aviv han arrastrado los pies a la espera de ver qué sucedía en el martes electoral estadounidense. Ahora, la mayor sintonía política entre Trump y Netanyahu puede volver a poner a los aliados en la misma página y resolver la guerra como la dirigencia israelí quiera, sin cortapisas diplomáticas o militares. Algunos comentaristas pro israelitas incluso han barajado la idea de mover las fronteras oficiales del país con el apoyo de EEUU, incluyendo la posibilidad de anexionarse Cisjordania y acabar, para siempre, con la solución de los dos estados que respalda Naciones Unidas.
"Querido Donald y Melania Trump. Enhorabuena por el mayor regreso de la historia. Vuestro histórico retorno a la Casa Blanca ofrece un nuevo comienzo para América y un poderoso compromiso a la gran alianza entre Israel y América", celebró la oficina del primer ministro israelí en redes sociales en un mensaje firmado por Netanyahu y su esposa Sara.
Poca policía, ¿mucha diversión?
Trump ha mostrado y demostrado que su liderazgo —America First— es de naturaleza proteccionista y aislacionista. Su tono es abiertamente antimilitarista ("los soldados que mueren en la guerra son unos perdedores", llegó a decir) y plantea el conflicto geoestratégico desde lo comercial, como sucedió con México, Canadá, Corea del Sur y, especialmente, con China. Paradójicamente, esta actitud laxa y despreocupada hacia la política exterior podría materializar uno de los anhelos históricos de la izquierda global: el fin de Estados Unidos como policía del mundo. Algo que quizás no funcione tan bien como muchos deseaban.
"No, no les protegería [a los aliados de la OTAN que no inviertan suficiente en defensa]. De hecho, animaría [a Rusia] a hacer lo que le dé la gana. Deben pagar sus deudas", amenazó el multimillonario en la campaña, escandalizando a los socios euroatlánticos.
Puede que, llegado el caso, Washington honre el Artículo 5 del Tratado del Atlántico Norte sin importar los detalles. Pero que se atreva a ponerlo en duda en público es un claro aviso del poco apetito geopolítico del que volverá a ser, en un par de meses, líder del mundo libre. Muchos mandatarios de corte autoritario con sueños expansionistas están tomando nota. Empezando por el propio Putin. Los expertos creen que, de tener éxito en Ucrania, el Kremlin podría lanzarse a otras aventuras bélicas en Moldavia, Georgia u otras repúblicas exsoviéticas que no están bajo el paraguas de la OTAN.
Pero donde están las apuestas más altas e inciertas es en el Indopacífico. Los expertos llevan tiempo avisando que la creciente asertividad china podría materializarse en algún tipo de agresión contra Taiwán, bien sea militar, comercial o una combinación de ambas (como un bloqueo marítimo). Trump, en línea con el Partido Republicano, ha prometido ser duro e implacable con Pekín. Pero también ha llegado a asegurar que Taipéi debería "pagar" a Estados Unidos por su protección. "Como si fuera una aseguradora", dijo en una entrevista con Bloomberg, poniendo en duda la ambigüedad estratégica con la que el Pentágono lleva décadas manejando este escenario de disuasión.
Todo con Trump parece voluble e imprevisible. Las intimidades geopolíticas de su presidencia, que se filtraron non stop a la prensa en todo tipo de artículos, ensayos y libros, así lo refrendan. Pero, en la práctica, las bravatas se quedaron enterrados en los titulares de las hemerotecas. Como cuando coqueteó abiertamente con la Tercera Guerra Mundial.
"[Las provocaciones de Corea del Norte] serán respondidas con fuego y furia como el mundo nunca ha visto", advirtió Trump en agosto de 2017. Poco después, el empresario devenido presidente se lanzó a un cariñoso intercambio epistolar con Kim Jong-un que acabaría con la primera visita de un líder estadounidense al estado ermitaño.
Paz, sí. Pero no la que esperabas.
Quizás esta mañana, al despertarse y comprobar que Donald Trump va de regreso a la Casa Blanca, tenga la incómoda sensación de que nos adentramos en un mundo aún más peligroso. En realidad, la palabra más apropiada sería incierto. Porque, en la práctica, el magnate neoyorquino fue durante su primer mandato el presidente estadounidense menos beligerante e intervencionista del siglo XXI. De hecho, dicen sus partidarios, más merecedor del premio Nobel de la Paz que recibió su archienemigo, el demócrata Barack Obama, nada más pisar el Despacho Oval. Y no sin razón.
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