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No habéis entendido nada de la victoria de Trump. Y no lo queréis entender
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No habéis entendido nada de la victoria de Trump. Y no lo queréis entender

Los resultados de las elecciones estadounidenses han sido contundentes, pero también reveladores respecto del sentir de una población y de la desorientación de los demócratas

Foto: Donald Trump. (Reuters/Bryan Snider)
Donald Trump. (Reuters/Bryan Snider)
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Es el día de las advertencias sobre lo que viene, sobre los tiempos oscuros que se avecinan y las consecuencias que tendrá en Europa la aplastante victoria de Trump. Sería un error no detenerse un instante antes de las alertas y justificaciones. Es el momento de pararse a pensar.

Las elecciones han sido un golpe brutal para el establishment demócrata y, en consecuencia, para el establishment europeo. No solo por los resultados, sino por la descripción que estaban haciendo de los hechos, por el ambiente de irrealidad en el que estaban inmersos, por el entusiasmo injustificado que destilaban. El pensamiento grupal, una vez más, ha hecho sus efectos.

Por qué era probable que Trump ganase

Las señales de una victoria de Trump estaban ahí para todos aquellos que quisieran verlas. Destacan tres. El punto de partida de las elecciones fue la inflación, muy elevada en EEUU. En circunstancias normales, ese aumento en el coste de la vida que empobrece a las poblaciones tiene un precio que suele pagar el partido del gobierno. Es un elemento electoral básico que fue subestimado. Creyeron que, con la llegada de Harris y su campaña de la alegría, lograrían fijar un marco según el cual ella no había sido parte del gobierno. Y lo que es peor, no ofrecieron mensajes contundentes acerca de que el nivel de vida iba a ser su prioridad.

En los asuntos más importantes en esta elección, economía e inmigración, Trump era mucho mejor percibido que Harris

El segundo elemento relevante lo señalaban los grupos de discusión. En tiempos inciertos, los estudios cualitativos ofrecen muchas más pistas sobre lo que ocurrirá que las encuestas (y más aún en unos EEUU cuyas radiografías electorales llevan tres elecciones fracasando. Patrick Healey publicaba dos días antes de las elecciones un artículo en ‘New York Times’ titulado Our 61 Focus Groups Make Me Think Trump Has a Good Chance of Winning. En esos grupos aparecía la idea de que los estadounidenses demandaban un cambio y que quien lo encarnaba para la mayoría era Trump.

El tercer elemento era la valoración de los candidatos. En muchos asuntos, se entendía que Harris iba a gestionar mejor el país que Trump, como a la hora de asegurar los derechos. Pero en los más importantes de esta elección, la economía y la inmigración, Trump iba con mucha ventaja. En los comicios recientes, quien lideraba el asunto más relevante acabó ganando la presidencia. Biden, por ejemplo, era mucho mejor percibido que Trump a la hora de afrontar el Covid, y eso fue decisivo.

Ninguna de estas señales fue tenida en cuenta y eran a las que más atención hubiera debido prestarse, máxime cuando las encuestas arrojaban un empate.

El autoconvencimiento

La campaña demócrata atravesó varias fases tras la salida de Biden. La llegada de Harris generó un momento de efervescencia, que trató de impulsar un sentimiento positivo, de refuerzo y ánimo, lo que frenó a Trump, y se notó en el debate entre ambos, ganado por la demócrata. Pero, tras ese instante de auge, la candidatura fue desinflándose. Hubo cambios en cómo se afrontaba la campaña, que se fue haciendo más agria y priorizó los ataques a Trump como amenaza a la democracia. La semana final se regresó a la efervescencia: las encuestas daban empate, Harris había cobrado impulso, la victoria estaba al alcance de la mano. Los pronósticos favorables a los demócratas se dispararon.

En todo ese recorrido, la estrategia demócrata tuvo dos direcciones complementarias. Se creó un relato que contraponía un futuro ilusionante con el temor a un regreso de Trump. Es un argumento que hemos escuchado muchas veces desde el lado progresista: hay que construir el porvenir, que será positivo, frente a una extrema derecha que quiere llevarnos a un mundo de tinieblas. Progreso contra reacción.

La narrativa elegida por los demócratas se agarraba al pensamiento positivo para construir un estado de ánimo que influyera en los votantes

Ese es un relato mucho más idealista que real. Los elementos materiales sobre los que giraban las elecciones estaban marcados: inflación, deseo de cambio, mejor percepción de Trump en los asuntos más importantes. Ese idealismo no era más que la negativa a aceptar un hecho de fondo, el cansancio de la sociedad americana respecto de su situación concreta y a la falta de respuestas a su deseo de mejora. La narrativa elegida suponía agarrarse al pensamiento positivo para tratar de construir un estado de ánimo a partir del cual cambiar las elecciones. Pero se parecía mucho a “si lo creemos con mucha fuerza y lo repetimos por todos los medios, Harris ganará”. El autoconvencimiento llegó a límites paródicos. Eso reforzó el hartazgo con un establishment demócrata que ante sus dificultades concretas les recetaba optimismo. Y dado que el optimismo hoy, en política, es cosa de pijos, resultaba difícil que fuera bien aceptado por una mayoría de la población.

En segunda instancia, los demócratas se centraron en lo granular. Los especialistas cogieron la lupa y examinaron el mapa de EEUU como si fuera una suma extraña e informe que no admitía una lectura común. Pusieron el acento en los votantes afroamericanos del condado X, en las mujeres de los suburbios de la ciudad Y, en los latinos de la periferia de Z, y así sucesivamente. Es un mal de las ciencias sociales actuales: la mayoría de los investigadores hacen estudios cuantitativos sobre aspectos muy concretos (“Las pautas de consumo entre las clases medias bajas del cinturón bilbaíno”), pero se olvidan de la mirada de conjunto, hasta el punto de que las monografías ya no cotizan: no hay análisis que sobrevuelen y traten de unir las piezas. En la política pasa igual, todo son segmentos y porcentajes. Lo que hizo Trump fue muy diferente: en la recta final de la campaña organizó un gran mitin en un Estado que tenía perdido, Nueva York, lo que suele ser percibido como un esfuerzo de campaña inútil. Pero los republicanos sabían que iban por delante y querían reforzar el sentimiento de probable victoria entre los suyos. Llenaron el Madison Square Garden para aumentar esa sensación. Decidieron apelar a la totalidad de sus votantes y no solo a sectores concretos.

Atacaron a Trump con calificativos gastados: era dudoso que con esa campaña convencieran a alguien que no estuviera ya convencido

Una vez que se pierde de vista la realidad y se pierde de vista el conjunto, las cosas se complican. Pero a los demócratas les quedaba la baza del miedo, que utilizaron profusamente. Calificaron de muy peligrosa una posible victoria de Trump, al que tacharon de riesgo para la democracia, de racista, machista, xenófobo, homófobo y golpista. Eran calificativos gastados, porque llevaban ocho años diciendo lo mismo. Era dudoso que con esa campaña convencieran a alguien que no estuviera ya convencido. Y, en segundo lugar, era una apuesta que no deja muy bien a los demócratas. Si tenías que recurrir al miedo, es que no tenías mucho que ofrecer. Con un añadido: una victoria de Trump, es decir, de un personaje racista, dictatorial, etc., implicaría que su propuesta era tan pobre que ni siquiera con un candidato tan lamentable eran capaces de ganar.

La impugnación de fondo

Ahora llega el momento de las excusas y de los responsables: los varones afroamericanos son machistas, como les reprochó Obama, las mujeres se han vuelto de derechas y no han votado a Harris masivamente, parece mentira que los latinos apuesten por Trump con esas políticas sobre inmigración, en EEUU una mujer candidata nunca ganará, en cuatro meses no daba tiempo, la culpa fue de Biden, Elon Musk y X condicionaron las elecciones y tantas otras a la que se acojan. Hace cuatro años, Biden obtuvo al menos diez millones de votos más que la actual candidatura republicana. Hubo mucha gente que retiró su apoyo al actual gobierno.

El problema es otro: la desconexión de un partido con la mayoría de su país. La magnitud de la victoria de Trump es una impugnación a una forma de entender las necesidades de la gente, de encarar la acción política, de conectar con los votantes, de percibir la realidad social. Es una reacción contra el establishment demócrata. Eso incluye no solo a la cúpula del partido, sino a los expertos, técnicos, medios de comunicación, encuestadores, empresas, cargos públicos y gestores que la rodean. El problema añadido es que el establishment demócrata y el establishment europeo coinciden en la lectura de la realidad y en el programa de futuro, lo que anticipa una reacción lenta y escasa a este momento de cambio de época. Los progresistas europeos y los partidos liberales que quedan se están deslizando por la pendiente. Para cambiar la situación, tendrían que cambiar ya su forma de pensar. Es improbable que lo hagan a corto plazo, siempre encontrarán amenazas a las que señalar y responsables a los que culpar. Excepto a sí mismos.

Es el día de las advertencias sobre lo que viene, sobre los tiempos oscuros que se avecinan y las consecuencias que tendrá en Europa la aplastante victoria de Trump. Sería un error no detenerse un instante antes de las alertas y justificaciones. Es el momento de pararse a pensar.

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