En el paraíso de las armas de un veterano de Vietnam: lo que disparar un rifle me enseñó
Los republicanos han hecho de estos objetos su símbolo de patriotismo. En los últimos años ha crecido el porcentaje de posesión de armas, los tiroteos masivos y los suicidios. El discurso oficial sigue siendo la autodefensa
James no quiere que dé su nombre real. Es un tipo alto, con voz de fumador. Lleva los vaqueros ajustados con tirantes y dos pistolas enganchadas en el cinturón. Tiene las manos manchadas con una mezcla de polvo y aceite, por haber estado trasteando con alguna de sus reliquias de fuego. No esperaba mi llegada, pero, aun así, accedió a abrirme las puertas de su paraíso personal en mitad de los prados del sur de Estados Unidos. El campo de tiro al aire libre en el que ahora me encuentro con un fusil de asalto entre las manos.
El hombre, de avanzada edad, gestiona estas instalaciones en un condado al sur del estado de Louisiana. Aquí, cualquiera puede acercarse a disparar sus armas de fuego sin necesidad de pagar cuota anual como otros centros privados. Normalmente, los aficionados llevan sus propias pistolas y rifles. No era mi caso, pero no hubo problema. Este veterano de Vietnam —"un marine es siempre un marine", repite varias veces en la conversación — compartió conmigo sus joyas armamentísticas, que explicaba al detalle con auténtica devoción.
"¡Quiero que todos puedan disfrutarlo!", dice entusiasmado. "Hay quien compra oro, quien compra acciones… yo compro armas. Tengo 319".
Engranada en su propio mito fundacional, la relación de los estadounidenses con las armas es una de las singularidades más complejas de entender en la América actual. Es difícil entender por qué con los tiroteos en escuelas descontrolados, el auge de los suicidios y los riesgos para la seguridad nacional, en Washington sea imposible que demócratas y republicanos consigan ponerse de acuerdo en cómo regular la tenencia de armas. Quizás la mejor forma de intentar comprender qué ocurre en las entrañas de la tierra de los rifles sea empuñar uno.
De repente, me vi armada con una pequeña pistola de calibre 22 —muy bajo, para evitar el retroceso— apuntando, concentrada, al blanco. No esperaba ese intenso olor a pólvora que me saturó las fosas nasales tras el primer disparo. Pero me acostumbré pronto. Comenzamos a subir la potencia y por mis manos pasaron AK-74, un AR-15, una MX5 Spear y una UZI. Una vez sientes el poder del fuego sacudir todo tu cuerpo es más fácil empatizar con la adrenalina y el fervor que alimenta esta locura por las armas.
El dilema sobre las armas va más allá de la polarización política. Existe una identificación patriótica de muchos estadounidenses con las armas, respaldada en la manida Segunda Enmienda de la Constitución. Ratificada en 1791, dice literalmente: "Una milicia bien regulada es necesaria para la seguridad de un Estado libre, por lo que el derecho a tener y portar armas no será vulnerado".
Estas crípticas líneas del siglo XVIII han resultado ser un fructífero filón electoral para el Partido Republicano del siglo XXI —especialmente en áreas rurales— donde, una y otra vez, a nivel local, estatal y presidencial, ha esgrimido la amenaza de que los "liberales de las costas" vienen a "quitarte tus armas". Este cóctel de identidad, nacionalismo e ideología ha multiplicado las armas de fuego en circulación a niveles nunca vistos. Esto no solo se refleja en el auge incontrolable de tiroteos en colegios e institutos, sino también en otros ámbitos más privados de la vida estadounidense.
"En los años 60, un portador de armas tenía de media 2,5 pistolas. Hoy, tiene ocho. El uso, muchas veces, es para quitarse la vida, no para defenderse. No se habla de esto", explica Robert J. Spitzer, uno de los autores y politólogos más reputados en este campo, en una entrevista con El Confidencial.
James guarda su amplio catálogo de armas al abrigo de un hangar de madera. Se pueden ver las M16A1 y M1 Garand que utilizó cuando estuvo en la guerra de Vietnam en los 70, los AK-47 y SKS soviéticos que usaron los asiáticos; rifles de francotirador y asalto de todos los calibres —incluido el de 50—, escopetas de bombeo y un sinfín de pistolas y revólveres. Hay muchas balas por todos lados, sombreros y calaveras. Pero lo que más hay son fotos de Donald Trump, de quien habla más como un gurú espiritual que como un líder político. El magnate neoyorquino es, irónicamente, la única opción de voto plausible para gente como James.
"En la última década, el Partido Republicano se ha ido acercando más a la filosofía de las armas. Hay una táctica de marketing para reforzar la idea de que poseer pistolas es algo identitario y muy americano. Esta ha sido parte de la literatura de Trump durante tres años y medio: comprar armas no solo es conservador, también es tu derecho como ciudadano", contextualiza Spitnker.
El resultado ha sido demoledor. Por un lado, un incremento de tiroteos de casi 142,8% en la última década, según el Gun Violence Archive. El reparto por estados depende en gran medida de su población. Por ejemplo, la superpoblada California suele estar a la cabeza en estos rankings, aunque Texas ha subido de 29 tiroteos en 2019 a 65 en 2023.
Por otro, que el número de solicitudes para obtener un arma de fuego se haya triplicado en los últimos 20 años. Y aunque se suela mencionar que en Estados Unidos hay más pistolas que americanos, esto no significa que todas las personas posean armas de fuego. Apenas entre el 25-35% de los hogares estadounidenses tiene algún tipo de pistola o rifle. Y no todos son republicanos. Hay muchos ciudadanos que se identifican como votantes de los demócratas aficionados a las armas. En el primer (y único) debate presidencial entre Donald Trump y Kamala Harris, la demócrata dejó caer que ella misma poseía un arma, y lo repitió poco después en una entrevista con Oprah Winfrey. Buscando así un equilibrio entre asegurar a los temerosos que los demócratas no van a arrancarles ese derecho tan americano, mientras sí avanzan en la prohibición de la tenencia de fusiles de asalto. "Si alguien entra en mi casa, recibirá un disparo (...) Probablemente no debería haber dicho eso. Pero mi equipo se ocupará de eso más tarde", bromeó.
La diferencia, apunta Spitnker, es que estos últimos están, en su mayoría, a favor de una mayor restricción (actualmente casi inexistente).
Apenas el 25-35% de los hogares estadounidenses tiene algún tipo de pistola o rifle
Desde que James dejó el Ejército a principios de los 90, las armas dejaron de ser una herramienta de trabajo para convertirse en un amor de coleccionista al que le gusta compartir su hobby con forasteros. "Quien empuña un arma debe ser responsable y cauto", insiste con tono experto.
Mientras converso con James, llega un joven de no más de 30, también exmarine, que pide ayuda al veterano para calibrar el arma. El chaval, al que llamaremos John, se ofrece a guiar mi práctica de tiro a campo abierto mientras su amigo atiende el negocio.
"Las balas mételas por aquí. Carga siempre apuntando al suelo. No quites el seguro hasta el final", me dice con voz mecánica mientras se ajusta las orejeras de seguridad.
El primer disparo me pilló de sorpresa. Shock, petardazo y un estruendo en los oídos con ese invasivo olor a pólvora. "Por eso hay que llevar la protección", dice John.
El joven exsoldado prepara la siguiente tanda de tiros mientras reflexiona sobre las claves del debate armamentístico en el país con cierta candidez. "Esto de aquí es un objeto —dice señalando a la pistola sobre la mesa— y los objetos no son malos. Malas son las personas".
Aunque suene simple, esta es una de las principales líneas argumentales de los verdaderos creyentes de las armas: si los chicos peligrosos van a tener pistolas, los chicos buenos las necesitan para protegerse. Los datos, sin embargo, son consistentes.
"La idea de que lo único que puede parar a una mala persona con un arma es una buena persona con un arma es un mito. Si miramos los estudios, vemos que las veces que se usan las pistolas para defenderse son bajísimas. Hay más casos de accidentes y suicidios que de casos que frenaron un crimen", explica el politólogo.
Autodefensa, suicidio y tiroteos en colegios
No deja de ser irónico (y triste), que la principal víctima de los compradores de armas acaben siendo los propios compradores de armas. Hoy día, los suicidios se han convertido en la principal causa de muerte por arma de fuego en el país, con un aumento del 63% en apenas 25 años. En 2022, esta tasa tocó su máximo histórico de 27.032 personas que se quitaron la vida con una pistola, escopeta o similar. En total, incluyendo suicidios, asaltos armados, accidentes, intervenciones policiales y causas desconocidas, las muertes por herida de fuego en EEUU ascendieron a 50.198. Esto supone un aumento del 75,5% desde 1999. Una epidemia que huele a pólvora.
Con estos números, hablar con algún estadounidense que haya sufrido un caso cercano es sencillo.
Ronnie, un artista de Oklahoma afincado en Nueva Orleans, todavía recuerda el día que su hija le llamó para contarle que su mejor amigo se había pegado un tiro en la cabeza. "No lo habría hecho si no hubiera tenido un arma en casa", defiende.
Mientras termino otra ronda de tiros sin llegar ni a rozar el blanco, un hombre se coloca a mi izquierda. Hasta que un tirador no ha terminado de disparar la última bala, nadie puede acercarse a la diana para recoger los casquillos. "Hay que tratar el arma siempre como si estuviera cargada", continúa John. El perfil mayoritario de personas que acuden al campo de James son casi todos hombres de mediana edad y su actitud es más recreativa que ideológica. Pasar una buena mañana al aire libre pegando tiros. Pero, en cualquier conversación, siempre el trasfondo del temor al ataque.
"Yo lo último que quiero es utilizar mi pistola. En un mundo ideal, no tendría que usarla. Siempre optaré por el diálogo primero", me dice James cuando volvemos de disparar. “No obstante, siempre es mejor tenerla por si las moscas”. La posesión de armas se ve como un elemento disuasorio ante ese perenne potencial “enemigo” que se pensará dos veces antes de atacarte si sabe que tú vas armado.
Trump juega también en esa línea de autodefensa: "Cada americano tiene el derecho de defenderse así mismo y a su familia", ha dicho en varias ocasiones. La razón es que la seguridad individual no puede depender de la protección del Gobierno. John argumenta que si dejas que el monopolio de la violencia lo tengan solo las autoridades, te quedas indefenso. "El discurso es ese. No puedes confiar en el Gobierno y tienes que cuidar de ti mismo", coincide Spitnzer.
Lo curioso es que la tasa de criminalidad lleva descendiendo durante casi tres décadas de forma más o menos homogénea en todo el país. En contraste, los tiroteos masivos se han disparado. Son tan habituales que a veces ni salen en las noticias.
Estoy frente al Northwestern High School, en la ciudad texana de Austin. El año pasado, un hombre ajeno al centro escolar se acercó al parking del colegio, empuñó su pistola y apretó varias veces el gatillo. Por suerte, no hubo que lamentar ninguna muerte, pero sí resultó herido de gravedad el sheriff del instituto. Ahora, las inmediaciones del edificio se han recubierto de vallas negras para impedir el paso a personas ajenas a la escuela. Lejos de un lugar de estudio, parece un centro penitenciario.
Brian, un estudiante que acaba de terminar sus clases, recuerda aquel día: "Estaba dentro del aula haciendo un examen de matemáticas. De repente, me empezaron a llegar mensajes y llamadas de mis padres preguntándome si estaba bien. Yo no entendía nada y al salir ya vi lo que pasaba. Por eso ahora han puesto todo esto", dice señalando la nueva seguridad en torno al centro.
Los campos de tiro a lo largo de todo el país son muy diversos. Están los centros como el de James, abierto para curiosos, y otros a los que es imposible acceder sin ser socio. Existen, también, centros donde dan clases para primerizos. Uno de ellos está en Dallas, donde por 175 dólares ofrecen dos horas de teoría y práctica de tiro. Tras mi poca puntería, decidí probar aquí.
Charlie, un tipo que unos 30 años que defiende el uso de las armas por ocio, fue mi instructor.
"Aquí vienen muchos exmilitares y grupos de amigos jóvenes que quieren probar", me explica. Aquí se pone especial interés en el ámbito recreativo, viendo el arma como una afición o un deporte de competición.
¿Dónde están las mujeres? Charlie reconoce que esta práctica es mayoritariamente masculina, pero que cada vez hay más participación femenina por la sensación de inseguridad.
En esta campaña, tanto Kamala Harris como Trump han reconocido que portan, y disparan, armas. La diferencia es el grado de control que cada partido considera adecuado para hacerse con ellas.
Pese a los constantes tiroteos e incidentes, el bando republicano tiende a echar la vista a un lado. "Cuando surge el tema, se prefiere hablar de la salud mental del que tiroteó, tachándole de ser un demonio, en vez de afrontar el tema de las leyes", explica el analista.
Sin embargo, esto no les está restando votos. Al menos no entre sus bases.
El candidato republicano a vicepresidente, JC Vance, llegó a decir que los tiroteos en escuelas son, básicamente, inevitables. “Son un acto de vida”, aseguró, sin más solución que la seguridad de las escuelas, en un mitin en Arizona.
James no quiere que dé su nombre real. Es un tipo alto, con voz de fumador. Lleva los vaqueros ajustados con tirantes y dos pistolas enganchadas en el cinturón. Tiene las manos manchadas con una mezcla de polvo y aceite, por haber estado trasteando con alguna de sus reliquias de fuego. No esperaba mi llegada, pero, aun así, accedió a abrirme las puertas de su paraíso personal en mitad de los prados del sur de Estados Unidos. El campo de tiro al aire libre en el que ahora me encuentro con un fusil de asalto entre las manos.
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