¿Qué hay detrás del misterioso atentado contra una fábrica de armas en Turquía?
El atentado de Ankara se cometió para reventar el incipiente proceso de paz iniciado por Bahçeli, con el visto bueno de Erdogan
Llega un taxi al recinto de la fábrica de armas Tusas al norte de Ankara: aquí se desarrollan aviones de entrenamiento, helicópteros militares, avionetas. Se bajan dos jóvenes armados con fusiles de asalto, un chico y una chica. Disparan a transeúntes. Corren hacia el portón de entrada. Hay una explosión. Luego se escuchan tiroteos. Llegan policías.
Cuatro horas más tarde sabremos que hay siete muertos. El primero es el taxista. Lo mataron en un alto del camino para meter el cuerpo en el maletero y continuar la ruta. Otros cuatro son empleados de Tusas, técnicos y vigilantes del recinto. Los últimos dos son ellos mismos.
Se llaman Ali Örek, 'Rojger', y Mine Sevjin Alçiçek. Son miembros del PKK, la guerrilla kurda de Turquía, asegura el Ministerio del Interior turco al día siguiente. Esto no sorprende a nadie: en las imágenes de las cámaras de seguridad difundidas en la prensa, la marca PKK estaba prácticamente estampada encima. La juventud. La ropa de faena. Afeitado, mínimo bigote, él. Cabello azabache, raya en medio, cola de caballo, ella. Los yihadistas no visten así. Los fusiles tipo kalashnikov. Los movimientos. Un comando de guerrilla en una misión de la que saben que no saldrán vivos.
Lo que sí sorprende es que el PKK lance un comando contra una fábrica de Ankara. Como siempre hay dos preguntas. ¿Por qué? ¿Y por qué ahora?
La segunda es fácil de responder: "ahora" quiere decir un día después de que el líder de la ultraderecha de Turquía, el viejo Devlet Bahçeli, lanzara en el Parlamento una bomba verbal a las gradas. No, no era su habitual retahila de exabruptos contra los traidores a la patria, pidiendo la horca para los terroristas y la cárcel para los diputados de izquierda, especialmente los del DEM, el partido prokurdo que para él, y gran parte de la derecha turca, siempre ha sido el brazo alargado de la guerrilla. No. Lo que propuso Bahçeli, 76 años, 27 años a la cabeza del partido ultranacionalista MHP, el lunes 21 de octubre en el hemiciclo, era invitar al Parlamento a Abdullah Öcalan.
Si.Öcalan. El fundador del PKK. El architerrorista. Secuestrado por los servicios secretos turcos en Kenia en 1999, condenado a muerte, salvado en 2002 por abolirse la pena capital, y desde entonces encarcelado en la isla de Imrali, al sur de Estambul.
"Si se levanta la medida de aislamiento del líder terrorista, podría venir al Parlamento a la reunión del DEM para proclamar que se ha acabado el terrorismo y que su organización se ha disuelto", dijo Bahçeli, con la misma voz ronca y la misma convicción con la que en 2007 gritó en un mitin, en alusión al reo y dirigiéndose al entonces primer ministro, Recep Tayyip Erdogan: "¿Qué pasa, que te faltan sogas para ahorcarlo? ¡Toma soga!" Arrojando una gruesa cuerda a la multitud.
Ocurren milagros. Diecisiete años más tarde, Erdogan es presidente, Bahçeli ya no es una furibunda voz de la oposición sino el firme socio de Erdogan, a cuyo partido, el islamista AKP, le garantiza la mayoría en el Parlamento, y Öcalan está mutando en interlocutor para la paz. Bahçeli mencionó incluso "un arreglo legal para el derecho a la esperanza", es decir para que su cadena dejase de ser perpetua. Ver para creer.
Aunque se veía venir desde hace semanas, vagamente. El primer choque recorrió el país el 1 de octubre. Al abrirse el periodo de sesiones del Parlamento, Devlet Bahçeli se cruzó con dirigentes del partido DEM. Los saludó. Y les dio la mano.
El país se quedó patidifuso. En comentarios posteriores, Bahçeli dejó claro que era un cambio de actitud y que estaba en sintonía con Erdogan. Se dibujaba la silueta de una estrategia política: Erdogan quiere conquistar al DEM. Este partido que siempre tiene encima la espada de Damocles de una prohibición y cuyos dirigentes tienen todos un pie en la cárcel. Muchos de ellos, ambos pies.
¿Por qué? ¿Qué quiere Erdogan que no tiene ya?
Erdogan quiere ser líder hasta el final de sus días, creen muchos. O al menos volver a presentarse a las próximas elecciones, las que tocan en 2028. La Constitución solo permite dos turnos. Por lo tanto hay que cambiar la Constitución.
Erdogan lleva proclamando la inminencia de una nueva Constitución tanto tiempo que muchos ya creen que puede hacerla. No puede. Para una reforma de la Carta Magna hacen falta dos tercios del Parlamento, 400 de los 600 escaños. El AKP tiene 270 (incluyendo a los 4 ultraislamistas del Hüda-Par acogidos bajo sus alas). El MHP, 50. Nada. Para redactar una reforma y luego presentarla a referéndum, se necesitan tres quintos del hemiciclo: 360 escaños. Hasta para eso tendría que convencer a uno de los tres grandes partidos de la oposición: el socialdemócrata CHP con sus 145 diputados (inluidos los centrista-conservadores del DEVA acogidos bajo sus alas), lo cual se descarta, o el nacionalista IYI, de centroderecha, escindido del MHP en 2017, con 30 escaños... o el DEM con sus casi 60 diputados.
Un referéndum se puede perder. De hecho, Erdogan lleva toda la vida ganando con el 51-52 % de los votos, tanto el referéndum de 2017 que le dio plenos poderes como presidente, como las elecciones de 2023, pero en las locales de marzo pasado, el CHP le superó en votos. Es arriesgado.
Pero otro gallo cantaría si los 2,5 millones de kurdos fieles al DEM estuvieran de su lado. Son los votantes más disciplinados del país. Sellan la papeleta donde les dice su partido que para muchos de ellos es aún el partido de Abdullah Öcalan, del líder Apo. Representan un 6 % en las urnas. El DEM consigue el doble en algunas elecciones nacionales, pero la otra mitad son los izquierdistas y liberales urbanitas. Con esos nunca podrá contar, pero los kurdos, si les prometes la paz...
Paz por papeletas. Se saca a Öcalan de la cárcel o, al menos, del régimen de aislamiento, se da uno un baño de multitudes en Diyarbakir rodeado de millones que griten Viva Apo y Viva Tayyip al mismo tiempo... y el futuro está resuelto.
No es la primera vez que Erdogan lo intenta. Hace una década ya escogió ese mismo camino. Con su luz verde, los dirigentes del partido prokurdo, que entonces se llamaba BDP (y luego HDP antes de adoptar las siglas DEM) iban y venían entre Imrali y las montañas de Kandil en el norte de Iraq para llevar misivas de Öcalan a los dirigentes del PKK, curtidos guerrilleros, pero ninguno de ellos capaz de reemplazar a Apo en la opinión pública kurda. El 21 de marzo de 2013, un millón de personas se congregó en la fiesta del Newroz en Diyarbakir, y los del BDP leyeron la carta firmada por Öcalan en la cárcel: “Hagamos callar las armas, dejemos hablar las opiniones y las políticas. Declaro que empieza una nueva era, las armas callan, la política está en auge. Es hora para que nuestras entidades armadas se retiren de la frontera”.
Estalla el júbilo, hay alto el fuego. Durante el año siguiente, HDP y Gobierno elaboran los Acuerdos de Dolmabahçe, por el palacete de Estambul donde se presenta en febrero de 2015. Prevé la integración completa de los kurdos en una Turquía democrática. Nada que no pudiera firmar el propio Bahçeli. Pero Erdogan lo veta. Porque tenía una condición, se deduce: que en la reforma constitucional para anclar la participación de los kurdos en la nación se incluyera el paso de un sistema político parlamentario, con sus contrapesos y controles, a uno presidencialista, con plenos poderes. Y por ahí, el HDP no pasa. No pasa su líder de entonces, Selahattin Demirtas.
En marzo de 2015, Selahattin Demirtas proclama en el hemiciclo: "Señor Erdogan, que no, que no, no te haremos presidente". En junio arrasa en las urnas y hunde el AKP que pierde la mayoría parlamentaria. Pero no hay manera de formar un tripartito entre socialdemócratas, izquierda y nacionalistas: Bahçeli, aún en la oposición, se niega. Hay que repetir elecciones, se prevé. Y el 22 de julio, de repente, el PKK golpea. O eso dice. Porque de entrada sería absurdo atribuir al PKK el asesinato de dos policías en su casa en Ceylanpinar, cerca de la frontera siria; no es su estilo. Pero lo reivindica su portavoz de siempre, la agencia ANF, como "castigo al opresor". El Ejército turco lanza ataques masivos contra el PKK, la guerrilla responde, y cuando llegan las elecciones de noviembre, la guerra ya ha dejado más sangre y destrucción que en años. Gana el AKP.
Luego, los altos cargos del PKK se distancian del atentado: un acto no previsto, obra de comandos locales, dicen. Pero no lo condenan, ni piden perdón, ni aclaran por qué se reivindicó. No aclaran quién en la guerrilla tiene suficiente poder como para reivindicar un acto ejecutado por los servicios secretos turcos para romper el proceso de paz y hundir al HDP, hundir las esperanzas del pueblo kurdo.
Todas las guerrillas del mundo están infiltrados por los servicios secretos. Lo estaba ETA, lo están Hamás y Hezbolá, como Israel no para de recordarnos, y por supuesto lo está el PKK. Esto no es ni una teoría conspiracionista ni una especulación: es una obviedad. La especulación es pensar que los topos, en lugar de arriesgar su piel por el bien de la patria, también pueden ser utilizados para servir a los intereses de un Gobierno concreto.
Con palabras no demasiado veladas, el líder del CHP, Özgür Özel, aludió a esto en su primera y espontánea reacción al atentado de Ankara, que lo pilló en una visita a Diyarbakir, en su línea de acercamiento a la izquierda kurda: "Uno no puede evitar pensar en el periodo que medió entre el 7 de junio y el 1 de noviembre de 2015. Hay que recordar cómo se intentó manipular a la opinión pública en un tiempo en el que se activaron de repente todas las organizaciones terroristas". Lo dijo en plural: hubo también atentados suicidas del Daesh, siempre contra la izquierda prokurda. Tanto que los víctimas creían que la banda estaba al servicio del Gobierno (no sería la primera: en los años 80 y 90, la ultraislamista Hizbullah, sin relación con la milicia libanesa, ya había asumido esa función). Que también el Daesh tiene topos es otra obviedad, y probablemente de muchos países; que en años posteriores actuaba para perjudicar el Gobierno de Erdogan está también claro.
El atentado de Ankara se cometió para reventar el incipiente proceso de paz iniciado por Bahçeli con el visto bueno de Erdogan y una postura aún cautelosa, pero en conjunto positiva, del DEM. Hasta ahí podemos pensar. Y un poco más: el mismo día del atentado, Ömer Öcalan, sobrino de Apo y diputado del DEM, estuvo visitando a su tío en la cárcel, visita familiar concedida tras largos bloqueos. Trajo un mensaje que se publicó al día siguiente. "Sigo en aislamiento. Si se dan las condiciones, tengo el poder teórico y práctico de trasladar este proceso de un fundamento de combate y violencia hacia uno de derechos y política". Es decir, también Öcalan estaba a favor.
¿Quién pudo oponerse? ¿El propio PKK? Aún no ha reivindicado el atentado, ni tampoco lo ha condenado. ¿Tiene el PKK interés en seguir la guerra indefinidamente, al margen de todo objetivo político? A veces da la impresión, porque es indiscutible que desde 2013, el PKK ya no tiene objetivo: la carta de Apo, nunca revocada, entierra la aspiración independentista, pide formar parte de una Turquía democrática, algo que no se puede conseguir disparando a policías y soldados. Nadie sabe ya para qué exactamente pegan tiros los chavales y chavalas en los montes, para qué matan, para qué mueren. ¿Por hábito? Pero el atentado de Ankara se sale del hábito.
Puede que lo acabe reivindicando el TAK, los llamados Halcones de la Libertad de Kurdistán, un grupo prácticamente inexistente que en el pasado ha asumido la autoría de atentados con muchos muertos civiles. Según ellos mismos son una escisión del PKK más pura; según el Gobierno, una máscara del PKK para esconder la mano tras tirar la piedra, y según los malpensados, una herramienta de los servicios secretos para ensangrentar la imagen de la guerrilla. Siendo Turquía, es bastante probable que las tres versiones sean ciertas a la vez. Pero incluso si llegan a revindicar el ataque a Tusas, la pregunta sigue: ¿Por qué?
El perdedor de una hipotética alianza Erdogan-DEM sería la oposición socialdemócrata y la izquierda, puede pensarse. Pero este sector difícilmente tendrá mano en las cloacas del Estado, y estamos aún lejos de ese pacto, nadie sabe aún si el DEM firmaría o si se mantendría en la senda de Demirtas. Ese debate —¿paz para los kurdos o democracia para Turquía?— sin duda se da en el interior del partido y debe de ser un debate acerbo, pero de momento, la formación está aún mucho más cerca de los socialdemócratas del CHP y de buscar estrategias para construir un frente común contra Erdogan.
¿Quizás una escisión de la ultraderecha, tradicionalmente bien conectada con la mafia turca y quién sabe si con los servicios secretos y, a través de ellos, con los militantes armados? El líder del partido IYI, Mürsavat Dervisoglu, ya aprovechó en el hemiciclo, apenas dos horas antes del ataque a la fábrica Tusas, para llamar a Bahçeli canalla y traidor por su propuesta de traer a Öcalan. Sin ahorrar en drama: le arrojó una soga a las gradas: "¡Toma soga ahora!" Se acabaron los tiempos de Meral Aksener, quien dirigía el partido desde su fundación en 2017 hasta mayo pasado, funambulista entre la necesidad de robarle votos ultra al MHP y la de acercarse lo más posible al DEM, imprescindible socio para toda coalición que quisiera afrontar a Erdogan. El IYI ahora no tiene más futuro que situarse a la derecha de Bahçeli. Pero por lo mismo, poco interés puede tener en abortar un proceso en el que tiene todas las cartas para hacerse con los votos de los descontentos y adquirir mayor perfil.
El misterio está ahí. Y no se aclarará siquiera con el comunicado que algún día de estos deberá sacar el PKK: ¿cómo fiarnos de quién lo ha escrito? O simplemente ha sido todo un ocurrencia de una joven pareja de guerrilleros, Rojger y Mine, siguiendo lo que una amiga mía turca, quizás desencantada, define como la filosofía de la ultraizquierda de Turquía: "Creen que morir es una solución".
Llega un taxi al recinto de la fábrica de armas Tusas al norte de Ankara: aquí se desarrollan aviones de entrenamiento, helicópteros militares, avionetas. Se bajan dos jóvenes armados con fusiles de asalto, un chico y una chica. Disparan a transeúntes. Corren hacia el portón de entrada. Hay una explosión. Luego se escuchan tiroteos. Llegan policías.