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Los niños que son explotados en el 'País de Nunca Jamás': la infancia mutilada en Pakistán
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Un país sin infancia

Los niños que son explotados en el 'País de Nunca Jamás': la infancia mutilada en Pakistán

El trabajo infantil en Pakistán no es un secreto. Los casos de tortura y muerte de empleados domésticos infantiles que llegan a los medios de comunicación son solo la punta del iceberg

Foto: Una niña tras la festividad Eid al Firt en Pakistán. (EFE/ EPA/Shazaib Akber)
Una niña tras la festividad Eid al Firt en Pakistán. (EFE/ EPA/Shazaib Akber)

"A los cinco años, mi padre me cedió para que sirviera al líder religioso de la mezquita local a cambio de que él me enseñara a memorizar el Corán", relata Aqdas, de 14 años, sentado en la esquina de una de las calles más concurridas de Lahore, la capital del Punjab en Pakistán. "No conseguía memorizar bien, así que me pegaba con su bastón hasta que, a los ocho años, me dio tan fuerte en la espalda que ya no pude volver a caminar. Desde entonces pido limosna en la carretera, porque doy pena y suelen darme más que a los chicos que caminan".

Aqdas se arrastra de un lado a otro de la carretera para llamar la atención de los conductores, esperando luego con la mano abierta a que alguno de ellos abra la ventanilla rápidamente y deje caer alguna rupia. Aqdas sabe que la infancia en Pakistán, país en el que 3,3 millones de niños trabajan en condiciones de esclavitud, es un peso insoportable que aplasta no solo la posibilidad de un futuro mejor, sino también la capacidad de imaginarlo. "Estaré aquí hasta que muera, no se hacer otra cosa", sentencia.

El trabajo infantil en Pakistán no es un secreto; los casos de tortura y muerte de empleados domésticos infantiles que llegan a los medios de comunicación son solo la punta del iceberg. La explotación está a la vista de todos y forma parte del día a día. Jannat tiene siete años y, junto a su hermana mayor de trece y su madre de veintiocho, trabaja como empleada doméstica para una familia acomodada. "Si la echamos, se irá a trabajar a otro lugar donde la tratarán peor", dice A.K., la dueña de la casa. "Nosotros intentamos que la niña no haga ningún trabajo pesado, que se limite a jugar con nuestro hijo, pero en otras casas esto no es así.", asegura.

Para la madre de Jannat, la realidad es simple. "Este va a ser su trabajo, va a ser la forma que tendrá para sobrevivir. Lo mejor es que aprenda desde pequeña", lamenta. El colegio no es una opción para Jannat ni para las niñas de su comunidad. "Si no la trajera conmigo, acabaría en la calle y la violarían o la matarían. El trabajo es lo mejor que puedo ofrecerle como madre", añade. Sus palabras son un reflejo de la vulnerabilidad extrema que sufren millones de niños en el país sudasiático.

El trabajo infantil no es un secreto

Neha, de ocho años, lleva en brazos a una niña de tres. A su lado, dos niños de cuatro y cinco años requieren su atención. Le piden agua, uno de ellos está cansado. El otro tiene hambre y está aburrido. La niña lloriquea incómoda en sus brazos. Neha atiende a los tres niños con una paciencia infinita y movimientos que demuestran maestría; lleva siendo empleada del hogar y cuidadora de los niños de esta familia desde los siete años. Sus "dueños", como los llama ella, son una pareja de médicos.

Los describe como amables. Ese día han quedado todos para comer con unos amigos en un restaurante de comida rápida y ella los acompaña, como siempre, para encargarse de los hijos. La familia se sienta en la mesa; Neha se sienta en el suelo y recibe su comida con gratitud. Come con rapidez porque sabe que en cualquier momento tendrá que coger a los niños y llevárselos a jugar al parque que ella misma, niña también, no puede disfrutar.

Foto: Niños trabajadores almacenan algodón en Kandahar, Afganistán. (EFE)

Neha empieza a entender que su infancia no tiene lugar en este mundo. A veces acaricia los juguetes que solo toca para limpiarlos y recogerlos y piensa que quizá cuando se rompan se los darán a ella. En eso consiste su infancia, en esperar con ilusión las sobras de comida, los juguetes rotos y la ropa mil veces usada por los niños de la familia. El tejido económico de Pakistán no puede prescindir de los más de 3.3 millones de niños —trabajadores infantiles— atrapados en un mundo en el que nunca jamás tendrán infancia, nunca jamás jugarán. Nunca Jamás supone que siempre serán adultos. Esta dependencia del sistema, este círculo vicioso, perpetúa la pobreza y el analfabetismo.

El trabajo infantil es un problema profundamente arraigado del que se benefician directamente la economía y el sistema político. Las estimaciones revelan que son 22,8 millones los niños que se encuentran sin escolarizar en Pakistán. "A menudo, en las campañas de concienciación para combatir el trabajo infantil, se pone la responsabilidad en los padres y en los empleadores", explica Nasim Khan, trabajador social en Lahore. "Esto es dañino y simplista; la pobreza es la causa principal de esta lacra. Un niño que trabaja puede ser la diferencia entre una vida un poco más digna o una vida de miseria. Muchas de estas familias ni siquiera tienen medios para escolarizar a los niños y, si estos no trabajan, acaban en la calle delinquiendo. La explotación infantil hay que erradicarla desde el poder", concluye.

Las noches en Lahore están llenas de vida. Para combatir las altas temperaturas durante los meses de calor, los comercios abren hasta la madrugada. A la una de la mañana, las calles huelen a comida, a algodón de azúcar y a exceso de perfume mezclándose con el olor a asfalto derretido. El bullicio llena cada rincón de la ciudad. Mirza, de ocho años, trabaja desde las ocho de la tarde hasta las cuatro de la madrugada vendiendo globos con luces que se encienden al agitarlos. Le parecen espectaculares. Su labor consiste en esperar de pie a la salida de un centro comercial, agitar los globos cada vez que sale un coche y poner toda su esperanza en que los niños que van en esos coches de gama alta posen su atención en él.

Foto: Foto: Katia Álvarez Charro (Fundación Vicente Ferrer)

Cuenta que siente envidia de esos niños. "Pero Alá sabe mejor", añade, enseguida, con miedo a quejarse. Cuenta que lo peor de no vender nada es enfrentarse a su jefe. "A veces me pega o me insulta; dice que tengo que sonreír, pero a veces me olvido de hacerlo. Si no vendo globos, no me paga y, entonces, tengo que volver a casa sin dinero y sé que mi padre estará decepcionado. Creo que eso es lo peor de todo", confiesa Mirza. La brutalidad con la que es tratado no es una excepción, sino una regla en un sistema económico que se sustenta en la explotación infantil.

A escasos metros de la salida del centro comercial, hay un payaso decrépito que vaga por las carreteras rodeado de niños que también trabajan vendiendo globos. La escena parece sacada de una película de terror. Saben, al igual que Mirza, que si no venden, les espera una paliza o la ausencia total de salario.

En enero de este año, tuvo lugar una sesión de consulta sobre el Proyecto de Ley de Prohibición del Trabajo Doméstico Infantil 2024, organizada por la Comisión Nacional de los Derechos del Niño (NCRC) junto a Unicef, en la que se reveló el alcance de este problema social. Syed Iqbal Zaidi, miembro de la NCRC, destacó que el 45% de la población infantil en Pakistán está atrapada en el trabajo infantil, mientras que la matriculación escolar sigue siendo alarmantemente baja. Zaidi afirmó que el Proyecto de Ley busca instigar un cambio transformador, reforzando las medidas legales contra aquellos que emplean a niños en el trabajo doméstico.

"Existe la concienciación de esta tragedia", afirma Azid K., abogado militar. "Sin embargo, la implementación de esta ley enfrenta el desafío de superar la aceptación social, la depresión económica y la falta de supervisión legislativa", añade. "Existe un temor realista de que esta ley, como tantas otras en Pakistán, termine siendo una mera formalidad, utilizada solo cuando conviene, y que nunca llegue a aplicarse de manera efectiva".

Una lacra sin regulación

Desplegar un sinfín de leyes que pertenecen a la teoría y nunca llegan a implementarse parece ser un hábito recurrente del cuerpo legislativo pakistaní.

También fue en enero, mientras la sesión de consulta tenía lugar, cuando Maha fue a recoger a su hija al final de la jornada laboral, justo antes de la llamada a la cuarta oración del día de los musulmanes. Cuando llegó a la casa, se encontró con la dueña hecha una furia: "Nos has dado una niña enferma que no ha servido para nada, lleva todo el día ahí tirada", increpó a la madre, señalando a la niña que estaba tumbada hecha un ovillo en un rincón del patio.

Maha supo que su hija estaba muerta antes de tocarla.

Tenía ocho años y, por la rigidez de su cuerpo, intuyó que llevaba varias horas sin vida. Cuando la empleadora fue consciente de que la niña había fallecido en su casa, se alarmó y acusó a la familia de dejarles a una niña moribunda para atraer el mal sobre la familia. Maha cogió el cuerpo de su hija y desapareció de allí. Enterraron a la niña al día siguiente, con miedo de las represalias de los empleadores, como si la niña hubiera cometido un delito por morirse.

Foto: Unos estudiantes de una madrasa en Karaki celebran el aniversario del nacimiento de Mahoma. (Reuters) Opinión

Cuando una de las activistas por los derechos de la infancia supo del caso y contactó con ellos, estos se negaron a hablar; tenían que alimentar a seis niños más, que también trabajaban. "¿Cómo iban a permitirse siquiera el privilegio de la educación cuando no contaban con el privilegio de saber si tendrían algo para comer o beber durante el día?".

En las calles de Lahore, las campañas contra la explotación infantil son un mero espejismo. El gobierno ha colocado un cartel con un número de teléfono para denunciar abusos infantiles en una de las principales carreteras de la ciudad. Una docena de niños, no mayores de diez años, esperan ansiosos justo al lado del cartel a que se forme un atasco para lanzarse sobre los coches y vender dulces. La policía, a unos metros de distancia, los ignora. En Pakistán, la implementación de las leyes solo se da en función de su beneficio.

"La transformación de esta realidad no vendrá solo de la promulgación de leyes, sino de un cambio colectivo en la sociedad pakistaní", explica Azid K. "Los expertos insisten en que la educación es la clave, pero es difícil educar en contra de valores profundamente arraigados que consideran la explotación infantil como una parte integral del sistema económico", se lamenta.

Mutilar la infancia no solo rompe a los niños, rompe el país entero. "Aumentar la conciencia, ofrecer alternativas, y entender que la economía y el sistema político son las verdaderas causas, son pasos necesarios para erradicar un problema que, de no enfrentarse con determinación, seguirá robando la infancia de millones de niños en Pakistán", explica Nasim Khan, consciente de que cambiar la situación hoy en día parece una utopía. "Los niños trabajadores de Pakistán no temen al infierno, porque ya viven en él", sentencia.

"A los cinco años, mi padre me cedió para que sirviera al líder religioso de la mezquita local a cambio de que él me enseñara a memorizar el Corán", relata Aqdas, de 14 años, sentado en la esquina de una de las calles más concurridas de Lahore, la capital del Punjab en Pakistán. "No conseguía memorizar bien, así que me pegaba con su bastón hasta que, a los ocho años, me dio tan fuerte en la espalda que ya no pude volver a caminar. Desde entonces pido limosna en la carretera, porque doy pena y suelen darme más que a los chicos que caminan".

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