La hidra de Hamás: por qué la muerte de Sinwar solo puede retrasar las negociaciones
Tras cortar tantas cabezas —jefes de brigadas como Mohamed Deif, Marwan Issa, Rafa Salameh— ya ni siquiera queda la opción de escenificar una victoria israelí que obligue a la cúpula militar de Hamás en la Franja a exiliarse
Ahmed Yasin, Abdelaziz Rantisi, Ismail Haniye, Yahya Sinwar… Israel tiene ya experiencia en descabezar Hamás. Hace veinte años que todos los líderes del movimiento islamista palestino han muerto en explosiones de coches, bajo una bomba o, como Sinwar, de un tiro en la cabeza, todos salvo Khaled Meshal, el predecesor de Haniye, que aguantó 13 años en el cargo, hasta 2017, y que quizás ahora vuelva a la primera línea.
Diríamos que los dirigentes israelíes que siguen ese hábito de descabezar organizaciones —aplican la misma política contra Hezbolá— no han leído lo más básico de la mitología griega. De hacerlo, sabrían que existe un monstruo llamado Hidra, de numerosas cabezas, que es imposible de matar ni cortándoselas todas: por cada testa rebanada crecían dos nuevas del cuello.
Es un viejo hábito de las organizaciones guerrilleras y me recuerda también a aquel general del Ejército turco que hace unos años declaró, sin despeinarse, que la política de Ankara contra la guerrilla kurda era extremadamente exitosa: durante dos décadas de lucha, el Ejército había conseguido matar ya tres veces el número total de combatientes de la milicia, aseguró. Las guerrillas tienen eso: se regeneran mientras sigan ahí las condiciones que han llevado a su existencia.
Por eso mismo es fútil, incluso absurdo, hacerse ahora la pregunta que se hacen muchos analistas, incluso en la prensa israelí: ¿abre la muerte de Yahya Sinwar un nuevo espacio para impulsar las negociaciones y conseguir un alto el fuego y la liberación de los rehenes?
"Una oportunidad para poner fin a la guerra". Desde el presidente israelí, Isaac Herzog, hasta el estadounidense, Joe Biden, y su vice, Kamala Harris, muchos dirigentes mundiales han afirmado exactamente eso. Y seguramente no porque se lo creyeran, sino como una manera de insistirle al primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, de acogerse a este pretexto para finalmente volver a la mesa de negociaciones. Porque es Netanyahu, no Hamás, que ha rechazado la propuesta de alto el fuego y liberación de rehenes elaborada por el propio Gobierno de Israel, respaldada públicamente por Joe Biden en mayo pasado y refrendada por Catar y Egipto.
Muy a menudo, la muerte de un dirigente enemigo complica las negociaciones, porque en primer lugar no queda claro quién tiene autoridad para negociar. Se puede pensar que ahora, los segundos o terceros de a bordo de Hamás deben resolver entre ellos quién es el nuevo líder con poder de firma. Incluso podría ser, apuntan algunos analistas israelíes, que los posibles sucesores intenten mejorar sus credenciales, mostrándose más intransigentes y más inflexibles ante Israel; ya se sabe que no hay nada más radical que un candidato que quiere conquistar un cargo. Nadie quiere ser acusado de vendepatrias antes de estar firmemente en el sillón.
Si la muerte de Sinwar hubiera sido un golpe ejecutado por los servicios secretos israelíes, tras una precisa preparación, concluiríamos incluso que exactamente eso, retrasar las negociaciones, era el principal objetivo. Al ser más bien un resultado casual de un tiroteo, el motivo no es ese, pero el resultado es el mismo. O podría serlo, si Hamás efectivamente tiene que resolver ahora la cuestión sucesoria. También es posible que no haga falta y que simplemente vuelva a tomar el mando Khaled Meshal, uno de los dirigentes con mayor proyección internacional o, al menos, el más conocido.
Nadie quiere ser acusado de vendepatrias antes de estar firmemente en el sillón
También es posible que las negociaciones tengan muy poco que ver con quién esté al mando en la organización: tras un año de guerra y más de cuatro meses de un plan ya en la mesa, probablemente ya esté bastante claro dentro de la organización qué se puede firmar y qué no, y a cambio de qué se pueden liberar los rehenes. Si alguien —Biden, quién si no— pudiera forzar a Netanyahu a aceptar finalmente su propio plan, los delegados de Hamás en Catar o El Cairo quizás podrían estampar su firma sin necesidad siquiera de preguntar antes. Pero es ilusorio pensar que Biden haga hoy lo que lleva cuatro meses sin hacer.
Salvo que ahora Netanyahu ceda a la no muy convincente presión de Washington por tener, precisamente, el pretexto necesario para quedar bien ante sus seguidores. Así, al menos lo sugiere, con pocas esperanzas, el diario opositor israelí Haaretz. ¿Por qué no convertir la muerte del jefe enemigo en un golpe tan superlativo, un éxito militar y político tan enorme, que justifica todo, incluso poner fin a los combates? No sería muy creíble, pero en sus décadas de guerra, el estamento político israelí ha recurrido tantas veces a la táctica de primero disparar y luego colocar la diana en el lugar donde cayó la bala que tampoco nos sorprendería ya mucho.
Otra pregunta distinta es si la muerte de Sinwar puede debilitar la organización política y militar de Hamás hasta un punto que permita a Netanyahu imponer unos términos mucho más favorables para Israel, lo que facilitaría, por su parte, regresar a la mesa de negociaciones. Pero pensar que un sucesor de Sinwar pueda ser más flexible no solo es bastante incierto, sino que no importa en absoluto, porque no hay exigencias determinadas de Israel en esta guerra que Hamás rechace ahora y pudiera aceptar con un poco más de flexibilidad. Netanyahu ha dejado claro una y otra vez que su único objetivo es erradicar Hamás totalmente y que, después de la guerra, no debe quedar ni un miembro de la milicia en Gaza. Y eso es imposible.
Netanyahu ha dejado claro una y otra vez que su único objetivo es erradicar Hamás totalmente y que no debe quedar ni un miembro
Porque lo único que Netanyahu nunca podrá negociar, ni con Haniye, ni con Sinwar, ni con Meshal, ni con ningún miembro de Hamás, así sea el último aprendiz de artillero, es la erradicación total de la organización que representan. Negociar significa ceder en parte y ganar algo, y no existe negociación en la que un bando se compromete a perder todo. Tras cortar tantas cabezas —jefes de brigadas como Mohamed Deif, Marwan Issa, Rafa Salameh— ya ni siquiera queda la opción de escenificar una victoria israelí que obligue a la cúpula militar de Hamás en la Franja a exiliarse: lo que queda de esa cúpula no sirve para una foto. Hamás se va reduciendo al anonimato, al menos para el público israelí e internacional, pero al disolverse en la masa de la población estará más presente que nunca.
Tras tantos años de ser la única autoridad en la Franja, la principal fuente de salarios —gracias al dinero enviado desde Catar con expresa autorización israelí, en maletines que pasaron por el puesto fronterizo israelí de Erez—, Hamás ya es parte de la sociedad gazatí. Todo acuerdo que se pueda negociar implicará, naturalmente, que la organización seguirá estando presente en mayor o menor medida en Gaza una vez terminada la guerra. Aun si mediante un hipotético acuerdo, respaldado por Washington y varios países árabes, al final sea la Autoridad Palestina la que acabe asumiendo oficialmente el Gobierno en Gaza.
Puede que se acuerde en colocar en los cargos más visibles a miembros de la vieja guardia de Fatah, esa vieja guardia alrededor de Yasir Arafat, que durante décadas representaba en el imaginario israelí la imagen del architerrorista sanguinario dedicado a destruir Israel, en nada distinto de lo que hoy representa Hamás (es curioso cómo cambian algunas cosas para no cambiar). Pero, aun así, cientos de miles de funcionarios, desde los controladores aéreos —habrá que reconstruir el aeropuerto, digo yo— a la policía local, serán miembros de Hamás. Si aceptan trabajar tranquilamente bajo las órdenes de la Autoridad Palestina es porque el acuerdo al que se ha llegado es aceptable para ellos, aceptable para el pueblo que quieren representar. Es decir, que será un acuerdo que Netanyahu podría haber firmado en mayo pasado con Ismail Haniye, ahorrándose decenas de miles de muertos, aparte del sufrimiento prolongado de los rehenes y sus familias. Aún más: será un acuerdo que Israel podría haber alcanzado hace décadas con las autoridades de la Franja, sin necesidad siquiera de facilitar la subida de Hamás al poder.
Hamás ya es parte de la sociedad gazatí. Todo acuerdo que se pueda negociar implicará que la organización seguirá estando
Si Netanyahu no quiere firmar un acuerdo aceptable para Hamás, solo le queda hacer lo que una y otra vez ha anunciado que quiere hacer: erradicar a todos los miembros de la organización, lo cual significa, ya que es difícil saber quién es y quién no es, aniquilar a dos millones de palestinos, la población de Gaza entera, excepto los que Egipto tenga a bien acoger como refugiados, para dejar la Franja despoblada. Es exactamente lo que han propuesto analistas israelíes renombrados con larga y prestigiosa carrera en las Fuerzas Armadas o en la Academia —Giora Eiland, Ronit Marzan —, aunque es dudoso que sea técnicamente posible. Salvo, claro, que Netanyahu se decida por la opción evocada por su ministro Amichai Eliyahu y tácitamente respaldada por el senador estadounidense Lindsey Graham: lanzar sobre Gaza la bomba nuclear.
Para un avance militar, aun sin nucleares, la muerte de Sinwar también es irrelevante. Porque es obvio que en una zona sometida a constantes bombardeos, donde un comandante debe mantener la máxima cautela para eludir los probables topos que haya en su propia organización y renunciar a todo tipo de medios electrónicos para comunicarse con sus tropas, no está funcionando una cadena militar clásica. No hay un Estado Mayor con generales, coroneles, capitanes y tenientes que esperan y transmiten órdenes y que quedan aturdidos y dispuestos a rendirse si falta de repente la cabeza pensante que les dice qué tienen que hacer. Podemos estar seguros de que desde hace muchos meses, los combatientes de Hamás están acostumbrados a tomar decisiones tácticas de combate por su cuenta, sin esperar a que alguien localice primero al líder. No dejarán de combatir porque no esté Sinwar.
Recuerdo otro mito, ese de un cuento popular del Atlas marroquí. Trata de un gigante que tenía tres cabezas y de un héroe que consiguió matarlo cortándole solo dos. Si le hubiera cortado la tercera también, las tres habrían vuelto a crecer, advierte el cuento. Quizás se lo pudiera contar a Netanyahu, alguno de los descendientes de los muchos judíos magrebíes que forman las clases medias bajas de la población de Israel. A ver si entiende la moraleja.
Ahmed Yasin, Abdelaziz Rantisi, Ismail Haniye, Yahya Sinwar… Israel tiene ya experiencia en descabezar Hamás. Hace veinte años que todos los líderes del movimiento islamista palestino han muerto en explosiones de coches, bajo una bomba o, como Sinwar, de un tiro en la cabeza, todos salvo Khaled Meshal, el predecesor de Haniye, que aguantó 13 años en el cargo, hasta 2017, y que quizás ahora vuelva a la primera línea.
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