La lucha por liberar a la anciana gorila encerrada en un ático de Bangkok
Todo el extraño universo de Bua Noi es el de una jaula de una azotea de Bangkok. Un cuarto de hormigón que no comparte con nadie. Así, desde hace tres décadas
El Pata Zoo de Bangkok es un lugar peculiar, lóbrego, donde una gorila lleva encerrada más de 30 años. Activistas medioambientales y el propio Gobierno tailandés intentan liberarla. La sociedad propietaria de ese extraño recinto se opone. Y mientras todo eso pasa, un enorme simio, como si de una película tragicómica se tratara, vive confinada en el caldeado ático de una megalópolis. No es el único animal que sobrevive allí en soledad y en un entorno donde no hay huellas posibles de las bestias, porque no pisan tierra, sino cemento.
La entrada al zoológico explica mucho de un recinto anclado entre una profunda jungla de asfalto. Se entra por la avenida Somdet Phra Pinklao Road. Una calle amplia, llena de tráfico, en la que cientos de coches sortean los perennes atascos. Al pasar la puerta, en la planta baja, se encuentra un rastrillo de económicos puestos comerciales. Ventiladores, exprimidores, camisas, ropa interior y palanganas preceden al famoso gorila que vive en el techo. No hay apenas clientes. Parece un sitio abandonado.
Lo está, o casi. Este centro comercial levantado a inicios de la década de los 80 sobrevive a trompicones. Se fueron yendo todos menos las bestias encerradas en las dos últimas plantas, que no tienen cómo huir. A los entonces dueños del inmueble les pareció una genialidad colocar pájaros, simios, mamíferos y reptiles en jaulas en el ático para atraer compradores. El silencio y vacío que reina en el mall parece indicar que a los clientes la idea les ha atraído menos.
Las escaleras mecánicas no funcionan. Para acceder al zoo hay que tomar un ascensor-cápsula al fondo de corte ochentero. Futurista entonces, viejo ahora. Todo parece como sacado de una escena de la serie Stranger Things. Cuelgan cables del techo. En cada piso las luces están apagadas y no hay ninguna actividad. El elevador de cristal trepa hasta la séptima planta. Llegamos. En una mesa una mujer vende los tickets. 300 bath por adulto (unos 8 euros). "Disculpe, ¿es aquí donde se expone un gorila?", preguntamos. “Sí, es aquí”, contesta ella.
El sol pega duro. Desde la azotea se ven hileras de tejados, cables, antenas y algún rascacielos. Unos buceros aletean inquietos en sus jaulas mientras unas cabritas sueltas comen de la mano de algunos niños que juguetean con ellas. La pieza codiciada está en un pasillo que tapa una cortina de hojas de plástico. La vegetación es incompatible con el cemento. Los animales, también. Pasamos y, al fondo, está ella. Tumbada, dormitando y, sobre todo, sola. Eternamente sola desde hace más de 30 años.
La famosa gorila Bua Noi (Pequeño Loto) lleva décadas encerrada en un espacio de unos diez por veinte metros sin apenas luz natural. Los activistas medioambientales luchan desde hace años para liberar a un simio gigante que morirá, quizá, sin saber que había un mundo que no era de hormigón; que hay otros seres vivos que no se sujetan sobre dos patas y la observan tras un grueso cristal o que dos bolas gigantes se turnan en colgar del cielo.
Frente a su jaula, la más grande de un zoo tétrico, hay un enorme orangután de Borneo que también languidece solo. El simio está en una esquina, acurrucado hasta que una familia le trae comida. Un cartel indica que está prohibido alimentar a las bestias, pero un padre y un niño acercan alimento a la enorme mano del orangután que emerge de entre los barrotes. Pide, como sucede justo abajo en la calle en algunos semáforos. Aprendió allí a hacerlo.
Luego, cuando la familia se va, él se queda allí, quieto, observando a los sapiens con un gesto triste y cansado. Sujeta las rejas y los contempla fijamente. Tras unos segundos, regresa despacio a su esquina, a tumbarse. Esos cinco metros son la más larga excursión que puede hacer.
La gorila entonces se despierta. Tumbada en una especie de sala dentro de su celda se incorpora. Se sienta y mira a la pared del fondo. Todo su extraño universo es ese, una jaula de una azotea de Bangkok. Un cuarto de hormigón que no comparte con nadie. Así desde hace décadas. Su vida debió de ser otra cosa. Debió ser un arroyo y un barranco, el viento y la niebla, pero alguien la llevó allí de cría y la única libertad que quizá ella recuerda fue salir de un ascensor.
En los últimos años, se intentó que saliera. Tras varias campañas de grupos ecologistas para liberar a la simia, el Ministerio de Medio Ambiente planteó una acción para liberarla. El Bangkok Post publicaba en 2022 que el Gobierno planteaba una recogida voluntaria de fondos para comprar la gorila a sus propietarios. Entonces se fijó la cantidad a pagar en 30 millones de bath, una cantidad cercana a los 800.000 euros. "El ministerio y la organización del parque zoológico han recibido muchas quejas de personas porque Bua Noi ha vivido en su jaula durante más de 30 años... Sería mejor si Bua Noi pudiera ver a otros gorilas en su hogar original en Alemania, en lugar de morir sola en una jaula”, manifestaba Thanespol Thanaboonyawat, secretario del Ministerio.
El zoo, sin embargo, salió al paso de esas declaraciones y dejó claro que no estaba negociando la liberación de la gorila a cambio de dinero. "El actual equipo de ejecutivos está a cargo de los grandes almacenes Pata Pinklao desde el 28 de agosto de 2020. Hasta ahora, los ejecutivos no han entablado ninguna negociación para vender a Bua Noi", manifestó la compañía en su página de Facebook.
Muchos animales muestran signos de angustia grave, como mecerse, balancearse, caminar de un lado a otro e incluso hacerse daño a sí mismos
Los nuevos gestores del zoo adujeron que no estaban seguros de que la gorila pudiera adaptarse a un nuevo entorno. "El gorila envejecido ha pasado su vida en el zoológico y está acostumbrado al medioambiente y a la ausencia de patógenos naturales desde hace más de 30 años”, manifestaban.
Sin embargo, organizaciones ecologistas como PETA mantienen que el simio merece pasar los últimos años de su vida en libertad, en un santuario. La ONG carga en todo caso contra todo el recinto. "El zoológico de Pata, ubicado en lo alto de los grandes almacenes Pata Pinklao en Bangkok, es uno de los lugares más tristes del mundo. La investigación de PETA Asia sobre las instalaciones mostró que los animales encarcelados allí están confinados en jaulas oscuras y desoladas. Se les ofrece poco o ningún incentivo y no les queda nada más que basura con la que jugar. Muchos animales muestran signos de angustia grave, como mecerse, balancearse, caminar de un lado a otro e incluso hacerse daño a sí mismos", señala el grupo ecologista.
La escena que describen la reproducen durante la visita varias especies. El color ya lo explica todo, el color habla. Un reciento de animales es verde, el Pata Zoo es primordialmente gris. "Estos animales, como Kat, un orangután privado de estimulación mental y ejercicio físico, y Bua Noi, un gorila que ha estado solo y tras las rejas desde 1983, han sido relegados a recintos de concreto. En la naturaleza, las hembras de orangutanes tienen redes sociales complejas y los gorilas disfrutan de una vida que gira en torno a sus familias", señala PETA que exige la liberación de todos los ejemplares allí encerrados.
Una campaña de Change.org para liberar a Bua Noi consiguió superar las 300.000 firmas. La simia, que se cree que supera los 35 años y está en el final de su vida, se ha convertido en un símbolo. Algunas voces hablaban de devolverla al zoológico alemán del que se supone que proviene, pero hasta su origen está en duda. "Bua Noi no procede de un zoológico alemán, sino que es un triste resultado del comercio de animales salvajes. Fue vendida directamente en África a Tailandia por un comerciante de animales alemán", afirmaba Daniel Merdes, director ejecutivo de la organización alemana "Borneo Orangutan Survival Deutschland", a la agencia DPA. Entonces en Tailandia no estaba en vigor la norma actual que prohíbe el tráfico de especies.
Los ecologistas creen que la única opción de la anciana simia es llevarla a un santuario en la propia Tailandia para evitar un viaje del que difícilmente sobreviviría. "Solo así podría vivir sus últimos años con dignidad y en un entorno natural. Otro viaje largo y traumático sería peligroso y cruel, ya sea a Alemania o a África", explica Merdes.
Pero no parece que esa solución la compartan los propietarios ni para Bua Noi ni para el resto de especies que habitan en Pata. En la página de Facebook del zoo se publicitan bajo el lema "Pata, the animal Rooftop" (ático). Los rooftop de Bangkok son famosos, un reclamo para turistas. Bares y restaurantes de postín en la planta alta de los rascacielos donde los turistas se deleitan entre copas y selfies. Los propietarios de Pata creen que su ático tiene ese toque cool de poder tomarte una bebida con la cara de Bua Noi en la etiqueta o de hacerte fotos con un orangután vestido con una camiseta roja y subido a una bicicleta en una azotea. Hay familias que lo creen también y acuden y disfrutan del espectáculo con los niños.
Bua Noi es ajena a todo eso. Ella escucha llover y tronar desde hace más de 30 años sin experimentar lo que supone mojarse la piel ni contemplar con nitidez una luz que se retuerce en el cielo negro. No toca a nadie ni nadie la toca. En su vida, todo el horizonte posible ha sido una cercana pared.
El Pata Zoo de Bangkok es un lugar peculiar, lóbrego, donde una gorila lleva encerrada más de 30 años. Activistas medioambientales y el propio Gobierno tailandés intentan liberarla. La sociedad propietaria de ese extraño recinto se opone. Y mientras todo eso pasa, un enorme simio, como si de una película tragicómica se tratara, vive confinada en el caldeado ático de una megalópolis. No es el único animal que sobrevive allí en soledad y en un entorno donde no hay huellas posibles de las bestias, porque no pisan tierra, sino cemento.