Irán prueba con Hezbolá la teoría del guardaespaldas: antes de poner el cuerpo, se le arroja a las balas
Irán ha invertido miles de millones de dólares en Hezbolá. Pero al final, ha probado con ellos la teoría del guardaespaldas: cuando toca, hay que dejarlo caer para cubrirte tú
Un intelectual libanés describía así la situación en Oriente Medio: "Imagínate un presidente, rodeado de sus guardaespaldas. Es deber del guardaespaldas proteger al presidente. Pero el presidente no tiene el deber de proteger al guardaespaldas". La anécdota la recogía el corresponsal en Beirut del The Economist, Gareth Browne, en un pódcast del diario británico. Y eso es exactamente lo que ha sucedido con Hezbolá e Irán. Hezbolá es el guardaespaldas, e Irán el presidente. Y, cuando llega el momento de enfrentarse a las balas, no hay culpa en que el presidente coja el cuerpo del guardaespaldas, se resguarde tras él, y lo eche a los pies de los caballos.
Aunque hayas invertido miles de millones de dólares en él.
También hay otra metáfora para verlo, que es la que escogía su compañero Anshel Pfeffer desde Israel. Irán estaría en proceso de cut losses con Hezbolá, es decir: cortar amarras y alejarse de un activo que de repente es una carga —aunque se haya invertido miles de millones durante años—, antes de tener que asumir más pérdidas.
Porque en el gran tablero de la influencia regional, Hezbolá era el principal y mejor aliado proxy de Irán, con una inversión anual de la que se desconoce la cifra real, pero que en 2018 un funcionario estadounidense cifró en unos 700 millones de dólares, más allá de las armas. Agostado por las sanciones y con una economía cada vez más renqueante, el apoyo monetario iraní habrá disminuido en los últimos años, pero no queda duda que la inversión total ha sido mayúscula. Por comparar, Hamás recibía unos 70 millones de dólares al año, según aseguró ya fallecido Ismail Haniye, líder político de Hamás, en una entrevista en 2022. Las estimaciones estadounidenses iban en esa línea. Haniye fue precisamente asesinado en Irán, en un ataque perpetrado por Israel y del que todavía no ha habido respuesta desde Teherán.
Inversiones desde hace más de 30 años que, sin embargo, que no han sido suficientes para que Hezbolá fuera capaz de hacer un daño significativo a las capacidades militares israelíes actuales, muy superiores a las del escenario de la guerra del Líbano en 2006. Ahora, Irán está viendo cómo esa inversión se esfuma.
El ataque a los 'busca' primero, y luego la muerte de Hasan Nasrallah y de prácticamente toda la cúpula de Hezbolá, es un bofetón a la milicia que, conforme pasan los días, se está demostrando más grande de lo que pensábamos. Hasta el momento, no ha habido una gran respuesta de Hezbolá, ni fuertes ataques contra Israel con los misiles de largo alcance de los que ya dispondría, cortesía de Irán. Reportan los medios libaneses insistentemente que se masca cierto resentimiento en la milicia, culpando a los iraníes —aunque no hay pruebas claras— de que sería a través de ellos que Israel habría logrado infiltrarse hasta trampear sus busca, una tecnología casi antediluviana elegida precisamente por Hezbolá para quedar fuera del radar israelí.
Con la invasión terrestre de Líbano ya en marcha y continuos bombardeos sobre Beirut y Danieh, a Hezbolá no le queda mucho espacio para intentar recuperarse. Y desde luego, si esperaban ayuda del presidente, diciéndole no, no caigas tú por mí, pereceremos los dos juntos, no ha sido así: así no funcionan los guardaespaldas.
Eso no significa que la invasión israelí del Líbano vaya a ser un paseíllo. En apenas dos días, el Ejército israelí (IDF, por sus siglas en inglés) ha admitido la muerte de al menos nueve soldados, algunos de la Brigada Paracaidista, élite de la infantería israelí, en distintas batallas contra milicianos de Hezbolá en el sur del país. Aunque se haya destruido la red de comunicaciones en la cúpula, los milicianos individuales (unos 50.000, según estimaciones) siguen teniendo un fusil.
Y, como sucedió en Gaza, Israel no parece tener claro un objetivo final o una estrategia de salida para el frente de Líbano. Antes de la invasión terrestre, el objetivo declarado era que los civiles del norte de Israel pudieran regresar a sus casas. En aquel momento, no había referencia alguna a desmantelar Hezbolá. ¿Ocupará Israel parte del Líbano? ¿Se convertirá el país y Hezbolá en su Afganistán?
Irán sigue sin querer guerra, y menos por Hezbolá
Pero, desde luego, coinciden la mayoría de los analistas, no parece que vaya a generar por parte de Irán mucha más respuesta que la del 2 de octubre, cuando atacó Israel con 180 misiles balísticos. Aunque se trata del mayor ataque con misiles balísticos desde suelo iraní contra Israel, nuevamente se produjo con advertencias por antelación. Aunque los misiles balísticos tardan unos 12 minutos en cruzar el espacio aéreo de Irán a Israel, Estados Unidos advirtió de los detalles del ataque desde varias horas antes. No se han producido muertes civiles, aunque Irán sostiene que logró impactar contra varios aeródromos militares israelíes. Imágenes de satélite parecen confirmar este extremo, aunque sin grandes daños.
Si hablamos en términos monetarios, apenas nada: unos 180 misiles, la mayoría del modelo Shahab-3 (con un coste de 3 millones por misil); estaríamos hablando de poco más de 540 millones. Entre los lanzados podría haber también algún Fattah-1, más nuevos, rápidos y caros, pero para Irán, del que se estima que tiene miles de misiles balísticos en stock, es hasta bienvenido una renovación de arsenal.
Pero más importante y de manera paralela, Irán ha desplegado toda una ofensiva diplomática para dibujar este ataque dentro de una respuesta proporcional a los movimientos de Israel, con la esperanza final de que sea EEUU quien pare los pies a Tel Aviv en el siguiente movimiento de la escalada.
Porque, pese a todo, Irán sigue sin querer una guerra abierta con Israel, y a eso apuntan sus movimientos, desde alejarse del guardaespaldas a seguir telegrafiando sus ataques. No ha habido tampoco movimientos hacia la movilización iraní para la guerra. Israel puede tener ahora un pretexto para un nuevo ataque contra Irán, como han prometido, pero:
"Parece improbable que la muerte de Nasrallah sea el acontecimiento que lleve a Jamenei [el ayatolá iraní] a abandonar de repente su doctrina preferida desde hace tiempo de 'paciencia estratégica' y a lanzarse de cabeza a una confrontación directa con Israel. En repetidas ocasiones ha demostrado ser muy reacio a asumir riesgos", evalúa en un interesante hilo de X Esfandyar Batmanghe, CEO de Bourse & Bazaar Foundation, un think tank especializado en Oriente Medio.
Porque en un enfrentamiento directo Israel-Irán, Teherán tiene las de perder. Con miles de kilómetros entre ambos países, Irán no tiene medios para forzar una guerra terrestre, en la que sus cerca de 610.000 soldados tendrían al menos el peso de los números. Puede seguir lanzando misiles y drones contra Israel, todavía muy protegido por su 'Cúpula de Hierro'. En grandes cantidades, podrán sobrepasarla y causar daños, pero la base industrial de defensa iraní no sería capaz de satisfacer el ritmo de un conflicto prolongado. En una guerra aérea, e incluso sin el apoyo de Estados Unidos, Israel puede abrumar la defensa aérea iraní, atacar instalaciones militares y apuntar a infraestructuras civiles.
Así pues, el ataque del 2 de octubre no pretende declarar la guerra ni defender a Hezbolá de manera efectiva. Tampoco disuadir por la fuerza de las armas a Israel de seguir escalando el conflicto. Eso no funcionó con el primer ataque iraní del 14 de abril. "El ataque pretende reforzar la presión urgente a Estados Unidos, los países de la región y otros actores en Israel para limitar a Netanyahu y obligarlo a abandonar la senda de la guerra", estima Batmanghe. Pese a la manga ancha que la Administración Biden parece mostrar con Netanyahu y sus sucesivas ofensivas primero en el norte de Gaza, luego en Rafah, ahora en Líbano, Washington sigue teniendo mecanismos de presión sobre Israel. "Es el tipo de apuesta que debe hacer un actor reacio al riesgo como Jamenei. Si Irán no puede disuadir a Bibi [Netanyahu], otros pueden limitarlo".
Por supuesto, la táctica podría fallar. Podríamos encontrarnos con que la "severa respuesta" que Israel ha prometido a Irán después de este último ataque sea, muy seguramente, contra algunas de las infraestructuras subterráneas del programa nuclear iraní. Israel puede intentarlo, puede fallar en potencia. Pero parece poco probable que Estados Unidos se embarque en un ataque así contra Irán. Y ahí entra en acción la última carta de la disuasión de Teherán: acelerar definitivamente la obtención de su bomba nuclear. Más presión para que Washington controle a Netanyahu.
Un intelectual libanés describía así la situación en Oriente Medio: "Imagínate un presidente, rodeado de sus guardaespaldas. Es deber del guardaespaldas proteger al presidente. Pero el presidente no tiene el deber de proteger al guardaespaldas". La anécdota la recogía el corresponsal en Beirut del The Economist, Gareth Browne, en un pódcast del diario británico. Y eso es exactamente lo que ha sucedido con Hezbolá e Irán. Hezbolá es el guardaespaldas, e Irán el presidente. Y, cuando llega el momento de enfrentarse a las balas, no hay culpa en que el presidente coja el cuerpo del guardaespaldas, se resguarde tras él, y lo eche a los pies de los caballos.
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