La diplomacia de misiles se calienta en la ONU: "Necesitamos ver ataques masivos y combinados"
En su Plan para la Victoria, Zelenski considera imprescindible que los aliados (es decir, EEUU) dé luz verde para que atacar con misiles occidentales territorio ruso. Pero eso, por sí solo, no va a cambiar el rumbo de la guerra
Todos los mandatarios que acudieron esta semana a la Asamblea General de las Naciones Unidas buscaban una oportunidad privilegiada para tantear cara a cara al líder de Occidente en busca de pistas de hacia dónde se dirige la política exterior estadounidense y sus intereses económicos. Pero el ucraniano Volodímir Zelenski parece haber sido el único en conseguir las tres reuniones bilaterales más ansiadas al darse cita con el actual inquilino de la Casa Blanca, Joe Biden; la candidata demócrata, Kamala Harris, y el postulante republicano, Donald Trump.
El presidente ucraniano aterrizó en Nueva York con su Plan para la victoria, una lista de decisiones que recalca deben tomarse antes de que finalice este año. Siempre habla en términos genéricos de los aliados, pero es Washington, al fin y al cabo, el que tiene la última palabra. Y, de momento, sigue sin dar luz verde para que Ucrania pueda disparar misiles occidentales dentro de territorio ruso.
Es una decisión no exenta de riesgos. Una cosa es permitir que Kiev dispare armas de fabricación occidental en defensa propia dentro de Ucrania (lo que sucede actualmente) y otra, muy distinta, darle carta blanca para bombardear dentro de Rusia. Un error de cálculo —por ejemplo, una operación con muchas víctimas civiles— podría tener graves consecuencias y escalar el conflicto.
Además, tampoco hay grandes reservas de misiles de largo alcance, lo que provoca escepticismo en Estados Unidos sobre si podrían cambiar el rumbo de una guerra de desgaste que ya se encamina hacia su tercer aniversario. El apoyo de Occidente ha sido vital para que Ucrania continúe resistiendo la invasión a gran escala. "Nos dan lo suficiente para sobrevivir, pero no lo suficiente para ganar", se lamentaba este verano un comandante ucraniano en un artículo de The Economist.
Mientras, en las últimas semanas, las tropas de Vladímir Putin están realizando avances significativos en torno a Vuhledar, una ciudad minera de carbón en una ubicación clave, y acercándose peligrosamente hacia Pokrovsk, otra ciudad de importancia estratégica en el norte. La inesperada ofensiva ucraniana en la región rusa de Kursk parece haber perdido ímpetu y también en ese frente el Kremlin está ofreciendo más resistencia. Por eso, Zelenski está en los pasillos de Naciones Unidas presionando para que le dejen golpear al enemigo en su retaguardia y recordando la perenne escasez de misiles de largo alcance, defensas antiaéreas y otros equipos militares en el frente.
Luz verde de la Casa Blanca
El dilema es complejo. Putin ha asegurado que si Ucrania dispara misiles estadounidenses sobre Rusia, sería como si la OTAN se uniera a la guerra. "Cambiaría sustancialmente la esencia misma, la naturaleza del conflicto", avisó recientemente el líder ruso, prometiendo consecuencias severas si se toma esa decisión.
La amenaza no es tanto sobre Ucrania (donde Moscú está haciendo todo lo que puede, salvo utilizar un arma nuclear, un umbral que si llegara a cruzar provocaría rechazo incluso entre sus aliados, como China). La amenaza es, en cambio, que Rusia ataque intereses occidentales en otros lugares, por ejemplo, fomentando una escala de tensión en Oriente Medio dando más armas a Irán, a los hutíes y a otros elementos desestabilizadores. Aunque eso entraña sus riesgos, los expertos advierten que contenerse podría ser más contraproducente y alentar una potencial agresión rusa en Europa.
James Rogers, cofundador del think tank especializado en defensa Council On Geostrategy, duda de que haya muchos riesgos en autorizar a los ucranianos a disparar armas de largo alcance contra Rusia. "En primer lugar, parece que los ucranianos ya han utilizado armas occidentales contra objetivos rusos en Crimea, que Putin dice que es territorio ruso. En segundo lugar, los ucranianos ya han superado anteriormente las líneas rojas rusas en su ofensiva de Kursk. Y Putin no ha escalado la tensión en ninguna de estas ocasiones", asegura el experto a El Confidencial.
Apunta, no obstante, que hay "diferencias de opinión" entre los aliados sobre la luz verde para usar misiles, aunque, en última instancia, serán Reino Unido y Estados Unidos quienes decidirán. "Serán los que proporcionen los misiles convencionales de largo alcance a Ucrania y tienen un paraguas nuclear para disuadir a Rusia de intensificar sus ataques", detalla Rogers.
Londres y París sí están dispuestos a que sus misiles —el Storm Shadow y el Scalp, respectivamente— se utilicen contra objetivos militares en territorio ruso; pero dependen de la tecnología estadounidense para alcanzar sus objetivos. Y la Casa Blanca, hasta ahora, ha ejercido un veto. Alemania también comparte la cautela del presidente Biden. Es más, ni siquiera ha enviado a Ucrania sus propios y poderosos misiles Taurus.
Sensación de urgencia
En cualquier caso, el premier británico, Keir Starmer, está presionando a su homólogo estadounidense para que cambie de opinión. "Tendremos discusiones sobre una amplia gama de temas y escucharemos atentamente lo que el presidente Zelenski tenga que decir", dijo en el avión hacia Nueva York. Sin embargo, el líder laborista también recalcó que no creía que "el plan de victoria se centre en un solo tema como los misiles de largo alcance, sino en una ruta estratégica y general para que Ucrania encuentre una manera de superar esto y tener éxito contra la agresión rusa".
En los últimos dos años y medio, Occidente ha suministrado a Ucrania más de 200.000 millones de dólares en armas y dinero para defenderse de la agresión rusa, y tiene previstos otros 100.000 millones de dólares. En este tiempo, una y otra vez, se han negado a suministrar equipos militares que luego reconocieron que eran esenciales. Primero fueron los carros de combate, luego misiles (para defensa), más tarde baterías antimisiles y, más recientemente, los aviones de combate. Así que Zelenski tiene ahora razones para ser optimista y confía poder utilizar los misiles de largo alcance para sus operaciones en territorio enemigo.
El viaje conjunto realizado a mitad de septiembre a Kiev por parte del ministro de Exteriores británico, David Lammy, y el secretario de Estado de Estados Unidos, Antony Blinken, daba pistas sobre un cambio de posición por parte de Washington. En la administración demócrata hay cierta sensación de urgencia. La elecciones de noviembre y la posibilidad de una vuelta del trumpismo obligan a no demorar demasiado la toma de decisiones.
Blinken y Lammy proporcionaron una posible justificación para la escalada de misiles al recriminar a Irán por suministrar a Rusia un primer lote de misiles balísticos Fath-360 de corto alcance y alta velocidad, un paso más respecto de los drones Shahed que ha entregado a Moscú hasta la fecha.
Los misiles Fath-360 tienen un alcance de unos 120 kilómetros y podrían utilizarse para atacar ciudades ucranianas cercanas a la línea del frente, como Járkov o Zaporiyia, Sloviansk y Kramatorsk en el Donbás, e incluso (teóricamente) algunos puntos Kiev. Esto permitiría a Rusia reservar su propio arsenal de misiles balísticos y de crucero de mayor alcance para atacar objetivos en otras partes de Ucrania, como ha hecho durante toda la guerra.
No se descarta, por tanto, que Occidente autorice, al menos, los Storm Shadow/Scalp, con un alcance de 250 kilómetros, alta precisión y potencia suficiente para penetrar y destruir búnkeres, depósitos de municiones y aeródromos. Fueron desarrollados en una colaboración anglo-francesa y fabricados por una empresa conjunta en la que también participa Italia, utilizando componentes suministrados por Estados Unidos. En consecuencia, los cuatro países tendrían que aprobar cualquier cambio en las condiciones asociadas a su uso, incluso si no son los propios proveedores directos.
Ataques masivos e integrados
La cuestión, no obstante, es qué pretende Kiev hacer con estos misiles y el eventual permiso para atacar en lo profundo del territorio ruso.
"No se trata de lanzar un puñado de Storm Shadows contra Rusia. Esto tendría poca utilidad militar. Se trata de organizar una serie de ataques masivos, integrados y coordinados contra los nodos de comando rusos, los sistemas de transporte, las bases logísticas [...] en la zona fronteriza entre los dos países. Si se desactivan durante un período de tiempo, Rusia tendrá dificultades para continuar con las operaciones militares en Ucrania", explica Rogers. "Por lo tanto, no es tanto si se autorizan los ataques, sino si Ucrania está preparada para emprender una ofensiva de ese tipo. Y me tengo que no tengo respuesta para ello", añade el experto.
Pese a los enormes desafíos, Rogers cree que si Ucrania cuenta con el apoyo necesario de los aliados puede ganar la guerra. "Su estrategia es ganar tiempo, atraer a los rusos, aplastarlos. Y esperar hasta que todo el potencial militar industrial de Reino Unido y Estados Unidos llegue en su ayuda", señala.
La publicación The Economist recalca que, aunque Estados Unidos pueda levantar su veto al uso de misiles europeos, eso tampoco sería suficiente. "Lo que Ucrania realmente quiere es permiso para disparar Atacms suministrados por Estados Unidos contra objetivos rusos. Estos tienen un alcance mayor (hasta 300 km, frente a los 250 km de Storm Shadow/Scalp), y hay más disponibles”, apunta.
De momento, se dan varias razones para el veto de Biden. Una de ellas es que los aviones rusos que lanzan las devastadoras bombas planeadoras sobre trincheras, ciudades e infraestructuras ucranianas han sido retirados del alcance de los Atacms. Aunque eso sea cierto, hay muchos otros objetivos militares de gran relevancia para estos equipos, como depósitos de combustible y armas, aeródromos y centros de mando, que los drones ucranianos tienen dificultades para alcanzar.
"Levantar las restricciones ayudaría a Ucrania a crear una zona de amortiguación de 300 kilómetros de profundidad en su frontera. Estados Unidos también dice que los misiles escasean. Eso es cierto en el caso de los europeos, pero no tanto en el de los Atacms", añade.
Lógica de inventarios
La guerra de misiles en Ucrania puede parecer incesante, pero sigue su propia lógica de inventarios. El objetivo de Rusia es agotar las defensas aéreas de Ucrania, algo en lo que va teniendo éxito. Kiev ya se ha quedado sin los veteranos sistemas Buk y S-300 de corto alcance, lo que dejó indefensas a sus centrales eléctricas a principios de este año. Fuentes ucranianas estiman que se han destruido alrededor de dos tercios de su capacidad de generación de energía y no será posible reparar más que una fracción antes del que probablemente sea el invierno más duro del país desde la invasión rusa en 2022.
El Kremlin tendrá en mente una estrategia similar en lo que respecta a los sistemas de defensa aérea de mayor valor, en particular las baterías Patriot estadounidenses. Biden anunció la donación de cuatro sistemas Patriot en la cumbre de la OTAN en julio, pero un factor limitante es el número de misiles interceptores que se pueden fabricar. Este año, la estadounidense Lockheed Martin apenas fabricará 500 unidades de los misiles antiaéreos PAC-3 MSE, la versión más sofisticada de sus interceptores.
A fuentes ucranianas les preocupa que el número de misiles ofensivos que los rusos pueden disparar pueda superar la capacidad mundial para fabricar interceptores, incluso si Kiev cuenta con otras defensas aéreas como los franceses Samp/T y los noruegos Nasams, como los que utiliza España. Algunos cálculos que circulan en Kiev apuntan a que Rusia puede fabricar unos 1.200 misiles al año. Otras estimaciones son inferiores, como las del think tank RUSI, que la sitúa en 420 misiles de crucero Kh-101, más un puñado de misiles balísticos de alta velocidad. En realidad, es imposible obtener cifras fiables.
El punto clave es que mientras el Kremlin crea que puede ganar, o puede mantener la iniciativa, en una guerra de desgaste, no tiene incentivos para sentarse a negociar. Incluso considerando la incursión sorpresa en Kursk, es Kiev la que está en problemas. Los expertos esperan que Ucrania pueda conservar Pokrovsk, la puerta de entrada al Donbás, durante el resto de este año. Sin embargo, Rusia tiene una ventaja de fuerza estimada en cuatro o cinco a uno, y el número de soldados es la única área en la que Occidente no puede ayudar. De ahí que Zelenski incida en la importancia de poder contraatacar destruyendo objetivos militares dentro de Rusia con esos misiles de alto alcance.
De momento, la cautela de Biden recompensa la imprudencia de Putin. El mandatario ruso es consciente de las divisiones que cuestiones como la de los misiles generan entre los aliados. Desde el Kremlin notan que Occidente está cansado de la guerra y muchos están ansiosos por llegar a un acuerdo que les resulte beneficioso. Las conversaciones de paz podrían comenzar el año próximo, después de la elección de Estados Unidos.
Durante el último debate televisado entre los candidatos a la Casa Blanca, Trump se negó hasta en dos ocasiones a responder directamente una pregunta sobre si quería que Ucrania ganara el conflicto. "Quiero que la guerra acabe", se limitó a repetir el aspirante republicano. Por su parte, la vicepresidenta Harris elogió el apoyo de Estados Unidos y de la OTAN a la causa ucraniana y pidió que continuara. "De lo contrario, Putin estaría sentado en Kiev con los ojos puestos en el resto de Europa. Empezando por Polonia", dijo.
Todos los mandatarios que acudieron esta semana a la Asamblea General de las Naciones Unidas buscaban una oportunidad privilegiada para tantear cara a cara al líder de Occidente en busca de pistas de hacia dónde se dirige la política exterior estadounidense y sus intereses económicos. Pero el ucraniano Volodímir Zelenski parece haber sido el único en conseguir las tres reuniones bilaterales más ansiadas al darse cita con el actual inquilino de la Casa Blanca, Joe Biden; la candidata demócrata, Kamala Harris, y el postulante republicano, Donald Trump.