Terrorismo de baja intensidad: ¿por qué a Israel le puede interesar el frente de Líbano?
¿Es ahora Hezbolá víctima de un ataque terrorista cometido por Israel? Nadie duda de que tras las explosiones de mensáfonos están los servicios secretos israelíes, el Mossad, pero ¿puede llamarse "terrorismo"?
Unos treinta muertos, quizás cuarenta, entre ellos dos o tres niños, y unos cuantos millares de heridos. Un día muy normal, casi tranquilo, en el frente de Gaza. Nada que reseñar. Ah, pero no es Gaza. Es Líbano. Ahora sí es un titular bomba, que suscita incluso encendidos debates éticos: hacer estallar simultáneamente cientos de mensáfonos y radiotransmisores en manos de la milicia libanesa Hezbolá, causando muerte y destrucción en mercados, negocios y hospitales, ¿no será terrorismo?
Terrorismo. Dícese de actos de agresión indiscriminada a civiles con el objetivo de infundir terror en la población y así forzar un cambio político. "No se trata tanto de eliminar a una persona concreta, como de forzar, a través de un suceso de violencia espectacular, una reacción mediática que se puede instrumentalizar para los fines deseados", formula una experta alemana. Quien muere no importa. Lo que importa es que todo el mundo vea la muerte. Una táctica común entre grupos de toda condición —desde las milicias sionistas fundadoras de Israel a las fascistas de Italia, los nacionalistas argelinos, ETA e IRA hasta los milicianos palestinos, tanto laicos como, más tarde, islamistas— desde que se inventó el término en la Rusia del siglo XIX.
Y al mismo tiempo, la palabra terrorismo se ha ido devaluando. Terrorista es hoy, en el discurso de políticos, en redes sociales y hasta en la prensa seria, todo movimiento considerado encarnación del mal. Hasta la Unión Europea designó como "grupo terrorista" a Hezbolá, una de las pocas milicias de la región que nunca ha cometido actos terroristas, si exceptuamos la masacre en Buenos Aires en 1994, que le atribuye la justicia argentina, pero que la organización siempre ha negado y que está fuera de su ámbito de operaciones (también exceptuamos la estupidez de atribuirle los atentados terroristas cometidos en Beirut en 1983, dos años antes de fundarse Hezbolá).
¿Es ahora Hezbolá víctima de un ataque terrorista cometido por Israel? Nadie duda de que tras las explosiones de mensáfonos están los servicios secretos israelíes, el Mossad, pero ¿puede llamarse "terrorismo"? Hasan Nasralá, el líder de Hezbolá, sí lo hizo en su discurso del jueves, pero a la vez confirmaba que todos los portadores de buscas y transmisores eran miembros de la organización. No necesariamente combatientes, entendemos, pero sí milicianos, personas afiliadas a un movimiento cuyo fin declarado es combatir contra Israel. Eso ya no es violencia del todo "indiscriminada". Por otra parte, no se considera legítimo atacar a un soldado que está de permiso y no lleva arma. La Unión Europea lo debe de ver así: su alto representante, Josep Borrell, ha condenado el acto, porque su objetivo, dijo, sería "sembrar el terror" en Líbano.
La guerra del Líbano es distinta
Pero este debate me recuerda a un chiste que circulaba en 2003, en vísperas de la invasión estadounidense de Irak. El vicepresidente, Dick Cheney, anuncia: "Vamos a bombardear Bagdad. Calculamos que morirán unos 120.000 árabes y 50 dentistas". "¿Por qué 50 dentistas?", pregunta un asesor. Cheney se vuelve triunfante hacia Bush: "¿Ves, George? Te lo dije. Por los árabes no va a preguntar nadie".
Los árabes, en el contexto de hoy, son los palestinos de Gaza (los dentistas son los libaneses). Sembrar el terror en Gaza, con bombardeos indiscriminados en los que mueren muchos civiles, parece algo inevitable, parte del ciclo vital del Estado de Israel, tan natural como la lluvia, incluso cuando es obvio que los ataques no sirven a ningún fin militar concreto, salvo al de atemorizar a la población. Y no pueden servir a ningún fin militar concreto, porque Israel no ha definido ninguno, aparte de un altisonante "exterminio de Hamás", ni ha aclarado qué pretende hacer con el territorio si su enemigo se rinde. ¿Anexionarlo? ¿Declararlo independiente? ¿Recolonizarlo con un sistema de apartheid?
Inútil especular, porque Gaza es solo una parte del conflicto palestino y, en este conflicto, el único fin de la guerra es evitar un acuerdo de paz. Porque la aspiración de Israel de ser un Estado únicamente para judíos que llegue del Mediterráneo hasta el río Jordán, exige la desaparición física total —por óbito o éxodo— de tres millones de palestinos de Cisjordania. Dado que ningún acuerdo de paz puede incluir la aniquilación de uno de sus firmantes, la guerra es obligada.
Distinta es la guerra de Líbano. Esta se elige. Corresponde al primer ministro decidir si quiere provocarla o no, según sus cálculos de política interior. Porque no hay motivo de política exterior. Líbano e Israel no tienen ningún contencioso desde el 2000, año en el que Israel se retiró de la franja sur ocupada en 1985. Podrían haber firmado la paz hace mucho. No han querido; al contrario, se guardaron entonces un motivo de conflicto: las colinas conocidas como Granjas de Shebaa (22 kilómetros cuadrados) al norte de los Altos del Golán, de las que nadie sabe muy bien si es territorio sirio o libanés. No tienen valor económico ni estratégico, pero son muy valiosas como manzana de la discordia. Mientras Israel mantiene ocupada esos campos, Hezbolá puede aseverar que la retirada no es completa y, por lo tanto, debe seguir combatiendo, y mientras siga combatiendo, Israel puede proclamar que es el único baluarte de la civilización occidental haciendo frente a un eje del mal iraní-libanés, cuyo fin es exterminar a los judíos.
A sus simpatizantes, Hezbolá les dice que seguirá combatiendo hasta que Israel no haga la paz en Gaza, pero las Granjas le dan un resquicio de legitimidad en el Parlamento de Beirut, los Acuerdos de Taif de 1989, que pusieron fin a 15 años de sangrienta guerra civil, preveían el desarme de todas las milicias, excepto las de "resistencia" contra la ocupación israelí del sur del país. Al terminar esta en el 2000, Hezbolá, el único partido que puede colocar una pistola al lado del portafolios, se ha convertido en una fuerza ilegítima, salvo por las Granjas de Shebaa.
Parte de la sociedad libanesa que no es de la cuerda de Hezbolá respalda, pese a todo, a la organización armada, porque al fin y al cabo, se dice, son nuestros hijos de puta. Mejor con ellos que con Israel, qué duda cabe. Y otra parte, sobre todo la resueltamente cristiana de raíces falangistas, no airea en público su profundo odio a Hezbolá ni sus ganas de volver a aliarse con Israel, como ya hizo en los años ochenta, porque mientras Israel siga bombardeando Líbano, ¿cómo se puede proponer nada semejante?
Podrían haber firmado la paz hace mucho. No han querido; al contrario, se guardaron las colinas conocidas como Granjas de Shebaa
Los ataques esporádicos e indiscriminados de Israel contra Líbano son el seguro de vida de Hezbolá y por eso se encarga de provocarlos con regularidad. Para Israel, los ataques de Hezbolá son un seguro de accidente: si por un casual, de forma imprevista, se instaurase un periodo de calma en el frente palestino, siempre queda la opción de un intercambio de cohetes en la frontera libanesa, incluso alguna incursión, para recordar a la ciudadanía que Israel es un país bajo ataque permanente de "los árabes" y por lo tanto, debe votar a un líder fuerte, un hombre capaz de enfrentarse al mundo entero sin melindrerías como el respeto a la legislación internacional y los derechos humanos, un hombre que vale su peso en uranio.
Es posible que el ataque de los mensáfonos y radiotransmisores se haya desencadenado ahora precisamente por esta razón. Para abrir a lo grande un frente de guerra necesario si hay que apagar el del sur. No sabemos qué se habla en los canales secretos entre Washington y Jerusalén, pero puestos a especular, ¿podría ser que el viejo Joe Biden, que ahora que ya no tiene nada que perder, le haya puesto un ultimátum a su amigo Benjamín Netanyahu? Desde Jimmy Carter no es raro entre expresidentes estadounidenses lamentar en público las maniobras israelíes contra la paz de las que ellos fueron cómplices; Biden es ya prácticamente ex, pero con capacidad de firma hasta el 20 de enero. Peligroso. ¿Qué pasaría si le exige en serio instaurar el alto el fuego en los términos que el propio Netanyahu propuso en mayo pasado, obviamente, sin intención de cumplirlos?
El precio de descubrir el pastel
En tal caso, Netanyahu tiene una puerta de huida hacia delante. Firmar, dejar que en Gaza se las apañen entre Hamás, Egipto, Jordania, Estados Unidos y quien quiera apuntarse al berenjenal de una fuerza multinacional, y, rápidamente, continuar la guerra en el frente norte. Con un despliegue de destrucción similar, al menos en términos mediáticos, y con una incursión en territorio libanés que mantenga a la ciudadanía israelí ocupada y apartada del irresoluble conflicto entre laicos y religiosos, que amenaza con romper el país. Porque la guerra, eso no lo dijo Clausewitz, es la continuación de la política interior con otros medios.
Es posible, pues, que el ataque a Hezbolá anuncie un próximo fin de los bombardeos en Gaza. Pero no necesariamente. También puede ser cierta la versión filtrada a la prensa. Que Israel lanzó la operación porque supo que alguien en Hezbolá estaba a punto de descubrir el pastel. Un pastel preparado y cocinado desde hace muchos meses. Podemos dar por hecho que agentes del Mossad intervinieron en la cadena de fabricación e importación de los dispositivos, colocando explosivos en los aparatos o las baterías. Se habla de una remesa de mensáfonos comprada hace cinco meses, se lee que en el caso de los radiotransmisores, se trataba de baterías manipuladas y compradas hace solo dos semanas. En todo caso, es verosímil que una operación de esta envergadura se descubriría en algún momento y que, avisado por un topo, Israel eligiera apretar el botón sin demora.
Si este es el caso, no nos permite sacar conclusiones geopolíticas ni especular con maquinaciones de Netanyahu. La fecha sería casualidad.
¿Y las consecuencias? Hezbolá responderá, como anunció Nasralá el jueves, decidiendo "tiempo, lugar y tipo de la respuesta", una frase prefabricada. No tiene prisa. Eso sí, para demostrar que no ha cambiado nada esencial, la milicia lanzó de inmediato algunos cohetes, incluso con mejor puntería que la habitual: murieron dos militares israelíes.
Probablemente, ahí se quedará todo, por parte de Hezbolá. Como organización extremadamente profesional sabe cuándo hay que encajar un golpe del enemigo. Ahora mismo tiene casi cuatro mil mandos de medio nivel heridos, recuperándose en los hospitales y, por lo tanto, lo que es peor, expuestos públicamente como miembros del movimiento. Con la tarea de reorganizar la comunicación interna y de descubrir quién en el departamento de logística pudo ser el topo, no es el momento de lanzarse a grandes ataques de venganza. Si Netanyahu quiere la guerra total, el primer paso lo tendrá que dar él.
Quizás alguien piense que la momentánea debilidad de Hezbolá es el momento de entrar a saco e intentar destruir la milicia. Pero eso es ilusorio. Lo que las fuerzas armadas israelíes no consiguieron en 2006, no lo conseguirán hoy. Pueden faltar mensáfonos; no faltan fusiles ni guerrilleros entrenados para una resistencia encarnizada en sus colinas.
Si el momento efectivamente fue casual, probablemente también Netanyahu dejará todo ahí. Le bastará con apuntarse una enorme victoria moral en la opinión de todo Israel, especialmente en el bando que lo detesta. Porque ese otro Israel, el estamento laico sionista —y sionista en su origen quiere decir opuesto a la religiosidad, a la ortodoxia—, esa vieja guardia que se considera heredera de los fundadores de la nación frente a los advenedizos del frente fascista-religioso de Netanyahu, al que casi consiguió derrocar con las inmensas protestas del verano de 2023 antes de que lo salvara el ataque de Hamás, ese otro Israel también está de fiesta tras el golpe infligido a Hezbolá. Y, aunque no se lo apuntará a la cuenta personal de Netanyahu, sino a la del Mossad, que no se lleva especialmente bien con el primer ministro, la operación le ha subido la moral al país entero. No vamos tan mal, se dirán, pese a Bibi. Somos grandes.
Porque a esa vieja guardia sionista, que se cree liberal y parte de la civilización europea, siempre les ha parecido un poco primitivo, un poco bárbaro, un poco indigno de un país ilustrado como Israel, lo de arrasar barrios enteros y matar a decenas de miles de civiles. No exactamente por los civiles, que son palestinos, sino por los militares, que son judíos. Les repugna en el fondo ver su noble Ejército convertido en una brutal soldadesca dedicada a matar sin ton ni son. No es como se quieren ver en el espejo. Prefirieron imaginar Israel como la lumbrera mundial de la inteligencia en el sentido civil y militar, lleno de premios Nobel, de ingenieros inventores de mensáfonos trampa, de agentes capaces de infiltrarse en cualquier banda de malhechores, de cerebros dedicados a planificar golpes precisos y mortales. Infundiendo en el mundo entero, no solo temor a la fuerza de Israel, sino, sobre todo, respeto a su capacidad intelectual.
Golpes precisos, se dijo. El que prácticamente todas las víctimas hayan sido efectivamente miembros de Hezbolá permite una celebración no enturbiada por la sangre de inocentes. O casi. Dos niños en un total de 32 muertos, el 6 %. Daños colaterales mínimos. En comparación. Y no solo en comparación con Gaza, donde la tasa de menores muertos en los bombardeos se acerca al 40% —16.000 de 40.000, se estima— sino también mínimos comparados con Cisjordania, ese territorio bajo pleno control de Israel, donde desde el 7 de octubre, militares y colonos israelíes han matado a unos 680 palestinos, entre ellos 150 menores: sí, el 20 %.
Pero eso no es terrorismo, claro, porque no son dentistas, solo son palestinos. Y esa vieja guardia que quiere ver un Ejército noble matando sin sangre por medio, nunca ha tenido el valor de imaginar un futuro de su país en el que no haya que seguir matando.
Unos treinta muertos, quizás cuarenta, entre ellos dos o tres niños, y unos cuantos millares de heridos. Un día muy normal, casi tranquilo, en el frente de Gaza. Nada que reseñar. Ah, pero no es Gaza. Es Líbano. Ahora sí es un titular bomba, que suscita incluso encendidos debates éticos: hacer estallar simultáneamente cientos de mensáfonos y radiotransmisores en manos de la milicia libanesa Hezbolá, causando muerte y destrucción en mercados, negocios y hospitales, ¿no será terrorismo?
- La ventana de oportunidad de la guerra: Hezbolá está 'sorda' e Israel moviliza tropas hacia Líbano Mónica Redondo. Tel Aviv A. Sanz
- Israel lanza más de 50 bombardeos contra varios puntos del sur del Líbano EFE
- Cientos de dispositivos explotando al unísono: ¿el inicio de la guerra total entre Israel y Hezbolá? Mónica Redondo. Kibbutz Metsuva (frontera entre Israel y Líbano) L. Proto