Diez años del 'sí' escocés a Reino Unido: la Escocia que votó el referéndum no es la de hoy
El 44% de los escoceses votaría hoy a favor de abandonar Reino Unido, casi el mismo porcentaje (45%) que votó por el “sí” en 2014. Sin embargo, los nacionalistas no cuentan con estrategia, líderes carismáticos ni entusiasmo
La cineasta Jane McAllister comenzó en 2014 a seguir con su cámara el activismo de su padre, pensando que estaba capturando el renacimiento de una nación. Pero la historia fue otra. Y la manera en la que ella la cuenta, desde luego, no es desde el prisma más objetivo. To See Ourselves (Vernos a nosotros mismos) presenta a los independentistas escoceses como personas decentes y amantes de la música, y a sus oponentes como matones, con acento inglés y no pocas veces borrachos. La conclusión es que el referéndum de secesión se perdió porque los escoceses eran demasiado tímidos y creyeron demasiadas mentiras unionistas.
El documental se proyectaba este martes en Glasgow en un acto organizado por el periódico independentista The National. Al público le encantó. Pero un grupo que habla tan a menudo sobre el brillante futuro de Escocia se está acomodando demasiado recordando el pasado... en lo que quizá no es la mejor dinámica para analizar con realismo el presente.
Se cumplen diez años del histórico plebiscito de septiembre de 2014 —pactado con el Gobierno central— donde los escoceses tuvieron la oportunidad de elegir su destino. Por un momento, se llegó a creer que los independentistas lograrían su sueño. Ante semejante posibilidad, el entonces premier David Cameron llegó incluso a pedir auxilio a Isabel II quien, a la salida de misa (donde se leyó una oración para “pedir a Dios que nos salve de opciones erróneas”), recalcó ante los parroquianos una frase que resultaría lapidaria: “Espero que la gente piense con mucho cuidado sobre su futuro”.
Escocia es ahora un lugar muy distinto. El apoyo a la secesión no ha cambiado. El 44% de los escoceses votaría hoy a favor de abandonar Reino Unido, según una última encuesta de YouGov, casi el mismo porcentaje (45%) que votó por el “sí” en 2014. Sin embargo, una década después, los nacionalistas no cuentan con estrategia, líderes carismáticos ni entusiasmo.
En un más que discreto acto celebrado este miércoles para marcar el aniversario de la consulta, el responsable del Ejecutivo de Edimburgo, el nacionalista John Swinney —quien ya dirigió el partido entre 2000 y 2004— ha recalcado que Escocia “está ahora más cerca de lograr la independencia” porque el referéndum llevó a Holyrood a obtener más poderes que han demostrado su capacidad para tener un “impacto positivo” en las vidas de los escoceses. “Nunca he estado más convencido” de la causa de la independencia, señaló, citando la “dura realidad del control de Westminster”. Pero solo el 30% del electorado cree realmente que verá en vida una Escocia independiente, frente al 48% que lo ve imposible, según la última encuesta de More in Common.
El Partido Nacionalista Escocés (SNP) sigue al frente del Ejecutivo de Edimburgo. Pero la máquina secesionista lleva tiempo atascada. En la última década, han tenido cuatro líderes distintos (tres de ellos solo en los últimos dos años). En las elecciones generales de julio, cayeron de 43 a nueve escaños. El otrora formidable dúo formado por Alex Salmond y Nicola Sturgeon está roto y más que enemistado. Él fue acusado de múltiples casos de conducta sexual inapropiada (de los que fue absuelto) y ella ha sido detenida en un proceso donde su marido (antiguo director ejecutivo del partido) ha sido acusado de malversación de fondos.
La formación, que tras la derrota en la consulta alcanzó un número récord de afiliados (más de 100.000) ha sufrido ahora un éxodo a favor del laborismo, que podría poner fin a dos décadas de dominio del SNP en el parlamento de Holyrood en los comicios escoceses previstos para 2026.
Pese a que los independentistas aceptaron en su día que el referéndum de 2014 sería “único en una generación”, consideran ahora que el Brexit ha cambiado por completo las reglas de juego, ya que una Escocia independiente aspiraría a ser miembro de la UE.
El problema es que han terminado atrapados en una cruenta guerra civil, sin lograr desarrollar un programa político coherente para llenar el enorme vacío de su razón de ser, fingiendo que una nueva consulta popular era inminente, cuando está claramente fuera de la agenda.
Hay un obstáculo constitucional — en noviembre de 2022, la Corte Suprema británica dictaminó que el Parlamento escocés no podía legislar para una votación sin el permiso de Westminster — y otro electoral — el apoyo a la independencia nunca ha logrado una mayoría sostenida y clara del tipo que podría haber obligado al Gobierno central a acceder a sacar de nuevo las urnas —.
Y el descarrilamiento del SNP pone la puntilla. Sigue siendo el principal partido secesionista, pero la creación de Alba — fundado precisamente por Alex Salmond, exlíder del SNP — no beneficia a la estrategia porque divide aún más el voto. Aunque el otrora Braveheart del Siglo XXI sigue diciendo que la independencia será una realidad “en la próxima década”.
En mayo de 2021, el SNP se quedó a tan solo un escaño de la ansiada mayoría absoluta en las elecciones al parlamento de Edimburgo, pero el resultado siguió siendo considerado un triunfo histórico al conseguir su cuarto mandato consecutivo en Holyrood.
Una renuncia que anunciaba el fin
Con todo, la radical postura tomada por la dirección del partido respecto a la identidad de género — eliminado incluso la necesidad de un diagnóstico médico — fue un punto de inflexión para marcar el inicio del fin. Fue precisamente esta cuestión lo que precipitó la renuncia de Nicola Sturgeon. La sucesora de Alex Salmond, la que fuera estrella independentista, está investigada ahora por la policía por la misteriosa donación de 667.000 libras (761.000 euros) para un nuevo referéndum que nunca existió. Su marido Peter Murrell — ex director ejecutivo del SNP desde 1999 hasta 2023 — ya ha sido acusado formalmente por malversación de fondos.
Las preguntas difíciles sobre el estado de la nación son cada vez más difíciles de eludir. La producción económica muestra un crecimiento modesto. Los salarios escoceses han superado la media del Reino Unido, gracias en parte a los generosos acuerdos salariales del sector público. Sin embargo, las optimistas proyecciones sobre los ingresos del petróleo del mar del Norte no han cumplido y el déficit del gasto público sigue siendo un problema acuciante. La atención sanitaria tiene sus problemas, con tiempos de espera cada vez más largos y objetivos de tratamiento constantemente incumplidos, que se han visto afectados significativamente por la pandemia. En educación, a pesar de que hay más profesores, el rendimiento escolar está muy por detrás del de Inglaterra.
Escocia se enfrenta a una transición demográfica difícil (se espera que la población en edad de trabajar alcance su punto máximo este año) y a una brecha inminente entre gastos e ingresos del 3,5% para 2027-28, según señala el think tank Instituto de Estudios Fiscales. En definitiva, esta vez sí, parece que ha llegado el fin de una era. El independentismo, hoy por hoy, ha dejado de ser un potente movimiento romántico. Se impone la realidad.
La cineasta Jane McAllister comenzó en 2014 a seguir con su cámara el activismo de su padre, pensando que estaba capturando el renacimiento de una nación. Pero la historia fue otra. Y la manera en la que ella la cuenta, desde luego, no es desde el prisma más objetivo. To See Ourselves (Vernos a nosotros mismos) presenta a los independentistas escoceses como personas decentes y amantes de la música, y a sus oponentes como matones, con acento inglés y no pocas veces borrachos. La conclusión es que el referéndum de secesión se perdió porque los escoceses eran demasiado tímidos y creyeron demasiadas mentiras unionistas.
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