Las elecciones en Alemania dejan mal sabor en Bruselas: Scholz sigue al volante, pero de un coche fúnebre
Los buenos resultados de AfD empeoran la situación de Scholz, agravando la crisis de liderazgo de la Unión, y muestran que la inmigración es el gran reto político para Europa
Tras la debacle de la coalición de gobierno en las elecciones regionales de Turingia y Sajonia, ¿hay alguien al volante en Alemania? La respuesta para Bruselas está clara: sí, Olaf Scholz, canciller alemán, está al volante. El problema, durante algún tiempo, fue que por la estructura del Gobierno federal él podía estar al volante, pero sus socios de gabinete, los liberales del FDP, tenían el control del freno de mano, y sus otros socios, los Grüne (verdes) tenían bien agarrada la palanca de cambios. Y así es muy difícil controlar la situación. A esto hay que añadir que en los últimos tiempos se ha extendido la sensación de que independientemente de si Scholz puede controlar o no el coche del que está al volante el dato clave es que se trata de un coche fúnebre.
Con las elecciones federales a la vista, en octubre de 2025, los socios de Gobierno han encajado durísimas derrotas en las elecciones regionales de este pasado fin de semana. Y no es solamente el pésimo resultado de socialdemócratas (SPD), liberales y verdes lo que hay que destacar. En Turingia el partido de extrema derecha Alternativa para Alemania (AfD) se hizo con la victoria, y en Sajonia quedó en segundo lugar y cerca de los democristianos de la CDU, favoritos para las elecciones federales del año que viene.
Los resultados dibujan un escenario muy negativo para Scholz y su coalición. El FDP ya está más preocupado por su supervivencia que por su trabajo dentro del Gobierno y las divisiones, acentuadas por la necesidad de los liberales de desvincularse ante su electorado del SPD y de los ecologistas, provocan que Alemania sea un socio más imprevisible. Cuando en Berlín no hay acuerdo, en Bruselas a los representantes alemanes les toca abstenerse, lo que se conoce como el ‘voto alemán’. En el pasado era una excepción, fruto de la fuerte descentralización que existe en el Gobierno alemán con respecto a los asuntos europeos, lo que provocaba que en caso de Ejecutivos de coalición pudieran surgir desavenencias los representantes alemanes se vieran obligados a abstenerse en Bruselas. Pero últimamente se está convirtiendo cada vez más en una norma y no en una excepción. Y eso ha provocado ya tensiones en varias votaciones.
Sumado a la sensación de que Scholz tiene extremadamente difícil cambiar la tendencia y que parece claro que la CDU le pasará por encima en las elecciones de octubre de 2025, provocan que Berlín traslade la imagen de estar en un punto muerto, a la espera de que se agote la actual legislatura. Incapaz de liderar, incapaz de ofrecer ideas, solamente bloqueos. Además, se añade la incertidumbre de qué va a ocurrir a partir de octubre de 2025, con una CDU que lidera todas las encuestas pero que deberá todavía definiri su liderazgo y encontrar una mayoría en el Bundestag. Ello en un momento en el que el otro gran motor político de la Unión, Francia, se encuentra también inmerso en una grave crisis política tras la maniobra de Emmanuel Macron, presidente francés, que provocó en julio la elección de una Asamblea Nacional difícilmente gobernable.
Sin Alemania ni Francia en posición de ejercer su papel de liderazgo, con un Parlamento Europeo más dividido que nunca y con una extrema derecha que cada vez tiene más presencia en el Consejo de la Unión Europea (donde están representados los Estados miembros) al contar con más ministros, la Unión se enfrenta a una gobernabilidad más compleja justo en un momento que requiere de agilidad y capacidad de adaptación en un contexto geopolítico enormemente complejo.
Inmigración y euroescepticismo
La victoria de AfD no era inesperada, lideraba las encuestas desde hacía meses. La noticia se ha digerido con más gravedad que preocupación. Nadie quiere extrapolar dos resultados regionales a un escenario nacional, pero todo el mundo entiende que cada paso adelante que da el partido de extrema derecha favorece la ruptura del tabú, especialmente entre los votantes más jóvenes. Hay decenas de razones que explican el crecimiento de AfD, desde el miedo a la inmigración, aderezado con incidentes como el asesinato de tres ciudadanos en Solingen (Renania del Norte - Westfalia) por parte de un solicitante de asilo sirio, hasta cuestiones muy particularmente alemanas, como la historia reciente de Alemania oriental, la mitad que se considera perdedora de la unificación después de la Guerra Fría. En Bruselas, lejos de la lectura pormenorizada de las razones detrás de estos dos buenos resultados para AfD, se busca captar el relato general y sus consecuencias para Europa.
Más allá de empeorar la situación para Scholz y por lo tanto añadir problemas a esa crisis de gobernabilidad y liderazgo a la que se enfrenta la UE, la primera conclusión es que tras las elecciones europeas de junio de 2024, en las que la extrema derecha obtuvo muy buenos resultados, la victoria en Turingia muestra que la ola del nacional-populismo ni ha desaparecido ni ha perdido fuerza. Además, el principal factor para su crecimiento, que es la inmigración, se identifica claramente como un ámbito europeo, aunque en realidad la Unión Europea tenga muy pocos instrumentos para resolver la situación migratoria. Es algo de lo que se es consciente también en las instituciones: de hecho, se convirtió en una obsesión para muchos dentro de las instituciones europeas que se cerrara la reforma del Pacto Migratorio antes de las elecciones al Parlamento Europeo, considerando que era fundamental mostrar a los ciudadanos que la Unión se tomaba en serio el asunto y actuaba.
La segunda es precisamente que el fantasma de la crisis migratoria de 2016, que quedó grabada en el subconsciente de millones de europeos, está volviendo con fuerza desde hace tiempo y empieza a tener efectos políticos muy reales, como se ha visto ya en Italia, en Países Bajos, en Francia y ahora en Alemania. Bruselas ha vivido en relativa calma considerando que el Brexit, la salida británica de la Unión Europea, había vacunado a las fuerzas euroescépticas. Nadie habla ya de salir de la Unión o del euro, el discurso de que abandonar Europa era la solución a todos los problemas se ha agotado.
Pero la inmigración y todo lo que rodea a esta cuestión se está convirtiendo en un combustible mucho más efectivo que el discurso algo gaseoso de la pérdida de la soberanía y unas supuestas élites bruselenses que conspiran contra los intereses nacionales. La inmigración permite dar forma y sentido a un discurso que hasta hace poco se sostenía en el vacío. Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, cuyo liderazgo precisamente se ve reforzado ante la ausencia de fuerza en París y Berlín, es consciente de que se trata de un asunto de primer orden político para la Unión Europea. Se verá reflejado en la composición del próximo Ejecutivo comunitario y la democristiana alemana ha mostrado un endurecimiento de su discurso en los últimos meses.
Tras la debacle de la coalición de gobierno en las elecciones regionales de Turingia y Sajonia, ¿hay alguien al volante en Alemania? La respuesta para Bruselas está clara: sí, Olaf Scholz, canciller alemán, está al volante. El problema, durante algún tiempo, fue que por la estructura del Gobierno federal él podía estar al volante, pero sus socios de gabinete, los liberales del FDP, tenían el control del freno de mano, y sus otros socios, los Grüne (verdes) tenían bien agarrada la palanca de cambios. Y así es muy difícil controlar la situación. A esto hay que añadir que en los últimos tiempos se ha extendido la sensación de que independientemente de si Scholz puede controlar o no el coche del que está al volante el dato clave es que se trata de un coche fúnebre.
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