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Kamala Harris se corona en Chicago: ¿salvadora demócrata o Frankenstein del progresismo?
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Kamala Harris se corona en Chicago: ¿salvadora demócrata o Frankenstein del progresismo?

Los sondeos ponen a Harris un poco por delante de Donald Trump a nivel nacional y al mismo nivel en buena parte de los estados clave

Foto: Kamala Harris en la Convención Demócrata en Chicago. (Reuters/Kevin Lamarque)
Kamala Harris en la Convención Demócrata en Chicago. (Reuters/Kevin Lamarque)

A primera vista parece la nueva Barack Obama, la “Barack Obama mujer”. Si uno pasea por Chicago estos días, verá su retrato multicolor elaborado por el mismo artista que diseñó el famoso Hope de 2008. Ahora la palabra es Forward, “hacia delante”, y el rostro mestizo es el de Kamala Harris. El futuro de Estados Unidos en carne y hueso, la “guerrera alegre” que matará políticamente a Donald Trump y hará que los norteamericanos se puedan mirar con orgullo, una vez más, al espejo.

O este es el sueño de los demócratas; y lo cierto es que, de momento, la operación da sus frutos. Los sondeos ponen a Harris un poco por delante de Donald Trump a nivel nacional y al mismo nivel en buena parte de los estados clave. Los demócratas han dominado la atención desde el 21 de julio y reventado todos los récords de recaudación. En sus primeros 10 días, la campaña de Kamala Harris amasó más dinero que la de Joe Biden en 15 meses. Pese a ser la candidata del Gobierno y, por tanto, representar al sistema, Harris está vistiéndose con la ropa del cambio. Les ha quitado la palabra “Libertad” a los republicanos y se vende como un nuevo horizonte.

“Con estas elecciones, nuestra nación tiene una valiosa y efímera oportunidad para superar la amargura, el cinismo y las divisivas batallas del pasado, y trazar un nuevo camino hacia el futuro”, declaró Kamala Harris en su discurso de aceptación de la nominación demócrata. “Seré una presidenta que nos una en torno a nuestras más altas aspiraciones. Una presidenta que lidere. Y que escuche. Que sea realista, práctica. Y que tenga sentido común. Y que siempre luche por el pueblo americano. Desde los tribunales hasta la Casa Blanca, esa ha sido la obra de mi vida”.

Foto: El expresidente Barack Obama durante su intervención. (Reuters/Alyssa Pointer)

La candidata demócrata, de 59 años, contó que la razón por la que se hizo fiscal fue para proteger a personas como una buena amiga suya que, una vez, le confesó que estaba siendo abusada sexualmente por su padrastro. Kamala Harris usó este punto de su biografía para retratarse como una defensora de la justicia en el nombre del pueblo. Una relato que empleará para procesar al criminal convicto, Donald Trump, y para respetar el imperio de la ley y “la transferencia pacífica de poder”. Una referencia al intento de Trump de perpetuarse en la presidencia tras perder en 2020.

El discurso de Harris fue la aparente cumbre de la fiesta salvaje y ruidosa que viven los demócratas desde hace un mes, pero, si levantamos un momento la gruesa alfombra de emociones, oratoria y cartelería, nos topamos con una pregunta difícil de responder: ¿quién es, realmente, Kamala Harris? Resolver o disimular este enigma ha sido la misión principal de la convención zanjada anoche en Chicago.

Harris, un perfil a medida

Kamala Harris está hecha de muchos pedazos distintos, algunos contradictorios, lo cual ha permitido a los demócratas fabricarle un perfil a medida en un mes, de forma urgente. Aunque todo el mundo conoce a Kamala Harris, la vicepresidenta y aspirante no ha tenido que someterse a la lupa feroz de unas primarias, con decenas de mítines, debates, entrevistas y todo tipo de pruebas mediáticas y políticas. Este hueco narrativo, sumado a la ola de entusiasmo liberada por la marcha de Joe Biden, ha permitido a su equipo canalizar los ímpetus y proyectar una lideresa ideal.

Así que el partido ha cogido los diferentes trozos de Harris, su identidad negra y asiática, su reputación dura con el crimen y sus posturas feministas, y los ha cosido entre sí. El resultado es una figura singular que también podría ser percibida como una especie de Frankenstein del progresismo. El misterio es qué une estos pedazos: cuál es su pegamento. Qué yace en el centro de todas estas vicisitudes biográficas y variables principios políticos. ¿Hay un centro de gravedad, un anclaje, o sólo vacío?

Nacida hace 59 años en la Bahía de San Francisco, hija de un economista jamaicano que llegaría a ser profesor en la Universidad de Stanford y de una científica biomédica india que trabajaba en Berkeley, Kamala Harris tuvo una infancia realmente sincrética. Jugaba con niños afroamericanos, vivía a pocos bloques del cuartel de las Panteras Negras y visitaba a su familia paterna en Jamaica, pero también iba a la India y practicaba tradiciones indias, y fue al colegio con alumnos blancos en el marco de un proyecto para “desegregar” las escuelas californianas.

Harris bebió desde niña la militancia progresista de San Francisco. Sus padres la llevaron a las manifestaciones en carrito, como ella misma ha recordado muchas veces. Cuando terminó el instituto, Kamala Harris se fue a estudiar a la Universidad de Howard, en Washington DC, estrechamente relacionada con la causa de los derechos de los negros. Una decisión que encajaba perfectamente con su crianza.

Pero luego, a la hora de decidirse por una carrera, Harris dio un aparente golpe de volante en su temprana trayectoria: la joven eligió prepararse para fiscal. Quería estudiar la ley y aplicarla y meter a los malhechores entre rejas. Y ése fue su camino: Kamala Harris fue elegida fiscal del distrito de San Francisco en 2003; ocho años después, fiscal general de California. Y no precisamente una fiscal blanda.

Harris dio un aparente golpe de volante en su temprana trayectoria: la joven eligió prepararse para fiscal

Según Frank Noto, presidente de Stop Crime en San Francisco, Kamala Harris ganó las elecciones a fiscal del distrito al adoptar una postura más conservadora que su rival, Terence Hallinan. Una de las promesas de Harris fue elevar el ratio de condenas de la fiscalía, que con Hallinan era del 52%. 30 puntos menos que la media estatal.

El plan estrella de la fiscal Harris era el de acabar con el absentismo escolar, considerado la puerta de entrada a una vida de crimen y desorden. Su oficina encontró una fórmula: ¿y si hacemos a los padres responsables de que sus hijos vayan a la escuela? En el caso de que el alumno falte a clase, serán los padres quienes reciban la amonestación, la multa, o, incluso, una pena de cárcel. El plan fue aceptado como una estrategia original y preventiva; una forma de persuadir a las familias a mantener a sus hijos encarrilados y lejos de las drogas y de la violencia.

Sin embargo, su implementación resultó ser más complicada de lo que parecía. El equipo de Harris empezó a presionar a las familias donde el absentismo era más común: las familias negras. De un día para otro, madres solteras que tenían dos o tres empleos se veían agobiadas, también, por la amenaza de acabar en el banquillo. Si sus hijos no iban a clase, iban a tener que pagar un precio, lo cual generaba otro tipo de problemas socioeconómicos. Y una forma nueva de discriminación racial.

Foto: Joe Biden, en la convención demócrata. (EFE/EPA/Justin Lane)

El plan entró en vigor casi al mismo tiempo que Harris ganaba las elecciones a fiscal general de California, un puesto desde el cual endureció la ley. Los padres cuyos hijos faltaran a clase afrontarían multas de hasta 2.500 dólares y penas de un año de prisión. “Estamos dándoles un aviso a los padres”, dijo Harris en su discurso de investidura. “Si fracasáis en vuestra responsabilidad con vuestros hijos, vamos a asegurarnos de que afrontéis toda la fuerza y las consecuencias de la ley”.

Pero, a medida que afloraban los detalles de su aplicación y la historias personales de familias afectadas, la ley fue volviéndose impopular. Sus críticos alegaban que la responsabilidad de negociar con las familias para asegurarse de que los niños fueran a la escuela residía en el Departamento de Educación, no en los tribunales.

Preguntada por esta polémica años después, durante su fallida campaña presidencial de 2020, Harris se clasificó como una “fiscal progresista” que había buscado cambiar el sistema, hacerlo más justo, desde dentro: desde sus entrañas. La misma idea que la había llevado a querer ser fiscal. Según sus palabras, el plan contra el absentismo sólo había intentado conectar a los padres con mayores recursos públicos.

¿Quién es Kamala?

Quién es Kamala Harris, entonces, ¿una vibrante activista de izquierdas o uno de los instrumentos más afilados de las fuerzas del orden, sobre todo de cara a las comunidades de color? Esta es la paradoja esencial, el baile de posiciones que se ha dado en las sucesivas campañas de la ahora candidata a la presidencia.

Nuevo escalón: el Senado. La candidata Harris lo tenía todo para dar el salto a la política nacional, y eso hizo. Pero su victoria se dio en un momento extraño: noviembre de 2016. Al mismo tiempo que todo el Partido Demócrata descendía a un estado de pánico tras la derrota de Hillary Clinton frente a Donald Trump. Y en esos tiempos de congoja la figura de Harris destacó inmediatamente en el paisaje. He aquí una mujer de color, dinámica, con su curiosa historia personal, su experiencia y su fama de firme. ¿Y si estamos ante la futura primera presidenta de EEUU?

La comunicación contemporánea consiste en pequeños fragmentos virales y los interrogatorios de Kamala Harris a los pobres y temblorosos republicanos que pasaban ante el Senado funcionaron bien en Twitter y en los informativos. Harris había puesto contra las cuerdas a mafiosos, violadores, pedófilos, criminales de la más espantosa índole. Un juez estirado como Bret Kavanaugh, o un político de Alabama como Jeff Sessions, no se le iban a resistir. La izquierda americana disfrutó mucho viéndoles titubear ante una senadora fuerte y con las ideas claras.

placeholder La candidata a presidenta, Kamala Harris. (EFE/Will Oliver)
La candidata a presidenta, Kamala Harris. (EFE/Will Oliver)

Kamala Harris escuchó los susurros que la animaban a competir por el premio gordo y en 2019 anunció campaña presidencial. Empezó muy bien. En el primer debate le atizó a Joe Biden un golpe durísimo, lo acusó de haber apoyado políticas racistas que había sufrido una pobre niña de color como ella. Funcionó. Durante semanas prevaleció en las encuestas. Había nacido una nueva Barack Obama, una Barack Obama mujer. En El Confidencial le hicimos un perfil en agosto de 2019.

Luego todo saltó por los aires. Resulta que Kamala Harris a veces decía unas cosas y otras veces decía otras. Los votantes no sabían si estaban ante una activista o ante una demócrata clintoniana. La lista de políticas en las que ha cambiado de parecer, a veces en poco tiempo, incluye la implementación de una sanidad pública universal, la legalización de la marihuana, la explotación energética por fracturación hidráulica y el recorte de personal de la policía migratoria. Las campañas presidenciales son mucho más observadas que las locales o estatales, y los trozos biográficos que componen a Harris se fueron descosiendo bajo la intensa mirada pública.

Según la periodista Elaina Plott Calabro, que escribió un formidable perfil de la vicepresidenta en The Atlantic, Harris es fiscal hasta la médula. Y los fiscales habitan un mundo preciso, factual y muy estrecho, alejado de las grandes y elocuentes visiones de futuro. De ahí, quizás, que Harris se haya comportado como una anguila, eludiendo dar su opinión, resbalándose entre las preguntas de los reporteros.

Harris es fiscal hasta la médula. Y los fiscales habitan un mundo preciso, factual y muy estrecho, alejado de las grandes visiones

Otra cosa que dice Plott Calabro es que Kamala Harris está mucho más cómoda haciendo preguntas que respondiéndolas, como demostró en los interrogatorios del Senado. Pero la política, sobre todo a nivel nacional, funciona al revés: es ella la que ha de ofrecer respuestas. Esta podría ser la clave de por qué se deshizo su campaña de 2020 y por qué, en 2024, lleva dos meses sin sentarse con un periodista.

A Joe Biden le dolió personalmente el ataque de Kamala Harris, pero corría el año 2020. El año de la pandemia y del asesinato de George Floyd, que desencadenó las mayores protestas raciales en medio siglo. El Partido Demócrata se volcó en la causa del identitarismo y Joe Biden buscaba vicepresidente. Siendo un hombre mayor blanco, y siendo 2020, su compañera tenía que ser una mujer de color. El candidato anotó en su libreta los puntos a favor y en contra de Harris. El saldo salió positivo.

El dúo ganó las elecciones y los demócratas entendieron, porque así se lo había sugerido varias veces el propio Biden, que Kamala Harris recibiría de las ajadas manos de ‘Scranton Joe’ la batuta presidencial en 2024. Sería su sucesora: la representante de una nueva generación de líderes progresistas.

Foto: El candidato demócrata a vicepresidente, Tim Walz. (Reuters/Brandan Mcdermid)

Pero su vicepresidencia empezó con tropiezos y montones de artículos críticos. Quizás no todo fue culpa suya. Joe Biden le adjudicó la cartera más ingrata de la historia: inmigración. Más concretamente, arreglar las causas de la inmigración irregular desde Centroamérica. Un problema inmenso, que emana de varios países y que, de ser resuelto, lo será dentro de 10 o 20 años, no en un mandato.

Allá se fue Kamala Harris, a Centroamérica, a decirles a los guatemaltecos que ni se les ocurriera viajar ilegalmente a Estados Unidos. “No vengáis. No vengáis”, dijo la vicepresidenta, con rostro helado, en Ciudad de Guatemala. Su misión era estudiar las raíces del problema e invertir en estos países para fomentar las oportunidades en ellos, pero lo que cuenta es el fragmento viral. Y el fragmento decía: “No vengáis”.

Al marrón de la tarea encomendada por Biden, que por cierto había recibido en su día un encargo similar de Barack Obama y puede haber querido vengarse de ello en la figura de Harris, se unió el problema del vacío: de no saber responder de forma compleja y persuasiva a determinadas preguntas. El periodista Lester Holt, de MSNBC, puso a Harris contra las cuerdas con el tema migratorio. Harris dudó, trató de escurrirse entre las preguntas y su dañada popularidad cayó aún más bajo. Su visible confusión ante el periodista, que le preguntó por qué no había visitado la frontera, sigue siendo uno de los fragmentos más aprovechados por los republicanos.

Un equipo adecuado

Otro problema de Harris era su aparente incapacidad para encontrar al equipo adecuado. Según la agencia a favor de la transparencia pública Open the Books, el 92% del equipo original de Kamala Harris ha dejado su puesto en estos cuatro años. En otras palabras: de las 47 personas contratadas inicialmente, sólo quedan cuatro. Algunos testimonios de los subalternos, poco favorecedores, afloraron a los diarios.

En este punto la vicepresidenta Harris pareció cansarse. Empezó a limitar sus entrevistas y sus apariciones públicas, donde tendía a perderse en un bosque de vaguedades y lugares comunes. Si la vicepresidencia ya es, de por sí, un puesto secundario, Harris la llevó un poco más allá: la volvió casi invisible. Y su índice de aprobación se quedó hundido. Por debajo del de Joe Biden. Por debajo, incluso, del de su antecesor, el vapuleado número dos de Donald Trump, Mike Pence.

A mediados de 2022, sin embargo, el Tribunal Supremo de Estados Unidos arrojó una oportunidad a Kamala Harris: la mayoría de jueces conservadores, tres de ellos elegidos por Trump, derogó la protección federal a la ley del aborto. La decisión golpeó las entrañas de los progresistas norteamericanos, especialmente de las mujeres. Un estado republicano tras otro empezaron a prohibir el aborto o a hacerlo prácticamente imposible, sirviéndoles a los demócratas una cruzada que liderar y de la que sacar réditos políticos, como demostraron las elecciones de medio mandato.

Foto: El Gobernador de Minnesota, Tim Walz, habla con la prensa tras asistir a una reunión con el Presidente de Estados Unidos, Joe Biden, y otros gobernadores demócratas. ( REUTERS/Elizabeth Frantz)

Como persona bregada en los detalles de la ley y como mujer, Kamala Harris tenía por fin una cartera extraoficial de la que sacar provecho: la defensa de los derechos reproductivos. La Casa Blanca la despachó en reuniones, mítines y entrevistas para coordinar estos esfuerzos, y los fragmentos audiovisuales que circulaban al respecto ya no eran tan negativos como los del pandemonio de la inmigración irregular.

Según Astead W. Herndon, periodista de The New York Times que sigue desde hace años a Kamala Harris, la vicepresidenta aprovechó también para desarrollar sus conexiones políticas y especializarse en trabajar entre bastidores. Una labor silenciosa que le habría servido, hace un mes, para asegurar rápidamente los apoyos necesarios para convertirse en la candidata presidencial en sólo 48 horas.

En un ejemplo de la plasticidad y de las sorpresas que guarda la política, el subidón demócrata del último mes ha elevado la figura de Harris a un nivel que nadie se hubiese creído hace poco más de un mes. En la calle la popularidad de Harris ha aumentado 13 puntos, según la última encuesta de Gallup, y, en el oficialismo, uno tras otro los barones demócratas han ido desfilando por el escenario del United Center de Chicago para halagar a Harris: la mujer sensible y combativa, la líder nueva y experimentada. La persona que necesita la causa progresista en EEUU y el mundo.

Los republicanos, claro, no se lo creen. Piensan que esto sólo es márketing y que la campaña de Kamala Harris, una vez más, saltará por los aires

Los republicanos, claro, no se lo creen. Piensan que esto sólo es márketing y que la campaña de Kamala Harris, una vez más, saltará por los aires. Sólo tienen que esperar a que acabe la fiesta, a que los demócratas vuelvan a probar la amargura de la realidad y del vacío que anida entre las piezas cosidas del Frankenstein progresista.

“¿Pueden los demócratas y unos medios cooperantes tener éxito en la reconfiguración de la vicepresidenta Kamala Harris, desde esa pifia electoral verbalmente torpe, políticamente inepta y favorecedora de políticas ruinosas que todos hemos visto en los últimos cinco años, en una Santísima Trinidad de Juana de Arco, [la líder abolicionista] Harriet Tubman y Margaret Thatcher que se nos ha presentado en las últimas dos semanas”, se preguntaba, el 5 de agosto, el periodista de The Wall Street Journal Gerard Baker, dando voz al sentir conservador.

Durante el discurso que clausuró anoche la Convención Nacional Demócrata, en el que Harris se refirió continuamente a sus experiencias en la Administración, como si quisiera rellenar de huesos y tejidos ese traje de propaganda que se le ha hecho este mes, dijo que ya había estado en una situación parecida. “Nos subestimaron a cada momento, pero nunca abandonamos”, señaló, en referencia a sus elecciones a fiscal y luego a senadora. “Porque el futuro es algo por lo que merece luchar. Y esa es la lucha en la que estamos ahora. Una lucha por el futuro de América”.

A primera vista parece la nueva Barack Obama, la “Barack Obama mujer”. Si uno pasea por Chicago estos días, verá su retrato multicolor elaborado por el mismo artista que diseñó el famoso Hope de 2008. Ahora la palabra es Forward, “hacia delante”, y el rostro mestizo es el de Kamala Harris. El futuro de Estados Unidos en carne y hueso, la “guerrera alegre” que matará políticamente a Donald Trump y hará que los norteamericanos se puedan mirar con orgullo, una vez más, al espejo.

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