La sombra del coloso ruso: cómo Gazprom pasó de dominar Europa al hundimiento
Era la tercera empresa más valiosa del mundo. Al comenzar la guerra en Ucrania, batió récords de beneficios. Dos años después, va cuesta abajo y sin frenos. Así cayó la joya de la corona rusa
En su apogeo, la compañía era un auténtico coloso. Su monopolio sobre los yacimientos prácticamente inagotables de gas natural en Siberia, su telaraña de gasoductos extendida a lo largo y ancho del territorio europeo y su capacidad de seducir a Gobiernos de cualquier color con su combustible barato convirtieron a Gazprom en el jugador más importante del tablero energético del continente. En el cenit del boom de las materias primas de 2008, la capitalización de la estatal rusa superó los 360.000 millones de dólares, una cifra que la coronó como la tercera empresa más valiosa del mundo y la mayor de Europa. Para Rusia, un país donde las exportaciones de energía son el pilar fundamental de su economía, Gazprom era la joya de la corona.
Sin embargo, para Vladímir Putin, el verdadero valor de la compañía nunca fue uno económico, sino geopolítico. Una obsesión que, sumada a la ceguera de la directiva, acabaría sumiendo a Gazprom en una crisis para la que, actualmente, no parece haber salida.
En 2023, la compañía, por primera vez desde la llegada de Putin al poder, no registró beneficios. Lo que es peor, experimentó sus peores pérdidas desde la crisis financiera rusa de 1998: 6.800 millones de dólares. Los ingresos procedentes de exportaciones al extranjero se desplomaron un 66% y las ventas a Europa, que antaño llegó a comprar el 40% de todo el gas que consumía a Rusia, cayeron a niveles no vistos desde la década de 1970, representando solo el 8% en 2023. Un hundimiento anual que, advierten los expertos, no debe ser considerado como una anomalía, sino como la nueva realidad para la estatal rusa. “Definitivamente, Gazprom ha perdido su posición privilegiada. Y probablemente esto perdurará durante mucho, mucho tiempo”, apunta Szymon Kardaś, investigador del programa europeo de energía del European Council on Foreign Relations (ECFR), en entrevista con El Confidencial.
¿Cómo pasó Gazprom de dominar Europa a quedar orillada hacia la irrelevancia en el continente? Esta es la historia de la cadena de errores que transformaron al coloso en una sombra de su antigua gloria.
Una compañía como arma
Inmediatamente después de su llegada al poder en el año 2000, Putin recuperó el control estatal de Gazprom, heredera del Ministerio de la Industria del Gas de la Unión Soviética, tras ocho maltrechos años en los que había funcionado como sociedad anónima. Después de colocar a oligarcas leales en los puestos clave de la compañía y asegurarles el control del 65% de las reservas probadas de gas natural de Rusia (además de las que comparte con otros socios energéticos), el presidente ruso rápidamente convirtió a la estatal en una herramienta fundamental para su principal obsesión en política exterior: recuperar y consolidar la influencia perdida en las ex repúblicas soviéticas de Europa.
En su libro “Poder, energía y el nuevo imperialismo ruso”, la analista húngara Anita Orban afirma que el principal objetivo de Gazprom, la única compañía rusa de gas activa en Europa central, “ha sido el de prevenir cualquier intento de diversificar el suministro energético en la región”. “Mientras Rusia siguiera siendo la única fuente de gas natural para estos países, Gazprom y el Kremlin contarían con una considerable capacidad de influir sobre ellos”, apunta la autora.
La Unión Europea fue testigo de la voluntad del Kremlin de utilizar el gas como arma energética nada más comenzar el año 2009. Aquel 1 de enero, en pleno punto álgido del invierno y tras meses de crecientes tensiones entre Moscú y Kiev, el Gobierno de Putin anunció por sorpresa la suspensión total de las exportaciones de gas hacia Ucrania. Una semana después, este cierre fue extendido a 16 Estados miembros de la UE y a Moldavia, obligando a empresas y escuelas en todo el sureste de Europa a cerrar en medio de una ola de frío.
Pero pese a esta clara advertencia, la mayoría de los países centroeuropeos, seducidos por los bajos precios del gas ruso y poco dispuestos a emprender los grandes proyectos de infraestructura necesarios para reemplazarlo, mantuvieron sus vínculos con Gazprom. Algunos, de hecho, los expandieron. Incluso después de la anexión rusa de Crimea en 2014, la Alemania de Angela Merkel recibió con los brazos abiertos la posibilidad de duplicar el flujo de gas mediante el gasoducto Nord Stream 2.
Esta dependencia gasística desarrollada por la mayoría de la Unión Europea —pese a las advertencias de países como Polonia y los Estados bálticos, que reconocían patrones desde Moscú similares a los de la era soviética— acabaría desatando la mayor calamidad energética en el continente desde la crisis petrolera de 1973. En el verano de 2021, como antesala de la invasión a gran escala de Ucrania, Gazprom recortó el suministro a sus clientes europeos justo cuando el almacenamiento de gas de la UE se encontraba en el punto más bajo de su historia. El resultado fue una masiva escalada de precios que llegó a propulsar la electricidad por encima de los 300 euros por megavatio-hora en Europa. Después del inicio de la guerra, la estatal rusa comenzó a exigir pagos en rublos y a cerrar el grifo a aquellos países que se negaran, redoblando la presión sobre los precios.
Gazprom había completado su transformación en arma energética. Y estaba dando resultado. La apuesta de Putin era que Europa sería incapaz de vivir sin el gas ruso. Dos meses después de la invasión, con los precios de la electricidad todavía disparados, el presidente afirmaba en una reunión con uno de sus vicepresidentes que los países europeos “no pueden prescindir de los recursos energéticos, incluido el gas natural”. “Simplemente, no hay un reemplazo razonable para Europa ahora", aseveraba.
Pero Putin perdió su apuesta. La Unión Europea logró navegar la crisis energética mediante la reducción del consumo y la rápida diversificación de sus fuentes de gas. Bruselas y las capitales implementaron medidas de sobriedad energética a la par que aumentaban las importaciones de gas natural licuado (GNL) desde países como Qatar y Estados Unidos. Los países europeos llegaron incluso a reactivar plantas de carbón o aplazar el cierre de reactores nucleares. Lo que hiciera falta. Tras dos años de tormenta, la UE logró superar el chaparrón. A día de hoy, el precio del gas en Europa es diez veces menor que durante el punto álgido de la crisis.
Y mientras el dolor de la UE fue uno temporal, la herida autoinfligida por Gazprom es permanente. Antes de la guerra, Europa era, con diferencia, el mercado más importante para la estatal, representando más del 80% de sus exportaciones. En 2021, Rusia envió alrededor de 132 mil millones de metros cúbicos (bcm) de gas a Europa. En 2023, esa cifra cayó a 24 bcm, un colapso sin precedentes para la compañía. “La disminución en términos de volúmenes fue enorme. Lo cual no es sorprendente, porque si pierdes el mercado más crucial de tu compañía, el impacto financiero es inevitable”, señala Kardás. Una pérdida que es, a todas luces, irreversible, porque cada día que pasa los países de la Unión Europea invierten más en vías alternativas al gas ruso. “Restaurar las exportaciones hacia Europa a los niveles anteriores es imposible”, sentencia el experto.
La pérdida del mercado europeo es, a su vez, un duro golpe para el Kremlin. Como indica la experta en sanciones Agathe Demarais en Foreign Policy, hasta el año pasado, Gazprom aportaba por sí solo alrededor del 10% de los ingresos del presupuesto federal ruso. “Esta avalancha de dinero ahora parece una historia lejana. En 2023, la contribución de la empresa a las arcas estatales (...) se redujo en un 80%. Y, como ocurre con tantas otras empresas que pierden dinero, a Gazprom se le debe ahora un reembolso de impuestos del tesoro”, sentencia.
Una oportunidad perdida
A inicios de la década de 2010, toda compañía gasística que se preciase estaba obsesionada con la nueva bala de plata para aumentar sus exportaciones: el gas natural licuado (GNL). Un modo de transporte de combustible que consiste en enfriarlo a -162 grados Celsius para convertirlo en líquido, reduciendo así su volumen 600 veces. A partir de ahí, puede ser transportado en buques metaneros especializados. Este avance tecnológico no sólo permitía a las compañías superar las limitaciones geográficas y logísticas impuestas por los gasoductos, sino que también abría el mercado global a nuevas oportunidades de comercio global.
Sin embargo, a pesar del amplio abanico de ventajas que ofrecía el GNL para el sector, Gazprom continuó centrado en sus tradicionales rutas de gasoductos. La compañía dio un par de pasos tímidos al respecto, con la construcción de una planta de licuefacción en el extremo oriental de Vladivostok y otra cerca de San Petersburgo, pero otros proyectos no se concretaron debido a obstáculos técnicos, a la falta de financiación adecuada o a dificultades administrativas y burocráticas internas, entre otros factores.
Esta falta de adaptación y respuesta a las oportunidades emergentes del mercado de GNL puso en evidencia las limitaciones de Gazprom frente a otros competidores mucho más pequeños, pero más ágiles, dentro del sector energético ruso. “Al inicio de la década anterior, Vladimir Putin estaba realmente enfadado con Gazprom por haber perdido su mayor ventana de oportunidad para impulsar los proyectos de GNL”, explica Kardás. “Fue probablemente una de las razones por las que, en otoño de 2013, Putin decidió dar su consentimiento para la liberalización de la ley de exportación de gas y permitir a Novatek desarrollar proyectos de exportación de GNL”, agregó.
Es imposible entender la decadencia progresiva de Gazprom durante la última década sin conectarla con el ascenso en paralelo de Novatek. Fundada en 1994 por un grupo de empresarios rusos, la compañía comenzó como un pequeño jugador independiente en el sector gasístico. Sin embargo, desde la mencionada liberalización de 2013, ha vivido una expansión espectacular. A diferencia de la estatal, Novatek ha operado como una entidad comercial privada enfocada en el mercado de GNL, desarrollando infraestructuras de exportación portuaria masivas como Yamal LNG—la cuarta mayor planta de licuefacción del mundo— y beneficiándose de la creciente demanda global de gas por barco.
Como muestra de la divergencia entre ambas compañías, en el mismo 2023 en el que Gazprom reportó una pérdida récord de 6.800 millones de dólares, Novatek obtuvo un beneficio récord de 5.100 millones de dólares. Actualmente, Novatek se encuentra desarrollando el megaproyecto de Arctic LNG 2 —aunque lastrado por un enorme paquete de sanciones de EEUU— y planea la construcción de otra gran instalación en Murmansk. Mientras tanto, como señala un informe de Ignacio Urbasos para Elcano, “Gazprom carece de capacidad relevante para exportar en forma de GNL el gas producido en Siberia Occidental, tradicionalmente exportado a Europa, y no cuenta con gasoductos que permitan su transporte a otros mercados”.
La tortura de China
Esta creciente incapacidad para dar salida a los pozos de gas de Siberia, que durante décadas calentaron los hogares de media Europa, ha dejado a Gazprom con la única opción de recurrir al aliado más importante para Rusia: China. En 2023, la compañía exportó una cantidad récord de 22.7 bcm de gas natural hacia Pekín, casi un 50% más que los 15.4 bcm que vendió al gigante asiático el año anterior, y espera volver a pulverizar esa cifra a lo largo de este 2024.
Pero las esperanzas de Gazprom para su giro oriental se enfrentan a dos limitaciones. La primera, que el gasoducto que conecta a ambos países, denominado Power of Siberia, tiene una capacidad máxima de transporte de 38 bcm anuales, una cifra muy alejada de los más de 130 bcm que llegaron a comprar sus clientes europeos. La segunda es que esta tubería bebe de los yacimientos gasíferos del este siberiano, mientras que los que alimentaban a Europa —y necesitan ahora nuevos destinos— se encuentran en la península de Yamal, en el noroeste.
Es por ello que la estatal tiene todas sus esperanzas depositadas en la aprobación de un nuevo megaproyecto entre ambos países, denominado Power of Siberia 2. Este gasoducto de 2.800 kilómetros de longitud partiría de los pozos de Yamal, cruzaría Mongolia y llevaría hasta China un máximo de 50 bcm. Un alivio parcial, dado que seguiría suponiendo tan solo la mitad de la pérdida de exportaciones hacia Europa, pero de vital importancia para que Gazprom se mantenga a flote. ¿El problema? Desde que el proyecto fue presentado por primera vez en 2006, el Gobierno chino no ha parado de dar largas.
"China se muestra reticente por dos motivos. En primer lugar, probablemente no necesita tanto gas de Rusia, porque su política se basa en la diversificación de las fuentes de suministro. Desde su perspectiva, no es prudente volverse demasiado dependiente de un país en particular”, argumenta Kardás. El segundo motivo, todavía más preocupante para Moscú, es que el tiempo corre en contra de Gazprom y a favor de Pekín, lo que da al gobierno chino una enorme ventaja en la mesa de negociación.
Como señala un estudio del Center on Global Energy Policy, a diferencia de Rusia, China no tiene ninguna prisa por finalizar un acuerdo sobre el Power of Siberia 2 porque es muy poco probable que el país necesite cualquier tipo de suministro adicional de gas antes de mediados de la década de 2030. “Las proyecciones del balance de gas natural de China indican que sus importaciones alcanzarán alrededor de 250 bcm para 2030, que pueden cubrirse en gran medida (o en su totalidad) con suministros ya contratados”, explica el informe. Pekín solo necesitará nuevas fuentes de combustible a partir de 2040, tiempo de sobra para exprimir a Gazprom hasta el último rublo posible en la negociación de precios.
De acuerdo con un reporte reciente del FT, durante la última reunión entre ambas partes, el equipo de negociación chino exigió un precio del gas cercano al que Rusia paga para su mercado interno, altamente subvencionado. Además, solo se mostró dispuesto a comprometerse a la compra de una pequeña fracción de los 50 bcm que podría transportar el Power of Siberia 2. Estos son términos, por ahora, inaceptables para Gazprom, y son el probable motivo por el cual Alexei Miller, director ejecutivo de la compañía, no acompañó a Putin en su visita de Estado a Pekín a principios de junio.
Sin embargo, como afirmaba al diario británico Alexander Gabuev, director del Carnegie Russia Eurasia Center en Berlín, tarde o temprano Miller se verá obligado a ceder a las condiciones chinas. “El gasoducto se puede construir con bastante rapidez, ya que los yacimientos de gas ya están desarrollados. En última instancia, los rusos no tienen otra opción para comercializar este gas”, sentenciaba el analista. En tan solo una década, Gazprom ha pasado de dictar los términos a los países europeos a estar a merced de los deseos de China.
Un gigante encadenado
Gazprom, en definitiva, está atrapada. Atrapada por su infraestructura inflexible en la era del comercio global, por su baja capacidad negociadora de cara a sus nuevos clientes y por el abismo geopolítico que lo separa de los antiguos.
Sus compradores europeos, responsables de propulsar a la compañía hasta su pico de gloria en la primera década del milenio, le han dado la espalda y se reducen cada día más conforme los contratos de larga duración llegan a su fin. Su ventana de oportunidad para desarrollar proyectos de GNL se ha cerrado, con Novatek cosechando la mayoría de los beneficios de acceder al mercado global. Incapaz de dar salida a sus pozos gasíferos, a Gazprom sólo le queda la esperanza de China, un país con el que no cuenta baza negociadora alguna.
Es poco probable que Gazprom colapse del todo, dado su papel crucial en el suministro de gas doméstico en Rusia, pero sus días de ser la joya de la corona de las exportaciones rusas han terminado. Una dura caída para la compañía que Putin creyó capaz de doblegar a un continente. En entrevista con la agencia Reuters, un antiguo encargado de la compañía mostraba su tristeza ante el destino al que ahora parece condenada. “El trabajo de cientos de personas, que durante décadas construyeron el sistema de exportaciones, ahora se ha ido por el retrete", lamentaba.
En su apogeo, la compañía era un auténtico coloso. Su monopolio sobre los yacimientos prácticamente inagotables de gas natural en Siberia, su telaraña de gasoductos extendida a lo largo y ancho del territorio europeo y su capacidad de seducir a Gobiernos de cualquier color con su combustible barato convirtieron a Gazprom en el jugador más importante del tablero energético del continente. En el cenit del boom de las materias primas de 2008, la capitalización de la estatal rusa superó los 360.000 millones de dólares, una cifra que la coronó como la tercera empresa más valiosa del mundo y la mayor de Europa. Para Rusia, un país donde las exportaciones de energía son el pilar fundamental de su economía, Gazprom era la joya de la corona.