En Waterloo, nadie entiende nada: la extraña semana de Puigdemont, el vecino catalán
Los vecinos de la lujosa localidad belga se dividen entre el rechazo y la simpatía con Puigdemont, que contra todos los pronósticos regresa en su segunda fuga desde España
De los muchos escenarios sobre la mesa, el que menos se barajó era el de un regreso a Bélgica. Carles Puigdemont llegó el viernes a Waterloo tras su fugaz aparición en España y su segunda huida en siete años. La bautizada como "casa de la república" ha sido testigo directo de una semana frenética. Los residentes de la localidad belga se dividen entre el hartazgo y la empatía sobre su vecino más célebre. Curiosos y fieles han emprendido un peregrinaje para fotografiar el que ha sido el centro de mando del independentismo en el exterior. Aunque en las más de 50 horas frente a su residencia apenas hay movimiento, la tensión que se vive al otro lado de la valla también se transmite fuera.
La semana pasada arrancaba con una gran incógnita: dónde estaba Carles Puigdemont. El expresidente catalán había prometido personarse en el Pleno que estaba llamado a investir a Salvador Illa. Todo eran incógnitas por despejar: el cómo y el cuándo atravesaría la frontera, el cómo y cuándo se produciría una detención que se daba por hecha... Cuatro días después llegó el desenlace que nadie, probablemente ni siquiera el expresidente de la Generalitat catalana, anticipaba. Tras siete años huido en Bélgica, el líder independentista, que cuenta con una orden de detención vigente, cruzó la frontera francesa después de dirigirse a miles de simpatizantes en el simbólico Arco del Triunfo. Como si nada, se desvaneció reapareciendo en el país belga al día siguiente.
En Waterloo, la tranquila y exclusiva localidad valona que se sitúa a poco más de 20 kilómetros de Bruselas, sus residentes continuaban con su relajada vida de agosto con mucha expectación en torno al tsunami que su vecino había generado. Algunos se empezaban a inquietar ante el casi inminente regreso de Carles Puigdemont. Dos habitantes fijaron en sus casas, muy próximas a la residencia del catalán, banderas españolas. “Patético payaso”, asegura uno de ellos. Otros, sin embargo, explican que es un vecino normal, cordial, y afirman que “lo personal va más allá de las ideas políticas”.
El martes por la mañana, poco antes de que se anunciase la fecha de la ceremonia de investidura de Illa a la que el gurú de Junts había prometido asistir, una persona de su entorno aseguraba que Puigdemont se encontraba en el interior de su residencia de Waterloo. Por su parte, un día después de su desaparición, Jordi Turull, el secretario general de Junts afirmó en declaraciones a RAC1 que había llegado ese mismo martes a Barcelona de “forma clandestina” y había pasado esas horas escondido en varios sitios. Las informaciones han sido confusas e imposibles de verificar en medio del silencio de su equipo y de una estrategia comunicativa medida al milímetro, ganar tiempo, confundir a las fuerzas de seguridad y generar expectación mediática.
A lo largo de toda la semana, la tranquilidad en Waterloo solo es interrumpida por el continuo trasiego de visitantes, fieles y curiosos, que van llegando a las puertas de esta casa para mandar ánimos a Puigdemont o inmortalizar ese momento con fotografías. Son muchas las familias catalanas que aprovechan junto a sus hijos para hacer una parada en este centro neurálgico del procés a su paso por Bélgica o países cercanos.
Pero el viernes, cuando la pregunta de ¿dónde está Puigdemont? Se hace más válida que nunca, los medios nacionales e internacionales se van agolpando frente a su casa. Todo hace pensar que regresará ese día al que ha sido su domicilio durante los últimos siete años. Entretanto, el amo de llaves de la casa juega durante estas tensas jornadas a despistar a la prensa abriendo y cerrando la valla que da acceso al garaje. Algunos coches —muy pocos— entran y salen. Algunas ventanas y cortinas se abren y cierran. Y todos miran al gato que pasea con sosiego por las inmediaciones y el jardín de la casa. Es el testigo que cuenta con más información en esos momentos.
Poco antes de las 19 de la tarde, un coche negro, Seat con matrícula española, entra en el garaje a gran velocidad. Se abre la puerta. Se escuchan voces de alegría. Las posibilidades de éxito de esta operación eran residuales. La rapidez del movimiento hace imposible comprobar si la persona más buscada en España en ese momento está dentro, pero todo apunta a que Carles Puigdemont lo ha vuelto a hacer: mientras los Mossos no descartan que continúe en Cataluña, él ya está en su casa belga.
Minutos después, sale otro vehículo con su mujer al volante y una de sus hijas como copiloto. A las 21:05, sobre la bocina del inicio de los informativos, envía un tuit donde anuncia que, efectivamente, se encuentra en Waterloo “tras unos días extremadamente difíciles. Hay que analizar la situación política y poner en perspectiva la razón profunda de la operación que hizo posible lo ocurrido ayer. Y lo haré. Pero son miles de kilómetros en muy pocos días y muchas jornadas de una tensión difícil de explicar. Confío en que se entienda que son necesarias unas horas para reponer y coger aire”, asegura.
Es en este momento también cuando dos agentes de la Policía belga entran en el domicilio. Se disparan las alarmas. Tras unos minutos en el interior de la vivienda, salen para hablar con la prensa: se han quejado por las perturbaciones “a una propiedad privada”.
La confusión, el ruido y el shock nacional es tal que son muchos los que todavía tienen dudas sobre su paradero. Al fin y al cabo nadie lo ha visto más allá de las redes sociales. La presencia de los medios de comunicación aumenta el sábado. Y él mantiene el control de los tiempos. Todos buscan esa primera imagen fuera de los consortes españoles tras su segunda fuga. Pero ahí también lo vuelve a hacer. Sabe que necesita demostrar que está en Waterloo. Y lo hace bajo su modus operandi: otorga una entrevista a los medios públicos catalanes, ACN y TV3, donde se deja grabar paseando en su jardín. Juguetea con su gato.
Teclea en el ordenador en unas imágenes en el que se le aprecia con rostro serio, cansado y tranquilo. En ella reitera que su objetivo era entrar en el Parlament y dirigirse a la cámara, pero que se vio obligado a poner en marcha el Plan B ante la certeza de que antes de ello habría una detención segura. “Nunca tuve la intención de entregarme voluntariamente ni facilitar mi detención”, ha afirmado en varias ocasiones.
Tras el éxito de su huida, vuelve a desafiar al Estado “opresor” afirmando que ha demostrado su capacidad de entrar y salir del país. Asume que el nuevo Gobierno catalán encabezado por Salvador Illa abre “una nueva fase” para el independentismo. Pero se muestra confiado en continuar con la internalización del ‘procés’ desde el corazón de Europa, algo más complicado que antaño porque ya no ostenta un asiento de eurodiputado en el Hemiciclo.
De los muchos escenarios sobre la mesa, el que menos se barajó era el de un regreso a Bélgica. Carles Puigdemont llegó el viernes a Waterloo tras su fugaz aparición en España y su segunda huida en siete años. La bautizada como "casa de la república" ha sido testigo directo de una semana frenética. Los residentes de la localidad belga se dividen entre el hartazgo y la empatía sobre su vecino más célebre. Curiosos y fieles han emprendido un peregrinaje para fotografiar el que ha sido el centro de mando del independentismo en el exterior. Aunque en las más de 50 horas frente a su residencia apenas hay movimiento, la tensión que se vive al otro lado de la valla también se transmite fuera.