Estas trabajadoras filipinas viven explotadas. Los domingos son su único refugio
Decenas de empleadas domésticas se reúnen cada domingo en el centro de Hong Kong para descansar y disfrutar de su tiempo libre repartido en siete días de vacaciones al año
Es un domingo veraniego. A media mañana, y ya con más de 31 grados a la sombra, decenas de miles de personas se congregan huyendo del fuerte sol de verano en el centro de Hong Kong. Justo al lado de grandes y emblemáticos edificios, como el del HSBC o la Corte de Apelación, decenas de miles de mujeres en grupos se reúnen en el único día en que la mayoría de las trabajadoras domésticas filipinas pueden descansar.
Grandes botellas de refrescos y bandejas de aluminio llenas de comida revelan mucho sobre su origen, sus historias y sus luchas viviendo en una de las ciudades más ricas y caras del mundo. El sol, deslumbrante, se refleja en los rascacielos de acero y vidrio del distrito financiero central. Entre la vasta marea de gente que se resguarda del sol, se escucha una mezcla de tagalo, cebuano e inglés. En medio de todas estas trabajadoras domésticas, algunos turistas anonadados y locales aparentemente indiferentes pasan por al lado de estos animados grupos, cuya característica común principal es la sonrisa y el buen humor.
Por ley, las trabajadoras domésticas en Hong Kong deben tener un día libre por semana y estas suelen tenerlo los domingos, cuando aprovechan para reunirse y para ir a misa. Para algunas, esta es la única la posibilidad de hacer un dinero ofreciendo servicios y productos filipinos. Para la mayoría es la única oportunidad de ponerse al día con las amigas, cortarse el pelo, hacerse manicuras, rezar, cantar o incluso ensayar pasos de baile.
En todas las sombras posibles donde se pueden refugiar, un interminable número de cuadrillas de mujeres —y algunos pocos hombres— se sientan en cartones aplanados. Allí charlan, comen, juegan a las cartas o al bingo, duermen la siesta y, en general, socializan, pasándolo bien. Algunas, incluso, aprovechan para hacer videollamadas con sus hijos, esposos y familiares. Con solo siete días de vacaciones al año durante los primeros dos años de servicio y hasta un máximo de 14 días al año después de trabajar más de nueve años, es raro que puedan visitar sus países de origen.
Aparte de la misa, los productos que consumen en tinas de plástico y los paquetes de papel, el aluminio es el elemento que adquiere mayor importancia simbólica cada domingo. El resto de la semana, la mayoría come la comida que preparan para las familias con las que viven, por lo que este día sirve como un recordatorio de su lugar de origen, un sabor de un país al que no visitan tanto como desearían.
Todo lo que comen se comparte, incluso con extraños que eventualmente pasan al lado de un grupo y alguno de ellos se saluda. En toda la ciudad, los amigos de la misma región tienden a mantenerse juntos. Un grupo puede estar hablando en Cebuano, otro puede ser una familia a la que se añaden amigos y allegados, mientras que un tercero podría ser un grupo de oración practicando coros o también bailes ensayados. Los grupos suelen ser pequeños, desde un par de amigos hasta dos docenas si han tenido la suerte de reservar una de las barbacoas públicas que abundan en la ciudad.
En otras partes de las calles del distrito financiero se puede observar un grupo de filipinos cantando y bailando como si fuera aparentemente parte de una improvisada y nada convencional misa dominical. Justo al lado, mujeres practicando su pasarela para un próximo desfile de moda. La escena, por paradójica que pareciera, recuerda vagamente a un centro de evacuación donde las familias desplazadas también usan cajas de cartón como camas improvisadas y como particiones, separando sus pequeños espacios designados de otros.
Anna, que está con un grupo de amigas de su región, Cebú, cuenta que ya hace más de cinco años que lleva trabajando en Hong Kong. "Tenía una situación personal delicada en Filipinas y decidí venir aquí porque necesitaba encontrar un empleo que me permitiera enviar dinero a mi familia y asegurar un futuro mejor para mis hijos", nos cuenta esta mujer de poco más de 35 años. Evadirse y descansar de una semana completa de responsabilidades es lo que la trae cada semana a reunirse aquí.
"Un día largo y agotador"
"Mi día a día empieza a las 6 de la mañana, cuando preparo el desayuno para la familia para la que trabajo. Junto con mi compañera, arreglo a los niños para ir a la escuela. Luego, me encargo de limpiar la casa, lavar la ropa, cocinar el almuerzo y, a veces, hacer las compras o limpiar los coches. Por la tarde, si tengo tiempo, me ocupo de preparar la cena, después del cuidado de los niños y después los recogemos en la escuela. Luego, hasta las 11 de la noche, ya te puedes imaginar. Lavar los platos, limpiar y poner los niños a dormir. Es un día largo y agotador", nos explica la cebuana.
Los domingos, todo cambia. "Durante la semana, comemos lo que preparamos para nuestros empleadores, pero les traemos comida típica de Filipinas y disfrutamos de nuestros productos y comida tradicional, como adobo, lumpia y sinigang. También nos contamos lo que nos ha pasado durante la semana, jugamos a algún juego y nos apoyamos mutuamente. Es un día para sentirnos un poco más cerca de casa y para recargar energías para la semana que comienza", confiesa Anna.
Pero no todo es felicidad y alegría, ya que la distancia se convierte en un obstáculo muy difícil de superar. "La distancia es, sin duda, lo que más me entristece y, si no fuera por mi compañera que vive conmigo, me sentiría muy sola. A pesar de ello, trato de mantener una actitud positiva y recordarme a mí misma por qué estoy aquí: para proporcionar un mejor futuro para mis hijos y asegurar que puedan tener una vida más estable y con mayores oportunidades", concluye con una tez visiblemente más triste que al inicio de la conversación.
Si en la zona del distrito financiero cerca de las salidas centrales del metro de Hong Kong está ocupado mayoritariamente por filipinos, la cosa cambia cuando nos dirigimos al este, hacia el metro de Admiratly. Aquí se agrupan los edificios del LegCo, la oficina del jefe del ejecutivo local y el complejo que alberga las oficinas del gobierno central.
El paisaje cambia ligeramente con la aparición de velos en algunas mujeres. En esta parte, los indonesios son la mayoría, aunque —como sucede en Central— todo el mundo es bienvenido, independientemente de quiénes sean, qué hagan y de dónde vengan.
Después de Filipinas, Indonesia es el país que proporciona el mayor número de trabajadores domésticos en Hong Kong, con 142.065 personas, según el censo publicado por el Departamento de Interior de la Región Administrativa Especial de Hong Kong en 2021. Los filipinos son, de largo, la nacionalidad extranjera con mayor número de habitantes, con más de 201.000 personas censadas, sin contar aquellas que —por algún motivo u otro— no tienen aún su situación regularizada.
Entre otras cosas, lo que todas estas mujeres tienen en común es que invariablemente intentan ahorrar cada dólar para enviar a casa. Según las leyes y ordenanzas de Hong Kong, los empleadores deben proporcionar a las trabajadoras domésticas comidas gratuitas o una asignación para alimentos. También deben garantizar un alojamiento adecuado y amueblado, con una privacidad razonable, sin costo adicional, ya sea en una situación de internado, en la propia casa o en una pensión pagada, pero a pesar de ello, aún siguen ocurriendo abusos.
Si bien en un principio de la llegada de las trabajadoras domésticas ocurrían algunos abusos, incluso sexuales, por parte de algunos residentes en Hong Kong, y no eran reportados, actualmente, estas trabajadoras defienden más sus derechos y dejan poco margen al abuso, en parte gracias a estas multitudinarias reuniones dominicales que permiten compartir todo tipo de casuísticas. Muy pocas eligen no hacerlo por temor a perder el trabajo.
Al dejar atrás Admiralty, las risas y el buen ambiente de estas ocupantes dominicales del centro de Hong Kong van desapareciendo lentamente en medio del aire húmedo y denso del verano a orillas del mar de China Meridional. Y es que a pesar de que todas ellas habrán pasado el mejor momento de la semana con sus compatriotas, el pensamiento de muchas de estas mujeres extraordinarias, trabajadoras y resilientes se encuentra, precisamente, en la otra orilla —la oriental— de este bullicioso y conflictivo mar.
Es un domingo veraniego. A media mañana, y ya con más de 31 grados a la sombra, decenas de miles de personas se congregan huyendo del fuerte sol de verano en el centro de Hong Kong. Justo al lado de grandes y emblemáticos edificios, como el del HSBC o la Corte de Apelación, decenas de miles de mujeres en grupos se reúnen en el único día en que la mayoría de las trabajadoras domésticas filipinas pueden descansar.
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