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China, en la mira: por qué el gigante asiático es el nuevo gran objetivo del terrorismo global
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Por su opresión de los uigures

China, en la mira: por qué el gigante asiático es el nuevo gran objetivo del terrorismo global

El pasado octubre, el Estado Islámico en la Provincia de Jorasán lanzó un vídeo propagandístico en el que amenazaba con "inundar las calles [de China] con sangre"

Foto: Ejercicio conjunto antiterrorismo de la Organización de Cooperación de Shanghai en Bishkek, Kyrgyzstan. (EFE/Igor Kovalenko)
Ejercicio conjunto antiterrorismo de la Organización de Cooperación de Shanghai en Bishkek, Kyrgyzstan. (EFE/Igor Kovalenko)

Las imágenes no dejan lugar a dudas sobre las intenciones de sus creadores: una muestra a los líderes de la Organización para la Cooperación de Shanghai, con Xi Jinping en el centro, rodeados de llamas. En otra aparece un lobo rodeado de corderos sobre el eslogan "La lógica estúpida de la milicia apóstata talibán", ilustrado con una foto de la recepción que el ministro de exteriores chino Wang Yi brindó a un representante talibán en 2021. Ambas aparecen en el último número de "La Voz de Jorasán", la publicación oficial del Estado Islámico en la Provincia de Jorasán (la rama afgana de esta organización, a la que los expertos en terrorismo global suelen referirse como ISKP, por sus siglas en inglés). Y son el último ejemplo de un fenómeno que no ha pasado desapercibido para estos especialistas: el Estado Islámico, y especialmente esta facción territorial, tiene a China en su punto de mira.

Esta idea puede sorprender a un observador casual que nunca se haya planteado que el gigante asiático pueda estar entre los objetivos del terrorismo yihadista. Pero lo cierto es que en la rigidísima cosmovisión de las organizaciones yihadistas globales, especialmente las de orientación takfiri (que consideran apóstatas a todos quienes no se someten a su estricta visión del Islam), el enemigo está en todas partes. Así lo demuestran los recientes atentados en Irán y Moscú, los planes abortados en Europa Occidental, o la encarnizada guerra que el ISKP mantiene con los talibanes afganos. Las acciones de China en la región occidental de Xinjiang y el trato a la minoría uigur hace que estos grupos vean a Pekín como un "opresor de musulmanes", que a sus ojos justificaría la violencia contra intereses chinos.

El pasado octubre, el ISKP lanzó un vídeo propagandístico en el que amenazaba con "inundar las calles [de China] con sangre". "El ecosistema regional y la red de elementos mediáticos pro Estado Islámico ha aumentado marcadamente su foco sobre Pekín […] al tiempo que ha intensificado sus amenazas y críticas hacia China. Este mayor nivel de atención se debe en gran medida a que el ISKP, el ISHP y el ISPP [las ramas del Estado Islámico en el subcontinente indio y Pakistán, respectivamente] están aprovechando la oportunidad de liderar la causa anti-China motivada por la creciente hostilidad causada por la política de China en Xinjiang y la huella de Pekín en expansión en el sur y centro de Asia", escribe el investigador sobre yihadismo Lucas Webber en un reciente análisis. El sofisticado sistema de hipervigilancia chino hace casi imposible para estas organizaciones atentar dentro de China. Pero el resto del mundo es otro cantar.

En marzo, cinco ingenieros chinos fueron asesinados en un atentado suicida en el norte de Pakistán, cerca de la frontera afgana, presumiblemente a manos de una célula de Tehreek-e-Taliban Pakistan (TTP), la sección local del talibán, que funciona como organización paraguas para varios grupos extremistas suníes. La misma organización había llevado a cabo otro ataque de idénticas características en 2021, en el que murieron otros nueve ingenieros chinos que también trabajaban en el mismo proyecto, la presa de Dasu. En abril tuvo lugar otro incidente similar en Karachi contra ciudadanos japoneses, a quienes probablemente confundieron con chinos, y que por fortuna resultaron ilesos.

Foto: Ataúdes de las víctimas del atentado en Irán. (Reuters/West Asia News Agency)

De hecho, los ataques contra objetivos chinos en Asia han sido relativamente frecuentes: en 2015, un explosivo casero mató a 20 personas en Bangkok, entre ellos seis turistas chinos, en un atentado del que las autoridades responsabilizaron a yihadistas uigures, probablemente en represalia por la deportación de un centenar de uigures a China meses antes. Al año siguiente, un conductor suicida se lanzó contra las barreras de la embajada china en Bishkek, la capital de Kirguistán, y se hizo estallar dentro del recinto, hiriendo a cinco empleados. Y la tendencia no ha hecho sino incrementarse en los últimos años, desde el asalto contra un hotel de propiedad china en Kabul en diciembre de 2022, que dejó tres muertos y 18 heridos, hasta el atentado suicida contra el Ministerio de Exteriores afgano durante la visita de una delegación china en enero de 2023, que causó una veintena de muertos. El Estado Islámico fue el responsable de ambas operaciones.

Reacción violenta contra la presencia china

La discriminación y represión del gobierno chino contra los uigures en Xinjiang lleva años alimentando la radicalización de un sector de esta sociedad, algo que Pekín también ha aprovechado. Tras el 11-S, el régimen chino aprovechó la situación para tachar de terrorista a todo el movimiento activista uigur, con escasa reacción del resto del mundo. Pero hay pocas dudas de que extremistas uigures se han unido a organizaciones yihadistas en Afganistán —donde lucharon contra las tropas de la coalición internacional—, Pakistán y, desde 2012, Siria e Irak, vinculadas tanto a Al Qaeda como al Estado Islámico. Los aparatos de propaganda de estos grupos han explotado estas tensiones, que desembocaron en media docena de atentados con cuchillos, bombas y atropellos con vehículos en Pekín, Kunming y varios lugares de Xinjiang entre 2013 y 2015. Desde entonces no han vuelto a producirse atentados significativos dentro de las fronteras de la República Popular China, en gran parte debido a las draconianas medidas de seguridad adoptadas por las autoridades chinas.

Pero la cuestión uigur no es el único factor en juego. A medida que la huella internacional de China crece, también lo hace su exposición a la violencia terrorista de todas las orientaciones ideológicas. En Pakistán, por ejemplo, los independentistas baluchis, opuestos al programa de inversiones chinas vinculadas al programa de infraestructuras de la Iniciativa de la Franja y la Ruta (o BRI, por sus siglas en inglés), son responsables de más agresiones contra intereses chinos que los grupos yihadistas. En 2018, militantes del Ejército de Liberación de Baluchistán atacaron el consulado chino en Karachi, matando a cuatro personas. Medio año después, extremistas baluchis atacaron un hotel de lujo en Gwadar, popular entre los trabajadores chinos empleados en los proyectos de ampliación del puerto, esencial para el llamado Pasillo Económico China-Pakistán promovido por Pekín. El ELB se atribuyó otro ataque en 2020 contra la Bolsa de Pakistán, en la que empresas chinas poseen el 40% de las acciones, y un atentado suicida en Karachi en 2022 que mató a tres profesores chinos del Instituto Confucio.

Este patrón no se limita a Asia. En marzo de 2023, nueve ciudadanos chinos fueron asesinados por hombres armados en una mina de oro a las afueras de Bangui, en la República Centroafricana, apenas unos días después de que otro grupo militante secuestrase a tres trabajadores chinos en el oeste del país. En mayo de este año, otro ataque de un grupo rebelde centroafricano contra una mina de propiedad china dejó otros cuatro muertos. En julio, una milicia mató a seis ciudadanos chinos y secuestró a varios más en un ataque contra otra mina en la República Democrática del Congo.

Foto: El presidente de China, Xi Jinping, en la última cumbre de los BRICS en Sudáfrica el pasado agosto. (Reuters/Pool/Alet Pretorius)

"En el problema que el terrorismo internacional supone para China, los principales oponentes a los que se enfrenta son los etnoseparatistas seculares, que obtienen su fuerza del hecho de que los intereses chinos están atrapados entre el Estado (con el que trabajan) y los locales descontentos que ven a China como un adversario por defecto", opina Raffaello Pantucci, experto, tanto en China, como en dinámicas terroristas, y miembro del Centro de Investigación sobre Violencia Política y Terrorismo (ICPVTR) de la Universidad Tecnológica Nanyang de Singapur. "Dado el extensivo alcance de la BRI en la que los intereses chinos van a seguir desarrollándose, el perfil de la amenaza contra China probablemente crecerá, aparentemente no tanto a manos de yihadistas o militantes uigures sino de locales enfadados que ven a China como una fuerza que apoya al enemigo en sus capitales", señala Pantucci en un documento académico. Es significativo, de hecho, que en los últimos tiempos incluso las organizaciones yihadistas estén enfocando sus ataques verbales contra China, no tanto en la cuestión uigur como en lo que llaman "el imperialismo de Pekín".

Pekín está presionando a los gobiernos de aquellos países en los que se están produciendo estos ataques, como el régimen talibán en Afganistán o las autoridades de Pakistán, la RCA y la RDC, para que tomen las medidas oportunas para frenar estas agresiones y acabar con las redes que las llevan a cabo. El Global Times, el principal diario del PCC en inglés, señalaba ya lo siguiente en 2016, tras el atentado contra la embajada china en Bishkek: "China se ha convertido en una gran potencia y la posibilidad de que se vea arrastrada a disputas internacionales está aumentando. Es especialmente vital proteger a China de los ataques terroristas internacionales. El incidente nos recuerda que China es pacífica, pero sus diplomáticos se enfrentan a incertidumbres y riesgos". La propia China parece resignada a que este sea el precio a pagar por su expansión global.

Las imágenes no dejan lugar a dudas sobre las intenciones de sus creadores: una muestra a los líderes de la Organización para la Cooperación de Shanghai, con Xi Jinping en el centro, rodeados de llamas. En otra aparece un lobo rodeado de corderos sobre el eslogan "La lógica estúpida de la milicia apóstata talibán", ilustrado con una foto de la recepción que el ministro de exteriores chino Wang Yi brindó a un representante talibán en 2021. Ambas aparecen en el último número de "La Voz de Jorasán", la publicación oficial del Estado Islámico en la Provincia de Jorasán (la rama afgana de esta organización, a la que los expertos en terrorismo global suelen referirse como ISKP, por sus siglas en inglés). Y son el último ejemplo de un fenómeno que no ha pasado desapercibido para estos especialistas: el Estado Islámico, y especialmente esta facción territorial, tiene a China en su punto de mira.

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