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En Bélgorod, la guerra ya ha llegado a Rusia, pero en Moscú hacen oídos sordos
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Los drones kamikazes vuelan sobre Belgorod

En Bélgorod, la guerra ya ha llegado a Rusia, pero en Moscú hacen oídos sordos

Los drones kamikazes han infestado el cielo de la ciudad rusa de Belgorod. A pesar de que los ataques son continuos, Moscú ignora este frente de guerra

Foto: Un local transporta pertenencias mientras abandona uno de los apartamentos dañados por un misil ucraniano en Belgorod. (Reuters/Stringer)
Un local transporta pertenencias mientras abandona uno de los apartamentos dañados por un misil ucraniano en Belgorod. (Reuters/Stringer)

Cada mañana, cuando Roman se sube a su coche para ir al trabajo, no se abrocha el cinturón y deja la ventanilla abierta. Así puede escuchar mejor si se cruza algún dron kamikaze en su trayecto. Los identifica por los zumbidos, un sonido al que ya se ha acostumbrado, al igual que sus vecinos. Sus habitantes se refieren a estos drones como "pajaritos" y son estos los que han infestado los cielos de la ciudad, sustituyendo al piar de las aves.

“La vida es que no tengas miedo de ir a trabajar”, se lamenta el electricista de 49 años, asomado a la ventana de su apartamento en el centro de la ciudad. “Esto no es vida, es supervivencia”. Señala la casa de sus vecinos, no muy lejos, que ha quedado reducida a un cascarón ennegrecido, como consecuencia de un bombardeo del día anterior. Los dos propietarios vagan entre los escombros en silencio, con rostros lívidos.

De fondo, se oyen los estruendos de la artillería rusa disparando en dirección a la frontera, más allá de la cual, en la ciudad ucraniana de Vovchansk, arde la batalla. A principios de mayo, los rusos lanzaron una ofensiva en el noreste de la región ucraniana de Járkov. El objetivo, según el presidente ruso, Vladímir Putin, era crear una “zona sanitaria” para proteger a los habitantes de la región de Belgorod y otros territorios fronterizos, atormentados por más de dos años de bombardeos.

Pero después de algunos avances iniciales, la ofensiva del grupo “Norte” se detuvo en Vovchansk, la primera ciudad ucraniana al otro lado de la frontera, donde ahora se libran cruentos combates callejeros. “Al principio todos respiraron aliviados: "¡Viva.Los nuestros avanzan, se acabó!". Pero la situación solo ha empeorado”, comenta Roman.

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Para detener el avance de las tropas de Moscú, los aliados de Kyiv levantaron la prohibición de usar armas occidentales contra objetivos dentro del territorio ruso reconocido internacionalmente. Además, los ucranianos han llamado a reservas de otras partes del frente, en particular sus mejores unidades de operadores de drones. Son estas las que ahora siembran el terror en las retaguardias rusas en la región de Belgorod.

“¿De qué ofensiva estamos hablando? ¿Quién está avanzando? ¿Dónde? Sinceramente, no tengo idea”, dice escéptico Andrey, un criador de pollos de 47 años. “Nos bombardean aún más fuerte”.

Foto: Soldados ucranianos en una foto de archivo. (EFE/Sergey Dolzhenko)

La situación en la ciudad es "grave", concuerda un voluntario de la defensa territorial apodado Reshala, que se encarga de la lucha contra los drones y de socorrer a los habitantes durante los ataques. “Los civiles seguirán sufriendo hasta que nuestras tierras históricas sean liberadas”, observa Reshala, refiriéndose a los territorios ucranianos que Rusia ha anexado ilegalmente, pero que aún no controla completamente.

Los sistemas de guerra radio electrónica utilizados por los voluntarios de la defensa territorial resultan cada vez menos efectivos contra los drones enemigos, que ahora incluyen componentes de inteligencia artificial. Kyiv rara vez reivindica oficialmente los ataques en la región de Belgorod que a menudo tienen un carácter indiscriminado y afectan, además de infraestructuras energéticas y objetivos militares, también viviendas, vehículos e infraestructuras civiles.

“Creo que se están vengando porque, al parecer, los nuestros también bombardean a los civiles”, reflexiona Nadia, de 53 años, propietaria de una rosticería, una de las pocas tiendas que quedan abiertas en la ciudad. La parte trasera de la tienda quedó reducida a un montón de escombros tras un bombardeo del día anterior, del cual la mujer sobrevivió milagrosamente. Nadia va a hacer la compra pasando bajo los árboles para esconderse de los drones.

"Es una cuestión de suerte. Caminas por la calle y no sabes lo que podría pasarte"

“Es una cuestión de suerte. Caminas por la calle y no sabes lo que podría pasarte”. A pesar de la situación, la mujer no tiene intención de abandonar su casa y su negocio. “Nos dicen que nos vayamos, ¿pero, a dónde?”, se pregunta Nadia, insatisfecha con el apoyo ofrecido por el gobierno, que incluye indemnizaciones para las propiedades dañadas o destruidas y alojamiento gratuito en centros para refugiados. “Si nos ofrecieran un alojamiento equivalente y un trabajo, entonces sí, nos iríamos”, explica.

“No necesitamos dinero, sino protección”, concuerda Roman. A menudo, los ataques ucranianos resultan fatales. Hace pocos días, cinco niños fueron alcanzados por una granada lanzada desde un dron mientras jugaban al fútbol en un patio. Uno de ellos murió pocos días después por las heridas sufridas. “Vio donde lanzaba la bomba, lo hizo intencionalmente”, sostiene Vladímir, un mecánico de 73 años que auxilió a los niños tras el ataque.

Según las estimaciones oficiales, más de 200 personas han muerto en los bombardeos de la región de Belgorod desde el comienzo de la guerra y más de 1.000 han resultado heridas. Unas 28.000 viviendas han sido dañadas o destruidas. Se trata de cifras que palidecen en comparación con la devastación causada por el ejército de Putin en Ucrania, donde más de 10.000 civiles han muerto, pero siguen siendo excepcionales en una Rusia que, en su mayor parte, ha permanecido intacta ante las consecuencias directas del conflicto.

Transformación en una zona gris

Y la situación no muestra signos de mejora: esta semana, se bloqueó el acceso a 14 aldeas fronterizas debido a la situación “extremadamente difícil”. Mientras tanto, Shebekino sigue suspendida en un limbo, donde los habitantes restantes se aferran a una apariencia de normalidad a pesar del peligro constante que acecha desde el cielo y un creciente sentido de abandono. “El gobierno solo está esperando que la gente se vaya espontáneamente, no quieren resolver nuestros problemas. Han transformado este lugar en una zona gris”, se lamenta Roman, quien no tiene intención de abandonar su apartamento.

Los bombardeos indiscriminados de Shebekino son “una operación psicológica informativa” ejecutada por las fuerzas armadas ucranianas, sostiene Vadim Radchenko, de 57 años, activista progubernamental residente en la capital de Belgorod, a unos 40 kilómetros de la frontera. “Crear un sentido de abandono y de Estado negligente es el objetivo principal de nuestro enemigo”, dice Radchenko, que conduce un programa semanal de propaganda en la televisión local.

“Los recursos son siempre limitados. El gobernador Vyacheslav Gladkov está tratando de hacer lo que puede con estos recursos”, prosigue. “Muchos preguntan: ¿por qué no evacuan Shebekino? Precisamente para no transformarla en una zona gris, ¡para mantenerla viva!”, sostiene el activista. Como señala, tras el inicio de la ofensiva en Járkov, los ataques con misiles sobre la capital regional de Belgorod, unos 40 kilómetros de la frontera, se han reducido considerablemente.

Foto: Soldados ucranianos en Bajmut, en diciembre de 2022. (Reuters/Clodagh Kilcoyne)

Aquí no pasa un día sin que las sirenas antiaéreas obliguen a los habitantes a esconderse en los refugios de cemento. “Probablemente, moriré aquí”, dice Valentina, una pensionada evacuada del pueblo fronterizo de Zhuravlevka que lleva ya dos años viviendo en un hotel de Belgorod. Está jugando a las cartas con otras cuatro mujeres, también evacuadas de la frontera al inicio de la invasión. Desde hace dos años y medio, las mujeres esperan recibir una nueva vivienda proporcionada por el Estado, mientras se desvanecen cada vez más las esperanzas de regresar a casa, donde ahora se sitúa la línea del frente.

“Aunque la guerra terminara, se necesitarían años para desminar los territorios”, dice Valentina con tono resignado. A pesar del creciente descontento, el apoyo a la invasión de Ucrania ordenada por Putin parece aún fuerte en la región de Belgorod, donde se registró una participación particularmente alta en las urnas durante las elecciones presidenciales de marzo.

“Apoyo la operación militar especial porque del otro lado gritan ‘Heil Hitler’”, dice Roman, el electricista de Shebekino, repitiendo la narrativa propagandística del Kremlin, según la cual Ucrania sería un Estado neonazi. “Pero antes de comenzar, en Moscú deberían haberse asegurado de que todo esto no ocurriera aquí, ¡en cambio, no se ha hecho nada!”.

Cada mañana, cuando Roman se sube a su coche para ir al trabajo, no se abrocha el cinturón y deja la ventanilla abierta. Así puede escuchar mejor si se cruza algún dron kamikaze en su trayecto. Los identifica por los zumbidos, un sonido al que ya se ha acostumbrado, al igual que sus vecinos. Sus habitantes se refieren a estos drones como "pajaritos" y son estos los que han infestado los cielos de la ciudad, sustituyendo al piar de las aves.

Conflicto de Ucrania
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