Dentro del 'pequeño cerebro' que dirige la defensa de Ucrania bajo tierra
El Confidencial pasa cuatro días y cuatro noches en un puesto de comando del Ejército ucraniano en primera línea. Aquí, en una sala subterránea, se toman las decisiones que pueden romper o sostener el frente en el Donbás
El comandante arranca el mapa de la pared y lo clava en la mesa con un puñetazo. "Joder, joder, joder", repite, mientras se quita la gorra y aprieta el rotulador marcando pequeños puntos rojos. Los jefes de artillería, tanques, mortero y comunicaciones ocupan la primera fila de esta reunión improvisada. El resto de soldados se coloca alrededor, en silencio. Son las 00:08 y una brigada vecina ha retrocedido, dejando un hueco en la primera línea. Los rusos quieren romper el frente y este puesto de mando ucraniano tiene la misión de impedírselo.
Para salvaguardar la integridad del grupo encargado de sostener un sector vital para la defensa de Ucrania, la localidad, el número de brigada, y la fecha exacta no serán reveladas. Estamos bajo tierra en el sótano de un edificio malherido por la artillería y la aviación rusa. Podría ser cualquiera de las miles de viviendas arruinadas a cañonazos por Moscú en el Donbás. Pero la de esta habitación y los hombres que viven en ella es también una visión privilegiada, y casi única, de los días eternos a la luz de las pantallas, decisiones de vida o muerte bajo la amenaza del siguiente misil ruso, de aquellos que sostienen un frente lejos de estar congelado.
Las paredes son de ladrillo gastado, como las ojeras de estos hombres que llevan más de un año desplegados, peleando sin descanso. El suelo, tablones de madera. Láminas de aluminio forran las puertas para mantener el calor en una bóveda sin ventilación. De las siete bombillas que cuelgan del techo, solo funcionan cuatro. Para dirigir el teatro de operaciones, basta con dos mesas largas en forma de 'L', equipos de radio, walkie-talkies, pizarras y siete pantallas que muestran sin descanso el frente a vista de dron. También hay tres biblias que nadie abre durante los cuatro días y cuatro noches en los que El Confidencial logró acceso a esta unidad.
Sin relojes ni ventanas, y una luz tenue que nunca se apaga, podría ser un casino. O más bien la planta de seguridad de un casino, donde se escanea cada metro de tierra en busca de patrones extraños. La guerra es una ruleta sin crupier que tampoco entiende de horarios.
—¡¿PERO CÓOOOMO!?
El grito vuelve todas las miradas al televisor. Un dedo señala la esquina derecha de la pantalla principal. Un tanque acaba de colarse entre la línea de dientes de dragón. Las pirámides de piedra, colocadas como una capa más de la defensa de trincheras, apenas lo han frenado. No han servido para nada.
O sí.
Una orden, un mensaje de radio, 30 segundos y un poco de tensión bastan. El blindado desaparece en una columna de humo que crece rápida y ancha en un campo martilleado sin sosiego. A pocos kilómetros de distancia, cinco hombres celebran como si fuera un gol en el último minuto. "Objetivo neutralizado".
La artillería ha vuelto a hacer su trabajo.
"Destruimos tanques todos los días, pero siempre envían más. No tiene fin. Tiene que haber una estrategia detrás de lo que hacen. Sí, sacrifican tanques viejos, BTR, boogies y muchos hombres… pero al final averiguan donde están nuestras defensas y atacan", reconoce el comandante del batallón.
Piotr Mitkiewicz, voluntario polaco en la Legión Internacional, lo explicó con una clarividente sencillez en una entrevista con RMF24 a finales de marzo: "El Ejército ruso divide a sus soldados en dos categorías; más y menos útiles. Cuando empieza el asalto, utilizan a los menos capaces en la primera ola. Normalmente, hay un soldado con experiencia que les dirige. Ese se dará la vuelta y retrocederá a mitad de camino. El resto morirá. Luego, una segunda ola, con tres soldados capaces que, seguramente, también retrocederán. Y cuando las coordenadas de las posiciones [defensivas] se averiguan, la artillería empieza a castigarlas. Es entonces cuando envían lo mejor: soldados rusos valientes y bien entrenados".
Piotr Mitkiewicz - a 🇵🇱 Polish soldier fighting in the 🇺🇦Ukrainian International Legion - describing the 🇷🇺Russian assault tactics.
— 1 Star (@PawelSokala) March 29, 2024
"They begin by sending in the sheep... Behind them stands a finely trained, well equipped soldier who uses the opportunity to map out 🇺🇦 positions." pic.twitter.com/GDuLbvpVM3
Una estrategia precisa repetida también en los ataques mecanizados. Según el recuento de pérdidas por el portal de fuentes abiertas ORYX, Rusia ha perdido cerca de 3.200 tanques y otros 6.000 blindados de combate más de diferentes clases. Para algunos analistas, la falta de vehículos rusos explicaría los asaltos en moto o incluso a pie que inundan de vídeos las redes desde hace meses. La estrategia multiplica las bajas, pero tensiona a una defensa abrumada ante ataques suicidas. Hasta que colapsa. Hace tiempo que el frente es una guerra de guerrillas en la que cualquier casa, árbol, ruina o blindado calcinado sirve de escondite.
"No sé cuántos tanques podrán producir cada año y cuántos necesitaremos destruir, pero no veo más que T-90 nuevos en el frente y no tenemos material suficiente para frenarles”, suspira el líder del batallón. “La pregunta no es cuánto destruimos, sino si es suficiente. La gente se ríe cuando ven a los orcos correr en pequeños grupos y claro que les castigamos, pero al final nos obligan a retroceder".
La radio vuelve a sonar.
Cinco rusos saltan de una pick up en mitad del campo. En otra pantalla, dos soldados se esconden en las ruinas de un patio, mirando al cielo. También hay un BMP que levanta polvo avanzando tras una línea de árboles y una cámara de dron apuntando a un agujero entre los escombros. En esta última no se ve nada.
—¡Que dispare! —pide el comandante, cantando las coordenadas.
El equipo de mortero falla los primeros tres intentos. Aún quedan mejoras para que la guerra sea tan fácil como un videojuego y la tasa de acierto de la vieja munición soviética que todavía hace el grueso de los abastos del Ejército ucraniano deja que desear. El zoom del dron de reconocimiento aumenta 36 veces, permitiendo apreciar cada ladrillo. En el televisor sigue sin verse nada. Quizás la experiencia asaltando trincheras o la intuición le revelan un objetivo invisible para el resto. El cuarto disparo acierta. El proyectil se cuela entre dos maderas y tres rusos salen corriendo, encubiertos por una nube de polvo. El último, con las botas desabrochadas, cae al suelo y se arrastra por la tierra. No tiene fuerza.
—Parece un gusano— escupe Mykhaylo, provocando la risa de dos compañeros. El resto calla en silencio.
Por el walkie-talkie avisan de una nueva amenaza. El dron deshace el zoom, revelando un campo humeante lleno de cráteres. Un blindado avanza con una decena de rusos en el techo. Las voces se aceleran. Se escuchan juramentos. Y suspiros. Y algún golpe en el teclado. Hasta que el pulgar derecho presiona el botón de la radio y las órdenes se vuelven escuetas y precisas, casi asépticas. Como un cirujano enseñando a manejar el bisturí, aunque estas directrices sean para quitar vidas.
—Buen trabajo
—Plus, plus.
Una respuesta que en la jerga militar ucraniana equivale a "todo bien", excelente. Con un rotulador negro, el jefe de artillería pinta líneas verticales en la pizarra. Las reservas y los objetivos alcanzados se calculan con palitos, como una tómbola cualquiera.
Sin tiempo de celebraciones, el comandante pide que le pinchen la imagen del militar reptando. Ha avanzado 20 metros. A más de 200 de altitud, el dron ucraniano gira alrededor de su cuerpo devolviendo la imagen de un soldado inerte que parece tener sangre en los pantalones.
¿Respira? ¿Se mueve? ¿Va armado? ¿Puede comunicarse? ¿Tiene algún sitio cercano en el que guarnecerse? ¿Se estará haciendo el muerto? Las preguntas que todos se hacían en los primeros días del nuevo trabajo son ahora un cálculo rápido para el que nadie necesita abrir la boca. Está en mitad de la nada y no hay orden de disparo. Hay que administrar la munición.
Una pieza codiciada
La artillería rompe el monótono zumbido de generadores ocultos. Una pequeña cámara en la puerta es la única pista para intuir lo que esconde el sótano. Más que un edificio, este bloque de viviendas parece un matamoscas deshilachado. La unidad dispone de cuatro habitaciones con literas, pero muchos soldados duermen en otros edificios y casas. A un centenar de metros del comando central cayó una bomba de avión con 500 kilos de explosivos. Una calle más abajo les sorprendió otra.
"Me libré por poco. Me habían robado el sitio para aparcar y tuve que hacerlo en la trasera del edificio de enfrente", recuerda el comandante. No todos tuvieron la misma suerte. Por eso, las salidas se reducen a lo imprescindible. La única excepción es el retrete; en el sótano no hay baños ni duchas. Si alguien quiere fumar, puede hacerlo en una pequeña antesala en la que soldados armados hacen guardia. Cualquier movimiento sospechoso detectado desde el cielo es una sentencia de muerte.
Es el juego del gato y el ratón. Una búsqueda sin cuartel en la que nadie sabe si le están observando. Una partida macabra en la que el cazador puede ser cazado en cualquier momento con un regalito aéreo. Los puestos de mando, pequeños cerebros que dan órdenes a los brazos ejecutores en el terreno, son objetivos valiosos, y alcanzarlos genera caos y oportunidades de avance en el frente. Con suerte, se pueden descabezar unidades enteras solo eliminando la plana mayor de las brigadas. La mejora rusa en el uso de drones de reconocimiento ha convertido al Donbás en una región videovigilada. Es el Gran Hermano de la guerra.
"Por eso prefiero tener a pocos hombres aquí", confiesa el comandante. "Cuantos menos caigan, menos sufriremos. El batallón podría seguir funcionando sin nosotros".
No es una forma de hablar. La misma unidad fue alcanzada durante la defensa de Avdiivka en otra localización. Perdieron coches y material, aunque no murió nadie. "Este sótano no es un refugio. No nos protege realmente. Si aciertan con una KAB [bomba de avión guiada] el edificio se hundirá. Intentamos reducir la exposición y que en ningún caso parezca un enclave importante", explica Andriy, uno de los mandos, dando un trago a un Monster.
A diferencia de en otras unidades, aquí no se bebe alcohol, ni se come por turnos. Tampoco hay horarios. Las guardias duran diez horas y muchos las alargan para pasar el tiempo entre compañeros. Los drones son la única pista para saber qué hora es fuera. Antes de ponerse el sol, las pequeñas aeronaves envían imágenes en tonos blancos y grises. Volarán con visores térmicos hasta el amanecer. Horas antes de que los gallos canten, los oficiales de mayor rango regresan a la mesa. También los gritos. Los ataques se repiten cada mañana con la luz azul del alba.
—Están llegando a posición. ¡Salid! ¡Vamos, vamos, vamos!
El blindado de transporte frena junto a la línea de árboles y acciona la rampa trasera. La retirada ucraniana repentina en otro flanco ha dejado vendidos a seis hombres en punta. Solos y sin apenas munición.
"Si tú ves al enemigo, quiere decir que el enemigo también puede verte a ti", resume Mykhaylo, para explicar la maniobra de rescate. Perder una posición puede comprometer toda una línea defensiva. Perder un blindado puede dejar coja a las esquilmadas compañías. Perder a seis hombres capaces es un lujo que Ucrania no se puede permitir.
Atravesado el punto más crítico, un grito rasga el silencio de la improvisada base militar. Es una celebración contenida por la tensión y por el riesgo. También porque podrían ser ellos. La mayoría tiene experiencia en combate. Pensar en informar de nuevas muertes a las familias de los compañeros, que solo conocen por videollamada, lo complica todo.
Unos metros más arriba, los pocos civiles que todavía permanecen en el pueblo duermen mientras soldados con gafas de visión nocturna conducen guiados por las huellas de los blindados. Cualquier luz podría convertir su coche en otro vehículo más calcinado en el arcén. No será el último asalto ruso. Tampoco la última retirada. Todavía quedan muchos meses de pantallas y muerte en el puesto de mando, por más que la ruleta absuelva hoy a este batallón.
El comandante arranca el mapa de la pared y lo clava en la mesa con un puñetazo. "Joder, joder, joder", repite, mientras se quita la gorra y aprieta el rotulador marcando pequeños puntos rojos. Los jefes de artillería, tanques, mortero y comunicaciones ocupan la primera fila de esta reunión improvisada. El resto de soldados se coloca alrededor, en silencio. Son las 00:08 y una brigada vecina ha retrocedido, dejando un hueco en la primera línea. Los rusos quieren romper el frente y este puesto de mando ucraniano tiene la misión de impedírselo.