Un polaco con un cuchillo entre los dientes en la UE: Tusk se viene arriba y con él, Varsovia
Cómo Varsovia se beneficia del fin del Gobierno ultraconservador del PiS para potenciar su lugar en Europa y reforzar su agenda en Bruselas
:format(jpg)/f.elconfidencial.com%2Foriginal%2Fd62%2F3ce%2F71f%2Fd623ce71f0f1d90a9fe2e9e96a876b63.jpg)
En la visión particular que una parte importante de la población de algunos países europeos occidentales tiene sobre el continente todo aquello que queda al este de Berlín es un espacio gris, indefinido, lleno de enormes bloques de hormigón, sedimentos de un pasado soviético bajo un cielo siempre nublado. En el mejor de los casos, un terreno de Erasmus barato. En el peor, un jardín trasero de Europa, un lugar de olor a moqueta húmeda, paredes forradas de papel color beige y ausencia total de esperanza. Ni siquiera copilotos de Europa, sino simples pasajeros de atrás en un vehículo del que no controlan nada. La realidad, sin embargo, es muy distinta.
Lo que muchos en Europa occidental consideran como “Europa del este”, a pesar de que se trata de Europa central, está en un momento de dinamismo y de mucho protagonismo a nivel europeo. Lo está a nivel económico, donde se está produciendo una convergencia importante en muchos países, pero también a nivel político. La Unión Europea está girando hacia el este, y la guerra de Ucrania ha acelerado ese cambio fundamental. Hay un hombre que ejemplifica de qué manera están en estos momentos en el centro del tablero: Donald Tusk. Cuando el político conservador se convirtió en primer ministro de Polonia el 13 de diciembre de 2023, era ya entonces uno de los líderes europeos más experimentados, más bregado en cumbres internacionales, conocedor de las dinámicas de los principales Estados miembros.
:format(jpg)/f.elconfidencial.com%2Foriginal%2F7d4%2F0ad%2Fb4c%2F7d40adb4c5620e8ee3043e9bf90b3fcb.jpg)
Tusk ya fue primer ministro entre 2007 y 2014, los primeros años de Polonia dentro de la Unión Europea. Entre ese año y 2019 fue el primer político de los países que habían ingresado en 2004, habitualmente conocidos como “el bloque del este”, por mucho que sea una etiqueta que ellos no comparten, en obtener un alto cargo de la Unión Europea al convertirse en presidente del Consejo Europeo, el foro de jefes de Estado y de Gobierno del club comunitario. Pasó de un nivel de inglés muy básico a tener un buenísimo nivel, se adaptó a la relación con Donald Trump durante su etapa en la Casa Blanca y aprendió mucho de la personalidad de los líderes europeos desde su posición de árbitro entre ellos.
Después de 2019, Tusk no volvió inmediatamente a la política polaca. Presidió el Partido Popular Europeo (PPE) durante un tiempo antes de, finalmente, volver al escenario nacional para ponerse al frente de Coalición Cívica, un grupo de partidos que incluyen desde Plataforma Cívica, su partido conservador fundado en 2001, hasta partidos progresistas e incluso Los Verdes polacos. ¿El objetivo? Expulsar del Gobierno al partido Ley y Justicia (PiS) de Jarosław Kaczyński, una formación ultraconservadora con la que Tusk lleva décadas chocando de manera muy agresiva.
:format(jpg)/f.elconfidencial.com%2Foriginal%2Fa20%2Fa99%2F590%2Fa20a99590a8888005acc04ad61c5cd7d.jpg)
:format(jpg)/f.elconfidencial.com%2Foriginal%2Fa20%2Fa99%2F590%2Fa20a99590a8888005acc04ad61c5cd7d.jpg)
El lugar de Polonia
El regreso de Tusk es mucho más que la vuelta de un hombre, de un político. Representa la recuperación de un socio en la Unión Europea. Más ahora, en un momento en el que la extrema derecha en Europa se afianza en los gobiernos nacionales de Italia y Hungría. En las elecciones francesas, a pesar del "alivio" del Gobierno alemán por la derrota del partido ultraderechista Agrupación Nacional, al frente de Marine Le Pen, su coalición gobernante teme que la cooperación franco-alemana se resienta ahora de un posible vacío de poder en París, lo que lleva a algunos líderes europeos a mirar a Polonia en su lugar, y, por ende, a Donald Tusk.
Entre el 2015 y el 2023 Polonia ha sido un Estado miembro paria en el club comunitario debido a la deriva autoritaria del Gobierno del PiS, que ha llevado una campaña para politizar la justicia del país, como ha certificado el Tribunal de Justicia de la Unión Europea (TJUE) y que ha llegado a utilizar el Tribunal Constitucional para plantear un conflicto legal en la Unión, negando la primacía del derecho europeo sobre el nacional.
El PiS ha potenciado también una campaña para que ciudades y pueblos de todo el país se identificaran como “libres de ideología LGBT”, ha llenado de fieles los medios de comunicación estatales y ha recortado al máximo los derechos reproductivos de las mujeres polacas. En 2017, la Comisión Europea utilizó por primera vez el artículo 7 del Tratado de Funcionamiento de la Unión Europea, una cláusula que se puede activar contra Estados miembros que actúan contra los valores básicos de la UE como el Estado de derecho, y lo hizo contra Varsovia. Ese fue el inicio de un largo pulso entre Bruselas y el Gobierno del PiS. Esa lucha hizo que, a partir del año 2020, cuando se acordó la creación de un mecanismo de protección del Estado de derecho que permitía a Bruselas cortar fondos europeos a aquellos países que no garantizaran la protección de los tribunales, y que por lo tanto no pudieran garantizar que jueces independientes pudieran investigar posibles casos de corrupción relacionados con esos fondos europeos, miles de millones de euros destinados a Polonia quedaran congelados.
:format(jpg)/f.elconfidencial.com%2Foriginal%2F215%2F14c%2F75e%2F21514c75e2d4b42637d8281fdaa344c1.jpg)
La relación tensa con Bruselas se extendió más allá. La colaboración con los Gobiernos de Francia y Alemania se hizo cada vez más débil, y los representantes polacos en el Consejo eran descritos como erráticos, poco dados a participar activamente en los debates y las negociaciones salvo en algunos casos concretos. Polonia estuvo arrinconada en Europa hasta que la crisis migratoria con Bielorrusia, cuando Minsk fabricó una crisis al introducir a miles de inmigrantes a través de la frontera polaca, permitió una pequeña tregua entre Bruselas y Varsovia.
Luego llegó la invasión rusa de Ucrania. Polonia se sintió reivindicada. En general, el este de la Unión, que durante décadas había advertido en contra de los acuerdos con Moscú, que había señalado repetidamente que Rusia era una potencia imperialista que tarde o temprano pasaría a la agresión abierta, sentían que el tiempo les había dado la razón. Que ellos, y no París o Berlín, habían estado en lo cierto. Eso ha ayudado a que desde entonces los socios del flanco este de la Unión y también de la OTAN hayan sido más atrevidos, más locuaces y más agresivos a la hora de defender sus posturas, especialmente en lo referente a seguridad y defensa.
El Gobierno del PiS volvió a ser más activo, y también más aceptado por otros socios europeos a medida que el apoyo a Ucrania se ha convertido en el elemento central del debate europeo. Varsovia, junto con otros socios del este, lideraba todas las iniciativas a las que originalmente se oponía el Gobierno alemán, pero al que al final siempre acababan accediendo entre dientes. El superávit moral que se obtiene cuando logras arrastrar una y otra vez a Berlín no es nada desdeñable. Polonia recibió a millones de refugiados ucranianos y ha sido uno de los donantes más activos de armamento para Ucrania, forzando una y otra vez a ser más ambiciosos en las sanciones contra Rusia. Todo eso ha dejado al país mirando desde una colina moral al resto de la Unión Europea, especialmente a la parte occidental, a pesar de que al mismo tiempo también ha pedido medidas para limitar el acceso de bienes agrícolas ucranianos que estaban provocando malestar en el campo, un sector clave del poder del PiS.
:format(jpg)/f.elconfidencial.com%2Foriginal%2F718%2Ff72%2F758%2F718f72758a471d972720a408418c1261.jpg)
:format(jpg)/f.elconfidencial.com%2Foriginal%2F718%2Ff72%2F758%2F718f72758a471d972720a408418c1261.jpg)
La vuelta de Tusk al poder se produce sobre ese cambio que ya se venía registrando. Un líder europeo con mucha experiencia y poco que perder se suma a un país que ya estaba aumentando su peso relativo en la política europea. Francia y Alemania están volviendo a impulsar el conocido como “triángulo de Weimar”, la cooperación entre los tres Estados miembros, y Varsovia vuelve a ser el mediador ideal para intentar aglutinar a todo el espacio del flanco este.
La muestra de que el nuevo Gobierno devuelve a Polonia a una buena posición en el tablero europeo es el hecho de que Olaf Scholz, canciller alemán, haya celebrado esta semana en Varsovia las primeras consultas entre ambos gobiernos desde 2018, semanas después de que los ministros de Exteriores de Alemania, Francia y Polonia se reunieran y discutieran elementos sobre la arquitectura de la seguridad de la Unión Europea, un asunto en el que el Gobierno polaco, uno de los que más invierte en defensa, tiene mucho que decir.
:format(jpg)/f.elconfidencial.com%2Foriginal%2F8cf%2Fe37%2Fe13%2F8cfe37e132309b2f21764733dad167da.jpg)
Polonia no cambia en muchos aspectos: sigue siendo un actor realmente duro contra la inmigración y se muestra en contra de las políticas verdes. La diferencia es que Tusk legitima esas posiciones. El primer ministro es un hombre hábil, y la coincidencia de un líder capaz y de un país cuya influencia está al alza por la propia inercia de la política europea, Varsovia puede tener un rol mayor en los próximos años, afectando a las dinámicas europeas en algunos aspectos que pueden resultar sensibles para los intereses de Estados miembros como España, desplazando las prioridades en asuntos como política exterior todavía más hacia el este, apoyándose también en una nueva Alta Representante como Kaja Kallas completamente enfocada en Moscú, en inmigración alejando el foco de la gestión de primera línea, en la agenda climática consolidando el bloque de los que consideran que se ha ido demasiado lejos.
Casi un 23% de la población europea reside en países considerados como “bloque del este”, fundamentalmente aquellos que ingresaron en 2004 o después y que comparten más o menos la misma área e intereses (los bálticos, Visegrado y los balcánicos Rumanía y Bulgaria, sin contar con Croacia que en este caso suele ir de por libre). Y Polonia ejerce un papel de líder indiscutible entre ellos. Ahora que el Gobierno no está en manos de ultraconservadores, sino en manos de un hombre hábil, conocedor de las dinámicas europeas y de cómo funciona Bruselas, Varsovia está pidiendo paso, marcando el ritmo sin complejos e intentando poner encima de la mesa los debates que son cruciales para ellos y con el enfoque que a ellos les interesa.
En la visión particular que una parte importante de la población de algunos países europeos occidentales tiene sobre el continente todo aquello que queda al este de Berlín es un espacio gris, indefinido, lleno de enormes bloques de hormigón, sedimentos de un pasado soviético bajo un cielo siempre nublado. En el mejor de los casos, un terreno de Erasmus barato. En el peor, un jardín trasero de Europa, un lugar de olor a moqueta húmeda, paredes forradas de papel color beige y ausencia total de esperanza. Ni siquiera copilotos de Europa, sino simples pasajeros de atrás en un vehículo del que no controlan nada. La realidad, sin embargo, es muy distinta.