¿Susto o muerte? Gane quien gane, la OTAN tiene un problema con "el líder del mundo libre"
El cerebro y la columna vertebral de la OTAN sigue siendo EEUU. Pero el Washington de hoy no es el de hace 75 años. En noviembre, los norteamericanos elegirán presidente. Y las opciones, a ojos de los miembros de la OTAN, son bastante mejorables
Hay motivos para creer que “la más fuerte y exitosa alianza de la historia”, como la describió su secretario general, Jens Stoltenberg, tiene un futuro prometedor. Gracias a la reciente inclusión de Suecia y Finlandia, la OTAN suma 32 miembros, ha reforzado su flanco norte y preparado 500.000 soldados para combatir en territorio europeo. La invasión rusa de Ucrania le ha dado vigor y vigencia: ha aumentado el número de aliados y la intensidad de su compromiso. En 2021, solo nueve miembros gastaban el 2% del PIB en defensa. Ahora lo hacen 23. Incluso España, que está al final de la lista en gasto militar, ha prometido alcanzar ese umbral en 2029.
La cumbre que concluye este jueves en la capital estadounidense cumplió el guion y las expectativas. Los socios se han comprometido a trazar una "senda irreversible" para que Ucrania se integre en el pacto de seguridad euroatlántica, se ha anunciado el envío de más armas y han asegurado fondos multimillonarios para mantener el apoyo al país bajo asedio ruso. Pero nada de esto despeja la creciente ansiedad de los aliados.
El cerebro y la columna vertebral de la OTAN sigue siendo Estados Unidos, y el Washington que acogió esta semana la cumbre no es el Washington de hace 75 años. Ni siquiera el de hace 10. El 5 de noviembre, los norteamericanos elegirán presidente. Y las opciones, a ojos de los miembros de la OTAN, son bastante mejorables. Atrás quedaron los tiempos en que la política de Estados Unidos hacia Europa era una cuestión de estado. Tanto daba un Barack Obama que un Mitt Romney, un John Kerry que un John McCain. El compromiso atlántico era tan sólido como el asiento de mármol de Abraham Lincoln, tan firme como las columnas del Capitolio.
Ya no. El resultado de las urnas será decisivo tanto dentro como fuera de Estados Unidos. El problema, desde el punto de vista de los aliados atlánticos, no es que haya una opción ventajosa y otra desventajosa. El problema es que las dos opciones vienen encadenadas a pesados interrogantes.
Opción A: fatigada y frágil
Opción A: Joe Biden. El presidente de EEUU y candidato demócrata a la reelección es un político tradicional, de la Guerra Fría, que piensa que su país está llamado a portar la antorcha de la libertad por el mundo adelante. Más allá de que la geopolítica sea en realidad sucia y compleja, esta visión ha hecho de Biden un gran promotor de la Alianza Atlántica. El octogenario es responsable de coordinar la histórica asistencia a Ucrania, degradando por el camino las capacidades rusas y ampliado la OTAN a Finlandia y Suecia. El duelo con China o el apoyo a Israel son planteados, por Biden, en términos similares: democracia versus autoritarismo.
El día inaugural de la cumbre, en el mismo Federal Hall que fue testigo de la creación de la OTAN en 1949, Joe Biden dio un discurso enérgico y ambicioso; dijo que la alianza nunca había sido tan fuerte y confirmó que Ucrania recibiría tres sistemas estratégicos de defensa antiaérea Patriot, de los más caros y sofisticados del mundo. El secretario general saliente, Stoltenberg, fue sorprendido con la condecoración de la Medalla Presidencial de la Libertad, oficial de mayor rango de Estados Unidos.
Así que, desde este punto de vista, todo en orden. El problema es que Joe Biden ha caído en un pozo político aparentemente sin salida. Su visible desmejora física y mental es percibida desde hace años por casi todos sus compatriotas. Casi tres de cada cuatro americanos cree que el presidente no está en condiciones de gobernar otro mandato. El desastroso debate con Donald Trump no reveló nada nuevo, sólo rompió un tabú y forzó a la maquinaria del partido, que había protegido a Biden, a plantearse si no sería mejor forzarlo a que se jubile antes de que sea demasiado tarde. Si no, advierten las encuestas, los demócratas serán aplastados en las urnas.
El candidato presidencial demócrata peor posicionado en los sondeos desde hace un cuarto de siglo dice que “sólo un acto del Señor” lo apartará de la candidatura. Pero Biden no tiene salida narrativa. Si se aparta de las cámaras y los micrófonos para limitar daños, reforzará su imagen de viejo. Si por el contrario se abalanza sobre las cámaras y los micrófonos, tropezará o mascullará incongruencias, como ha sucedido en sus apariciones públicas desde el debate. Los republicanos convertirán estos fragmentos en anuncios y la conclusión de los votantes será la misma o peor.
Ahora las grandes cabeceras estadounidenses, de izquierda a derecha y lideradas por The New York Times —que ha pedido a los demócratas que se rebelen contra Joe Biden y le digan que lo deje ya porque se está “poniendo en ridículo"— nos informan en detalle de sus múltiples deslices y de cómo sus colaboradores lo intentan aislar. Un interés periodístico presente también en los países aliados, cuyos gobiernos empiezan a filtrar episodios poco favorecedores (cuando no directamente alarmantes) para Biden.
Según The Wall Street Journal, el Gobierno alemán, consciente de que Biden se fatiga al anochecer, programó un evento oficial a primera hora de la tarde en el marco de una cumbre del G7 en 2022. Para sorpresa del anfitrión, el canciller Olaf Scholz, Biden no se presentó. En su lugar apareció su secretario de Estado, Antony Blinken, que explicó a los alemanes que el presidente se había ido a acostar.
En otras palabras: la posición política de Biden es extremadamente frágil. Pese a que no deja dudas sobre sus intenciones de seguir siendo candidato, sus votantes ven al emperador desnudo y muchos de sus correligionarios confiesan estar “tristes” ante la probable derrota demócrata en noviembre. Incluso si Biden gana contra todo pronóstico, ¿cuál será su estado de salud dentro de un año, o de dos, o de cuatro? ¿Cómo se tomará Donald Trump, y su cohorte de fieles, una segunda derrota?
Opción B: amoral y prágmática
Lo cual nos lleva a la Opción B: Donald Trump. Nadie sabe qué va a hacer el republicano si vuelve a ser presidente, ya que una de sus armas de campaña es la vaguedad de sus promesas. Pero hay algunas pistas. El Trump de 2024 no es el Trump de 2016. Hace ocho años, Trump era un neófito fundando un movimiento. Casi no tenía aliados, por los menos en Washington, ni cuadros, ni cantera. Se trataba de un hombre que viajaba por Estados Unidos armado con un avión, un micrófono y una cuenta de Twitter. Cuando finalmente alcanzó el Despacho Oval, tuvo que apoyarse en los expertos que le proporcionó el establishment republicano. Burócratas y generales a los que acabó despidiendo de mala manera.
Esta vez Trump asumiría el cargo en enero de 2025 con todo un mandato de experiencia a sus espaldas y una buena colección de seguidores leales. Los “adultos”, que era como se llamaba en Washington a los experimentados funcionarios del partido que la acompañaron entre 2017 y 2021, no estarían en la foto.
El impacto de un segundo mandato de Trump en la OTAN estaría por ver. Si bien el expresidente ha parecido tantear, en ocasiones, la idea de que EEUU salga de la Alianza, este es un miedo que sus colaboradores han intentado disipar. Lo que sí que han dicho algunos de estos allegados, como el asesor de seguridad nacional Dan Caldwell, es que, con Trump en la Casa Blanca, la OTAN experimentaría una “reorientación radical” en lo que concierne a los aliados europeos.
Una investigación de Politico dice que, con Trump, EEUU perdería interés en la defensa europea para centrarse más en el Pacífico, en China. Y la obligación de invertir un 2% del PIB en defensa adquiriría mayor importancia, hasta el punto de que la OTAN se dividiría en dos: una OTAN para aquellos que pagan el tramo acordado, y que disfrutarían de la protección militar de EEUU, y el resto, que se quedaría sin dicha garantía de seguridad. Una forma de decir que España, Italia, Portugal, Canadá o Eslovenia se quedarían sin el preciado escudo del Artículo 5.
Estos planes, propuestos por el teniente-general retirado Keith Kellogg, exalto cargo de la Administración Trump, reflejan la filosofía vital del magnate. Si Joe Biden ve las relaciones internacionales como una lucha dicotómica entre buenos y malos; Trump tiene una visión amoral y pragmática, una visión transaccional: quien no paga se queda fuera. Da igual que sea una democracia, una dictadura o un sistema tribal.
Esto se suele interpretar como que, si es elegido, Trump cumpliría su promesa de acabar con la guerra de Ucrania “en 24 horas”. Una vez más, Trump no ha dado detalles de cómo ejecutaría esta operación, pero podría ser algo así. Apartaría a los aliados europeos de un empellón, hablaría con Vladímir Putin y le retorcería un brazo a Volodímir Zelenski —no sería la primera vez— para que cediese o aceptase la congelación de los territorios ocupados a cambio del fin de las hostilidades.
A prueba de Trump
Sea como fuere, la incertidumbre de un Trump 2.0 es lo suficientemente grande como para se esté dando un proceso de Trump-proofing; o hacer las instituciones “a prueba de Trump”. De la misma forma que los vecinos de la costa de Florida colocan tejas de goma, ventanas de triple cristal y desagües especiales para proteger sus casas en caso de tormenta, las instituciones de EEUU y de la OTAN instalan las protecciones necesarias para aguantar una nueva embestida del trumpismo.
A principios de este año, el voto de la Ley de Autorización de la Defensa Nacional incluía una cláusula que prohibía al presidente de EEUU abandonar la OTAN o usar los fondos aprobados para ese fin, a no ser que tenga el consentimiento de dos terceras partes del Senado. Los congresistas colocaron así un obstáculo legislativo prácticamente insalvable, seguramente con Donald Trump en mente.
La Alianza Atlántica está dando pasos en la misma dirección. Aunque este objetivo no estaba explícitamente en la agenda de la cumbre de Washington, los líderes de la OTAN llevan tiempo analizando cómo blindar la ayuda a Ucrania de un segundo mandato trumpista. Desde que los aliados se encontraron en la Base Aérea de Rammstein, en Alemania, a finales de abril de 2022, ha sido la Casa Blanca la que ha llevado la batuta y la coordinación de la asistencia militar. Poner la OTAN “a prueba de Trump” implicaría que fuera la alianza la que coordinase, desde ahora, la ayuda.
El objetivo de Stoltenberg, el secretario general saliente, es amarrar 43.000 millones de dólares anuales de asistencia militar a Ucrania. Una de las opciones que barajan los socios abrir una oficina de la OTAN en Kyiv para estrechar lazos. El Trump-proofing estará en la agenda del exprimer ministro holandés y próximo secretario general de la Alianza, Mark Rutte, que asumirá el cargo en octubre.
El respeto a la voluntad del pueblo americano y la comprensible cautela para no ofender a quien puede ser el próximo emperador hace que todas estas conversaciones se tengan con la boca pequeña o entre bastidores. Pero el martes, durante el primer día de la cumbre, uno de los invitados tuvo la osadía de hablar con honestidad y decir lo que, probablemente, muchas personas tenían en mente.
“Damas y caballeros, seamos, y lo quiero ser, honestos”, dijo el presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, en Washington. “Ahora todo el mundo está esperando a noviembre”, añadió, seguido por murmullos en la sala. “El mundo entero está esperando. Y, hablando sinceramente, también Putin lo está esperando”.
Hay motivos para creer que “la más fuerte y exitosa alianza de la historia”, como la describió su secretario general, Jens Stoltenberg, tiene un futuro prometedor. Gracias a la reciente inclusión de Suecia y Finlandia, la OTAN suma 32 miembros, ha reforzado su flanco norte y preparado 500.000 soldados para combatir en territorio europeo. La invasión rusa de Ucrania le ha dado vigor y vigencia: ha aumentado el número de aliados y la intensidad de su compromiso. En 2021, solo nueve miembros gastaban el 2% del PIB en defensa. Ahora lo hacen 23. Incluso España, que está al final de la lista en gasto militar, ha prometido alcanzar ese umbral en 2029.
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