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Preso 207: cuando Occidente sí apoyó una dictadura china en Taiwán
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"máteme, por favor, yo soy inocente"

Preso 207: cuando Occidente sí apoyó una dictadura china en Taiwán

La dictadura que gobernó Taiwán durante décadas destrozó la vida de Fred Chin. Hoy cuenta su historia a El Confidencial

Foto: Prisión Jingmei en Taipei. (J. B)
Prisión Jingmei en Taipei. (J. B)

A Fred Chin, un malayo que fue a estudiar un grado universitario a la entonces República de China, le torturaron y encerraron en pequeños habitáculos durante meses, hasta 1971, cuando un juez le condenó a 12 años de cárcel y le dijo "debería usted estar contento, podía haberlo sentenciado a morir", él se acercó, y con las pocas fuerzas que le quedaban, le suplicó "máteme, por favor, yo soy inocente". Y el juez, explica a El Confidencial, que le contestó "si yo no le condeno, yo puedo ser el siguiente". Fred intentó después suicidarse tres veces.

Eran los tiempos de la dictadura china, la no comunista, que sí apoyó durante décadas Occidente. Eran los tiempos del sátrapa Chiang Kai-sek "Terror Blanco", que legisló la entonces República de China, lo que hoy sería Taiwán, entre 1947 y 1987. Se calcula que en ese periodo se ejecutó alrededor de 2.000 personas, aunque las cifras son aproximadas porque no hay registros oficiales, y se encarceló a decenas de miles. Esas cifras son sin tener en cuenta las víctimas del conocido como "Incidente 228", que diera lugar a la terrorífica ley marcial que gobernó la República de China durante 40 años.

placeholder Fred Chin en la misma sala en la que le condenaroìn en la prisioìn de Taipei. (J. B)
Fred Chin en la misma sala en la que le condenaroìn en la prisioìn de Taipei. (J. B)

En 1947, cuando la isla ya estaba bajo el mando de los nacionalistas republicanos del Kuomintang tras los 50 años de gobierno colonial japonés, se desencadenó una multitudinaria protesta entre la población local porque unos agentes golpearon a una viuda que vendía tabaco de contrabando en las calles y robaron sus pertenencias. Eso provocó un levantamiento popular que acabó con una masacre prohibida de mencionar durante la dictadura. En ella murieron entre 18.000 y 30.000 ciudadanos durante los días que duró la represión policial por toda la isla.

El país, hoy una democracia, tiene ahí una herida de memoria histórica que lo parte en dos. "Taiwán no será nunca una democracia completa mientras esto exista", dice frente al imponente mausoleo de CKS en Taipéi, donde unos guardas vigilan su enorme estatua sedente de bronce y le hacen honores cada dos horas, Chung-hua Lin, profesora de historia en la Open University e investigadora de la ex Comisión de Justicia Transicional.

Foto: Xi Jinping (c), Emmanuel Macron y Ursula von der Leyen. (Reuters/Pool/Ludovic Marin)

Chiang Kai-sek, apodado 'el generalísimo' y fallecido en 1975, es la figura clave pare entender el problema de identidad hoy de Taiwán que puede desencadenar una gran guerra con China. Un nacionalista chino impidió que la isla pasara a ser controlada por la China continental comunista de Mao Zedong, posibilitando el actual Taiwán, y a la vez impidió también que se constituyera, cuando sí pudo hacerlo en los años 70, como una nación independiente con el reconocimiento de la ONU. Porque CKS nunca quiso que la isla fuera una nación propia, sino un refugio y posterior lanzadera para reconquistar la China continental de la que él se consideraba su legítimo líder. Con el apoyo de especialmente Estados Unidos, al que lo de la falta de democracia y pisoteo de derechos humanos aquí no le preocupó tanto como al otro lado del estrecho, instauró un duro régimen que sometió a la población local y dio todo el poder a los dos millones de soldados y sus familias, muchas muy empobrecidas e incultas al llegar, que huyeron con él hasta la isla tras perder la Guerra Civil con los comunistas.

Fred Chin es el ejemplo y memoria de aquello. Él, que al ser uno de los pocos expresos que hablan inglés fue hace unas meses el guía de la visita que en esta misma prisión hizo la entonces presidenta de la Cámara estadounidense, Nancy Pelosi, enseña su primera 'casa' forzada y relatando una vida que recuerda como trágica. "Cada vez que entro en esta habitación (la sala donde le juzgaron en la cárcel) se me revuelve todo. Primero me acusaron de poner una bomba y cuando vieron que no tenía nada que ver fui obligado a confesar que era del Partido Comunista para evitar la condena de muerte. Yo, antes de venir a la universidad aquí, no sabía donde estaba Taiwán ni que sistema político tenía. Vine por una serie de casualidades. Si lo sé no hubiera venido", dice.

¿Qué te hicieron? "Me colgaban y tapaban la cabeza con un paño donde empezaban a echar agua que me entraba en los ojos y oídos. Me metían agujas en las uñas y apretaban para que sangrara. No me dejaban dormir durante 48 horas y me hacía mis necesidades encima. Me dijeron que si confesaba me dejarían libre, y yo les creí".

Todo el sistema policial y judicial estaba corrompido. Los torturadores pedían dinero a las víctimas para aflojar el castigo, pero tenían a la vez un bonus por arrancar confesiones. Los jueces, fiscales y defensores de oficio rotaban en sus funciones. Se confiscaban las propiedades de los considerados comunistas y si un ciudadano acusaba a otro y este era condenado, a él le correspondía un 30% de esas propiedades. Denunciar se convirtió en un negocio.

Fred vivió en esa cárcel de Taipéi, hasta que se desarrolló el juicio, en una pequeña celda que abre. Allí compartía espacio con otros tres presos. Un agujero en el suelo para defecar, un lavabo, unas ventanas por las que se colaba el frío congelador del invierno y un agujero en la puerta para meter comida fue todo su mundo. "Durante un año y medio solo salí cuatro veces de aquí. Tres por el proceso y la última una cuando me trasladaron a la cárcel de la Isla Verde. Ni siquiera nos dejaban salir al patio. Nos humillaban y trataban como animales".

"Ni siquiera nos dejaban salir al patio. Nos humillaban y trataban como animales"

Fred pasó a ser el prisionero 207. Un sin nombre que en esa primera celda, antes de la condena de los 12 años, entendió que le habían engañado. "En ese año y medio apenas hablábamos entre nosotros, no teníamos fuerzas. Un día me entregaron una carta. Yo no hablaba bien chino, pero pensé que cumplían su promesa y me dejaban libre. Empecé a empacar mis cosas. Un compañero la tomó y me explicó que no decía eso, sino que me iban a ejecutar. Pasaba las noches sin dormir pensando si me ahorcarían o dispararían", explica Fred.

Pasó los siguientes casi 11 años en la famosa prisión Lyudao, en la Isla Verde. Solo tuvo en ese tiempo una visita. Fue de su madre, llegada de Malasia. El dinero que a veces le mandaba su familia se lo quedaban los guardas. Aprovechó aquellos años para aprender chino en la librería de la prisión. Y entonces llegó la libertad en 1983.
"No me dieron papeles para volver a Malasia. Me dijeron que yo sabía ya mucho y no podía salir. Fui un vagabundo por las calles de Taipéi durante tres años. Me fui junto a un templo donde convivía con otros ex-presos. Compartíamos la comida que obteníamos de la caridad y eventuales trabajos que hacíamos", recuerda.

Finalmente, consiguió regresar a Malasia, con los suyos. Pero habían pasado más de 20 años desde que se había ido a la universidad en una isla rara. Era un extraño y un problema en su propia casa. "Me dijeron que era mejor que volviera a Taiwán, que allí ya no era mi lugar", dice Fred que, entonces, sonrió.

Foto: Un bombero corre durante un simulacro de defensa civil ante una posible invasión china. (Reuters/Ann Wang)

La vida da a veces segundas oportunidades y al resiliente Fred todo le cambió cuando regresó sin nada y conoció a su mujer. "Ella era mucho más joven que yo y se enamoró de mí cuando yo no tenía nada y era un vagabundo. Me pidió que me olvidara de todo y empezara de nuevo".

Y lo hizo. Consiguió con el tiempo trabajo como comercial, viajó por 40 países, y construyó una familia que hoy presenta. Su mujer y su nieto han venido a buscarle. Él se ofrece a explicar su historia a los jóvenes para que entiendan lo que no debe volver a suceder. “Regresar fue la mejor decisión de mi vida. Hoy soy un taiwanés feliz y agradecido. Yo siempre les digo a los jóvenes que nadie puede pasarlo peor de lo que yo lo pasé. Intenté matarme tres veces y por suerte no lo conseguí. Otros presos sí lo consiguieron. La vida cambia, todo se supera”, dice con su nieto enredado en sus piernas. ¿Perdonas lo que te hicieron? "Perdono a los que cumplían órdenes, pero no a los que actuaban por dinero".

placeholder Chung-hua Lin, en el sotano del CKS, frente a la foto de la manifestación por la democracia a la que asistió en 1990. (J. B)
Chung-hua Lin, en el sotano del CKS, frente a la foto de la manifestación por la democracia a la que asistió en 1990. (J. B)

Fred apoya hoy un Taiwán independiente. "Necesitamos el apoyo de EEUU y Europa. No buscamos armas, buscamos el apoyo del mundo democrático. El mismo que tuvo España tras Franco. España es un buen ejemplo", dice.

No es el único que en los días que estamos en la isla y tocamos el tema de la memoria histórica, menciona a España y el franquismo. "Resolver un pasado autoritario es un esfuerzo nacional a largo plazo con el que España también está familiarizada. Eso toma tiempo", dice en otra entrevista Enoch Wu, creador de la Forward Alliance, una ONG que da cursos de supervivencia a los taiwaneses para prepararlos para un cataclismo. "Yo he investigado mucho lo que ha pasado en España con Franco. La Justicia Transicional va lenta, pero lo que ha pasado en España es para nosotros un buen ejemplo", señala Chung-hua Lin.

La isla de los perdedores chinos

Pero para entender Taiwán, que ahora copa los telediarios de medio mundo, hay que entender primero su compleja historia que juega un papel decisivo para legitimar posturas. Hay una peculiaridad llamativa sobre la relación entre la isla y China. Taiwán es cultural y socialmente China, no hay duda de la estrecha relación, pero en realidad sería más exacto decir que Taiwán ha sido el refugio de los que perdían las guerras de poder en China.

La isla estaba habitada en el 1000 a. de C por pueblos aborígenes distintos de la predominante etnia china han de la parte continental. Los investigadores debaten hoy encendidamente si son pueblos que llegaron del sudeste asiático, polinesia u otras partes del continente. En todo caso, la isla pasó siglos alejada del poder que se desarrollaba en la China imperial. En el siglo XVII, se establecieron las primeras potencias europeas que intentaron establecer allí sus puertos comerciales.

Foto: China realiza ejercicios militares en torno al estrecho de Taiwán. (EFE/Wu Hao)

La primera invasión china se produjo entonces. Koxinga, un líder militar chino de la Disnastía Ming nacido en Japón, le quitó en 1661 la isla a los holandeses cuando los Qing, de origen manchú, conquistaron China tras derrotar a los Ming, de origen han. La "verdadera" China se trasladó entonces, por primera vez, a la salvaje isla, habitada en su interior por tribus muy hostiles. Se formó el pequeño reino de Tungning en una pequeña parte del suroeste de la isla.

Tras la muerte del famoso cacique, ese primer reino han en Taiwán perdió fuerza y finalmente la isla pasó a formar parte de los Qing. La Corte imperial Qing, sin embargo, nunca controló de facto más de un tercio del territorio, ante la resistencia de los aborígenes y la fama de ser un nido de piratas, problemas y enfermedades que provocaban el desinterés de Pekín.

En 1895, Formosa, que era como se conocía entonces a la isla, pasó a ser controlada por Japón tras su victoria en la Guerra sino-japonesa. Tokio gobernó allí 50 años entre el rechazo inicial de la población local y, finalmente, un cierto apoyo por sus numerosas reformas, avances y erradicación de la corrupción. En 1945, Japón perdió la Segunda Guerra Mundial y la isla pasó a manos de Kuomintang, el partido nacionalista chino republicano envuelto en una guerra civil en el continente con las tropas comunistas de Mao Zedong.

placeholder Memorial CKS. (J. B)
Memorial CKS. (J. B)

En 1949, las tropas del líder de Kuomintang, Chiang Kai-sek, perdieron finalmente la guerra civil y se trasladan hasta Taiwán con buena parte de los tesoros y obras de arte chinos que se exponen hoy en el Museo Nacional del Palacio.

Ellos se calificaron como la verdadera China. Sometieron a la población local a una dura dictadura donde se prohibieron sus lenguas y se penaba cualquier vestigio o afecto a la herencia japonesa. La población china continental acaparó todo el poder político (no había representantes políticos nacidos en la isla) y económico (las tropas de Kuomintang robaron casas, bicicletas, tierras…).

Chiang Kai-sek murió en la cama, tras una dictadura de puño de hierro, soñando que la China comunista de Mao colapsaría y él recuperaría el poder en Pekín. Pero ocurrió lo contrario. La República Popular de China creció y las naciones de todo el mundo que primero reconocían el Gobierno de Taipéi como la legítima China acabaron dando en 1971 a Pekín un puesto en el Consejo de Seguridad de la ONU.

El orgullo de Chiang Kai-sek cometió ahí un error histórico y decidió que él no formaría parte de unas Naciones Unidas que reconocieran a la China comunista. La isla tuvo entonces la posibilidad de proclamarse la República de Formosa, algo que una entonces más débil China hubiera posiblemente aceptado a regañadientes, y tener el reconocimiento internacional del que carece. Solo 13 naciones tienen relaciones diplomáticas "normales" con Taiwán hoy y el sueño de CKS de la reunificación pende ahora de que sean sus viejos enemigos del Partido Comunista de China los que invadan su República de China.

Foto: Xi Jinping (c), Emmanuel Macron y Ursula von der Leyen. (Reuters/Pool/Ludovic Marin)

Todo eso genera un problema enorme con la figura del viejo dictador y padre de una patria prohibida en parte por él. "Yo estuve aquí en 1990, en el Movimiento Lily, en el que los estudiantes reclamábamos libertad. Al mismo tiempo que pasaban en Pekín las protestas estudiantiles de Tiananmen, los estudiantes nos levantábamos en Taipéi. Yo llevaba una pancarta que decía 'no queremos 400 emperadores en Taiwán', que era el número de parlamentarios. Entonces todo el poder era de los representantes chinos del Kuomintang", recuerda la profesora Liu en el sótano del mausoleo de CKS, donde hay una exposición que explica lo sucedido durante la dictadura y la lucha democrática.

Arriba, tras 89 escalones y bajo una enorme cúpula, se rinde homenaje a la figura histórica del dictador. Abajo, en el sótano, se recuerda su historia de privilegios y crueldades con una larga exposición. "Controlar a los chinos no es fácil, se necesita un líder fuerte y poder. Fue una época de luces y sombras con cosas buenas y malas", opina el importante naviero taiwanés, que se define como chino, Michael Tai. Su padre formó parte de los chinos del KMT que en 1949 se trasladaron aquí desde el continente.

El hoy gubernamental Partido Progresista Democrático ha dado bandazos sobre qué hacer con la figura incómoda de CKS. La plaza donde está el mausoleo pasó en 2007 a llamarse como Plaza de la Libertad, lo que generó protestas de los seguidores del KMT. Entre ambos partidos sigue hoy la batalla de nombres y símbolos que refleja el choque social taiwanés. Taiwán no sabe qué hacer con el mañana y el ayer. En la discusión de qué fueron se decide qué serán después.

A Fred Chin, un malayo que fue a estudiar un grado universitario a la entonces República de China, le torturaron y encerraron en pequeños habitáculos durante meses, hasta 1971, cuando un juez le condenó a 12 años de cárcel y le dijo "debería usted estar contento, podía haberlo sentenciado a morir", él se acercó, y con las pocas fuerzas que le quedaban, le suplicó "máteme, por favor, yo soy inocente". Y el juez, explica a El Confidencial, que le contestó "si yo no le condeno, yo puedo ser el siguiente". Fred intentó después suicidarse tres veces.

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