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Maduro vive y la lucha no sigue: cómo el régimen venezolano aguantó el chaparrón
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Maduro vive y la lucha no sigue: cómo el régimen venezolano aguantó el chaparrón

Cuatro años después del que parecía su fin, Maduro no solo sigue al frente del Gobierno venezolano y rumbo a su rehabilitación internacional, sino que cuenta con un control más firme que nunca del país

Foto: El presidente venezolano, Nicolás Maduro, junto al brasileño, Luiz Inacio Lula da Silva. (Reuters/Ueslei Marcelino)
El presidente venezolano, Nicolás Maduro, junto al brasileño, Luiz Inacio Lula da Silva. (Reuters/Ueslei Marcelino)

Quizás usted no lo recuerde, pero, hace cuatro años, una guerra y una pandemia, Venezuela abría con frecuencia las cabeceras de periódicos de todo el mundo. En aquel entonces, el Ejecutivo de Nicolás Maduro parecía estar al borde del colapso, asediado por el hartazgo de su población y, sobre todo, por una presión internacional sin precedentes. La mayoría de los países sudamericanos le habían dado la espalda, Washington lo estaba estrangulando económicamente a base de sanciones y las embajadas europeas habían abandonado el país. Por si fuera poco, un Gobierno venezolano paralelo había sido reconocido por medio centenar de Estados como el único legítimo. “Los días de Maduro están contados”, vaticinaba el secretario de Estado de EEUU, Mike Pompeo.

Pero, a finales de mayo, después de años de desaparecer de los titulares periodísticos, Maduro estrechaba la mano del presidente del mayor país de latinoamérica, el brasileño Luiz Inacio Lula da Silva. “Espero que nunca más en la historia de Brasil tengamos que romper una relación por ignorancia”, celebró Lula. Un apretón que no solo suponía un símbolo del retorno a la normalidad en las relaciones entre Venezuela y Brasil, sino de la resurrección de Caracas en la región.

El encuentro entre ambos presidentes tuvo lugar en el contexto de una cumbre de líderes sudamericanos en Brasilia para aparcar las diferencias ideológicas y retomar los proyectos de integración regional. En concreto, el brasileño busca resucitar la Unión Sudamericana de Naciones (Unasur), una alianza fundada por él mismo y Hugo Chávez y que, al igual que el Gobierno en Caracas, parecía destinada a desaparecer años atrás. Consciente de que no existen acuerdos a gran escala posibles sin atender antes al elefante venezolano en la sala, Lula aprovechó el evento para escenificar la rehabilitación diplomática de Maduro.

Objetivo cumplido. Durante el evento, Maduro se reunió con los presidentes de otros dos pilares de Sudamérica —Argentina y Colombia—, y la práctica totalidad de los asistentes celebraron su regreso a los foros regionales. Todo un logro para un líder venezolano que ve más cerca que nunca el fin del aislamiento de su Gobierno en la arena internacional. “Maduro tiene una idea muy clara de cuál es su camino a seguir y una idea muy clara de con qué líderes en la región puede trabajar para conseguirlo”, indica Will Freeman, investigador especializado en Latinoamérica del Council on Foreign Relations, en entrevista con El Confidencial.

Foto: El presidente de Venezuela Nicolás Maduro. EFE/Miguel Gutiérrez

Cuatro años después de la cadena de eventos que parecía destinada a acabar con su Gobierno, Maduro no solo sigue al frente de Venezuela y rumbo a su rehabilitación internacional, sino que cuenta con un control más firme que nunca de los mecanismos del poder en su país. “La estrategia de aislamiento fracasó. La idea de que el régimen de Nicolás Maduro se iba a caer simplemente por aislarlo no tuvo ningún efecto”, resume a este periódico Juanita Goebertus, directora del departamento de América Latina de Human Rights Watch (HRW). ¿Cómo salió el sucesor de Chávez, quien nunca mostró ni un atisbo de su magnetismo político, del pozo en el que estaba sumido años atrás?

El colapso de Guaidó

El resurgir de un presidente no puede explicarse sin el hundimiento de otro. En enero de 2019, el hasta entonces desconocido político opositor Juan Guaidó se convertía en el líder de la Asamblea Nacional, el Parlamento venezolano. Apenas unos días después, proclamaba al Gobierno de Nicolás Maduro como ilegítimo al no reconocer el resultado de las elecciones de 2018, consideradas fraudulentas por gran parte de la población del país y de la comunidad. Por ello, Guaidó se declaraba, respaldado por el Legislativo, como presidente encargado (interino) de Venezuela, obteniendo el reconocimiento de más de 50 países y desatando una crisis sin precedentes para el Ejecutivo chavista.

Con el respaldo imprescindible de Estados Unidos, Guaidó formó un Gobierno interino, nombró embajadores y tomó el control de miles de millones de dólares de activos en el exterior. Con más de un 77% de aprobación entre una población venezolana desesperada por el cambio y un reconocimiento internacional que crecía día tras día, incluyendo la mayoría de la región latinoamericana, su meteórico ascenso parecía imparable.

Foto: Donald Trump y Juan Guaidó, juntos en en Washington. (EFE/Erik S. Lesser)

Sin embargo, ni el respaldo popular ni el apoyo internacional lograron cambiar el equilibrio de poder en Venezuela. Maduro retuvo el control sobre la burocracia nacional, regional y local, y logró mantener en todo momento el apoyo del Ejército. “Demostró una enorme habilidad, de forma cínica y maquiavélica, de explotar el tráfico de drogas y oro para asegurarse de que ciertas facciones, especialmente aquellas dentro de las fuerzas armadas que tienen una presencia importante en la economía ilícita, estuvieran satisfechas”, apunta Freeman.

La base legal utilizada para su nombramiento como presidente interino —un artículo de la constitución venezolana que establece que, en caso de ausencia de un presidente electo, el líder de la Asamblea Nacional debe asumir el cargo— solo le otorgaba poder durante 30 días, durante los cuales debía convocar elecciones. Eventualmente, Guaidó se vio obligado a mover ficha e intentar, tras una serie de diálogos con los poderes fácticos del país, una insurrección popular el 30 de abril de 2019, la cual fracasó espectacularmente. Fue el síntoma de una debilidad evidente: los planes del joven político para derrocar a Maduro nunca fueron más allá de las esperanzas de que tuviera lugar un golpe de Estado contra Maduro, ya fuera por parte del Ejército venezolano o por algún tipo de intervención estadounidense.

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Eventualmente, pese a seguir contando con un considerable respaldo en el extranjero, fueron las divisiones internas dentro de la oposición y la desafección popular las que sentenciaron a aquel Gobierno interino que nunca llegó a ser tal. “Debido a que tuvo todas estas oportunidades diplomáticas para lograr apoyo en el extranjero, es posible que el Gobierno interino de Guaidó perdiera el norte respecto a cómo actuar en la arena nacional”, explica Freeman. A finales de 2021, el respaldo a Guaidó entre la población venezolana apenas superaba el 10%, con un 88% de los encuestados por Datanálisis mostrando rechazo hacia su figura, una cifra superior a la del propio Maduro.

Un año después, la oposición votaba a favor de destituir a Guaidó y de disolver su Gobierno, planeando la celebración de nuevas primarias presidenciales para el próximo mes de octubre. El político abandonó el país, a pie y por sorpresa, hacia Colombia, donde, afirmaba, buscaba participar en una conferencia política convocada por el presidente Gustavo Petro. En un último gesto de humillación, el Gobierno colombiano lo expulsó del país por su “entrada irregular”. Actualmente, reside en Miami. Maduro, mientras tanto, sigue en el Palacio de Miraflores.

Un giro regional

Para sobrevivir al aislamiento internacional, Maduro se lanzó a profundizar los lazos diplomáticos, militares y económicos con otros regímenes sometidos a sanciones, como Irán y Rusia, que le ayudaron a seguir exportando petróleo a destinos como India o China. Esto, sumado a una serie de privatizaciones y una dolarización de facto en el país, permitieron frenar, a duras penas, el sangrado de la economía venezolana. La inflación mensual en Venezuela cayó el pasado mes de abril hasta el 2,5%, una reducción drástica si se tiene en cuenta que la interanual asciende a un astronómico 471%. Todavía más si uno recuerda que, al comenzar 2019, superaba el millón por ciento.

Foto: Un hombre observa los precios en una tienda de Caracas. (EFE/Miguel Gutiérrez)

Pero, más allá de sus alianzas internacionales lejos del continente americano, uno de los factores determinantes para la rehabilitación diplomática del Gobierno venezolano ha sido el inevitable carácter pendular de la política regional. Cuatro años atrás, Caracas era una isla izquierdista situada al norte de una Sudamérica en la que reinaba la derecha. En Brasil, Jair Bolsonaro; en Colombia, Iván Duque; en Argentina, Mauricio Macri; incluso en Bolivia, uno de los aliados más fieles del régimen de Maduro, gobernaba la derechista Jeanine Áñez después de que el ejército obligara a Evo Morales a renunciar.

Hoy en día, el panorama es diametralmente opuesto. Desde finales de 2019, presidentes izquierdistas han ganado elecciones en Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Colombia y Perú. El deshielo diplomático comenzó en La Paz, cuando el recién electo Luis Arce decidió a finales de 2020 invitar a Maduro en lugar de a Guaidó a su toma de posesión. Después, llegó Lima en 2021, con la elección de Pedro Castillo (actualmente en prisión). Pero el mayor impacto para Caracas sucedería el año después con la llegada al poder del exguerrillero Gustavo Petro en Colombia, el primer presidente de izquierdas de la historia democrática del país.

"La ideología infecta la diplomacia dentro de la región latinoamericana"

Aunque Gustavo Petro había calificado al presidente venezolano como “dictador” durante la campaña electoral, restableció las relaciones bilaterales con su Gobierno poco después de tomar posesión. También reabrió la frontera entre ambos países y devolvió a Maduro el control de la petroquímica Monómeros, filial de la estatal Petróleos de Venezuela (PDVSA) ubicada en Colombia y que había sido gestionada por el Gobierno interino de Guaidó desde 2019. Estas medidas, junto con el retorno de Lula al poder en Brasil, fueron sintomáticas del “resurgimiento de una serie de gobiernos más cercanos a la izquierda desde un punto de vista ideológico que, si bien pueden tener convicciones democráticas, tienen mayor cercanía para conversar con el régimen de Nicolás Maduro”, relata Juanita Goebertus.

Como demuestra el intento de Lula de resucitar Unasur, un proyecto de integración que empezó a decaer en 2017 por ser considerada como una institución cómplice del chavismo por los gobiernos de derecha, “la ideología infecta la diplomacia dentro de la región, sin importar si es la derecha o la izquierda quien ostenta el poder”, indica Freeman. El viento corre ahora a favor de Venezuela.

Esto no implica, no obstante, que la posición política latinoamericana respecto a Caracas sea un monolito, ni siquiera entre sus gobiernos de izquierda. Las discrepancias en torno a Maduro salieron a relucir durante la propia cumbre, cuando Lula describió las críticas contra el Gobierno venezolano como una “narrativa”. “Nicolás Maduro sabe muy bien la narrativa que han construido contra Venezuela. Ustedes saben la narrativa que han construido sobre el autoritarismo y la antidemocracia. Ustedes tienen como medios que deconstruir esa narrativa”, afirmó el líder brasileño a los periodistas en el encuentro. El presidente de Chile, el izquierdista Gabriel Boric, se pronunció más tarde al respecto: “No es una construcción de una narrativa, es una realidad seria y la vi en los ojos de venezolanos que llegaron a nuestro país”.

Quizás usted no lo recuerde, pero, hace cuatro años, una guerra y una pandemia, Venezuela abría con frecuencia las cabeceras de periódicos de todo el mundo. En aquel entonces, el Ejecutivo de Nicolás Maduro parecía estar al borde del colapso, asediado por el hartazgo de su población y, sobre todo, por una presión internacional sin precedentes. La mayoría de los países sudamericanos le habían dado la espalda, Washington lo estaba estrangulando económicamente a base de sanciones y las embajadas europeas habían abandonado el país. Por si fuera poco, un Gobierno venezolano paralelo había sido reconocido por medio centenar de Estados como el único legítimo. “Los días de Maduro están contados”, vaticinaba el secretario de Estado de EEUU, Mike Pompeo.

Nicolás Maduro