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Galeotti: "Mientras en España haya crimen organizado ruso, será vulnerable al Kremlin"
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"Todo es un arma"

Galeotti: "Mientras en España haya crimen organizado ruso, será vulnerable al Kremlin"

Mark Galeotti es uno de los expertos de referencia a nivel global sobre el Kremlin, el sistema sobre el que se apoya y las técnicas que utiliza para mantener al resto del mundo hablando de Rusia

Foto: El profesor Mark Galeotti, en la plaza Roja de Moscú. (Foto cedida)
El profesor Mark Galeotti, en la plaza Roja de Moscú. (Foto cedida)
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Mark Galeotti (Surrey, Reino Unido, 1965) realizó parte de la investigación para su doctorado en lo que todavía era la Unión Soviética, ya en pleno proceso de descomposición. De aquella época le viene su dominio del ruso, sus contactos en el ámbito de las fuerzas armadas y el aparato de seguridad de Rusia, y un interés en el país que no ha ido decayendo con los años. Al contrario, lo ha ido destilando en unos conocimientos profundos sobre Rusia que le han convertido en uno de los expertos de referencia a nivel global sobre el Kremlin, el sistema sobre el que se apoya y las técnicas que utiliza para mantener al resto del mundo hablando constantemente de Rusia, aunque sea mal. Como investigador, está asociado al Instituto de Relaciones Internacionales de Praga, al Real Instituto de Servicios Unidos para Estudios de Defensa y Seguridad (RUSI) del Reino Unido, y a la Escuela UCL de Estudios Eslavónicos y de Europa Oriental. También tiene su propia consultoría especializada, Mayak Intelligence, con sede en Londres.

Su último libro acaba de editarse en castellano: Todo es un arma (Desperta Ferro, 2023), en el que analiza cómo en el nuevo contexto de enfrentamiento entre grandes (y pequeñas) potencias, casi cualquier cosa es susceptible de ser utilizada como un instrumento de presión o desestabilización contra sus vecinos, desde la energía hasta las misiones de paz, la información e incluso el turismo. Uno de los primeros países en darse cuenta de ello, y en utilizarlo a escala masiva, fue precisamente Rusia, una tendencia que se ha acelerado aún más tras la invasión de Ucrania, pero que está siendo imitada ya por muchos otros estados. En el mundo anglosajón existe un término que recoge este concepto: weaponization, que el traductor del libro de Galeotti al castellano resuelve con un solvente armamentización. Conversamos con este experto acerca del desafío que esto plantea en pleno siglo XXI, en un estado permanente de choque entre estados que por lo general no llega a ser de guerra, pero tampoco de paz.

PREGUNTA. ¿Por qué de repente estamos todos hablando de agresiones híbridas y la armamentización de todo?

RESPUESTA. Tienes razón en que no hay nada nuevo en esencia, pero en la práctica este acto de combatir sin disparar se ha vuelto mucho más importante en la era moderna, tanto porque la guerra se ha vuelto terriblemente cara —la decisión de Putin de invadir Ucrania está llevando a Rusia a la bancarrota, mientras que Ucrania solo puede sobrevivir gracias a los casi 3.000 millones de dólares mensuales de Occidente en ayudar militar y financiera— como porque ahora estamos muy interconectados. La guerra en Ucrania ha provocado hambre en el África subsahariana; una invasión china de Taiwán implicaría una crisis en la industria global de los microchips; un hacker en Argentina puede hundir un banco en Zimbabue. Como resultado, los países son mucho más vulnerables a la interferencia a distancia, pero también tienen muchas más oportunidades para interferir ellos mismos.

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P. ¿Tiene sentido establecer una diferencia entre las herramientas de presión e influencia de toda la vida y lo que llamamos armamentización?

R. Lo que discuto en mi libro es la expansión de las cosas que pueden ser convertidas en armas, empezando por aquellos medios de la vieja escuela, todos los cuales siguen vigentes, pero a los que se les pueden añadir muchos más. Gracias a los viajes aéreos fáciles y baratos, en 2021 Bielorrusia pudo transformar a los migrantes de Oriente Medio en un arma, intentando obligarles a cruzar la frontera de Polonia, por ejemplo, mientras que internet implica que las operaciones de información, que antaño llevaban meses o años de preparación previa, pueden ahora ser lanzadas con un clic de ratón.

P. ¿Es la suma de varios de estos elementos armamentizados lo que los convierte en una amenaza?

R. En parte sí, pero también el modo en que con frecuencia son muy sutiles: en la práctica, podrías estar bajo ataque y ni siquiera saberlo. Los políticos corruptos no anuncian ese hecho, un sabotaje puede parecer un simple accidente, etcétera. Especialmente cuando el atacante puede permitirse ser paciente, estas campañas pueden ser lentas y sutiles.

Foto: Guardias abren las puertas del Gran Palacio del Kremlin a la llegada del presidente ruso, Vladímir Putin. (EFE/Alexey Druginyn)

P. ¿Se le ocurren más ejemplos?

R. La idea de una especie de opuesto perverso al poder blando —el poder de la influencia positiva— la encuentro fascinante. Hay países y líderes que logran precisamente hacer uso de la idea de que son peligrosos e impredecibles como forma de influir sobre otros. Durante años, Corea del Norte ha basado gran parte de su política exterior en este enfoque, igual que hizo Irán por algún tiempo (aunque ahora está tratando de volver a conectar con el mundo).

P. ¿Es el Kremlin en cierto modo un pionero en este sentido?

R. Lo es. Hasta un grado considerable, esto es precisamente porque Putin está intentando forzar a Occidente a que trate a Rusia como una gran potencia, pese a que en casi todas las dimensiones, salvando las armas nucleares, ya no se le puede considerar así. He llamado a la Rusia moderna "una guerrilla geopolítica", en el sentido de que como cualquier guerrilla, intenta mover el conflicto hacia áreas donde siente que lleva ventaja, y en este caso es a través de operaciones de influencia para testar y exacerbar las inevitables diferencias de opinión dentro de y entre democracias, y también a través de medios económicos. Sin embargo, debemos tener presente que los rusos pueden haber sido pioneros en adoptarlas, pero estas herramientas cada vez las usa más todo el mundo. Y esto no significa solo países como China, sino también Occidente. ¿Qué otra cosa son las sanciones económicas contra Rusia, después de todo, sino la armamentización de las conexiones de ese país a la economía global?

Foto: Tom Keatinge. (Cedida)

P. ¿Todavía tiene el ejército ruso alguna posibilidad de lograr la superioridad militar contra las fuerzas de Ucrania?

R. No creo que pueda haber ninguna victoria directa rusa en el campo de batalla, pero eso no significa que Putin no pueda todavía imponer una solución a la que pueda llamar victoria. Tenemos que darnos cuenta de que en realidad se están librando dos guerras: una estilo siglo XX a tiros en Ucrania, y otra no kinética del siglo XXI entre Rusia y Occidente, que se lleva a cabo en los terrenos de la política, la economía, la cultura e incluso la legislación internacional. La mejor oportunidad de Putin de imponer un acuerdo en la primera guerra que pueda denominar victoria depende de los éxitos que logre en la segunda: superar o erosionar la voluntad occidental de seguir ayudando a Ucrania. Sin los 2.500 o 3.000 millones mensuales que Occidente proporciona a Ucrania en asistencia militar y financiera, la posición de Kiev sería mucho más vulnerable.

P. ¿Puede tener éxito Rusia con este enfoque mixto?

R. Es posible, pero solo hasta el punto de que los rusos están trabajando sobre sentimientos ya existentes. No tienen poderes mágicos de control mental, pero sus tácticas pueden, en las circunstancias adecuadas, ayudar a expandir algunas brechas ya existentes en nuestras sociedades y dentro de la alianza occidental. Tomando como ejemplo las elecciones estadounidenses, los rusos no hicieron que Trump resultara elegido en 2016, en mi opinión estaban seguros de que Clinton ganaría y simplemente estaban intentando crearle problemas a ella. Al fin y al cabo, estaban apoyando causas y candidatos extremos de todo tipo, de los cuales Trump solo era uno. En 2024, sin embargo, es más probable que se enfoquen en apoyarle, e incluso si solo logran orientar a un 1% del electorado, en una elección muy ajustada, eso podría suponer una diferencia importante.

P. Uno de los aspectos que se suelen pasar por alto en la estrategia del Kremlin, al menos entre los no especialistas, es su instrumentalización del crimen organizado, que usted también analiza en su libro "La ley del crimen".

R. Desde que Putin llegó al poder ha habido una relación compleja entre los bajos fondos y los altos en Rusia: la mafia no controla el Kremlin, el Kremlin no controla a la mafia, pero hay "entendimiento". Originalmente, el régimen le dejó claro a los gánsteres que lo que no podían hacer si no querían enfrentarse a una seria persecución era en esencia suponer algún tipo de desafío político. Últimamente, sin embargo, hemos visto cada vez más que se les dice a los gánsteres qué deben hacer, proporcionándoles cierto grado de inmunidad en la práctica a cambio de sus servicios. Hemos visto a criminales utilizados para asesinar a chechenos en Alemania y Turquía, llevar a cabo misiones de espionaje de bajo nivel en Escandinavia y los Países Bálticos, y en general actuar como apoyo de las agencias de inteligencia rusas. Ahora, con las sanciones, los criminales están introduciendo de contrabando en Rusia los objetos que se necesitan, como por ejemplo microchips, utilizando las mismas rutas que usan para sacar drogas y otros bienes ilícitos del país.

P. El crimen organizado ruso tradicionalmente ha tenido una presencia importante en el territorio español. ¿Esto supone una vulnerabilidad que Rusia podría explotar si decide tomar represalias contra la creciente implicación de España en Ucrania?

R. Por desgracia sí. Incluso aunque hay que admitir que la policía y la judicatura españolas han hecho progresos importantes combatiendo al crimen organizado ruso, mientras haya una presencia importante, ahí el peligro existe. Incluso si solo se da el caso de que a criminales con negocios, activos o parientes en Rusia se les imponen impuestos y se les fuerza a aportar algunas de sus ganancias ilícitas para las operaciones de influencia en Europa, eso es un problema.

P. En su libro "Tenemos que hablar de Putin", describe al presidente ruso, no como el maestro ajedrecista, un jugador más bien oportunista e incluso con aversión al riesgo. ¿Ha cambiado su opinión tras la invasión de Ucrania? ¿Por qué cree que tomó una decisión tan desastrosa?

R. Confieso que al principio me pregunté si estábamos viendo a un nuevo Putin dispuesto a correr riesgos. Sin embargo, desde entonces ha quedado claro que Putin se había convencido a sí mismo de que sería fácil, de que toda Ucrania caería en un par de semanas y Occidente gruñiría un poco pero no haría mucho. Para él, probablemente habría sido estúpido no aprovechar esta oportunidad. Por supuesto, estaba totalmente equivocado, pero en muchos sentidos fue víctima de otro de los procesos de los que hablo en Tenemos que hablar de Putin: el modo en el que se ha rodeado de gente que genuinamente comparte sus ideas extremas o que simplemente le dice lo que quiere oír. Hay gente en su círculo que estaba mejor informada, pero nadie se molestó o atrevió a decirle al jefe que se equivocaba sobre Ucrania, y de ahí su error catastrófico.

P. ¿Ve usted alguna mejoría en este sentido tras la invasión de Ucrania?

R. Sí, aunque se corre el peligro de que aprendamos las lecciones equivocadas. Buscamos soluciones rápidas, que a menudo ofrecen poco o ningún valor o son incluso contraproducentes. Responder al desafío de la desinformación estableciendo verificadores, por ejemplo, crea el riesgo de reemplazar un conjunto de falsedades por otro. Las verdaderas respuestas son a largo plazo: una mayor conciencia del nuevo mundo de desafíos de seguridad (de modo que, por ejemplo, los países diversifiquen sus fuentes de energía, sus inversiones, sus alimentos y sus recursos estratégicos) y, como dices, resiliencia. Esto último implica una mejor educación pública para que la gente sea menos vulnerable a la desinformación, una mayor transparencia para destapar la corrupción y las inversiones estratégicas hostiles, un mayor gasto en inteligencia y contrainteligencia en lugar de solo en tanques y cazas, y en general una nueva conciencia de seguridad de 360 grados que aprecie que los medios no militares pueden ser tan poderosos como los militares.

Mark Galeotti (Surrey, Reino Unido, 1965) realizó parte de la investigación para su doctorado en lo que todavía era la Unión Soviética, ya en pleno proceso de descomposición. De aquella época le viene su dominio del ruso, sus contactos en el ámbito de las fuerzas armadas y el aparato de seguridad de Rusia, y un interés en el país que no ha ido decayendo con los años. Al contrario, lo ha ido destilando en unos conocimientos profundos sobre Rusia que le han convertido en uno de los expertos de referencia a nivel global sobre el Kremlin, el sistema sobre el que se apoya y las técnicas que utiliza para mantener al resto del mundo hablando constantemente de Rusia, aunque sea mal. Como investigador, está asociado al Instituto de Relaciones Internacionales de Praga, al Real Instituto de Servicios Unidos para Estudios de Defensa y Seguridad (RUSI) del Reino Unido, y a la Escuela UCL de Estudios Eslavónicos y de Europa Oriental. También tiene su propia consultoría especializada, Mayak Intelligence, con sede en Londres.

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