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Una victoria muy cara: Erdogan se lanza a la toma de Constantinopla
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El ciclo electoral eterno

Una victoria muy cara: Erdogan se lanza a la toma de Constantinopla

Tras ganar las elecciones presidenciales, Erdogan tiene Estambúl en la mira. Pero la necesidad de seguir expandiendo su poder puede ser lo que acabe socavándolo definitivamente

Foto: El presidente Recep Tayyip Erdogan. (Reuters/Murat Cetinmuhurdar)
El presidente Recep Tayyip Erdogan. (Reuters/Murat Cetinmuhurdar)

Ha ganado Erdogan. La segunda vuelta de las elecciones presidenciales en Turquía era aún más reñida que la primera, pero el resultado fue nítido: un 52% para el titular del cargo, un 48% para el aspirante, el socialdemócrata Kemal Kiliçdaroğlu. Hubo alguna alusión amarga a la injusticia de la campaña, con toda la maquinaria del Estado puesta a disposición del presidente para difundir su promesa de hacer Turquía "grande de nuevo" y tildar a sus adversarios de peligrosos terroristas, pero el resultado es que esta campaña funcionó y las urnas hablaron. Otro mandato de cinco años para Recep Tayyip Erdogan.

Tengo ciertas dudas. No sobre las urnas, dado que el sistema electoral de Turquía es tan sólido y cuenta con una colaboración ciudadana tan amplia de seguimiento y observación, que los posibles intentos de manipulación solo pueden afectar a una fracción mínima que, muy probablemente no alcanzará los 2,3 millones de papeletas que separan a Erdogan de Kiliçdaroglu. De lo que tengo dudas es de que Erdogan tenga la capacidad de manejar el timón del país otros cinco años. Vienen aguas muy turbulentas. Porque vienen —una vez más— elecciones. Las locales de marzo de 2024.

Foto: Recep Tayyip Erdogan. (Reuters/Umit Bektas)

"La campaña electoral para las municipales empezará el día 30 de mayo. Eso lo sabemos", escribí la semana pasada al comentar los resultados de la primera vuelta. Me equivoqué. La campaña electoral para las municipales de marzo empezó anoche, 10 minutos después de que se confirmara la victoria de Erdogan en la segunda vuelta. El jefe de Estado subió a un autobús en el barrio donde reside y vota, el de Üsküdar en Estambul, y empezó a arengar a sus seguidores. Repartiendo pullas contra Kiliçdaroglu, contra el partido socialdemócrata CHP, contra "los homosexuales que infiltran los partidos" de la oposición e intentan, supuestamente, destrozar los valores de la familia. Un mitin en toda regla, con el objetivo marcado: "Tenemos delante 2024. Me entendéis ¿no? ¿Estáis preparados para ganar Estambul en las elecciones locales de 2024? No vamos a parar: ¡seguiremos trabajando!".

Lo entendemos. Estambul es una espina clavada en el corazón de Erdogan. Fue en esta ciudad en la que empezó su meteórica carrera política y que lo eligió alcalde en 1994. Desde entonces, el bastón ha estado siempre en manos de partidos islamistas... hasta marzo de 2019, cuando ganó por 13.000 votos el socialdemócrata Ekrem Imamoglu. Algo tan insoportable para Erdogan y su partido, el AKP, que forzaron la repetición, que Imamoglu ganó con 800.000 votos más. El AKP también perdió Ankara en aquellos comicios, pero es sobre todo Estambul, la ciudad que para Erdogan simboliza el triunfo del islam otomano sobre el cristianismo bizantino, la que necesita traer de vuelta al redil.

Foto: Votantes de Recep Tayyip Erdogan, este 28 de mayo en Estambul. (EFE/Erdem Sahin)

Quizás sea casualidad que el lunes poselectoral sea 29 de mayo, 570 aniversario de la toma de Constantinopla por el emperador otomano Mehmet II. Pero no es casualidad que el último acto de la campaña electoral de Erdogan en primera vuelta fuera un rezo público en la antigua basílica de Santa Sofía, que él mismo reconvirtió en mezquita —lo había sido ya durante el Imperio otomano hasta que llegó la República de Turquía y pasó a estatus de museo— en 2020. La perfecta amalgama entre el islamismo que siempre le ha espoleado y el nacionalismo que desde hace un lustro es la única fuerza política que lo sostiene en el poder.

Pero la necesidad de seguir expandiendo este poder —y de retomar en marzo Estambul— puede ser lo que acabe socavando definitivamente el respaldo del presidente. Porque la campaña electoral indefinida que Erdogan lleva a cabo desde hace años, en la que siempre hay unas elecciones en el horizonte después de ganar las elecciones, es extremamente cara. No para el partido, porque no paga el partido. Paga el Estado. Se canaliza el dinero público hacia un ciclo económico deficiente en el que el dinero pierde valor continuamente.

Los tipos de interés están fijados en el 8,5 por ciento. Con una inflación superior al 40%, haga usted el cálculo: toda lira que entre en su cuenta bancaria debe gastarse de inmediato, porque los intereses que puede recibir por un depósito a plazo fijo no van a compensar la disminución de su valor en ese plazo. Eso significa que es mejor derrochar el dinero comprando lo que sea que dejarlo en el banco. Lo cual mantiene en marcha las fábricas y fomenta el empleo. Aparte de que, por supuesto, la débil lira hace que los productos made in Turkey sean muy competitivos en el mercado mundial y las exportaciones hayan crecido como nunca. También eso mantiene estable el empleo. Ideal para ganar las próximas elecciones, dado que no hay nada que un político teme más que masas de proletarios en paro.

La mala noticia es la misma lira débil ha encarecido muchísimo el precio de las materias primas —desde acero y tecnología a abono y piensos— que el país debe importar para manufacturar lo que exporta. Al final, si exportar sigue siendo rentable es porque los salarios se mantienen bajos. Empleo sí hay en Turquía, pero es un empleo de pobres. Un empleo que no permite ahorrar ni una lira ni planificar el futuro. Y lo peor es que aún este equilibrio inestable depende de que la lira no siga cayendo de forma incontrolada, cosa que haría en un mercado realmente libre.

Ya en 2021, el Banco Central admitió que intervenía "mediante ventas" en los mercados de divisas y todos los economistas están convencidos de que lo sigue haciendo. Fundiendo sus reservas para que la lira no caiga bajo la cota de las 20 unidades por dólar. La semana pasada, según recoge la prensa económica, esas reservas, si no se toman en cuenta los acuerdos de permuta financiera con otros países, entraron en zona negativa por primera vez desde 2002. Si aún hay dinero en los cofres es por esas permutas, acordadas sobre todo con Rusia y Catar. Pero son parches a corto plazo. "No hay suficiente dinero en Rusia y en el Golfo para canalizarlo a Turquía, que es una economía bastante grande", opina el economista Bilge Yilmaz. Y si lo hacen, será a cambio de algo. "El sistema no es sostenible. O bien se implantan ya las políticas adecuadas o se instauran controles de capital", concluye el experto.

Foto: Recep Tayyip Erdogan. (Reuters/Murad Sezer)

Las políticas adecuadas, para un economista ortodoxo, son subir las tasas, frenar el consumo, asumir que se dispare el desempleo y la pobreza, aguantar el descontento de la población y esperar que con una gestión inteligente de incentivos a la producción todo vuelva a arrancar, pero esta vez sobre fundamentos estables. Yilmaz, profesor en la Wharton School of Economics, candidato al cargo de ministro de Hacienda si ganaba la oposición, decía saber arreglar la arruinada economía del país sin hacer sufrir demasiado a la sociedad. No ha ganado, así que no se lo encargarán.

Pero el problema no es que los altos cargos alrededor de Erdogan no sepan hacerlo. El problema es que ni aunque supieran, les dejarían hacerlo. Erdogan, que nombra y destituye a los gobernadores del Banco Central a placer, lleva años insistiendo en que hay que mantener los tipos de interés bajos porque "así baja la inflación". Afirmación que nadie se toma en serio y que ha llevado a preguntarse a más de uno por los conocimientos económicos de sus asesores. Hemos tardado en entender que no es la falta de sabiduría lo que determina el rumbo de la economía turca: es la utilización de la economía como herramienta electoral. Es la convicción que solo usando los mecanismos financieros del Estado de esta manera, Erdogan podrá ganar las siguientes elecciones. Y las siguientes. Y las siguientes.

En un país con 85 millones de almas hay 30 millones de ciudadanos que de alguna forma reciben asistencia monetaria estatal

El ciclo electoral es infinito. Las reservas del Banco Central no lo son. ¿Aguantarán hasta marzo? ¿Seguirá Putin firmando cheques? ¿Saltará a la brecha quizás Arabia Saudí, o incluso China? ¿Y a cambio de qué? Y si no lo hacen ¿podrá el Estado seguir pagando no solo los salarios del funcionariado, sino también los programas sociales, subvenciones agrícolas, exenciones de impuestos y ayudas de alquiler que ahora distribuye a diestra y siniestra para aliviar las consecuencias de la mala gestión financiera? En un país con 85 millones de almas hay 30 millones de ciudadanos que de alguna forma reciben asistencia monetaria estatal, estima Yilmaz. Es dinero público, por lo que, en el fondo, son los propios contribuyentes quienes pagan para recibir a cambio una ficción de que el Estado se ocupa de ellos. El Estado, o sea Erdogan. Es una eficaz herramienta electoral para mantener un voto cautivo. Junto al discurso que hace olvidar el hambre.

Durante la campaña electoral, la oposición hablaba del precio de la cebolla. El Gobierno, de tanques, portaaviones, helicópteros de ataque y cazas no tripulados. Es incómodo recordar un eslogan pronunciado en la Berlín de 1936: "Podemos vivir, si hace falta, sin mantequilla, pero no sin cañones". Pero la similitud se queda en el discurso. Ankara ya ha disparados sus cartuchos guerreros. Con Siria convertida en protectorado de su único aliado, Vladímir Putin, ya no queda país que se pueda invadir. Las extrañas escaramuzas que han surgido en el sureste de Anatolia con miembros del PKK, la guerrilla kurda, durante la campaña electoral —tras años en los que la guerra se había trasladado ya a territorio del norte de Irak— no han tenido continuación. Da la impresión de que, a diferencia de su actitud en 2015, esta vez el PKK no tuvo ganas de apoyar a Erdogan ofreciéndole la guerra que necesitaba.

Probablemente, la campaña para la segunda toma de Constantinopla en marzo del año que viene se acompañe de una retórica islamista, nacionalista y antioccidental de mucho voltaje. Pero es dudoso que funcione. Kiliçdaroglu le sacó 3,5 puntos de ventaja a Erdogan en la metrópoli del Bósforo (frente a dos puntos en la primera vuelta). Puede que la Judicatura haga de avanzadilla y confirme la sentencia, por ahora recurrida, que prohíbe al alcalde socialdemócrata de Estambul, Ekrem Imamoglu, participar en política. Pero tampoco esa medida sería un golpe definitivo; quizás al contrario. Fue precisamente una sentencia de este tipo contra un joven Recep Tayyip Erdogan, alcalde de Estambul, la que en 1998 le dio al actual presidente el aura de héroe, diez meses de cárcel y una salida triunfal incluidos.

Estambul fue cuna y trampolín del político que más poder ha acumulado que ningún otro desde Kemal Atatürk, el fundador de la República. Pero puede ser que este poder no alcance para retomar la ciudad, ni con todo el oro del Banco Central. Pero la verdadera pregunta viene después: ¿y ahora qué? Haya victoria o derrota, los siguientes cuatro años se pueden hacer muy largos.

Ha ganado Erdogan. La segunda vuelta de las elecciones presidenciales en Turquía era aún más reñida que la primera, pero el resultado fue nítido: un 52% para el titular del cargo, un 48% para el aspirante, el socialdemócrata Kemal Kiliçdaroğlu. Hubo alguna alusión amarga a la injusticia de la campaña, con toda la maquinaria del Estado puesta a disposición del presidente para difundir su promesa de hacer Turquía "grande de nuevo" y tildar a sus adversarios de peligrosos terroristas, pero el resultado es que esta campaña funcionó y las urnas hablaron. Otro mandato de cinco años para Recep Tayyip Erdogan.

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