Es noticia
¿Héroes modernos o casta mimada? Cómo ve EEUU a Harry y Meghan
  1. Mundo
"¿Sabes hacer la reverencia?"

¿Héroes modernos o casta mimada? Cómo ve EEUU a Harry y Meghan

La pareja de la corona británica ha generado mucha controversia durante sus años de relación. Parte del debate sobre la visión depende de qué entendemos por "aristocracia"

Foto: Archivo: El príncipe Harry y Meghan, duquesa de Sussex, abandonan Westminster Hall en Londres. (Reuters)
Archivo: El príncipe Harry y Meghan, duquesa de Sussex, abandonan Westminster Hall en Londres. (Reuters)
EC EXCLUSIVO Artículo solo para suscriptores

Cuando el 3 de septiembre de 2017, el príncipe Harry se dirigía con su entonces novia, Meghan Markle, al Castillo de Balmoral, en Escocia, la pareja tuvo una conversación que ya en aquel momento debió de ser reveladora. "¿Sabes hacer la reverencia?", preguntó Harry a su novia, que estaba a punto de conocer ni más ni menos que a la reina Isabel II de Inglaterra. A Markle, tal y como esta confesaría después en una entrevista con Oprah Winfrey, le sorprendió la pregunta. "Pero es tu abuela", respondió. "Es la reina", aclaró Harry. Lo que sucedió en los años siguientes ya consta, si no en los anales de la historia, al menos en los de la prensa amarilla.

Aquel día de verano la novia conoció a la abuela, dos meses después los novios se prometieron, en mayo del año siguiente se casaron, un año más tarde nació su primer hijo, y, a principios de 2020, menos de dos años después de la boda, los duques de Sussex renunciaron oficialmente a los deberes protocolarios exigidos por la pertenencia senior a la Familia Real. Hoy, Harry y Meghan viven en una mansión californiana de nueve dormitorios, 16 baños, cancha de tenis, una casa para invitados y otras comodidades desplegadas en una finca de 1.600 metros cuadrados.

Foto: Harry y Meghan, duque y duquesa de Sussex, en el One World Trade Center en NYC en el 2021. (Reuters/Andrew Kelly)

El estado concreto de las relaciones entre la pareja y la familia del príncipe Harry, quinto en la línea de sucesión al trono, mezclan información y chismorreo. Lo que se sabe es que Harry acude hoy a la coronación de su padre, Carlos III de Inglaterra, en un viaje relámpago de menos de dos días. Markle y los dos hijos de la pareja se quedan a varios miles de kilómetros, en su palacio de la costa californiana.

Como suele pasar en el paisaje mental binario en el que vivimos, con el tiempo se han impuesto dos maneras distintas de enfocar este asunto. Uno: se trata de un choque cultural entre una pareja moderna y una institución apolillada. Ella, Markle, una actriz mestiza, divorciada, criada en la frescura individualista y deslenguada de Estados Unidos, y él, Harry, un chico harto de ser el eterno segundón de la familia real, se habrían aliado en el amor para denunciar unas cuantas hipocresías. La del periodismo basura, que con su corrosiva avidez acabó con la vida de la madre de Harry y amenazaba también con destruir la de Markle, y la de la propia monarquía: un sistema caduco, medieval, hueco, incomprensible en los tiempos que corren.

Foto: Harry y Meghan, en una fotografía del Jubileo de Platino de Isabel II. (Reuters)

O dos: la deriva de narcisismo, victimismo y, en definitiva, ombliguismo, en el que ha degenerado la civilización occidental, ha encontrado en estos dos su esencia más pura, más perfecta. La historia de dos personas extremadamente privilegiadas que, cansadas, dicen, de ser el centro de atención mediático, sacuden una venerada institución, de la que dependen cosas mucho más importantes que ellos, y transforman sus mohínos aspavientos en un degradante espectáculo rentabilizado en entrevistas, pódcast, libros de memorias y hasta un documental por capítulos.

Si examinamos la primera perspectiva, la del choque cultural, nos embarcamos en un debate tan viejo como los propios Estados Unidos: un país que se precia de no tener clase aristocrática. Dos de sus fundadores, los presidentes Thomas Jefferson y John Adams, discutían sobre ello al final de sus deslumbrantes vidas. Jefferson creía que la joven república enterraría los vicios del Viejo Mundo, los privilegios hereditarios, las estructuras injustas y carcomidas, y una sobria clase media razonablemente igualitaria reinaría para siempre. Adams se mofaba. "Mientras exista la propiedad", escribió en una de sus cartas, "esta se acumulará en individuos y en familias (...) La bola de nieve crecerá a medida que ruede".

* Si no ves correctamente este formulario, haz clic aquí

Parte del debate depende de qué entendemos por "aristocracia". En el caso que nos ocupa, la aristocracia emanaría, más que de la acumulación de riqueza, sin duda presente en los republicanos Estados Unidos, de los privilegios nobiliarios: los castillos, los títulos, el protocolo, el derecho de sangre. Un mundo que habría saltado por los aires con la irrupción, en la estólida vida de Harry, de una de esas estadounidenses que suelen aparecer en los libros y en las películas como una fuerza de la naturaleza capaz a sacudir la rígida timidez de un gentleman. Lo cuenta el propio Harry en su autobiografía, Spare, fantásticamente escrita por J. R. Moehringer, un periodista veterano de la creación de memorias por encargo.

"Durante treinta y dos años, observé cómo discurría una cinta transportadora de caras de las que solo un puñado me hizo mirar dos veces", cuenta el príncipe. "Esta mujer detuvo la cinta transportadora. Esta mujer rompió en pedazos la cinta transportadora. Nunca antes había visto a alguien tan bello".

Meghan Markle no es la primera estadounidense que ingresa en la nobleza. Alice Heine, natural de Nueva Orleans, se casó primero con el duque de Richelieu y después con el príncipe Alberto I de Mónaco, en 1889; la actriz Rita Hayworth, nacida en Brooklyn, de padre español y madre estadounidense, contrajo matrimonio con el príncipe pakistaní Aly Khan; la también actriz Grace Kelly se volvió famosamente princesa de Mónaco. Hay muchos más casos. En la actualidad, Sarah Butler es princesa de Jordania; Ariana Austin, princesa de Etiopía. Incluso Olivia Wilde es aristócrata. Su marido, el príncipe Tao Ruspoli, es parte de la nobleza papal. Pero ninguno de estos casos ha alcanzado el mismo grado de dramatismo.

Foto: Máxima y Guillermo de Holanda, en el posado veraniego de la familia real. (EFE/Sem Van Der Wal)

La epopeya de los duques de Sussex, en la versión relatada por estos, tenía los ingredientes necesarios para triunfar entre los progresistas estadounidenses. Pocas cosas hay más antiguas, encorsetadas y verticales que la familia real británica, sobre todo si se compara con una pareja joven e interracial con experiencia mediática. En las fiestas a las que acuden los duques suelen estar las personas más influyentes del cine, la música y la televisión estadounidenses. Sus conexiones están claras. Un capital social que los duques han sabido utilizar desde su ruptura con los Windsor.

La entrevista que la pareja concedió a Oprah Winfrey, una especie de semidiosa de la televisión estadounidense, la "reina de todos los medios", granjeó más de 50 millones de visionados el primer día. En ella, Meghan Markle llegó a acusar a la familia real de racismo, porque, según le había contado Harry, este había escuchado a alguien hacer un chiste sobre el tono de la piel de hijo que iban a tener. Otro concepto que los duques suelen sacar a relucir es el de "salud mental": técnicamente un término médico que, sin embargo, suele figurar en el repertorio de las opresiones que denuncia la izquierda. Personalidades como Beyoncé han elogiado a Markle por haber reconocido públicamente el haber estado tentada a autolesionarse.

Foto: La reina Isabel y el entonces príncipe Carlos, en 2019. (Reuters/Victoria Jones)

Como apunta Joanna Weiss el portal Politico, los problemas de Harry y Meghan son un "test de Rorschach" para saber si una persona es conservadora o progresista, lo cual nos lleva a examinar el segundo enfoque: el de aquellos que piensan que esta pareja de millennials se cree con derecho a todo. En concreto, a disfrutar de su dinero y de sus prebendas, pero sin molestarse con el engorro protocolario de la monarquía. O más aún, a destruir metódicamente el buen nombre de la misma institución que ha dado a Harry todo lo que tiene, con el objetivo de tener más aún, habida cuenta de que, solo el documental de Netflix, les habría reportado 100 millones de dólares.

Las industrias y andanzas de los duques de Sussex cayeron presa de la trivialización, con la mitad de Estados Unidos, un país que se independizó por la fuerza de la corona británica, celebrando el triunfo del amor liberado de los corsés medievales, y la otra mitad resintiendo el paradójico espectáculo del privilegio victimista. Así lo dicen las encuestas, que reflejan una actitud binaria. Aunque sus vicisitudes, desde hace tiempo, pasan desapercibidas para los descendientes de los antiguos colonos.

Cuando el 3 de septiembre de 2017, el príncipe Harry se dirigía con su entonces novia, Meghan Markle, al Castillo de Balmoral, en Escocia, la pareja tuvo una conversación que ya en aquel momento debió de ser reveladora. "¿Sabes hacer la reverencia?", preguntó Harry a su novia, que estaba a punto de conocer ni más ni menos que a la reina Isabel II de Inglaterra. A Markle, tal y como esta confesaría después en una entrevista con Oprah Winfrey, le sorprendió la pregunta. "Pero es tu abuela", respondió. "Es la reina", aclaró Harry. Lo que sucedió en los años siguientes ya consta, si no en los anales de la historia, al menos en los de la prensa amarilla.

Coronación Carlos III Reino Unido
El redactor recomienda