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¿Dónde está España en Europa?: más allá del espejismo de Ribera, Calviño y Sánchez
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INFLUENCIA EN BRUSELAS

¿Dónde está España en Europa?: más allá del espejismo de Ribera, Calviño y Sánchez

La influencia española, más allá de la imagen política de Sánchez y las vicepresidentas Ribera y Calviño, sigue sufriendo la ausencia de una verdadera estrategia a largo plazo

Foto: Pedro Sánchez durante un Consejo Europeo en Bruselas. (Reuters)
Pedro Sánchez durante un Consejo Europeo en Bruselas. (Reuters)

La semana pasada el portal de actualidad europea Politico golpeaba a España con rabia en su newsletter diaria que es leída por cientos de diplomáticos, funcionarios y políticos en Bruselas. En el boletín adelantaba que algunos Estados miembros iban a participar en un proceso ante el Tribunal de Justicia de la Unión Europea (TJUE) contra Hungría por sus leyes anti-LGTBQ, y se hacían una pregunta: "¿Dónde está España?". "El primer ministro Pedro Sánchez ha hecho campaña en una plataforma feminista y pro-LGBTQ+ en su país, pero cuando se trata de tomar una posición a nivel de la UE, su gobierno ha permanecido en silencio. Los mismos diplomáticos (a los que mencionaban antes en el texto como fuentes) explicaron que esperaban que Madrid tomara una decisión solo una vez que lo hayan hecho Berlín y París".

"En otras palabras, España está volviendo a su enfoque escolar más holgazán de la política de la UE: siéntate en la parte de atrás, no hagas contacto visual con el maestro y espera a que los niños en la primera fila griten las respuestas", señalaba Politico en el boletín más influyente en las instituciones europeas. En España la sensación generalizada es que el país ha mejorado su presencia en Bruselas. Y esa idea, impulsada por el Gobierno como uno de los atractivos electorales de su reelección, es parcialmente correcta pero engañosa. España sigue siendo vista como pasiva en la mayoría de los debates, poco interesada en posicionarse y con tendencia a dejarse llevar por las mayorías, más allá de que a unos cuantos miembros del Gobierno se les dé bien moverse por Bruselas.

Foto: La delegación del Parlamento Europeo en España. (Ministerio de Economía)

Lejos de darse cuenta de que para todo el mundo en la capital comunitaria la frase se ha convertido en un chascarrillo entre periodistas y diplomáticos, fuentes del Gobierno español siguen diciendo que "España está con el consenso" como manera de evitar posicionarse. Lo siguen utilizando como sinónimo de algo positivo, pero en Bruselas cada vez más se ha ido comprendiendo como sinónimo de inmovilismo. Y todo esto tiene que ver con dos problemas de estado en los que se puede resumir la falta de influencia de España en la Unión: la falta de visión sobre Europa y la ausencia de una verdadera estrategia en materia de influencia a largo plazo dentro de las instituciones.

placeholder Banderas de la Unión Europea frente a la sede de la Comisión en Bruselas. (EFE)
Banderas de la Unión Europea frente a la sede de la Comisión en Bruselas. (EFE)

Los destellos y la visión

Hay tres grandes espejismos dentro del Ejecutivo español, que al mismo tiempo han ayudado a ver los beneficios de una mayor influencia en Europa, pero que también están tapando problemas graves y de largo alcance. Por un lado está Pedro Sánchez, presidente del Gobierno, habla inglés, tiene buen trato personal con otros líderes, tiene peso dentro de los socialistas europeos y entiende que la política en la cúpula de la Unión tiene mucho del trato en las distancias cortas. Al mismo tiempo, Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, necesita a Sánchez de cara a 2024 y la democristiana alemana ha encontrado en un socialista español un raro pero valioso aliado.

Por otro lado se encuentra Nadia Calviño, vicepresidenta económica del Gobierno, que conoce muy bien los pasillos de la Comisión Europea, entiende y habla la lengua de Bruselas y mantiene toda una red formal e informal en la capital comunitaria que es valiosísima. Puede levantar el teléfono y extender su mano a casi cualquier división relevante de la Comisión Europea, donde la influencia se mueve por un complejo sistema de poleas en el que los años pasados en la institución y los favores que acumulas en el lado de tus activos es lo que te abre puertas y consigue victorias. Y por último está Teresa Ribera, vicepresidenta tercera del Gobierno a cargo de Transición Ecológica, que ha demostrado saberse el debate energético mejor que muchos y ha convertido a España en una líder de opinión para un grupo de Estados miembros.

Foto: El presidente del Consejo Europeo charla con el presidente del Gobierno español. (EFE)

Son tres activos importantes para el Gobierno, tres personas que han mejorado la presencia de España en la capital. Pero sus cualidades particulares no sustituyen a la necesaria brújula europea que le sigue faltando a España. Europa existe para España solamente en los puntos en los que tiene contacto con la realidad nacional: en el papel de Bruselas como supervisor económico, en su monitoreo de la situación de la justicia en el país o en algunos debates puntuales. La Unión importa para aquellas cosas que nos afectan, pero la estrategia española pasa por no implicarse en aquellos asuntos que tienen poco que ver con nuestros debates internos, como la cuestión de Hungría. Por lo general, España intenta no molestar a nadie.

Esa actitud está dentro del ADN de nuestra política europea. España nunca se ha creído de verdad un miembro más de la Unión. Se ha comportado casi siempre con la prudencia del que se encuentra en una fiesta a la que en realidad nadie le ha invitado. Solamente en los últimos tiempos, y vinculado a dosieres de Calviño y Ribera, el país ha defendido activamente su visión en los debates de las reglas fiscales y del mercado eléctrico. Aunque han sido la excepciones al menos lo han hecho de forma impecable en el plano práctico: moviéndose en la capital, levantando teléfonos y haciendo circular documentos de posicionamiento con los puntos de vista de España.

Foto: La vicepresidenta tercera del Gobierno y ministra para la Transición Ecológica, Teresa Ribera. (EFE/Javier Albisu)

Pero estas son las excepciones. En el resto de los casos, España sigue adoptando una posición totalmente pasiva. Y aunque el liderazgo político del país no tiene capacidad de cambiar en el corto plazo los problemas estructurales de la influencia española en Bruselas, este rol más activo en la política europea en general sí que está al alcance de la mano de los líderes políticos del momento: el decidir meterse en debates europeos que no tengan conexión ninguna con las cuestiones nacionales, el entender que los debates europeos son también debates nacionales. Pero esa falta de instinto que sufren los líderes a la hora de considerar la política europea como parte de la nacional tiene que ver con una falta de músculo general en España sobre lo que pensamos sobre Europa, la ausencia de esa brújula. No hay claridad sobre qué piensa España sobre los grandes debates europeos, cuáles son sus prioridades y cuál es su visión. Y de ahí deriva la inacción.

Hay una historia que se cuenta en algunos círculos españoles en Bruselas que ayuda a ilustrar esa falta de una visión bien armada. La historia se sitúa en los primeros años del país en el club europeo en el que todavía no tenía muy claro qué quería defender. Según sigue la historia a los jóvenes diplomáticos españoles en la Representación Permanente se les daba una recomendación antes de entregarles kilos de documentos y enviarlos al Consejo a negociar: "Mira lo que vota el danés y vota lo contrario". Es solamente una anécdota sobre los primeros días de España en las comunidades europeas, cuando todavía no tenía ni posición sobre muchos grandes debates ni conocimientos sobre cómo funcionaba la maquinaria europea, pero refleja bien una ausencia de una visión propia clara que el país sigue sufriendo todavía hoy: no tiene clara cuáles son sus prioridades en Europa y qué piensa sobre los grandes debates más allá de sus fronteras.

placeholder Pedro Sánchez durante un Consejo Europeo. (Reuters)
Pedro Sánchez durante un Consejo Europeo. (Reuters)

Una estrategia de influencia

La otra pata de la presencia en Europa depende de una estrategia a largo plazo especialmente enfocada en las instituciones europeas y es la que permitiría impulsar esa visión española sobre Europa si existiera de forma concreta. Porque la influencia se juega más allá de donde se mueven Calviño o Ribera. Una foto en la que una vicepresidenta sale rodeada de otros ministros que le escuchan puede ser, efectivamente, una buena foto, una muestra de autoridad, de presencia, de estar en el ajo. Pero no quiere decir que estés influyendo.

Esa es solamente la capa exterior y visible de la auténtica cebolla de mil capas que es la Unión Europea. Para ganar la partida de la influencia no solamente necesitas tener una visión de lo que quieres de la Unión, algo que España todavía no tiene, sino que debes tener una presencia adecuada en todas las capas, desde la exterior y visible hasta las más interiores y escondidas, en la que todos tus activos tienen claro qué pensar sobre cada debate. Hace falta mucho más que unas buenas relaciones y una buena imagen para tener influencia, para hacerte notar, para lograr que tu visión de los asuntos quede plasmada y se extienda dentro del bloque.

Cada poco tiempo se hace un recuento de los españoles que se encuentran en los principales gabinetes de comisarios y de mandatarios de las instituciones y cuántos son directores generales de la Comisión Europea. El objetivo es siempre colar a alguno más en una posición relevante. El problema es que la partida empieza muchísimo antes, casi desde el momento en el que un joven español pone el primer pie en la ciudad como becario, y la atención se centra con demasiada frecuencia únicamente en las últimas etapas de la carrera profesional de los funcionarios españoles.

Foto: La sombra de un trabajador, en la entrada de la Comisión Europea. (Reuters)

La carrera hacia una dirección general o ser jefe de un gabinete empieza quince o veinte años antes, y si España quiere impulsarlos y aumentar la presencia española en las capas altas de las instituciones necesita una estrategia a muy largo plazo en la que el Estado tiene que jugar su papel, como lo hacen por ejemplo otros Estados miembros como Alemania o Países Bajos. Porque sí: las capitales impulsan a candidatos, se dejan el capital político en apoyar a unos u a otros para que escalen hasta los puestos más importantes.

Los españoles en las instituciones europeas suelen sentirse solos, poco acompañados, no sienten que desde Madrid se apueste por sus carreras y eso es un problema de Estado que requiere de una solución que no dependa del partido de turno. En algunas ocasiones esa sensación de soledad se ve reforzada por el hecho de que el Gobierno del momento manda a alguien de confianza desde la capital para que ocupe uno de los grandes cargos, como una dirección general. Es a los que se llaman "paracaidistas", con un cierto tono despectivo. La razón es que a ellos directamente un helicóptero del Estado los ha lanzado sobre la cima de una montaña que el resto deben escalar palmo a palmo durante décadas y sin apoyo.

placeholder Vista aérea del corazón del barrio europeo de Bruselas, con la Comisión a la derecha y el Consejo a la izquierda. (EFE)
Vista aérea del corazón del barrio europeo de Bruselas, con la Comisión a la derecha y el Consejo a la izquierda. (EFE)

La estrategia española, como la del resto de Estados miembros, tiene que ser a largo plazo: apoyando que se sitúen a muchos buenos candidatos en los puestos de salida, desde abajo, y apoyándolos durante toda su carrera, no solamente en algunos momentos puntuales. Solamente así, impulsando la presencia desde las capas más bajas, puede contar el país con un nutrido número de cargos intermedios y altos que sean sensibles a la visión española sobre determinados asuntos. Porque así es como se construye la influencia en Europa, de forma blanda e indirecta.

La verdadera influencia no se mide únicamente por tu capacidad de hacer que una propuesta inicial acabe moviéndose hacia tus intereses particulares, como están intentando hacer Calviño en la cuestión de las reformas de las reglas fiscales o Ribera en la reforma del mercado eléctrico. La verdadera influencia, la blanda, la que lleva años o décadas cocinándose se mide por cómo de cercana a tus visiones es la propuesta inicial que haga la Comisión Europea. Ahí es donde se mide hasta qué punto has logrado que tus puntos de vista se filtren en las institución.

La semana pasada el portal de actualidad europea Politico golpeaba a España con rabia en su newsletter diaria que es leída por cientos de diplomáticos, funcionarios y políticos en Bruselas. En el boletín adelantaba que algunos Estados miembros iban a participar en un proceso ante el Tribunal de Justicia de la Unión Europea (TJUE) contra Hungría por sus leyes anti-LGTBQ, y se hacían una pregunta: "¿Dónde está España?". "El primer ministro Pedro Sánchez ha hecho campaña en una plataforma feminista y pro-LGBTQ+ en su país, pero cuando se trata de tomar una posición a nivel de la UE, su gobierno ha permanecido en silencio. Los mismos diplomáticos (a los que mencionaban antes en el texto como fuentes) explicaron que esperaban que Madrid tomara una decisión solo una vez que lo hayan hecho Berlín y París".

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