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Adiós, Nicola: ¿Hay futuro para el independentismo escocés?
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La reina celta abandona el trono

Adiós, Nicola: ¿Hay futuro para el independentismo escocés?

El SNP se queda huérfano y sin estrategia clara. Los planes para una nueva consulta podrían retrasarse cinco o incluso diez años. Pero no se puede dar por terminado al nacionalismo.

Foto: Protesta independentista en Glasgow. (EFE/Robert Perry)
Protesta independentista en Glasgow. (EFE/Robert Perry)

“Si no es ella, ¿quién puede conseguir la independencia?”. Durante casi tres décadas en los círculos nacionalistas siempre se creyó que Nicola Sturgeon era “la elegida”. Destacó desde el primer momento en el que se restituyó el parlamento de Edimburgo en 1999, tras más de tres siglos cerrado por el Acta de Unión. El Partido Nacionalista Escocés (SNP) era entonces una fuerza marginal y el sueño de la secesión pura quimera. Pero Sturgeon acabó marcando toda una era.

No fueron pocos los hitos: primera mujer en ponerse al frente del Ejecutivo escocés, la persona que más tiempo ha estado en el cargo, la mejor activista de su generación, la responsable de victorias históricas tanto en Holyrood como en el lejano Westminster. Pero, pese a todo, no llegó a cumplir su principal objetivo. Por lo tanto, si ni siquiera ella lo ha conseguido, ¿significa eso que el nacionalismo escocés ha muerto?

Foto: Nicola Sturgeon saluda desde la ventana de la Casa Bute, en Edimburgo. (Reuters/Russell Cheyne)

Tras más de treinta años de exitosa carrera, Sturgeon sorprendió a todos, incluso a sus propias filas, presentando el pasado miércoles su dimisión. Desde hace tiempo se hablaba de una posible retirada, pero nadie la esperaba antes de las próximas generales, previstas para el próximo año. La crisis desencadenada por su controvertida ley transgénero y la polémica respecto a una donación al partido que involucra a su marido han contribuido a su marcha abrupta. Aunque la razón principal es que estaba personalmente exhausta y la causa secesionista se encontraba en un callejón sin salida.

El SNP sigue liderando las encuestas en Escocia, ocupando 45 de los 59 escaños reservados a la región en Westminster en las proyecciones de voto. Y respecto al apoyo a la independencia, los números han ido variando a lo largo de los años, pero no bajan del 45%. Es poco o demasiado, según se mire. En cualquier caso, la formación se enfrenta ahora a la peor crisis en las casi dos décadas que lleva en el poder escocés. Tras estar intrínsecamente asociado a la figura de Sturgeon, queda ahora huérfano y sin una estrategia clara para conseguir otra histórica consulta como la convocada en 2014.

Pese a que en aquel momento el 55% del electorado abogó por seguir siendo parte del Reino Unido, la derrota —que nunca se vivió como tal— dio más impulso que nunca al movimiento. Sturgeon consiguió que el número de afiliados llegara a niveles nunca vistos y en las elecciones generales del año siguiente el SNP consiguió lo impensable al hacerse con 56 de los 59 escaños.

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Su efusividad emanaba de un populismo liberal. Liberal, porque su idea de una Escocia independiente era eurófila y socialdemócrata, más escandinava que británica. El SNP siempre ha presentado a Escocia como diferente en esencia de la Inglaterra tory. El voto por el Brexit en 2016 —rechazado por el 62% de los escoceses— y el ascenso de Boris Johnson a Downing Street solo agudizaron la brecha. Durante la pandemia, el liderazgo estable de la líder nacionalista vio aumentar temporalmente el apoyo a la independencia y ganar incluso admiradores en la Inglaterra liberal cansada del caos de Johnson.

Pero también populista, porque en los años transcurridos desde el referéndum de 2014 no logró desarrollar el caso de la independencia. Las preguntas fundamentales, como la moneda o la monarquía, siguen sin respuesta. Todo lo suplía con su personalidad, una fuerza que dejaba a los problemas domésticos en segundo plano.
El legado que deja es bastante cuestionable. La divergencia en el rendimiento educativo entre los niños nacidos en diferentes clases sociales sigue siendo amplia. El Servicio Nacional de Salud de Escocia está “roto”, según la BMA, la principal asociación de médicos. Y la falta de vivienda está en niveles récord. En cualquier caso, Sturgeon siempre logró que el debate político escocés se centrara en la secesión.

Para los nacionalistas, esto era todo un éxito. Pero Sturgeon fracasó en su empeño de elevar el apoyo a la independencia a un nivel que obligase a Westminster a acceder a las demandas de un segundo referéndum. En los últimos comicios al parlamento de Edimburgo de 2021 se quedó a un escaño de la ansiada mayoría absoluta. El debate público se volvió entonces amargo y tóxico y la ministra principal no pudo moderarlo. En su anuncio de dimisión, reconoció que ella era parte del problema.

Importantes figuras del SNP creen que la sorpresiva renuncia podría retrasar ahora sus esfuerzos por convocar otra consulta en al menos cinco años. O quizá diez. Fuentes de alto nivel reconocen que con las próximas elecciones generales previstas para 2024 y una elección de Holyrood en 2026, sería “poco realista” proponer la celebración de un nuevo referéndum hasta después de que los nacionalistas hayan demostrado que siguen siendo la fuerza dominante en Escocia.

De momento, reina el caos. El anuncio para conocer al nuevo líder se ha fijado para el próximo 27 de marzo. Pero no hay claros favoritos y los nombres que se barajan son desconocidos para los ciudadanos. Asimismo, la conferencia especial convocada para el 19 de marzo se ha pospuesto. La cita se había marcado para debatir una nueva estrategia independentista. Está por ver si el próximo líder apostará por un enfoque suave o se inclinará más por la confrontación con Londres.

Foto: La ministra principal escocesa, Nicola Sturgeon. (Reuters/Russell Cheyne)

Hasta ahora, Sturgeon siempre había optado por una vía legal alejándose por completo del modelo catalán. Después de que a finales del año pasado los jueces del Tribunal Supremo de Londres decidieron, por unanimidad, que el Parlamento autónomo de Edimburgo no cuenta con la autoridad para organizar un nuevo plebiscito sin el consentimiento del Ejecutivo central, la ministra principal planteó que las próximas elecciones generales debían considerarse como un referéndum de facto. Pero un importante sector de sus filas no estaba de acuerdo con el plan, por lo que se da prácticamente por muerto. Y las propuestas ahora de los candidatos serán lo que marque las primarias.

La salida de Sturgeon marca el fin de una era para la formación y la causa nacionalista. Pero el debate constitucional respecto a la secesión no va a desaparecer. La investigación realizada por el reputado think tank Onward sobre las actitudes escocesas sugiere que las identidades escocesa y británica son cada vez más incompatibles. Aquellos que se identifican más fuertemente como escoceses son los más entusiastas de la independencia y el electorado escocés es estructuralmente más liberal y progresista que otras partes del Reino Unido, incluidos aquellos que son pro-Unión. El Brexit no provocó esto, pero sí ha acentuado las diferencias.

Asimismo, como en el resto del mundo anglófono, la edad es ahora la división definitoria en Escocia. Durante el mandato de Sturgeon, la gente más joven se ha inclinado enormemente hacia la independencia, hasta el punto de que resulta contracultural que cualquier persona menor de 45 años apoye el No. Los jóvenes de 18 a 24 años tienen seis veces más probabilidades que los jubilados de ser votantes del Sí. En cualquier caso, los unionistas necesitan entender que, para ganar el argumento a favor del Reino Unido, el electorado escocés no puede reducirse al simple binomio de a favor o en contra de la secesión. Se trata de una región mucho más compleja, con muchas más tribus.

Foto: El nuevo rey de Inglaterra, Carlos III. (EFE/Neil Hall)
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Tras la renuncia de Sturgeon los unionistas se mostraron encantados. Y aunque a priori esto podría interpretarse como una gran noticia para el Gobierno de Rishi Sunak, las consecuencias para los tories van más allá.

Es cierto que el primer ministro no tiene ahora tanta presión ante un órdago nacionalista a corto plazo. Sin embargo, el hecho de que el SNP pueda perder protagonismo en Escocia es algo que juega a favor del laborismo escocés, que dominó previamente la nación durante décadas. Los laboristas aspiran ahora a recuperar gran parte de los 59 asientos de Westminster asignados a la región, por lo que incrementarían aún más sus posibilidades de ganar las próximas elecciones generales previstas para el próximo año. Según los sondeos, sacan hasta 20 puntos de ventaja a los conservadores. Aunque si las encuestas fallan y finalmente se quedan en una mayoría simple, el SNP presionará para condicionar su apoyo a la convocatoria de una nueva consulta.

En definitiva, el futuro del SNP y del propio Reino Unido va a depender, y mucho, de quién sea el próximo líder nacionalista. Pero está claro que la salida de Sturgeon, la reina celta, deja un gran vacío difícil de reponer. Incluso sus más críticos admiten que era uno de los políticos más respetados de la última década.

“Si no es ella, ¿quién puede conseguir la independencia?”. Durante casi tres décadas en los círculos nacionalistas siempre se creyó que Nicola Sturgeon era “la elegida”. Destacó desde el primer momento en el que se restituyó el parlamento de Edimburgo en 1999, tras más de tres siglos cerrado por el Acta de Unión. El Partido Nacionalista Escocés (SNP) era entonces una fuerza marginal y el sueño de la secesión pura quimera. Pero Sturgeon acabó marcando toda una era.

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