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Con Castillo y contra España: la política exterior mexicana, a capricho de AMLO
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Sus filias y fobias, al volante

Con Castillo y contra España: la política exterior mexicana, a capricho de AMLO

La dinámica habitual de López Obrador, en la que el presidente de México pone en aprietos a su aparato de política exterior, ha salido a relucir de forma clara en los casos de España y Perú

Foto: El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador. (EFE/Sáshenka Gutiérrez)
El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador. (EFE/Sáshenka Gutiérrez)

Como si temiera que el caos en la política peruana opacara el local, el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador (AMLO, como se le conoce en el país), aportó su propia dosis de drama. Pese a la amplia condena internacional que suscitó el intento de autogolpe de Estado de Pedro Castillo, expresidente de Perú, el pasado 7 de diciembre, AMLO salió en su defensa: culpó a las élites de la crisis, ofreció asilo al mandatario depuesto y desconoció a la nueva presidenta del país, Dina Boluarte.

Incluso en un país ya acostumbrado a giros difíciles de explicar en la política exterior de AMLO, la decisión sobre Perú resultó una sorpresa. Es probable, de hecho, que uno de los principales sorprendidos fuera el propio canciller (el equivalente mexicano al ministro de Asuntos Exteriores) del país, Marcelo Ebrard. Unos días después, AMLO dijo que la relación diplomática con el nuevo gobierno peruano estaba “en pausa”, solo para que Ebrard saliera a aclarar ante los medios que las relaciones diplomáticas seguían adelante.

Esta dinámica, en la que López Obrador está un paso adelante y pone en aprietos a su aparato de política exterior, no es nueva. Al canciller ya le han tomado por sorpresa los nombramientos de embajadores en Estados Unidos y Panamá o el envío de un representante a la toma de posesión en Nicaragua del líder autoritario Daniel Ortega —tras unas elecciones no reconocidas por gran parte de la comunidad internacional—. El ejemplo más reciente ocurrió el pasado 16 de diciembre, un día después de que el ministro español de Asuntos Exteriores, José Manuel Albares, y Ebrard aparecieran sonrientes en una foto para celebrar el “éxito” de la reunión de la Comisión Binacional México-España. Desconociendo la reunión, López Obrador salió a refrendar que la relación entre ambos países continuaba detenida, desde que declarara una polémica “pausa” a inicios de este año.

Foto: El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador. (EFE/Isaac Esquivel)

“En lugar de apoyarse en la cancillería, la política exterior se maneja desde Palacio Nacional”, comentaba en una columna el exconsejero electoral Benito Nacif, en referencia al lugar desde el que despacha el presidente. “Las declaraciones improvisadas en las conferencias mañaneras han desplazado a la diplomacia. A la Secretaría de Relaciones Exteriores se le ha relegado a un papel reactivo, que a menudo consiste en mero control de daños”, agregaba.

Detrás de esta caótica agenda se encuentran dos fuerzas difícilmente reconciliables, donde la posición internacional de México queda en segundo plano. Un canciller que aspira a la presidencia y quiere ser percibido como una versión más moderada de AMLO (sin apartarse de sus favores) y un presidente que tomó las riendas de la política exterior a capricho, guiado más por intuiciones y afinidades personales que por una estrategia clara.

Una relación ‘intensísima’

En una entrevista para la radio mexicana, Albares se negó a tachar la actual relación entre México y España de “dificilísima”, como insistía la periodista Carmen Aristegui. El ministro español optó, en su lugar, por describirla como “intensísima”, con la evidente intención de poner el foco en la estrechez de lazos comerciales: 7 mil empresas españolas en México que crean 300 mil empleos directos. “Nuestra relación bilateral es excelente”, afirmaba el Ministro junto al canciller Ebrard en su visita. “Tiene un compromiso estratégico mutuo y tenemos una voluntad de relanzar y reforzar este vínculo”. Sin embargo, el término que usó también es un buen calificativo para describir los vaivenes del Gobierno mexicano con España en el último año.

Foto: López Obrador y Beatriz Gutiérrez Müller. (EFE)

Sin duda, lo que ha marcado la relación entre ambos países ha sido la petición del presidente mexicano de que la Corona y el Gobierno español se disculpen por la Conquista. La petición no sólo fue minimizada por las autoridades españolas, sino que incluso tuvo un amplio rechazo por parte de la población mexicana. Ante la falta de respuesta, el mandatario sugirió una “pausa” en las relaciones bilaterales en febrero de este año. Pero el término, una ocurrencia del presidente sin traducción diplomática, nunca se concretó en los hechos, y un par de meses después Quirino Ordaz tomó posesión como embajador mexicano en España.

La pausa sin pausa, entonces, ha servido más bien para mantener en la agenda las diferentes animosidades que tiene el mandatario con España (“no con el pueblo español”, se ha encargado de aclarar en cada ocasión) por la participación de las españolas Iberdrola y Repsol en el mercado energético mexicano. Además, le sirven para azuzar el fantasma de la historia mexicana, con una percepción anclada 500 años en el pasado. “Ya no somos tierra de conquista”, remata en cada ocasión.

La visita de Albares coincidió con la revelación de que el expresidente mexicano Felipe Calderón se unió a Enrique Peña Nieto y Carlos Salinas de Gortari en una lista de exmandatarios que solicitan residencia en España. Cuestionado por ello, el ministro español aclaró que los tres habían realizado el procedimiento como cualquier otro extranjero. Pero el hecho no podía pasar sin una mención de López Obrador, quien recurre a sus predecesores constantemente para eludir las críticas a su Gobierno. “Las empresas españolas fueron atendidas con privilegios durante los gobiernos de Calderón, del presidente Peña”, recordó por enésima vez cuando insistió en la pausa diplomática con España. Para AMLO, a la política exterior le sobra el adjetivo.

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Injerencia a discreción

Por tradición, la política exterior mexicana se tiende en el andamio de la llamada Doctrina Estrada: la negativa a interceder en asuntos internos de otros países. López Obrador hace referencia a ella cada vez que puede. Así, conflictos en los que decididamente podría ir junto a sus aliados regionales o ideológicos, México guarda una incómoda distancia. El país se abstuvo a la hora de votar sobre la expulsión de Irán de la Comisión Jurídica y Social de la Mujer en la ONU, como represalia por la represión a las protestas en el país, al alegar que la medida “no contribuye al diálogo”. Tampoco ha respaldado a Ucrania frente a la invasión rusa, al optar por un tibio llamado al diálogo.

Pero la Doctrina Estrada sale por la ventana cuando se trata de los aliados ideológicos de AMLO. Recientemente, criticó la condena por corrupción contra la vicepresidenta argentina Cristina Fernández de Kirchner, felicitó a Luiz Inácio Lula Da Silva apenas ganó la primera vuelta de la elección presidencial brasileña, y afirmó que el colombiano Gustavo Petro era víctima de una guerra sucia.

En su última Reunión de Embajadores y Cónsules de 2022, el presidente lanzó un mensaje al cuerpo diplomático mexicano en el que insistió en la que parece ser su única posición clara en cuestiones de política exterior: reforzar el lazo de los países latinoamericanos en un interno de lograr “algo parecido a lo que empezó como comunidad europea y luego se convirtió en Unión Europea”.

Foto: Manuel López Obrador. (Getty/Manuel Velásquez)

Desde ahí —y desde sus simpatías ideológicas con la izquierda latinoamericana— se entiende también la sintonía que AMLO tiene con los gobiernos recién elegidos este año en la región, su insistente llamado a levantar el bloqueo a Cuba, su silencio ante las violaciones de derechos humanos en Nicaragua y su boicot en junio a la Cumbre de las Américas en Estados Unidos por no contemplar invitaciones a los presidentes de estos últimos dos países. En su lugar, Ebrard viajó a Los Ángeles para repetir un discurso con las líneas ideológicas del presidente.

Un canciller incómodo

Si nos atenemos a que la política exterior no es más que un satélite de lo que ocurre al interior del país, para López Obrador no hay nada más urgente que la sucesión presidencial de 2024, la cual pone a su canciller en una posición aún más incómoda.

Foto: El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, durante la celebración del día de la independencia. (Getty/Héctor Vivas)

Como AMLO, Ebrard fue también Jefe de Gobierno de la Ciudad de México y desde 2012 su nombre se ha barajado como serio candidato de la izquierda. En 2012, ambos políticos tuvieron un momento ríspido, en el que Ebrard tuvo que hacerse a un lado para permitir a López Obrador competir de nuevo por la presidencia, pese a su promesa de no buscarla. Tras hacerse con las riendas del Ejecutivo mexicano en su tercer intento, AMLO inició su sexenio con un claro espaldarazo a Ebrard como sucesor en 2024.

No pocos decían que era el ministro de Interiores de facto, encargado como estaba de poner en marcha algunos de los planes más importantes, incluyendo la política migratoria en tiempos de Trump o la adquisición de vacunas contra el covid-19. Y mientras el presidente se negaba a viajar fuera del país, era el canciller quien mostraba una cara del Gobierno mexicano más abierta al resto del mundo.

Pero, con los años, AMLO parece haberle retirado su favor explícito. Hermético como es su círculo cercano, hay más especulaciones y rumores que certezas sobre qué ha cambiado. A nivel público, la tragedia mortal por el desplome de la Línea 12 del Metro en 2021, una obra hecha en el periodo de Ebrard como jefe de la Ciudad de México, con fallas estructurales y escándalos de corrupción que lo salpican, fue vista como un duro retroceso a las aspiraciones presidenciales del canciller. Un excolaborador de López ha sugerido también que fue el protagonismo de Ebrard lo que cayó mal al presidente.

Lo que es definitivo es que el mandatario mexicano ha puesto al frente a otros dos contendientes. En primer lugar está la actual jefa de Gobierno de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum, una científica fiel a López Obrador que ahora aprovecha cada fin de semana para presentarse en mítines a miles de kilómetros de la ciudad que gobierna. Por el otro, está Adán Augusto López, Ministro de Interiores, tabasqueño como el presidente y viejo aliado suyo. Ambos tienen la disciplina de la que ha carecido el canciller. La más reciente marcha multitudinaria donde AMLO mostró su músculo electoral parece haber dejado las cosas en claro: Sheinbaum y Adán Augusto iban al lado del presidente en la vanguardia, mientras Ebrard marchaba muy atrás y recibió un escupitajo.

Apuesta sin riesgo

Si las decisiones de AMLO en política exterior preocupan a sus aliados internacionales y toman desprevenidos a sus allegados, se ha intentado explicar que, quizá, al menos harán feliz a su base. Pero parece ser que la Doctrina Estrada ha calado de alguna forma en la psique mexicana.

Foto: Una mujer vota en la consulta popular en México. (Reuters)

Según la más reciente encuesta nacional de Alejandro Moreno para el diario El Financiero (uno de los encuestadores más reconocidos en el país), el respaldo de los simpatizantes de AMLO a que exprese su opinión sobre asuntos como los de Colombia o Perú está lejos de ser unánime y más de la mitad del voto apartidista en México prefiere que el mandatario se guarde sus opiniones. “Cuando AMLO toma un papel activo en la política de otros países latinoamericanos, no sólo genera reacciones en esos países”, señaló Moreno al presentar la encuesta. “También ha generado un rechazo mayoritario entre la sociedad mexicana, así como una expectativa de no involucramiento”.

Esto sólo reafirma que AMLO se conduce sin más estrategia que sus corazonadas. La relación bilateral más importante es la de sus filias y fobias. Pero, en el gran panorama, estas acciones no han afectado la popularidad de la que aún goza el presidente, de la misma forma en que su tibieza ante Irán o Rusia tienen también poca mella. Y este ojo en las encuestas permite al presidente hacer y deshacer en política exterior con pocas consecuencias, mientras Ebrard mantiene un juego de equilibrismo entre intentar hacer su trabajo y ganarse de nuevo la gracia del Presidente. En el camino, quedará una estela de duda en los países que hoy ven a México como un aliado confiable. Mañana, quién sabe.

Como si temiera que el caos en la política peruana opacara el local, el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador (AMLO, como se le conoce en el país), aportó su propia dosis de drama. Pese a la amplia condena internacional que suscitó el intento de autogolpe de Estado de Pedro Castillo, expresidente de Perú, el pasado 7 de diciembre, AMLO salió en su defensa: culpó a las élites de la crisis, ofreció asilo al mandatario depuesto y desconoció a la nueva presidenta del país, Dina Boluarte.

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