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De la alcaldía a la cárcel... ¿y a la presidencia? Un rival de Erdogan que también es su reflejo
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Una sola frase le llevó a prisión

De la alcaldía a la cárcel... ¿y a la presidencia? Un rival de Erdogan que también es su reflejo

El alcalde de Estambul ha sido encarcelado por cargar contra la anulación de las elecciones de marzo en Turquía. Aunque ser una amenaza política también ha influido en su destitución

Foto: Miles de personas protestan en Turquía por la condena del alcalde de Estambul. (Reuters/Alp Eren Kaya)
Miles de personas protestan en Turquía por la condena del alcalde de Estambul. (Reuters/Alp Eren Kaya)

"Al poder, al poder", los gritos de la muchedumbre lo envuelven, lo arropan. Responde: "¡Justicia! ¡Derechos! ¡Libertad!". Levanta el micrófono, empieza a pasearse por el escenario. Tiene entonación, arrojo, furia, hasta esa leve ronquera del político que da todo de sí en un mitin. Aún le falta un poco de práctica —de vez en cuando, mira las hojas que lleva en la mano— para continuar arengando a las masas. Un buen candidato tiene el discurso memorizado, no mira los papeles. Ya aprenderá...

Ekrem Imamoglu no opta a la presidencia de Turquía. Tan solo es el alcalde de Estambul. Aún no se ha convertido en candidato, pero apunta maneras. Desde el 14 de diciembre —fecha en la que pronunció el discurso— tiene muchas papeletas para reconvertir la alcaldía en una candidatura por la presidencia de Turquía. Sin embargo, acaban de asestarle un duro golpe a su carrera política. Un tribunal ha dictaminado una pena de cárcel contra él por una frase que dijo durante uno de sus discursos. Dos años, siete meses y 15 días de prisión le han costado esas palabras, además de la consecuente inhabilitación de sus funciones.

Foto: Ekrem Imamoglu, en una foto de archivo. (Reuters/Dilara Senkaya)

Si la sentencia es firme antes de las próximas elecciones presidencias y generales de junio, Ekrem Imamoglu dejará de ser alcalde y pasará a observar desde una prisión la ciudad que dirige desde 2019. Por otra parte, si el Tribunal Supremo se lo toma con la habitual calma, es muy posible que Ekrem Imamoglu también deje la alcaldía, pero solo para dar el salto hacia la presidencia y destituir así a los jueces que lo condenaron.

Hay precedentes de esta situación. En 1994, un joven político islamista llamado Recep Tayyip Erdogan conquistó Estambul, contra todo pronóstico. En 1998 le hicieron un juicio por una frase que dijo en un discurso. Era un poema cargado con metáforas islamistas, asemejando las mezquitas al cuartel de un ejército político, Comparó las cúpulas con yelmos, los minaretes con bayonetas. Por esto, le condenaron a 10 meses e inhabilitación de por vida, de esa sentencia solo cumpliría cuatro meses entre rejas y, tras pasar ese tiempo encerrado, ganaría las elecciones tres años más tarde, llegando a ser primer ministro y presidente. Las tornas han cambiado desde entonces y ahora los jueces le obedecen a él.

Foto: Funeral masivo para las víctimas de los bombardeos turcos en el norte de Siria. (EFE/Ahmed Mardnli)

En marzo de 2019, un relativamente joven político socialdemócrata Ekrem Imamoglu —tenía 48 años— ganó las elecciones municipales de Estambul, casi contra todo pronóstico en una ciudad que llevaba 25 años en manos de partidos islamistas, y compitiendo contra el ex primer ministro Binali Yildirim, mano derecha de Erdogan. El AKP —el partido fundado por Erdogan que gobierna Turquía desde 2002— impugnó los resultados por el escaso margen: 13.000 votos en una ciudad de 16 millones de habitantes, un 0,1% de las papeletas escrutadas. Se repitieron las elecciones. Ganó Imamoglu con una ventaja de 800.000 votos. El AKP tuvo que entregar las llaves de la ciudad, pero disimuló mal la sensación de derrota. Meses más tarde, el ministro del Interior, Süleyman Soylu, le lanzó una pulla por un viaje a Estrasburgo: "Irse a Europa a quejarse de Turquía es de idiotas", e Imamoglu replicó: "Idiotas son los que anularon las elecciones del 31 de marzo".

Esta es la frase que el tribunal ha castigado ahora con dos años y siete meses de cárcel. Insultar a los miembros de la Comisión Electoral es una grave ofensa a las máximas instancias del Estado. Y aunque el exabrupto iba dirigido a Soylu y el AKP por impugnar el resultado, el tribunal no creyó a Imamoglu. Media Turquía está convencida de que la Judicatura ha dejado de ser independiente hace años, ya que recibe órdenes directamente desde Palacio, y se cree que la sentencia es un acto político para arrebatarle las llaves de la alcaldía.

Foto: Erdogan observa un barco perforador turco en el Mediterráneo (EFE)

Digo media Turquía y quizá me quede corto. Porque hace años que el país está dividido en dos mitades casi exactas. Una de ellas respalda a Erdogan y la otra se le opone. La primera ha tenido hasta ahora un 51-53% de intención de voto. Aunque las encuestas lo ven bajar considerablemente por la mala situación económica, agravada no solo por años de pandemia, sino sobre todo por una inflación desbocada que el Gobierno —es decir, Erdogan— podría haber frenado. Pero eligieron dejar correr esta situación para mantener el dinero en circulación y, con ello, gasto, consumo, exportaciones, empleo y toda esta dinámica que da sensación de crecimiento. Cortar una inflación en seco subiendo drásticamente las tasas de interés incentiva el ahorro, frena el consumo, trae despidos, trae pobreza. Es lo peor que se puede hacer justo antes de unas elecciones. Pero una inflación del 85% anual, con los salarios muy por detrás, trae aún más pobreza.

Luego, también la mitad de la ciudadanía que apoya a Erdogan tiene su sentido de la justicia. Al repetirse las elecciones de 2019, Imamoglu no solo subió medio millón de papeletas, sino que su rival Yildirim bajó 220.000. Estas personas que habían votado por él en la primera ocasión dejaron de hacerlo en la segunda, parecía un escarmiento por su actuación. Perder en los penaltis también es perder, y hay que saber aceptar una derrota.

Por eso, porque Turquía es una democracia de largo recorrido y la gente de a pie valora el juego limpio, la sentencia de cárcel a Ekrem Imamoglu puede disparar la intención de voto. Si ya antes las encuestas le auguraban imponerse ante Erdogan en una hipotética carrera, ahora le puede ganar por goleada. Como Turquía es el hábitat natural de las teorías conspiracionistas, ni siquiera falta quien afirma que esta es precisamente la intención. Puestos a perder las elecciones, el partido de Erdogan quiere que gane Imamoglu. En otras palabras, quieren que el candidato del CHP sea él.

Foto: Los presidentes de Rusia y Turquía reunidos en Sochi en 2021. (Reuters) Opinión

Que el CHP quiera presentar a Imamoglu como candidato es todo, menos seguro. En las quinielas hay tres nombres: Imamoglu, su colega Mansur Yavas, alcalde de Ankara, que desbancó al AKP de la capital en las mismas elecciones de 2019, y el propio jefe del partido, Kemal Kiliçdaroglu. En las encuestas, tanto Yavas como Imamoglu sacan mayor puntuación contra Erdogan que Kiliçdaroglu, un señor con gafas y pinta de probo funcionario. Que es, de hecho, lo que fue durante años. Un trabajador del instituto de la seguridad social. No tiene carisma, dicen, aunque redaños tampoco le faltan. En 2017, a sus 68 años, se fue caminando los 420 kilómetros de Ankara a Estambul en protesta por una sentencia de 25 años de cárcel a un colega de su partido por haber filtrado información a la prensa. Y lo de probo es una rara cualidad en política, jamás ha sido acusado de medrar en beneficio propio ni de familiares. No acumula riquezas. Ha vendido, comentan, su casa para pagar las multas millonarias que año tras año le imponen los tribunales que hallan ofensas personales en sus discursos contra Erdogan.

El problema de Imamoglu es que tiene demasiado carisma. Es un populista de libro. Su eslogan ganador en 2019 era de apabullante sencillez: "Todo saldrá bien", y le sirvió para ganar, pero es un poco pobre como discurso político e ideológico. Imamoglu prefiere no tener ideología, pretende caerle bien a todo el mundo, hasta a los votantes más religiosos. Ni siquiera a Erdogan lo he visto en los mítines parar el discurso con un minuto de silencio a la hora de la llamada a la oración; quizá sea solo porque Erdogan evite coincidir con la hora, pero es obvio que Imamoglu lo hace adrede, quiere subrayar su respeto a la mezquita. Es una pantomima, de las 50.000 personas que el jueves acudieron al ayuntamiento a escucharlo, nadie se fue de la plaza para rezar. Pero hace el gesto. Muchos lo ven bien: para ganarle a un populista del calibre de Erdogan, hace falta ser populista, creen. Si este hombre llega al poder, se teme que será un Erdogan 2.0.

Mansur Yavas tampoco es candidato para gusto de todos. Hasta 2014, año en el que se pasó al CHP, era un destacado cargo del MHP, el partido ultranacionalista antes opositor y ahora aliado de Erdogan. El partido de los llamados lobos grises, esos que en los agitados setenta pegaban tiros por la calle para matar a comunistas. No es la mejor biografía para alguien a quien no solo tienen que votar los socialdemócratas, sino también toda la izquierda kurda y hasta los comunistas, si quiere ganar contra Erdogan. Además, tanto Yavas como Imamoglu tienen un problema, para ser candidato deben dejar la alcaldía. En tal caso, la asamblea municipal debe elegir a un nuevo alcalde. Y tanto en la asamblea municipal de Estambul como en la de Ankara, el AKP tiene amplia mayoría de escaños. Presentar a cualquiera de los dos alcaldes sacrifica, hasta las municipales de 2024, las llaves de la ciudad.

Y luego está Meral Aksener. Es la líder del partido IYI, quinto del Parlamento y principal socio del CHP. También proviene del MHP, pero cuando este decidió apoyar a Erdogan en las elecciones de 2015, se fue del partido llevándose a la mitad de los votantes. Su trabajo ahora es convencer al sector de la derecha nacionalista a hacer causa común con el HDP, el partido de la izquierda kurda, al que muchos aún ven como el brazo político de la guerrilla kurda PKK, es decir, del terrorismo. O al menos debe convencerlos a que acepten que este partido, tercero del Parlamento con un 10-12% de los votos, haga causa común con ellos, de otro modo es imposible ganar.

Foto: Erdogan observa un barco perforador turco en el Mediterráneo (EFE)

El HDP no está en la coalición CHP-MHP, a la que se han unido otras cuatro formaciones por ahora sin diputados —el Partido Demócrata, que recoge los escasos restos de los grandes partidos de centro derecha liberal de los años noventa, el Saadet, islamista y heredero de la formación madre de la que salió en 2001 el AKP, y dos partidos creados por antiguos compañeros de camino de Erdogan: el Gelecek del ex primer ministro Ahmet Davutoglu y el DEVA del exministro de Economía Ali Babacan—, pero hay un pacto tácito de apoyo mutuo. Romper ese pacto es la única esperanza del AKP para mantenerse en el poder, pero Aksener capea el temporal hasta ahora. Cuando la preguntaron por Selahattin Demirtas, el líder del HDP encarcelado desde 2016 —por algo que dijo en un discurso, cómo no—, Aksener tuvo una respuesta elegante: "De los kurdos, nadie puede decir que no sean hospitalarios, invitan a casa hasta a su mortal enemigo si llama a la puerta", dijo. Y ella no iba a ser menos.

Tal vez Meral Aksener sea hoy por hoy —aparte Demirtas— la política con más madera de líder en todo el país. El hecho de ser mujer en un mundo dominado por hombres no parece perjudicarla, ni tiene por qué, Turquía tuvo una de las primeras jefas de Gobierno del mundo que no fuera hija de ni viuda de, allá en 1993, Tansu Çiller, también derechista. Aksener no l va a la zaga. Algún día estará en la cumbre. Pero no es aún su momento.

Es posible que la pregunta de quién será candidato sea lo de menos. Como dijo alguien en un debate de bar, entre copas de raki: "Si la oposición presenta como candidato a este vaso, voto al vaso".

"Al poder, al poder", los gritos de la muchedumbre lo envuelven, lo arropan. Responde: "¡Justicia! ¡Derechos! ¡Libertad!". Levanta el micrófono, empieza a pasearse por el escenario. Tiene entonación, arrojo, furia, hasta esa leve ronquera del político que da todo de sí en un mitin. Aún le falta un poco de práctica —de vez en cuando, mira las hojas que lleva en la mano— para continuar arengando a las masas. Un buen candidato tiene el discurso memorizado, no mira los papeles. Ya aprenderá...

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