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Vemos el partido con Abde, condenado a 15 años de cárcel en Marruecos por terrorismo
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SALIÓ DE PRISIÓN EN OCTUBRE

Vemos el partido con Abde, condenado a 15 años de cárcel en Marruecos por terrorismo

Marruecos está en boca de todos por su brillante participación en este Mundial de Qatar. Pero quienes han estado en sus rincones más oscuros temen que el éxito oculte la realidad

Foto: Abdemassad Chardoudi en una imagen reciente. (Cedida)
Abdemassad Chardoudi en una imagen reciente. (Cedida)

La semifinal entre Francia y Marruecos se presentaba emocionante, pero, aunque mis ojos apuntaban al televisor, no podía apartar mi atención de la historia que me estaba contando Abde. La de su vida.

Abdemassad Chardoudi era un adolescente de 16 años en Salé, una ciudad pegada a Rabat, cuando se hizo amigo de un chico llamado Abdelfettah Raydi, que resultó estar relacionado con un grupo llamado Salafia Jihadia. "Debido a mi corta edad y mi falta de conocimiento sobre las consecuencias, jamás lo denuncié", me explica. "Mi relación con él siguió siendo muy normal".

Salafia Jihadia es un grupo yihadista afiliado a Al Qaeda al que se atribuyen los atentados de Casablanca de 2003, donde fallecieron 45 personas, incluidos los 12 terroristas, ya que su método de acción era siempre el suicidio kamikaze con cinturón de explosivos. Marruecos empezó a estrechar el cerco sobre este grupo a finales de 2006, deteniendo a varios presuntos integrantes en Ceuta.

placeholder Chardoudi, durante su estancia en prisión. (Cedida)
Chardoudi, durante su estancia en prisión. (Cedida)

Así, a comienzos de 2007, los servicios de inteligencia marroquíes empezaron a seguir la pista de Raydi. El 11 de marzo intentaron echarle el guante en un cibercafé de Casablanca al que había acudido, según la policía, para "consultar páginas de internet que hacen apología del terrorismo", pero aquel joven de 23 años se voló en mil pedazos.

“Por aquella época, los servicios de inteligencia me secuestraron”, dice Chardoudi. “Entraron en nuestra casa y me llevaron esposado y con los ojos vendados a la prisión secreta de Tamara”, un centro de detención al sur de Rabat sobre el que se ha edificado una importante leyenda negra acerca de sus temibles interrogatorios.

“Empezaron a torturarme pese a ser aún un menor”, recuerda. "Me preguntaban cosas que no sabía y, cuando respondía que no las sabía, la tortura se multiplicaba; al final del interrogatorio me obligaron a firmar unos informes sin leerlos, bajo amenaza, y ahí acabó todo para mí". Tras las correspondientes investigaciones, fue enviado a prisión, esta vez legalmente.

"Me obligaron a firmar unos informes sin leerlos, bajo amenaza, y ahí acabó todo para mí"

"No creo que el juicio fuera justo en absoluto", dice Chardoudi, quien, junto a otros dos jóvenes, fue declarado culpable de "constituir una banda delictiva con el objetivo de preparar y cometer actos terroristas en conexión con un proyecto colectivo destinado a perturbar el orden público a través del miedo y el terror", "fabricación y tenencia de explosivos ", "agresión premeditada contra las personas", "actos de sabotaje", "homicidio doloso y emboscada", "robo", "falsificación y uso de la falsificación", "financiamiento del terrorismo" y "no denuncia de actos terroristas".

"Todos los cargos que me atribuyeron eran falsos, salvo el de no denunciar", explica a este periódico.

Fue condenado a 15 años de prisión, que cumplió de forma ininterrumpida hasta el pasado mes de octubre. Entró siendo un adolescente y salió como un hombre de 33 años. "Sabía que me había equivocado al no denunciarlo, pero mi juventud e inconsciencia me hicieron sentir que era una víctima y no un perpetrador", explica hoy en un inglés más que aceptable. Lo aprendió de forma autodidacta, en la cárcel, gracias a unos libros que le mandó su familia. "Ahí dentro no tenía con quién practicarlo", se excusa.

La temporada en el infierno

El partido se ha puesto de cara para los franceses muy pronto gracias a un gol de Théo Hernández. En Marruecos esta semifinal es el mayor evento nacional en años, Chardoudi lo está viendo con su familia mientras hablamos. Dice, sin dar nombres, que ha conocido a marroquíes que esta noche van con Francia. En un país donde la monarquía, el islam y la integridad territorial —es decir, el Sáhara Occidental— representan líneas rojas sobre las que no se puede hablar sin ser castigado, el magnífico mundial de los Leones del Atlas está sirviendo también para legitimar el régimen de Mohammed VI y que este refuerce ante el mundo la idea de que dirige un país moderno y abierto.

Para el propio Chardoudi es difícil pensar así después de pasar la mitad de su vida entre rejas.

"No pensé que saldría vivo de allí, dadas las condiciones que había dentro de la prisión", dice de su aterrizaje en la celda. "Hice una huelga de hambre para que me pusieran en el pabellón destinado a los presos de mi edad y allí me llevaron. Me llevé otro shock porque las condiciones eran desastrosas: pandillas de narcotraficantes controlaban la prisión; había explotación sexual de menores, ya que algunos funcionarios traficaban con menores para eso; la comida era incomible; el número de presos era muy elevado y el hacinamiento era insoportable; prevalecían los malos tratos y todo se vendía por dinero", enumera. "Incluso si querías visitar a un médico, tenías que pagar por eso, estaba en una profunda desesperación porque no podía acostumbrarme a esta vida, desesperado en todos los sentidos de la palabra".

Le pregunté sobre qué tipo de gente se encontró allí dentro.

"Conocí tipos de personas que nunca antes había conocido: asesinos, capos de la droga, terroristas internacionales que habían estado en Guantánamo, me sorprendió que todo estuviera más allá de mi capacidad de comprensión", confiesa. "Incluso aquella atmósfera de odio y violencia era insoportable para mí".

Su conversión

Un par de años después de ingresar en prisión, Chardoudi empezó a obsesionarse con la violencia. La encontraba a su alrededor, estaba omnipresente y siempre asociada a los mismos conceptos. "Decidí investigar sobre ello consultando referencias islámicas y ahí hubo otro shock, todos los textos estaban llenos de enseñanzas de odio y violencia", explica. "Entré en un estado psicológico muy complicado, porque como musulmán árabe, el islam constituye mi identidad, pero no aceptaba que todo aquello viniera de Dios".

Entonces dio el paso. "Después de varios días de profunda reflexión, abandoné el islam y comencé a sentir el comienzo de una liberación de las ataduras del terror de Dios", me confiesa. "Empecé a analizar todo de forma racional y lógica, alejándome de todo lo anterior. No sé si hubiera dado los mismos pasos de no haber vivido esa experiencia, pero me hizo conocer la secretos ocultos de la fe islámica por lo que realmente es".

Entre 2010 y 2014, este reo permaneció en un limbo de credo, pero finalmente dio un salto más allá y se convirtió en cristiano evangélico. El cristianismo es la segunda religión en Marruecos, pero realmente es testimonial: el 99% son musulmanes y menos del 1% cristianos, habitualmente extranjeros. Para Chardoudi esta conversión no fue sencilla: tuvo que ponerse en huelga de hambre para lograr que le dieran un ejemplar de la Biblia. "Y después de un año me la volvieron a quitar", protesta.

Las torturas

Reconozco que tengo muchos prejuicios contra quienes cumplen condena en prisión por terrorismo yihadista, pero realmente Chardoudi rompe muchos de mis esquemas mentales. Poco antes del descanso, el central marroquí El Yamiq remata un balón caído del cielo de forma acrobática y está a punto de igualar el partido, pero Lloris hace un paradón y lo evita. El partido está vibrante, pero de nuevo, sigo embebido con la historia de cómo este nene, un peligroso terrorista según la justicia marroquí, un pandillero confundido según su propia versión, sufrió torturas durante años y años.

"La primera vez fue cuando me arrestaron", dice con tranquilidad, como el que relata la historia de sus tatuajes. "Después de eso fui torturado varias veces de forma brutal, hasta que traté de suicidarme a causa de eso".

Lo más habitual, dice, era la privación del sueño. "Otras veces te encadenaban durante días, o un grupo de guardias te golpeaba con porras y patadas".

"Esto es con respecto a la tortura física, pero la tortura psicológica tiene muchos otros métodos", añade. "Puede ser impidiendo que te reúnas con la familia cuando vienen de visita, o privándote de comunicarte con ellos por teléfono, luego en cuanto a maldiciones e insultos, sucedió y no hay vergüenza por ello". Al ser inspeccionados, Chardoudi me cuenta que "te desnudan y tocan de manera muy provocativa en lugares íntimos de tu cuerpo, y se pronuncian palabras que tienen connotaciones sexuales; si te quejas u objetas, se levantará un informe del incidente y serás golpeado y luego arrojado a la celda de castigo". A lo largo de sus 15 años en la Prisión Central de Safi, a 300 kilómetros de su localidad natal, dijo contemplar a presos que pedían cosas —como visitar a un médico o que mejorara la calidad de la comida—, terminaban esposados ​​y sometidos a una lluvia de golpes e insultos, tras lo cual seguía un informe ficticio de un supuesto intento de agresión a los guardias. "Es un infierno, eso es todo lo que puedo decir".

Sin embargo, aún contó muchas más cosas. Mientras tanto, en Qatar, Marruecos lo intentaba pero no lograba inquietar a los franceses, que a 15 minutos del final remataban a los norteafricanos con el 2-0. Y hablando de rematar...

Un circuito cerrado

Durante década y media, Chardoudi perdió su nombre y toda su identidad se concentraba en su número de preso: 1818.

Realizó varias huelgas de hambre y su familia filtró cuando pudo sus penurias a la prensa local. Estos escribieron también al Consejo Nacional de Derechos Humanos tratando de conseguir acogerse a programas de integración o reconciliación, pero el joven, ya por entonces rondando la treintena, se dio cuenta de que "no tenía sentido en absoluto". Incluso llegó a grabarse con su propia voz leyendo una carta al rey de Marruecos, que subió a YouTube, denunciando que en la cárcel donde estaba la tortura era frecuente".

"La respuesta de la administración fue torturarme más, ya que después de que filtrara ese audio me impidieron visitar y comunicarme con mi familia por teléfono", relata. "Y después de hacer una huelga de hambre, el castigo fue horrible y todavía estoy pagando el precio". Ocurrió por aquella misma época, hace pocos años. "Después de 15 días de huelga de hambre, me inyectaron un fármaco que se usa en enfermos mentales violentos, que representan una amenaza para su entorno", dice Chardoudi. "Su efecto fue peligroso, ya que perdí la capacidad de hablar y comencé a orinar y defecar en mi propia ropa, aquello continuó durante todo un mes, y desde entonces he tenido serias dificultades en los riñones e hipotiroidismo".

Por supuesto, la cárcel quebró cualquier proyecto que este marroquí tuviera para su vida. Aunque intentó volver a estudiar dentro de prisión, dice que no le fue permitido. Doce de los quince años los pasó en confinamiento solitario, lo que le impidió leer muchos de los libros que sus padres le llevaban a Safi.

"Con respecto al trabajo, no existe en las prisiones de Marruecos lo que tienen en España, cuando salí de prisión estaba aturdido, me pareció muy difícil adaptarme a lo que el mundo se ha convertido hoy en día, con este enorme progreso tecnológico, para mí es muy difícil volver a mi vida previa a la cárcel". Había estado, literalmente, desconectado del mundo. En sus primeros años encerrado vivió la Primavera Árabe muy lejos de las redes sociales, soñando con que aquellos rumores de revolución pudieran atravesar los muros de la prisión. Pero no. "Nada cambió y la situación ahora es peor que antes porque la esperanza por esa Primavera Árabe se ha evaporado".

Salir del país es igualmente complicado para él. Incluso aunque alguien en otro lugar estuviera dispuesto a acoger a un represaliado por el régimen alauita, ¿qué país podría aceptar en sus fronteras a alguien que arrastra una condena por terrorismo?

Así, Chardoudi subsiste con su familia, intentando encontrar un trabajo que nadie le ofrece. Llama a puertas como las de la Asociación Nacional Mohammed VI para la Reintegración de Prisioneros o la Iniciativa Nacional para el Desarrollo Humano. "No sirve de nada", concluye. "Además, desde que salí de la cárcel nadie revisa mi salud pese a sufrir de problemas de riñón e hipotiroidismo, que requieren de análisis y seguimiento".

Niveles de profundidad

El partido ha terminado y Marruecos ha perdido. Para los seguidores, incluso para aquellos que no apoyaban a los Leones, la vida sigue. Más de la mitad de los futbolistas nacieron y se criaron fuera del país, más de sus padres que suyo. Chardoudi no cree que el Mundial les sirva para algo. "Es un foco que mejora la imagen de Marruecos, pero no Marruecos", sugiere.

Dice que quería contarme todo esto, no solo para que los extranjeros sepan lo que sucede dentro de las cárceles de su país, sino para que los propios marroquíes se enteren, aunque sea leyendo un medio español. "Hay cosas que pasan dentro de las prisiones marroquíes que ni siquiera los marroquíes se imaginan, ¿cómo ibais a hacerlo los españoles? En las cárceles de Marruecos hay miles de personas locas que deberían estar en hospitales, pero languidecen allí, bajo la tortura y la crueldad de la vida en prisión: Marruecos tiene muchos niveles de profundidad y las prisiones es uno de los más profundos".

Antes de despedirnos, le pregunto algo más: has pasado más de la mitad de la vida entre rejas, con pensamientos que una persona normal no puede ni imaginarse, sin la posibilidad de redimirse o volver atrás, si te concedieran un deseo y pudieras cambiar algo, ¿qué sería? Algo que te hiciera sentir que, pese a todo el sufrimiento pasado, ha merecido la pena.

"Responderé a tu pregunta, pero no puedes publicar la respuesta", me dice.

Trato hecho.

La semifinal entre Francia y Marruecos se presentaba emocionante, pero, aunque mis ojos apuntaban al televisor, no podía apartar mi atención de la historia que me estaba contando Abde. La de su vida.

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