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No hay tampones en el desierto: así es tener la regla en plena ruta migratoria
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No hay tampones en el desierto: así es tener la regla en plena ruta migratoria

Mariam abandonó su hogar a los 15 años, cruzó el desierto a pie y esperó dos años en Libia para lanzarse al mar. Durante todo ese tiempo, y como muchas otras migrantes, no dejó de menstruar

Foto: Ilustración: Irene Gamella.
Ilustración: Irene Gamella.

Cuando alguien huye del hambre o de un abuso, lo que menos le preocupa es tener la menstruación. En medio de una guerra, que la sangre sea del periodo es un alivio. Si apenas queda una gota de agua, es para beber y no para lavarse. Y es que lo urgente sustituye a lo importante en una situación de emergencia, situando la supervivencia en el centro y apartando aquello que, en otras circunstancias, supondría una primera necesidad. Mientras todo esto ocurre, ¿a quién le importa la regla de las mujeres migrantes?

Era la una de la madrugada del 21 de septiembre. Hacía dos años que Mariam* había abandonado su hogar y ahí, en medio del Mediterráneo, su ruta estaba a punto de terminar. Con tan solo 15 años, esta joven procedente de Costa de Marfil se vio obligada a dejarlo todo atrás, incluida su familia, aquellos que querían forzarla a casarse con un hombre mayor al que ni siquiera conocía.

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"Lo único que quería hacer era tomar mis propias decisiones", recuerda ya a bordo del Geo Barents, el barco de Médicos Sin Fronteras (MSF) que la rescató del mar. Mariam había utilizado el poco dinero que tenía para pagar a los traficantes que la conducirían hasta Libia y, después de dos meses de espera en Mali, se había adentrado en el desierto a pie.

De haber cruzado la frontera en coche, ella y el grupo de migrantes que la acompañaban habrían sido un blanco fácil para la policía libia. "Los contrabandistas nos dejaron en el desierto y tuvimos que caminar durante casi una semana con solo agua y algunas galletas para sustentarnos. Fue tan difícil que no podía sentir mi propio cuerpo", relata la joven.

Dadas las circunstancias, sus prioridades estaban claras: tenía que sobrevivir. Sin embargo, otro obstáculo agravaba la escasez de provisiones, y es que no es fácil tener la regla en medio del desierto. "Mientras viajábamos no teníamos acceso a agua, baños o privacidad. Tratábamos de escondernos tras las dunas siempre que podíamos, pero no había nada para lavarnos", detalla Mariam, que explica las dificultades que esto implicaba para su menstruación: "Solía ​​colocar algo de algodón en mi ropa interior, pero no podía cambiarlo con frecuencia. Llevaba más de una semana usando la misma ropa. Me sentía sucia y tenía una sensación de ardor".

Como ella, multitud de migrantes sufren hoy pobreza menstrual en todo el planeta. Según las últimas estimaciones de ACNUR, habría 12,3 millones de mujeres y niñas en edad reproductiva para las que el acceso a la higiene íntima supone un grave problema. Además, tan solo el 55% de las desplazadas alojadas en campos de refugiados (lugares mucho mejor abastecidos que el resto de puntos en las rutas migratorias) cuenta con los productos de higiene necesarios para su periodo, y tan solo el 37% tiene acceso a suficiente ropa interior.

El estigma que acompaña a las conversaciones sobre higiene íntima complica una mayor recopilación de datos sobre el estado de salud de estas mujeres, y por ello se amplía el desconocimiento sobre los problemas asociados a la regla y no es fácil reconocer sus síntomas. En el caso de Mariam, las señales de que algo no iba bien se manifestaron en un contexto en el que el dolor menstrual volvía a ocupar un segundo plano.

"La señora que me contrató al llegar a Libia era muy violenta conmigo, en vez de hablarme me pegaba", relata sobre las condiciones de trabajo a las que se enfrentó durante los casi dos años que pasó en Trípoli. "Me hacía trabajar cuando estaba enferma, porque despreciaba verme descansar".

"Solía ​​colocar algo de algodón en mis bragas, pero no podía cambiarlo con frecuencia. Me sentía sucia y tenía una sensación de ardor"

Mariam no podía escapar de esta situación porque necesitaba ahorrar para lanzarse al mar y todo su dinero iba destinado a pagar el trayecto por el Mediterráneo en la lancha de goma más barata que pudo encontrar. Evidentemente, no podía permitirse comprar compresas cuando tenía la regla y acabó por utilizar pedazos de su propia ropa, que colocaba en sus bragas para contener el sangrado.

La falta de acceso a una correcta higiene íntima que se encontró esta migrante, tanto en medio del Sáhara como ya en Libia, va generalmente asociada a algunos problemas de salud, como índica Justina Aguerre, la responsable de ginecología y obstetricia de MSF: "Se pueden generar infecciones genitales externas que a veces puedes llegar a afectar a los genitales internos", pero la realidad es que no hay suficientes estudios centrados en este problema, que "no parece interesar", que aporten "más conciencia sobre cuáles son las repercusiones reales de este tema".

La ignorancia sobre esta cuestión hace que no sea posible relacionar los inconvenientes a los que se enfrentó Mariam con sus intensas molestias durante el periodo, que agravaban el trato vejatorio que recibía en Libia, como ella misma señala: "Mis menstruaciones suelen ser dolorosas y la familia para la que limpiaba por una miseria me obligaba a trabajar por más que me doliera".

La menstruación sin agua

Pese a las arduas condiciones a las que se enfrentó a lo largo de su ruta migratoria, la pobreza menstrual era una realidad a la que se había enfrentado ya en Costa de Marfil, donde la pobreza implicaba una carrera de obstáculos. Al igual que el resto de niñas de su comunidad, para frenar la sangre usaba tiras de 'pagne' (el tejido estampado con cera tradicional de África Occidental), que limpiaba con agua y jabón para poder reutilizarlas. Sin embargo, no tener acceso a agua corriente representaba una enorme dificultad.

"Cada mañana íbamos al pozo a llenar bidones para casa. Incluso cuando me bajaba el periodo, caminaba kilómetros cargando con una garrafa en la cabeza", señala la joven, que insiste en que esta agua no solo se destinaba a su higiene, sino que era también necesaria para beber y cocinar. "Trataba de lavarme con regularidad, especialmente cuando tenía la regla, pero es muy difícil hacerlo sin agua corriente".

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Según los datos recopilados por la OMS y Unicef, tan solo el 27% de la población de Costa de Marfil tiene acceso a servicios básicos de agua, mientras que en el resto de África subsahariana, la cifra alcanza el 52%. Las condiciones para la higiene íntima se complican aún más cuando se requiere privacidad para lavarse y cambiarse; en este caso, tan solo el 80% de las marfileñas cuentan con un espacio que cumpla las condiciones adecuadas, y el porcentaje es aún más reducido en lugares como Burkina Faso, Níger, Nigeria o Túnez.

El lanzamiento de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), en especial el punto que persigue "garantizar la disponibilidad y la gestión sostenible del agua y el saneamiento para todos", puso en el foco las desigualdades que representan los datos anteriores y que afectan sobre todo a mujeres y niñas durante su periodo. Es por esto que distintas organizaciones se han focalizado en los últimos años en asegurarse de que las mujeres en zonas de inestabilidad o pobreza, puedan acceder a los recursos necesarios.

Un claro ejemplo es la puesta en marcha del proyecto piloto de MSF que facilita ropa interior menstrual a mujeres en República Democrática del Congo, específicamente en Kalehe, un territorio en el que en el que se suceden periodos de relativa calma, como el actual, con estallidos de violencia que terminan provocando movimientos de población y en el que el acceso a los servicios médicos o al agua corriente es muy limitado. En un entorno como este, la disponibilidad de productos desechables es limitada y la humedad complica que se sequen las telas que habitualmente sustituirían a compresas o tampones. Una de las coordinadoras médicas de la organización, encontró una alternativa viable en las bragas menstruales, que no solo resolvían el problema del secado, sino que además no resultan tan evidentes al tenderlas como, por ejemplo, las compresas de tela, en un contexto de estigmatización de la regla.

placeholder La aldea de Ramba, en Kalehe. (Cedida)
La aldea de Ramba, en Kalehe. (Cedida)

"Siempre el primer paso en este tipo de intervenciones sería hacer una evaluación de necesidades en la situación afectada por la pobreza menstrual, y luego plantear qué método es el más adecuado", explica Aurora Egea, técnica de agua, higiene y saneamiento del programa, que insiste en la importancia de escuchar a las mujeres afectadas y de contar con la colaboración de promotoras locales: "Son verdaderamente a esas mujeres a las que les trasmite el conocimiento, y luego es mucho más sencillo que ellas se lo hagan llegar a su vez a sus compañeras, a sus vecinas y a sus familiares", pues ellas ya conocen la comunidad y su cultura, y saben qué aspectos del periodo pueden ser tabú y a qué obstáculos se enfrentan en su entorno.

Al igual que el componente cultural y el contexto va directamente asociado a la forma en la que se atienden las diversas emergencias afectadas por este problema, la disponibilidad de recursos e infraestructuras que tengan las mujeres y niñas acaba por definir también su desarrollo en la sociedad. Es por esto que un alto porcentaje de adolescentes en África Subsahariana dejan de asistir a la escuela cada vez que menstrúan: el 15% de las jóvenes de Burkina Faso, el 20% de Costa de Marfil y el 23% de Nigeria, faltan al colegio cuando tienen la regla, según Unicef.

El 15% de las jóvenes de Burkina Faso, el 20% de Costa de Marfil y el 23% de Nigeria, faltan al colegio cuando tienen la regla

Mariam, por su parte y como muchas otras niñas, nunca llego a estudiar porque su familia no se podía permitir pagar la matrícula. De nuevo, la menstruación que le obligaba a caminar kilómetros para poder lavarse, era el menor de los inconvenientes. A nadie le importa la distancia que te aleje de la escuela cuando ni siquiera tienes acceso a la educación.

*El nombre de Mariam es ficticio para proteger su identidad

Cuando alguien huye del hambre o de un abuso, lo que menos le preocupa es tener la menstruación. En medio de una guerra, que la sangre sea del periodo es un alivio. Si apenas queda una gota de agua, es para beber y no para lavarse. Y es que lo urgente sustituye a lo importante en una situación de emergencia, situando la supervivencia en el centro y apartando aquello que, en otras circunstancias, supondría una primera necesidad. Mientras todo esto ocurre, ¿a quién le importa la regla de las mujeres migrantes?

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