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Vuelos agotados, pánico y protestas: cuando a los rusos les importó la guerra en Ucrania
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Vuelos agotados, pánico y protestas: cuando a los rusos les importó la guerra en Ucrania

Después de meses de vivir de espaldas a la invasión de Ucrania, los rusos han respondido a la movilización parcial de Putin intentando salir del país y con protestas en varias ciudades

Foto: La policía detiene a un manifestante en una protesta en Moscú este miércoles. (Reuters)
La policía detiene a un manifestante en una protesta en Moscú este miércoles. (Reuters)
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Bajo cualquier parámetro, la de Ucrania no es una guerra popular entre los rusos. Pese a toda la parafernalia nacionalista, el 'merchandising' de 'Z' y 'V' y la glorificación de la 'operación especial' en cada oportunidad, la población rusa ha preferido vivir de espaldas a la invasión. La prueba está en que desde que los principales programas de televisión se han convertido en un ejercicio constante de exaltación bélica, sus audiencias se han desplomado. Salvo contadas excepciones, el apoyo entre la población rusa a una guerra que no encuentra voluntarios solo cabe considerarse como tibio.

Por eso, el anuncio del presidente Vladímir Putin de una "movilización general parcial" ha caído como una bomba en Rusia. El decreto supone una concesión de Putin a los halcones, que le culpan por no haber hecho lo suficiente para garantizar una victoria decisiva de Rusia en Ucrania. Pero si su intención era contentar a todos al calificarla de limitada, ha sido un fracaso estrepitoso. Porque el documento firmado por el líder ruso, salvo en el título, no habla de límites en ningún sitio, y es lo suficientemente ambiguo como para que, en las condiciones adecuadas, cualquiera pueda ser movilizado durante el tiempo necesario. De repente, la guerra ha llegado hasta los rusos.

Foto: Putin junto a Shoigu, su ministro de Defensa. (Reuters/Sputnik/Mikhail Klimentyev/Pool)

Las consecuencias han sido inmediatas: el martes por la noche, apenas unos minutos después de que se anunciase que Putin se disponía a dirigirse a la nación y con los rumores ya disparados, todos los vuelos disponibles a Turquía y Armenia —dos de los pocos países que no exigen visado a los ciudadanos rusos— se habían agotado. El miércoles por la mañana ocurría lo mismo con prácticamente cualquier vuelo que saliese de Moscú o San Petersburgo hacia cualquier parte del planeta. Para el mediodía, el Gobierno ruso decretó el cerrojazo: las compañías aéreas dejaron de vender vuelos, y se prohibió la salida del país tanto por avión como por tren a todos los varones en edad militar, que a partir de ahora necesitarán un documento especial de las autoridades militares incluso para moverse entre regiones.

Aun así, algunos siguieron intentándolo por tierra. Vídeos en las redes sociales mostraban colas de vehículos de decenas de kilómetros en la frontera con Finlandia. Las cuentas de muchos jóvenes se llenaban de mensajes explicando que habían logrado salir del país con éxito, o lo contrario. Si en alguna ocasión la población ha votado con los pies, es esta. Mientras tanto, en internet se disparaba el número de consultas sobre "cuántos hijos necesitas para no ir al ejército", "pies planos" y búsquedas similares.

Protestas menores y no tan menores

Pero no todo es un sálvese quien pueda. El movimiento Vesna (Primavera) se apresuró ayer a convocar manifestaciones de protesta en toda Rusia contra la movilización, que tuvieron lugar en decenas de localidades en todo el país. En su mayoría, hubo escasa participación —no en vano, las autoridades habían advertido de que podrían aplicarse penas de hasta 15 años de prisión a quien asistiese—, pero hubo lugares, como la calle Arbat de Moscú, donde fueron significativas, y donde los cantos pasaron rápidamente a un contundente "¡No a la guerra!", y a otros eslóganes como "¡Enviad a Putin a las trincheras!". En el momento de escribir estas líneas, había alrededor de 1.400 detenidos confirmados en toda Rusia, si bien la cifra real podría ser mucho más alta.

Quizá sea algo injusto afirmar que los rusos solo están saliendo a manifestarse cuando han visto cómo la guerra les afectaba directamente. De hecho, más de 15.000 personas han sido detenidas en estos meses por ejercer algún tipo de protesta contra la invasión, varios miles han sido multadas y cientos enfrentan cargos criminales. Pero sí es cierto que la posibilidad de tener que participar de primera mano en los combates en el frente ucraniano, o de tener que enviar a un pariente cercano, ha tocado una fibra que hasta ahora permanecía intacta en el seno de la sociedad rusa. Y, paradójicamente, la imposibilidad de abandonar el país contribuirá a alimentar el descontento popular.

Foto: Desfile militar en Moscú el Día de la Victoria, el pasado mayo. (Reuters/Maxim Shemetov)

Aprovechando la oportunidad, miembros del entorno del líder disidente Alekséi Navalni publicaron este martes un vídeo en el que se les veía llamando al que, aseguran, es el hijo del portavoz del Kremlin, Dimitri Peskov, haciéndose pasar por un oficial militar y pidiéndole que se presente en una oficina de reclutamiento. En la grabación, el supuesto hijo de Peskov responde: "Debe entender, si soy el señor Peskov, que no es del todo correcto que vaya allí. Voy a resolver esto a un nivel diferente". Al presionarle y preguntarle directamente si irá al frente, responde: "No".

Efecto en la moral… y la diplomacia

Otra de las consecuencias que quizás el Kremlin no ha considerado adecuadamente es el efecto, como han señalado varios analistas militares, que el anuncio podría tener sobre aquellos soldados que ya están combatiendo, en algunos casos desde hace ocho meses, el doble de lo recomendado para evitar la fatiga de guerra y conservar las capacidades bélicas. Estas tropas esperaban un reemplazo que ahora se ha desvanecido, puesto que el decreto impone la extensión automática de sus contratos hasta el final de la movilización. La moral de las fuerzas desplegadas en Ucrania, ya bastante afectada por los recientes éxitos ucranianos, podría verse muy dañada por esta situación.

La otra consecuencia para el Kremlin es que las amenazas proferidas por Putin en su discurso no están logrando el propósito de intimidar a sus adversarios. "Mañana, Putin puede decir, 'además de Ucrania, queremos también parte de Polonia o de lo contrario usaremos armas nucleares'. No podemos aceptar compromisos de este tipo", declaró ayer el presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, quien, sin embargo, no ha descartado que Rusia pueda utilizar un arma nuclear contra su país. "No puedo meterme en su cabeza. Hay riesgos", afirmó.

Foto: Misil hipersónico ruso. (EFE/Ministerio de Defensa de Rusia)

Incluso China, que hasta ahora ha evitado posicionarse abiertamente en contra de Rusia, parece haberse cansado de la situación y estar moviendo ficha hacia una solución rápida del conflicto. Ayer, el portavoz del Ministerio de Exteriores chino, Wang Wenbin, reiteró el llamamiento de su país a "un alto el fuego a través del diálogo y las consultas" y a "una solución que contemple las preocupaciones de seguridad de todas las partes". La escalada verbal de Putin también deja en mal lugar a aquellos países que habían tratado de erigirse como mediadores y habían propuesto una distensión, especialmente aquellos que, como el Gobierno de México, acusan a la parte occidental de no estar interesada en resolver el conflicto.

Pero el verdadero público al que Putin dirigió su mensaje está en Europa. "Esta es probablemente la fase más delicada de este juego de la gallina desde hace décadas", señala un alto diplomático europeo citado por el diario 'Financial Times'. Putin "está tratando de sembrar discordia de forma activa. Su esperanza es arrastrarlo hasta el invierno y usar el descontento social para profundizar en las discrepancias, que son muy reales, tanto dentro de la UE como transatlánticas, y que por ahora se mantienen bajo la superficie", apunta.

Foto: El presidente ruso, Vladímir Putin, en una imagen de archivo. (EFE/EPA/Kremlin/Pool/Konstantin Zavrazhin)

Sin embargo, en las cancillerías europeas la reacción —pública, al menos— ha sido de contención. "La movilización, el llamamiento a un referéndum en Donetsk, es todo un signo de pánico", declaró este miércoles el primer ministro holandés, Mark Rutte, a la cadena NOS. "Sus retóricas sobre las armas nucleares son algo que ya hemos oído antes muchas veces, y nos deja fríos", añadió. Por su parte, el secretario de Defensa británico, Ben Wallace, aseguró que el decreto demuestra que "la invasión está fallando".

La calma europea se basa en varios elementos, entre ellos, que el anuncio de Putin no ha ido seguido de un cambio en el estatus de las fuerzas nucleares de Rusia. Algo que tampoco se ha producido anteriormente a pesar de advertencias previas, por ejemplo, tras los envíos de sistemas de armamento occidentales como los Himars, o incluso en las ocasiones en que Ucrania ha bombardeado objetivos dentro de territorio ruso. Las amenazas de Putin ya no surten efecto, y quizá por eso necesita subrayarlas, como hizo en su discurso, diciendo: "No es un farol". En ese sentido, Putin es como un viejo jugador de póker inicialmente brillante, pero que tiene un tic que a estas alturas de la partida el resto de la mesa ya conoce. Ahora, la sociedad rusa ha decidido sumarse al juego.

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Bajo cualquier parámetro, la de Ucrania no es una guerra popular entre los rusos. Pese a toda la parafernalia nacionalista, el 'merchandising' de 'Z' y 'V' y la glorificación de la 'operación especial' en cada oportunidad, la población rusa ha preferido vivir de espaldas a la invasión. La prueba está en que desde que los principales programas de televisión se han convertido en un ejercicio constante de exaltación bélica, sus audiencias se han desplomado. Salvo contadas excepciones, el apoyo entre la población rusa a una guerra que no encuentra voluntarios solo cabe considerarse como tibio.

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