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El 'neofascismo' vuelve a las puertas del poder en Italia: ¿cómo se ha llegado hasta aquí?
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Entre el enfado y el miedo

El 'neofascismo' vuelve a las puertas del poder en Italia: ¿cómo se ha llegado hasta aquí?

Hay una enorme parte de la sociedad italiana enfadada y asustada. Enfadada con el deterioro constante de su calidad de vida y asustada ante un futuro incierto

Foto: Giorgia Meloni, favorita para ganar las elecciones en Italia. (EFE/Fabio Cimaglia)
Giorgia Meloni, favorita para ganar las elecciones en Italia. (EFE/Fabio Cimaglia)
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Piero es un romano de 43 años sin estudios universitarios, de clase media-bajando —como buena parte del país—. Era dueño de una pequeña empresa alimentaria que quebró y ahora trabaja como comercial con un salario bajo, especialmente para el coste de la vida a la que estaba acostumbrado y al ser pareja de una diplomática europea. “Yo voy a votar por Meloni”, explica en una cena

—¿Por qué vas a votarla?

—Porque al final ella nunca ha gobernado y creo que hay que darle la oportunidad.

—¿A quién votaste las pasadas elecciones?

—Al Movimiento 5 Estrellas (M5S), pero ha sido una decepción.

—¿No es un problema para ti votar a un partido que viene del fascismo?

—No. El fascismo es pasado.

Foto: Giorgia Meloni, líder del partido Fratelli d'Italia (Hermanos de Italia). EFE

Y comienza a soltar una retahíla de ejemplos de cómo era su vida hace 10 años y cómo es ahora. Piero está enfadado.

Piero es un ejemplo que existe en muchas partes de Italia. Hay una enorme parte de la sociedad italiana enfadada y asustada. Enfadada con el deterioro constante de su calidad de vida y asustada ante un futuro incierto. Piero va a votar por Fratelli d'Italia (FdI) como lo hará, según el promedio de encuestas, en torno a un 25% de los votantes. Es decir, ahora mismo, uno de cada cuatro italianos va a votar a un partido que viene del extinto Movimento Sociale Italiano, partido neofascista creado por seguidores de Benito Mussolini tras el fin de la Segunda Guerra Mundial —reconvertido luego en Alleanza Nazionale y, finalmente, en Fratelli d'Italia—.

¿Cómo se ha llegado hasta aquí? Hay numerosos factores en esta tormenta perfecta: un ambiente social revuelto y polarizado, una buena estrategia de unos frente a una pésima estrategia del resto, y algunas casualidades de las que la política no está exenta.

Todos los 'anti', en un mismo saco

FdI se ha encontrado con un escenario impensable hasta el 13 de febrero de 2021. Ese día, Mario Draghi se convierte en primer ministro con el apoyo de toda la Cámara menos FdI. La izquierda del Partido Democrático (PD), los populistas del Movimiento 5 Estrellas (M5S), los liberales de Forza Italia de Silvio Berlusconi y la ultraderecha de Matteo Salvini apoyan un Ejecutivo liderado por un reputado banquero liberal, cristiano y europeísta que satisface un poco a todos.

Muchos advierten en ese momento el peligro que es regalar toda la oposición a una sola fuerza, mientras otros entienden que el apoyo a Draghi es mayoritario y bajarse de ese barco es un suicidio que no perdonarían sus votantes en medio de una enorme crisis por la pandemia. Especialmente la Lega y el M5S se ven atrapados en una jugada que a la larga les perjudica a ambos. La Lega no puede permitirse romper con Draghi por interés de sus votantes y el M5S no puede hacerlo por interés propio.

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Los enfadados, la gran masa de 'Pieros' que hay en Italia y que dio la victoria al M5S en las elecciones de 2018 con el 32% de los votos, se quedaron en ese momento huérfanos de un partido 'anti' que no fuera los Fratelli de Giorgia Meloni. Antivacunas, anti-UE, anticasta, anti políticos tradicionales, antipoltronas, antiimpuestos, antiantis... Todo ese enorme y heterogéneo universo de 'antialgo' que es una buena parte de la sociedad italiana se quedó con una sola opción de voto. Y parece que va a votarla.

Aquel error de 'DJ' Salvini

FdI, fundado en 2012, se presentó por primera vez a las elecciones generales en 2013 y sacó entonces menos de un 2% de votos. En las europeas de 2014 obtiene el 3,3% de apoyos. En las generales de 2018, un 4,3%, y en las europeas de 2019, un 6,4%. ¿Cómo en tres años un partido tan minoritario ha multiplicado por cinco su expectativa de voto?

Una razón es por la pésima estrategia de sus socios y contrincantes. En el verano de 2019, un eufórico Matteo Salvini pasaba su verano en el club marítimo el Papeete pinchando música entre una multitud que lo aclamaba. Él era vicepresidente del Gobierno Conte I, ministro del Interior, líder emergente de la extrema derecha europea y se sentía imparable. En ese momento, las encuestas le daban un 34% de intención de voto. Entonces, en una jugada burda, decidió hacer caer al Gobierno Conte con sus socios del M5S pensando que eso llevaría a unas elecciones donde él arrasaría.

Foto: El líder del movimiento fascista AREA, Giuliano Castellino, durante una protesta contra el 'green pass'. (EFE)

Lo que no pensó Salvini es que el M5S iba a acabar formando un nuevo gobierno con sus enemigos del PD (centro-izquierda) y que pocos meses después llegaría la tremebunda pandemia. Ese escenario pilla a Salvini sin poder, sin repercusión mediática y sin poder agitar plazas y calles que es donde el populista milanés se siente cómodo. Sus bandazos desde entonces son constates. En la pandemia dice una cosa y la contraria sobre las medidas que había que tomar. Sus gobernadores regionales apoyan medidas del Gobierno central que él pone en duda. La caída de su popularidad es pronunciada.

De ese 34% de los tiempos del Papeete en los que Salvini se visualizó como el nuevo primer ministro, se ha pasado a un escenario en el que la Lega está en torno al 12% de intención de voto. Hoy, la derecha italiana es cosa de Meloni y Salvini sabe que en aquel verano de 2019 cometió un error de estrategia que le puede haber costado su carrera política y lanzado la de su socia-rival. Hasta entonces, ella era la parte débil del bloque conservador, pero ha sabido hacerse una carrera lenta paso a paso. Salvini quiso dar zancadas.

La llama tricolor de 'Berlusconi'

Pero la presumible victoria de Meloni, en todo caso aún no decidida en un país donde a pocos días de los comicios un 40% de indecisos, tiene que ver también con un montón de aciertos de una política que ha demostrado tener una eficaz estrategia. El principal logro de FdI es que hay mucha gente dispuesta a votar a FdI, un partido de ideología de extrema derecha, que de ninguna manera se calificaría a sí misma como extremista. ¿Cómo lo ha conseguido?

Foto: El Palacio Chigi, sede del Gobierno italiano, iluminado con la bandera italiana. (EFE/Riccardo Antimiani)

Primero, hay que ir al pasado. FdI viene del Movimento Sociale Italiano liderado por el fascista Giorgio Almirante, exmiembro del Partido Fascista de Mussolini. De hecho, el logo de FdI, la polémica llama tricolor, era el logo del primogénito MSI que fue siempre un partido minoritario, extremista y que se movió entorno al 5 o 6% de votos.

Ese partido se reconvirtió en Alleanza Nazionale bajo el liderazgo de Gianfranco Fini. Bajo su liderazgo, el partido extremista intenta convertirse en un partido conservador y democrático alejado de algunos parámetros extremistas.

Finalmente, el proyecto salta en muchos pedazos y de uno de esos grupos nace el proyecto de FdI que pretende regresar a sus orígenes de extrema derecha. Berlusconi, de alguna manera, apadrina este nuevo partido sabedor que necesita en el entorno del bloque conservador un partido extremista que aporte votos. Entre el inicial triunvirato de FDI está Giorgia Meloni, que fue entre 2008 y 2011 ministra de la Juventud en un Gobierno de Berlusconi.

Meloni, la extremista moderada

Desde el 8 de octubre de 2014, Meloni es presidenta de FdI. La romana ha sabido esperar su turno y crearse una imagen de mujer, al menos, fiable. Nunca ha dado un paso en falso para ocupar poltronas y mide perfectamente sus manifestaciones y la imagen de su partido para evitar ser calificados de extremistas. No porque no diga y digan ideas extremas en temas como la inmigración, religión, familia, patria, Europa, homosexualidad..., sino porque en los temas más sensibles muestra empatía.

Meloni, contraria a la inmigración y a la igualdad de derechos del colectivo LGTBI, condena abiertamente y de manera contundente cada ataque homófobo o racista que se produce en Italia y da un tirón de orejas —varios en estos años— a los miembros de su partido que hacen declaraciones agresivas o vulgares en esos temas. Muchos la acusan de tirar la piedra y esconder la mano. Meloni lidera un partido radical que intenta parecer un partido serio conservador y no una reunión de nostálgicos ultras. De hecho, su electorado base es mayoritariamente extremista, pero eso es entre un 20% y 30% del total de sus hoy previsibles votos.

Foto: Giorgia Meloni en un mitin electoral. (EFE)

Meloni puede ganar porque va a heredar votos del M5S, las cifras de trasvase entre ambos son claras, y de la Lega. En Italia, el caballo ganador suele mejorar resultados en el último momento y es posible que de FdI fagocite aún más votos de la Lega y M5S en la última semana. Hay, desde luego, una máxima de todos los partidos extremistas que Meloni conoce muy bien: un partido extremista gana si no levanta una oleada de votos en contra. Meloni lo sabe y evita todos los charcos. En política exterior, ya no habla de romper con Europa y se posiciona con la OTAN y Ucrania.

En los últimos años, solo ha cometido un desliz sonado. Fue recientemente, en un mitín de Vox en España por las elecciones andaluzas, en el que la política romana soltó una serie de soflamas extremistas. No fue tanto por lo que decía, que en Italia más o menos ha dicho lo mismo, sino por el cómo lo decía. A gritos, desatada, con las venas hinchadas, sacando a airear patria, homofobia, familia tradicional... La izquierda italiana intenta mostrar esa imagen ultra de ella y casi ha hecho su campaña basada en eso. Pero fue un desliz que ella no ha repetido.

El eterno fantasma del fascismo

El PD ha hecho una campaña poco ilusionante en la que ha intentado darle la vuelta a las encuestas con un solo mensaje: parar al fascismo. Le funcionó a inicios de 2020 para vencer en las elecciones regionales de Emilia Romaña, sagrado feudo de la izquierda, a Salvini. Pero entonces hubo un movimiento social de jóvenes italianos que tomaron las plazas con su Movimiento de las Sardinas. Su único cometido era parar el fascismo y funcionó. Pero la frescura de Las Sardinas está muy lejos del anquilosado PD. Esta vez Las Sardinas no han ido a su rescate.

Foto: La líder de los Fratelli d'Italia, Giorgia Meloni y Matteo Salvini (Reuters)

Advertir de que llega el fascismo, sin ninguna propuesta innovadora, parece poco para un partido que lidera un para muchos gris Enrico Letta. Ex primer ministro entre 2013 y 2014, envuelto en mil batallas por del poder dentro del PD, con aire de intelectual y una imagen de casta y vieja política, ha apostado todo a ganar porque votaran en contra de Meloni y no a favor de él.

Encima, el mensaje está manido. El blanqueo que se ha hecho del fascismo está relacionado con el abuso del término. La izquierda lleva años usando esa terminología, definiendo como fascista todo lo que era conservador, sin diferenciar entre liberales, conservadores, populistas y extremistas. “Hay una tendencia a llamar fascismo a todo. A Salvini se le puede llamar racista, insolidario, pero no fascista, porque ese es un término del pasado”, me dijo en una ocasión Maurizio Gentilini, secretario nacional de los Partisanos Cristianos, antes de aquellas elecciones de 2020 en Emilia Romaña.

El PD es hoy el partido de las clases medias, intelectuales, universitarios y, veremos, si de una ultraizquierda que los aborrece; pero que ahora debe decidir entre sus traidores de ideología o sus enemigos neofascistas.

Foto: Giorgia Meloni. (EFE/Luca Zennaro) Opinión

“El partido que más detesto es a los radicales chic del PD. Han prostituido la izquierda”, me dijo Fabio, un romano de ultraizquierda. En todo caso, el PD sabe que saca más votos del centro europeísta que de la extrema izquierda, así que, desde la campaña de Letta, no les queda otra que esperar que ese 40% de indecisos que muestran las encuestas acabe votando por ellos con la nariz tapada.

El fracaso de Calenda

Otro de esos puentes de plata que le han levantado a Meloni ha sido el bochornoso número que han dado el centrista Calenda y el PD. El sistema electoral italiano en estas elecciones favorece las mayorías. El bloque conservador —FdI, Lega y Forza Italia— sabe que su bloque es favorito a barrer muchos escaños por mayoría simple en los colegios uninominales. Ahí aparecía la figura de Calenda y su Azione que, junto a los +Europa de Emma Bonino, eran una opción de centro que podía arañar votos a Forza Italia y Lega.

El problema es que Calenda anuncia, tras toda una serie de desencuentros públicos, una alianza con el PD para disputarle al bloque conservador las plazas que se deciden a todo o nada. Pocos días después se rompe de manera abrupta porque el PD se está aliando también con partidos de ultraizquierda, anti-OTAN y anti-UE; lo que para Calenda es inasumible.

Foto: Mario Draghi durante su comparecencia en el Parlamento italiano. (Reuters/Guglielmo Mangiapane)

Calenda se presenta ahora con Renzi en lo que llaman el tercer polo, pero que, en realidad, ha perdido en la maniobra buena parte de su eficacia. No aportarán votos al bloque progresista y europeísta del PD y la opción de quitar votos a los conservadores moderados se ha diluido algo con el espectáculo dado. Calenda y Renzi quitan más votos al PD que a los conservadores. Otra jugada de rebote que le ha salido bien a Meloni.

¿Quién va a ganar?

Parece claro que el triunfo será del bloque conservador. La duda es si la victoria de la derecha será aplastante o no logrará la mayoría absoluta. No apuesten aún nada. El primer escenario pone el país en manos de Meloni, con un Salvini que apunta a ministro del Interior y un Berlusconi al que solo le queda un cargo por asumir y con el que sueña: presidente de la República.

El segundo, que pasa por una alta participación y una movilización de voto en contra de los conservadores, dejaría un escenario abierto en el que algunos ven la posibilidad de que hubiera hasta un Draghi III. Italia es imprevisible, pero todo lo que tenía que pasar para el histórico triunfo de FdI está pasando.

Piero es un romano de 43 años sin estudios universitarios, de clase media-bajando —como buena parte del país—. Era dueño de una pequeña empresa alimentaria que quebró y ahora trabaja como comercial con un salario bajo, especialmente para el coste de la vida a la que estaba acostumbrado y al ser pareja de una diplomática europea. “Yo voy a votar por Meloni”, explica en una cena

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