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El clérigo que quiere revivir la gloria de un Irak sin casarse con Irán
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Muqtada al-Sadr

El clérigo que quiere revivir la gloria de un Irak sin casarse con Irán

El último superviviente de la familia al-Sadr continua acumulando influencia en Bagdad, donde pretende cambiar el sistema político

Foto: El clérigo chií Muqtada al-Sadr. (REUTERS/Alaa Al-Marjani)
El clérigo chií Muqtada al-Sadr. (REUTERS/Alaa Al-Marjani)

Cuando estaban a punto de ejecutar al defenestrado mandatario iraquí Sadam Husein, en la sala se mencionó su nombre. Según el juez Munir Haddad, presente en la escena, los tres hombres enmascarados que acompañaban a Husein hasta la horca empezaron una discusión con el sentenciado. “Has destrozado Irak”, le dijo aparentemente uno de ellos. Más tarde, mientras le ponía la soga alrededor del cuello, exclamó: “Larga vida a Muqtada al-Sadr”. Las últimas palabras de Husein, cuenta esta versión, fueron para repetir ese mismo nombre, aunque con tono de burla.

Los verdugos que en diciembre de 2006 terminaron con quien fuera presidente de Irak durante 24 años eran seguidores del clérigo chií Muqtada al-Sadr. Con Husein muerto, el nombre de Al Sadr sigue, sin embargo, marcando los destinos del país. En la última semana, los seguidores del clérigo chií han tomado hasta en dos ocasiones el Parlamento de Irak y protagonizado movilizaciones masivas en la Zona Verde de Bagdad, donde se ubica el Gobierno y múltiples embajadas, en una demostración de fuerza en medio de la enésima crisis que sacude al país árabe. Para entenderla, y entender al Irak del futuro, hay que conocer Al Sadr.

Foto:  Fotografía de archivo del parlamento iraquí. (EFE/Parlamento iraquí)

Las ruinas del Estado iraquí

Tres años antes de la ejecución de Sadam Huseín, la invasión estadounidense —con participación del Reino Unido y de España— había desmantelado el estado iraquí, y varios actores trataron de aprovechar el caos para expandir su influencia en Irak. Uno de ellos fue el Movimiento Sadrista, fundado por Al Sadr y conformado por personas que habían sufrido bajo el gobierno del Baaz. “Hasta que echaron a Sadam Husein, ellos eran el objetivo”, dice Abbas Kadim, director de la Iniciativa Iraquí en el Consejo Atlántico: “Eran vigilados, intimidados y encarcelados”.

El mismo día de la ejecución, seguidores de Husein mataron a más de 70 personas tras poner bombas en Bagdad y en Najaf, ciudad sagrada del islamismo chií. Aquellos atentados eran parte del conflicto sectario que se desató en Irak tras la ocupación internacional. Milicias suníes se enfrentaban con los crecidos grupos armados chiíes, con renovadas perspectivas de gobierno. El ciclo de la violencia continuaba y Al Sadr era parte de ella. Los sadristas habían creado su propio ejército, el Mahdi, y fueron acusados de cometer crímenes contra ciudadanos suníes.

Foto: Uno de los palacios de Sadam, en Bagdad. (Alicia Alamillos) Opinión

En paralelo, el Movimiento Sadrista ganó popularidad haciendo la insurgencia. El Mahdi luchaba contra la presencia de las tropas de los EEUU, que se esparcían por el país. El lugarteniente estadounidense Ricardo Sánchez, jefe militar de la coalición internacional, llegó a decir en declaraciones a 'The Guardian' que “la misión de las fuerzas de los EEUU es asesinar o capturar a Muqtada al-Sadr”. Muqtada era el único que seguía con vida en su familia tras el asesinato de sus hermanos y de su ilustre padre, y esas eran sus credenciales para ser protagonista en la política iraquí. Alguien que ha pasado de ser un miembro de la insurgencia a un actor imprescindible en cualquier gobierno de Irak.

Heredar la legitimidad del padre

“Aquel asesinato los dejó muy heridos en su orgullo”, recuerda Adim: “los actuales seguidores de Muqtada al-Sadr tenían una conexión espiritual y religiosa muy fuerte con su padre, el ayatolá MM Sadeq el Sadr”. El aclamado clérigo se había ganado el respeto de multitudes durante las plegarias que ofreció decenas de viernes entre 1997 y el 19 de febrero de 1999. Aquel día, a la salida de la mezquita de Najaf, tanto él como dos de sus hijos murieron, supuestamente, a manos de agentes vinculados al gobierno de Husein.

Su muerte provocó revueltas entre la comunidad chií. Los seguidores de Sadeq al-Sadr sufrieron la persecución y el desamparo hasta 2003, cuando su único hijo con vida, Muqtada, reapareció como reacción a la invasión de Washington.

Foto: El clérigo chií Muqtada al Sadr. (Reuters/Alaa Al-Marjani)

Al Sadr lanzó el Movimiento Sadrista y abrió sedes por todo el país, incluyendo en Bagdad y en Najaf. Las nombró en honor a su padre con un apodo que se haría fuerte dentro del movimiento, “mártir Sadr”. La propuesta tuvo un éxito inmediato en Madinat al-Thawra (“la Ciudad de la Revolución”), un suburbio marginal de Bagdad con más de dos millones de chiíes. Cambiaron el nombre del distrito a Ciudad Sadr y, en pocos meses, Muqtada al-Sadr —de entonces 29 años— se vio en lo alto de un movimiento político que había atraído a millones de chiíes en todo el país, principalmente jóvenes y pobres. Bajo el ala del Movimiento Sadrista, los nuevos seguidores encontraron servicios básicos a los que difícilmente podían acceder de otro modo, además de una fuerte seguridad en sus calles, también a cargo de Al Sadr.

Los seguidores de Sadeq al-Sadr “quisieron compensar la pérdida del ayatolá a través del apoyo a su hijo”, cuenta el director de la Iniciativa Iraquí en el Consejo Atlántico. Aquel era el modo de mantener la vinculación personal con la familia al-Sadr, “una de las más importantes de la historia política de Irak”, añade. El linaje familiar incluye otros rostros adorados por la calle chií como Muhamad Bakir al-Sadr, suegro de Muqtada asesinado en 1980 a manos del Baaz y considerado por muchos el Jomeini iraquí, en referencia al líder de la revolución islámica en Irán.

Muqtada ofrecía a los sadristas un liderazgo para navegar la ventana de oportunidad que el Irak posterior a Husein suponía para los chiíes. Los sadristas, al mismo tiempo, prometían al último de los Al Sadr un poder de convocatoria sin competencia en el país, convirtiéndolo en alguien capaz de arrastrar multitudes predispuestas a seguir órdenes y a confiar en su mensaje.

La construcción de una máquina electoral

Hoy, el Movimiento Sadrista tendría bajo su control destacados cargos en los ministerios de Interior, Defensa y Comunicación, así como en instituciones del ámbito del petróleo, de la electricidad o de la banca. Pero el camino hasta aquí no ha sido fácil. Al comienzo, Muqtada al-Sadr estaba falto de experiencia política: “no tenía la habilidad para reaccionar a los acontecimientos políticos a la velocidad a la que transcurrían, especialmente en el ambiente político de 2003 y posterior”, apunta Kadhim.

Con el tiempo, Al Sadr ha engrasado una maquinaria electoral eficiente: “es el que mejor se mueve en el juego electoral”, argumenta Farhad Alaaldin, presidente del Consejo Asesor de Irak. “El éxito del partido ha llegado cuando han sido capaces de emplear e incorporar a gente con mucha experiencia, cosa que ha ocurrido durante la última década”, añade Alaaldin.

placeholder Sadraistas en Bagdad este fin de semana (Reuters)
Sadraistas en Bagdad este fin de semana (Reuters)

El buen rendimiento electoral del Movimiento alcanzó su mayor victoria el pasado octubre, cuando ganó las elecciones parlamentarias con 73 escaños, casi el doble que el segundo clasificado. No todo el mundo ve el vaso medio lleno: “es importante no sobrestimar su apoyo popular”, indica Hamzeh Hadad, investigador en el Consejo Europeo de Relaciones Exteriores. Afirma que el Movimiento Sadrista ha ganado las elecciones mientras perdía votos y recuerda que el partido ha registrado un millón de papeletas en un país de 40 millones de personas. “Eso te da perspectiva sobre el apoyo popular de Al Sadr”, indica. Al mismo tiempo, reconoce “el mayor éxito” de Al Sadr: “su habilidad para ser parte del sistema político establecido a partir del 2003, enriquecerse a través de él y, aún así, aparentar ser un hombre del pueblo que actúa en la oposición”.

Objetivo: Cambiar el sistema y ser su líder

La demostración de fuerza que Al Sadr ejerce estos días dio el viernes un paso más allá. El líder llamó a sus seguidores a movilizarse hacia la Zona Verde de Bagdad, donde se ubican el gobierno y múltiples embajadas. Siguiendo sus órdenes, decenas de miles de sadristas asaltaron el distrito, fuertemente militarizado, para celebrar las plegarias del viernes. Muchos de ellos llegaron desde todo Irak con el trayecto cubierto del bolsillo de Al Sadr.

Los hechos son la continuación a la escalada de tensión que vive la política iraquí durante los últimas jornadas, que ha incluido la ocupación del parlamento durante cuatro días por parte de los seguidores del Movimiento Sadrista, que proliferaron cánticos contrarios a la influencia iraní en Irak. Estas acciones tenían el objetivo de descarrilar las opciones de formar gobierno de los grupos y líderes que conforman el Marco de Cooperación, una alianza que recibe el apoyo de Teherán y que está conformada por todos los partidos chiíes, a excepción del de Al Sadr. El reverenciado y odiado líder chií quería evitar un gobierno con Mohamad Shia al-Sudani como primer ministro, alguien a quien los sadristas temen que habría permitido gobernar desde la sombra al ex primer ministro Nouri al-Maliki, contrincante histórico de Al Sadr y autor de la represión que terminó con el ejército el Mahdi.

Foto: El expresidente de EEUU George W. Bush, en 2008 durante un discurso ante las tropas destinadas en Irak. (Reuters/Kevin Lamarque)

Tras ganar las elecciones de 2021, Al Sadr trató de formar gobierno, pero fracasó. “Él quiso formar un ejecutivo con grupos del ámbito musulmán sunní y del ámbito kurdo, lo que él llamó un gobierno de mayoría nacional”, puesto que no hubiera incluido a líderes de una sola comunidad, apunta Alaaldin. Pero la ley iraquí exige mayorías de dos tercios, y la alianza propuesta por Al Sadr no alcanzaba. Para sorpresa de muchos, reaccionó retirando sus 73 escaños del parlamento, dejando la pelota en el tejado del Marco de Cooperación, que llenó en la cámara el vacío que los sadristas dejaron.

Mientras Al Sadr juega con los límites movilizando a sus seguidores y otros líderes hacían lo propio con los suyos, muchos en Irak temen un descenso a la violencia: “La mayoría de partidos políticos están armados, así que no hay que descartar una confrontación violenta en las calles”, advierte Haddad. Sin embargo, añade, existen actores como el ayatolá Ali al-Sistani, la figura con más ascendencia sobre la comunidad chií en Irak: “se cree que él intervendría si fuera necesario”. Alaaldin va más allá: “el riesgo siempre está allí, pero existe el consenso de que la sangre chií es una línea roja, y no quieren cruzarla”.

Durante las últimas horas, varios de los líderes del Marco de Cooperación han abierto la posibilidad de convocar unas elecciones anticipadas, adaptándose a la propuesta que Al Sadr ha planteado para solventar el caos que él ha propiciado. Unos comicios que podrían ser un paso más hacia el posible objetivo final de Al Sadr: “él quiere ver un régimen distinto en Irak”, avanza Kadim: “Él cree que Irak debe moverse desde una política de consenso hasta una política de mayorías nacionales, donde el actual sistema de cuotas sectarias y étnicas sea sustituido por un sistema de mayorías”. De este modo, el sistema que reparte poder entre chiíes, suníes y kurdos quedaría reemplazado por unas autoridades predominadas por la mayoria chií contra las minorás sunies y kurdas.

Logre Al Sadr su objetivo o no, a día de hoy existe un consenso que explica el probable viaje a las anticipadas en Bagdad. Según Kadim, imaginar un proceso político nacional en Irak sin Muqtada al-Sadr asumiendo un rol clave en él, es imposible.

Cuando estaban a punto de ejecutar al defenestrado mandatario iraquí Sadam Husein, en la sala se mencionó su nombre. Según el juez Munir Haddad, presente en la escena, los tres hombres enmascarados que acompañaban a Husein hasta la horca empezaron una discusión con el sentenciado. “Has destrozado Irak”, le dijo aparentemente uno de ellos. Más tarde, mientras le ponía la soga alrededor del cuello, exclamó: “Larga vida a Muqtada al-Sadr”. Las últimas palabras de Husein, cuenta esta versión, fueron para repetir ese mismo nombre, aunque con tono de burla.

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