El fin de la "anestesia Draghi": la UE afronta el inevitable desenlace del experimento en Italia
Las elecciones pueden dar el poder en Italia a un Gobierno de extrema derecha que provocaría dolores de cabeza en Bruselas y Fráncfort
Todo el mundo sabía que tarde o temprano, y más temprano que tarde, la etapa de Mario Draghi al frente del Gobierno italiano terminaría. Y que Super Mario, el hombre que como banquero central había conseguido salvar el euro, difícilmente iba a salvar a Italia. Que podía llevar a cabo muchas reformas, como de hecho ha conseguido, pero que eso es muy distinto a reformar la política italiana, cambiar cómo opera, a qué estímulos responde. Nadie, ni siquiera Draghi, hijo pródigo de Italia y al mismo tiempo figura paternal, puede borrar la naturaleza fratricida de los pasillos de Montecitorio, la Cámara de Diputados.
Y el final de ese camino, de ese experimento de unidad nacional que encabezaba Draghi y que ha dado estabilidad y proyección al país en los últimos meses, es inevitablemente parecido al principio. El primer ministro saltó a la escena cuando Matteo Renzi, el conspirador jefe de la política nacional, hizo caer un Gobierno de los populistas del Movimiento 5 Estrellas con el Partido Democrático. Pero el principio del camino está más allá: ese Gobierno de populistas con socialdemócratas llegó después de que el derechista Matteo Salvini intentara hacer caer el Ejecutivo del que él mismo formaba parte con el M5S. Un Gobierno de extrema derecha y populistas con tendencias euroescépticas. Eso fue lo que salió de las urnas en 2018 hasta que la ambición de Salvini, que quería provocar unas elecciones, hizo que el presidente de la república, Sergio Mattarella, diera paso a un Ejecutivo más centrado y, finalmente, a un Gobierno de Draghi.
Aquel Ejecutivo de 2018 y que duró hasta verano de 2019 dio muchísimos dolores de cabeza a Bruselas. Salvini se dedicaba a una campaña constante que desestabilizaba al Ejecutivo italiano y Roma se quedó sin voz en los debates importantes mientras la Comisión Europea le resistía el pulso por presentar unos presupuestos que aumentaban el déficit hasta el 2,4% del PIB, que finalmente tuvieron que corregir ante las amenazas del Ejecutivo comunitario. No fue mucho tiempo el que se mantuvo en el poder, pero el suficiente como para hacer saltar todas las alarmas.
Ahora, el fantasma de aquel primer Gobierno de Giuseppe Conte, el mismo hombre que ha sido clave para la caída de Draghi, vuelve a atormentar en Bruselas. Italia se dirige a unas elecciones en septiembre para las que Giorgia Meloni, líder del partido de extrema derecha Fratelli d’Italia, parte como favorita, y en las que la Lega de Salvini, si bien ha perdido fuelle, sigue contando con músculo. Forza Italia, la formación del ex primer ministro Silvio Berlusconi, está ya completamente plegada a la voluntad de Meloni y Salvini.
El escenario
Si las urnas ofrecen el resultado al que ahora apuntan las encuestas, un Gobierno totalmente escorado a la derecha no sorprendería a nadie. Bruselas tiene que prepararse para ese escenario y, de hecho, intenta hacerlo. Pero es difícil crear una red de seguridad ante ese escenario. Lo mejor que puede hacer la Unión Europea es revisar lo ocurrido con el Gobierno del M5S con Salvini y, quizás, esperar algo peor.
Italia es un socio fundamental de la Unión Europea. Tiene mucho poder, mucha influencia y mucha capacidad de marcar agenda cuando se centra en ello. Draghi ha sido uno de los jugadores más importantes en la reacción europea a la invasión de Ucrania. Pero la experiencia de 2018 y 2019 demuestra que, con un Ejecutivo populista y euroescéptico, Italia se convierte en un problema de grandes dimensiones. Por ejemplo, uno de los debates en los que el Gobierno salido de las urnas en 2018 demostró ser especialmente difícil de tratar era en la cuestión migratoria. Con un Ejecutivo que incluyera a Meloni, la situación empeoraría notablemente, y la Unión no podría desarrollar una política migratoria real sin Roma.
Además, el país tiene muchos problemas. Uno de los principales es la sostenibilidad de sus finanzas y el alto nivel de deuda pública. Hasta el punto de que el Banco Central Europeo (BCE) ha anunciado un mecanismo antifragmentación que tiene como objetivo estabilizar la prima de riesgo de Italia, aunque también de países como España o Grecia, para evitar que los mercados le ataquen de forma injustificada. Un Gobierno Meloni-Salvini probablemente generaría mucho nerviosismo en los mercados y podría poner al BCE en una situación muy delicada.
Y la experiencia de 2018 demostraría también hasta qué punto la Comisión Europea tendría difícil dialogar con el Gobierno italiano. Por aquel entonces, le costó encontrar hombres de confianza en Roma que pudieran jugar un papel de interlocutores. Ahora, además, está la cuestión del fondo de recuperación, del que Italia, junto con España, es el máximo receptor. Eso requiere hacer reformas e inversiones a gran escala, es un trabajo colosal que requiere un diálogo permanente y fluido con los técnicos comunitarios.
En general, la Unión Europea se enfrenta a un escenario complejo en el que probablemente tendrá que tener mano izquierda, aprender de las experiencias del Gobierno del M5S y Lega, armarse de paciencia y prepararse ante un tiempo de turbulencias en Roma. Aplicando precisamente la experiencia de 2018 y 2019, a Bruselas le queda la esperanza de que la inestabilidad en la política italiana es un virus bastante horizontal: lo mismo que ha acabado con Draghi, acabó en 2019 con Salvini. Y quizá lo haga también con el próximo líder.
Todo el mundo sabía que tarde o temprano, y más temprano que tarde, la etapa de Mario Draghi al frente del Gobierno italiano terminaría. Y que Super Mario, el hombre que como banquero central había conseguido salvar el euro, difícilmente iba a salvar a Italia. Que podía llevar a cabo muchas reformas, como de hecho ha conseguido, pero que eso es muy distinto a reformar la política italiana, cambiar cómo opera, a qué estímulos responde. Nadie, ni siquiera Draghi, hijo pródigo de Italia y al mismo tiempo figura paternal, puede borrar la naturaleza fratricida de los pasillos de Montecitorio, la Cámara de Diputados.
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