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Atrapados entre dictadores: una frontera de esclavos laborales y explotación sexual
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generales golpistas en Myanmar y tailandia

Atrapados entre dictadores: una frontera de esclavos laborales y explotación sexual

Tras el golpe de Estado en Myanmar en febrero de 2021, refugiados y etnias discriminadas viven una situación deplorable en la frontera entre dos dictaduras militares

Foto: Inmigrantes irregulares en Tailandia. (Reuters)
Inmigrantes irregulares en Tailandia. (Reuters)

Cruzar a través de la selva entre Tailandia y Myanmar fue siempre tan común como ilegal. En el lado más humilde, las mafias birmanas se las arreglaban para llevar mano de obra barata y sin papeles a su vecino más rico. Por su parte, el camino a la inversa era recorrido por tailandesas jóvenes sin recursos para contentar a las élites birmanas en sus exclusivos locales nocturnos. Un secreto a voces entre ambas naciones que se disimulaba poco y mal. Quienes han hecho el camino a través de un río o de la selva avisan de que lo habitual era sobornar a más o menos cinco personas; que solían ser soldados de los dos países, los alcaldes de la zona y al monje budista a cargo.

Esta historia de corrupción permitió que, durante la pasada década, hasta medio millón de personas estuvieran en situación de cautividad en Tailandia, según datos del Índice Global de Esclavitud. Estas personas estaban forzadas a trabajar en condiciones ilegales en sectores como el pesquero o el textil, además de en la prostitución. Sin embargo, la situación empeoró notablemente en febrero de 2021 al estallar el golpe de Estado en la ahora llamada Myanmar. En realidad, una guerra civil —tal y como avisa la alta comisionada para los derechos humanos de Naciones Unidas, Michel Bachelet— de la que muchos birmanos desean huir.

Foto: La policía tailandesa durante una redada contra una red ilegal de gestación subrogada y tráfico de órganos. (EFE)

El problema para ellos no es solo cruzar por pasos fronterizos ilegales, donde el ejército de su país dispara a bocajarro a cualquiera que trate de salir de su territorio; sino que también las autoridades tailandesas los reciben a punta de rifle y los envían de vuelta a su tierra en guerra. Una crisis que algunos ya tildan de humanitaria en la que dos gobiernos liderados por juntas militares prefieren mirar hacia otro lado.

Regresar o ser esclavizados

En Tailandia y en Birmania gobiernan generales golpistas que se hicieron con el control a través de las armas. Curiosamente, ambas juntas militares arrebataron el poder a dos mujeres elegidas democráticamente con excusas de corrupción y aseguraron que devolverían el mando de sus países en menos de un año. Ninguno de los dos cumplió. Es por ello que Tailandia no reconoce ninguna agresión contra el pueblo birmano y acepta a la Junta que rige en la nación fronteriza. Y para no molestar a sus vecinos decidió, desde el pasado año, no aceptar refugiados. Eso contradice la carta internacional de derechos humanos, pero el país del sureste asiático no la reconoce.

“Solo cumplimos la ley y los mandamos de vuelta a su país”, explica el alcalde de la ciudad fronteriza tailandesa de Tak con relación a los birmanos que solicitan asilo. Por su lado, el ministro de Asuntos Exteriores, Tanee Sangrat, informa de que “se les facilita su retorno voluntario a Birmania”. Nat, un médico tailandés de etnia Karen que vive cerca de la frontera, en la provincia de Mae Sariang, explica en privado que él trata a muchos refugiados que logran escapar de las autoridades. “Los militares tailandeses los reciben con ametralladoras al hombro y les dicen que no pueden quedarse en nuestro país”, lamenta.

placeholder Refugiados de Birmania en una playa tailandesa. (EFE)
Refugiados de Birmania en una playa tailandesa. (EFE)

El asunto étnico es ciertamente relevante, ya que la mayoría de refugiados son del mismo origen que el doctor Nat. Los Karen son un pueblo sin estado que vive entre estos dos países. Y mientras en Tailandia sufren discriminación por parte del Gobierno, en Birmania se les aplasta. En parte porque cuentan con un ejército paramilitar repartido en las dos naciones que planta cara a la Junta militar de Myanmar.

Foto: Birmanos en Japón protestan por el aresto de Aung San Suu Kyi (EFE)

Una etnia discriminada

La Junta militar de Myanmar, liderada por el golpista Min Aun Hlaing, se ha cebado fuertemente con la población Karen birmana. Además de constantes ataques con armas de fuego y cercarles en su territorio, si se descubre un solo miembro del ejército Karen en una aldea ya es motivo suficiente para bombardear a toda su población, niños incluidos.

Así lo explica Somnai (nombre ficticio), un tailandés Karen que solía enviar soldados de su etnia a Birmania a través de los pasos fronterizos. “La situación se ha desbordado, donde antes había 2.000 refugiados ahora hay 10.000”, comenta con relación al aumento de birmanos Karen en situación de desprotección. Somnai, sin embargo, ya no puede ayudar a su gente. El Gobierno tailandés usó la excusa de la pandemia para sacarse de la manga una ley para penar a quienes cruzaran al otro país. Por eso, el guerrillero está ahora a la espera de un juicio por un atentado contra la salud pública.

“Las organizaciones de ayuda no intervienen en el conflicto porque se requiere la aceptación del país implicado, y Tailandia no lo permite”

Del acoso a la población Karen en Tailandia sabe mucho el empresario español Carlos Jalón, que lleva 13 años instalado en el norte del país. Este aragonés lleva una década ayudando a la etnia y recaudando dinero para llevar alimentos, mantas y otros artículos de primera necesidad al país vecino. “Las organizaciones de ayuda internacional no intervienen en este conflicto porque se requiere la aceptación del país implicado, y Tailandia no lo permite”, explica Jalón, que lamenta no poder cruzar a Birmania debido a la situación de guerra en el país vecino.

El aragonés insiste en la altísima precariedad del pueblo Karen en Myanmar. Recuerda además cómo en un viaje tuvo que sobornar a varios militares y a un monje birmano para poder ayudar al pueblo fronterizo, solo para descubrir que los pocos fondos que llegaban a la aldea no se destinaban a potabilizar el agua; sino que se los gastó el líder religioso para levantar una gigantesca estatua dorada de Buda. Ahora, pese a que el pueblo birmano necesita aún más ayuda humanitaria, el empresario español tiene más problemas que nunca para recaudar donaciones en su país. Al fin y al cabo, Myanmar es un país bastante desconocido para muchos europeos.

Foto: Pagoda de Shwedagon en Myanmar, Birmania (EFE)
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Mano de obra barata

Jalón pone de manifiesto uno de los grandes motivos de la explotación birmana en Tailandia: la necesidad de mano de obra barata. Un conflicto por el que Estados Unidos puso a la nación en su lista negra de explotación laboral hace ocho años, ya que consideraba que se esclavizaba a los ciudadanos del país vecino. La esclavitud de personas en la zona fronteriza de Myanmar puede ir, incluso, en sentido contrario. Muchas mujeres de la zona tailandesa cruzaban al otro país para ofrecer servicios de compañía o sexuales a los hombres birmanos adinerados. Y la nueva situación de guerra civil ha empeorado la situación.

Este tipo de esclavitud sexual se realiza en la ciudad fronteriza birmana de Tachilek, pegada a la zona más septentrional de Tailandia. Dicha ubicación cuenta con casinos y prostíbulos para las élites del país y muchas mujeres tailandesas cruzaban para trabajar allí. No obstante, hace dos meses una joven forzada a prostituirse escapó del lugar y denunció una red de esclavitud sexual que se origina en el lado tailandés de la frontera.

Foto: Inmigrantes, supuestamente de la etnia rohingya, hacinados en un barco tras ser rescatados de botes después de escapar de Myanmar. (Reuters)

Allí se le ofreció un trabajo, pero al llegar a Birmania le exigieron un pago de 650 euros que solo podía devolver prostituyéndose. Logró escapar, pero se estima que hay alrededor de 300 mujeres tailandesas en una situación similar en Tachilek. Es un problema de difícil solución, ya que la mayoría de clientes de los establecimientos de la ciudad son altos cargos del ejército y gente vinculada a la Junta militar birmana.

Cruzar a través de la selva entre Tailandia y Myanmar fue siempre tan común como ilegal. En el lado más humilde, las mafias birmanas se las arreglaban para llevar mano de obra barata y sin papeles a su vecino más rico. Por su parte, el camino a la inversa era recorrido por tailandesas jóvenes sin recursos para contentar a las élites birmanas en sus exclusivos locales nocturnos. Un secreto a voces entre ambas naciones que se disimulaba poco y mal. Quienes han hecho el camino a través de un río o de la selva avisan de que lo habitual era sobornar a más o menos cinco personas; que solían ser soldados de los dos países, los alcaldes de la zona y al monje budista a cargo.

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