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Cómo Boris acabó devorando a Boris: un cómico muy serio para hablar del poder
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después de tres años como primer ministro

Cómo Boris acabó devorando a Boris: un cómico muy serio para hablar del poder

Siempre fue un cómico tremendamente serio cuando hablaba del poder. Toda su vida se había estado preparando para interpretar un solo papel y, después de conseguirlo, lo perdió para siempre

Foto: Boris Johnson en una imagen de archivo. (EFE/Oliver)
Boris Johnson en una imagen de archivo. (EFE/Oliver)
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Boris Johnson ha terminado como uno de los protagonistas de las grandes tragedias griegas que estudió en sus años universitarios de Oxford. Por aquel entonces, ya hizo gala del “si no te gustan mis principios tengo otros”, presentándose varias ocasiones y bajo distintas causas hasta que consiguió ganar la presidencia de la reputada asociación de estudiantes. Apenas dos años y medio después de conseguir una mayoría histórica para el Partido Conservador; el 'rockstar' de la causa euroescéptica, el que fuera corresponsal de Bruselas favorito de Margaret Thatcher, el hombre que desde pequeño soñaba con ser “el rey del mundo”, se ve obligado a reconocer que ha perdido la batalla. Siempre fue un cómico tremendamente serio cuando hablaba del poder. Toda su vida se había estado preparando para interpretar un solo papel y, en el mismo acto en el que debía asegurarlo, lo perdió para siempre.

En el verano de 2019, incluso antes de mudarse a Downing Street, Max Hastings, el que fuera su editor en 'The Daily Telegraph', predijo que su cargo como primer ministro “revelaría, casi con certeza, un desprecio por las reglas, precedentes, orden y estabilidad”. “Johnson —escribió— seguramente llegará a lamentar haber obtenido el premio por el que ha luchado durante tanto tiempo, porque la experiencia del cargo pondrá al descubierto su absoluta incapacidad para ello”. Otro de sus antiguos colegas periodísticos, Simon Heffer, también advirtió que los miembros del Partido Conservador pronto se cansarían de su “indolencia, indiferencia, egoísmo monstruoso, falta de atención a los detalles, incompetencia y deshonestidad monumental”. Todo esto ha sucedido.

Foto: Boris Johnson comunica su dimisión frente al número 10 de Downing Street. (Reuters/Henry Nicholls)

Pero sería injusto quedarse tan solo con una cara de la moneda sin presentar al otro Boris. Su picardía, talento para el espectáculo, y su populismo patriótico enfurecieron al 'establishment', pero también tocaron la fibra de millones de británicos que tenían poco interés en las sutilezas de la política. Johnson era un animal de campaña electoral. Solo él podía convertirse dos veces en alcalde de Londres cuando el ayuntamiento de la capital británica siempre había estado dominado por el laborismo; solo él podía ganar el referéndum del Brexit cuando nadie apostaba por la causa y solo él podía lograr una mayoría absoluta no vista desde los tiempos de Thatcher —arrebatando al laborismo escaños que tenían desde la II Guerra Mundial en el Muro Rojo del norte de Inglaterra—.

De alguna manera, se podría decir que llegó a ser como Lord Palmerston, un mandatario británico del siglo XIX al que Karl Marx llegó a llamar “un bromista extremadamente feliz” que “se congracia con todos”. “Cuando no puede dominar un tema, sabe cómo jugar con él”, dijo. El problema es que en el siglo XXI eso no era suficiente. El alcance del Gobierno se ha ampliado mucho más allá de lo que cualquiera imaginaba posible y un primer ministro moderno es responsable de una maquinaria burocrática que toca casi todos los aspectos de la vida de 70 millones de personas. Y en esta labor, fracasó.

No todo han sido errores. Durante la lucha contra el coronavirus —que a punto estuvo de costarle la vida— lideró la campaña de vacunación más exitosa de Europa. Y ante la guerra de Ucrania se ha erigido como uno de los líderes de la reacción de Occidente a la amenaza rusa. Sin embargo, la falta tan palpable de dirección ideológica y la indiferencia tan básica hacia la competencia organizativa llevaron el barco a la deriva y su tortuosa relación con la verdad acabó sentenciando su muerte política.

Boris no aprendió de Boris

Las cosas podrían haber sido de otra manera. Si se hubiera limitado a mostrar su carisma en los actos públicos y rodearse de operadores duros que sabían cómo funcionaba la máquina, quizá su destino hubiera sido muy distinto. Esta fue la fórmula, al fin y al cabo, que le sirvió durante sus exitosos años como alcalde de Londres. Pero eso requería cierto grado de seguridad psicológica. Incluso humildad. ¿Por qué Boris no aprendió de Boris?

En su lugar, a su llegada al ansiado Número 10 fichó a 'kamikaces' como Dominic Cummings, responsable de muchos de los episodios más polémicos, entre ellos, la derogación de Westminster en 2019 -una maniobra declarada luego como ilegal por el Tribunal Supremo- para que los diputados no se interpusiesen en sus planes para ejecutar el Brexit y la guerra abierta que había declarado a la BBC, y a los medios en general, un detalle peligroso en democracia.

Pese a la marcha del oscuro asesor, Johnson siguió un camino equivocado en las negociaciones con Bruselas, hasta el punto de que ahora estaba dispuesto a revocar de manera unilateral el Protocolo de Irlanda, rompiendo así un acuerdo internacional pese al riesgo de que eso pudiera desencadenar una guerra comercial con el continente. En Bruselas, hoy, respiran aliviados con su marcha.

Foto: Un cartel protesta muestra a Boris Johnson (der.) junto a su ex asesor Dominic Cummings (centro) y el canciller del ducado de Lancaster Michael Gove. (EFE)

En cualquier caso, la raíz de todos sus problemas siempre fue la misma: sus persistentes mentiras y el flagrante desprecio por los códigos y convenciones que necesariamente sustentan la vida pública. Estas dos fallas se vieron continuadamente durante el Partygate —ha sido el único 'premier' en ser multado por Scotland Yard por violar la ley— y se replicaron en su respuesta al último escándalo que rodeó a Chris Pincher, quien se vio obligado a renunciar la semana pasada como responsable de disciplina del Partido Conservador tras acusaciones de agresión sexual. Johnson no sólo nombró en febrero a un candidato manifiestamente inadecuado para el cargo, sino que cuando esto se hizo evidente, su primer instinto fue disimular y luego hacer que otros mintieran por él. Fue la gota que colmó el vaso.

Pánico al enfrentamiento

La periodista Petronella Wyatt —una de sus múltiples amantes oficiales— aseguraba recientemente que, en el fondo, siempre fue un tipo muy inseguro, con pánico al enfrentamiento. De ahí que prometiera a unos y a otros lo que querían escuchar. Aunque en un principio esa fue precisamente una de las claves de su éxito, acabó convirtiéndose luego en un signo de tremenda debilidad. La ruptura de su matrimonio con Marina Wheeler en 2018 tampoco puede pasarse por alto para entender el principio del fin. Son muchos los que insisten en que ella era su roca, su fuente de estabilidad psicológica y sentido político.

No fue su primera esposa. Estuvo casado primero con Allegra Mostyn-Owen, a quien había conocido en Oxford, donde se licenció en Estudios Clásicos. El día en el que contrajo matrimonio con la que dicen era “la mujer más bella de la universidad” tuvo que pedir los pantalones y los gemelos prestados a un amigo, perdió su anillo en el convite, citó de manera incorrecta a un autor durante su discurso y se peleó con uno de los invitados. En la actualidad está casado —su tercer matrimonio— con Carrie, quien es 24 años más joven. La conoció cuando era la responsable de comunicación del Partido Conservador. Ahora es la madre de sus dos últimos hijos. En total, Johnson tiene siete hijos reconocidos de diferentes relaciones.

"Siempre tuvo gran éxito con las mujeres", explicó a este periódico desde el anonimato un periodista británico que coincidió con él durante sus años como corresponsal en Bruselas. Asegura que era un mal reportero, pero un excelente columnista y polemista. Aunque recalca que de los pocos que vio “desde el principio cómo el proyecto europeo pasaba de ser algo puramente económico a ser más político”. “Todos los corresponsales hacíamos una cobertura un tanto aburrida porque era todo muy burocrático. Pero Boris descubrió otro enfoque. Tanto él como su editor por aquel entonces, Max Hastings, descubrieron que las críticas gustaban y explotaron ese campo”, señala. “Por aquel entonces no se hablaba de euroescepticismo, pero está claro que Boris dio voz a aquel sentimiento. Contribuyó a crear un lenguaje”, matiza.

Foto: El aspirante a primer ministro británico Boris Johnson. (Reuters)

Johnson tenía tan sólo 24 años cuando 'The Daily Telegraph', uno de los rotativos más prestigiosos del país, le mandó en 1989 a cruzar el Canal de la Mancha para cubrir la por entonces Comunidad Económica Europea. Previamente le habían echado de 'The Times' por inventarse una cita. Aquel joven de aspecto desaliñado, pelo caótico y con agujeros en sus camisas tenía a Bruselas revolucionada. Sus preguntas dejaban a todos atónitos. Y no sólo por el contenido, sino por la manera en la que las planteaba, fingiendo además hablar mal francés cuando dominaba perfectamente el idioma sin ningún tipo de acento.

Sus crónicas, sin ser completamente inventadas, ofrecían sólo algunos pequeños elementos de verdad. Los funcionarios europeos no sabían cómo detener a aquel “monstruo”. Intentaban responder a sus ataques pero el problema es que sus respuestas no tenían tanta gracia. En su punto de máximo apogeo, cuando ni siquiera había cumplido los 30 años, todos los altos funcionarios querían cenar con él y las ruedas de prensa no empezaban hasta que él aparecía con sus peculiares andares.

Aunque la Dama de Hierro adoraba sus artículos; su sucesor, John Major, los detestaba. Muchos en el Partido Conservador aseguran que los textos exacerbaron las tensiones entre las facciones 'tories' euroescépticas y europeas, y contribuyeron a la derrota de la formación en las elecciones de 1997. Como resultado, Johnson se ganó la enemistad de muchos miembros del partido. Es más, no son pocos los que consideran que sus reportajes fueron clave para el surgimiento a principios de los 90 del UKIP, liderado entonces por un desconocido Nigel Farage, estrella luego del Brexit. El resto es historia.

El rey (derrocado) del mundo

Para el estrafalario periodista, Bruselas no era un lugar extraño. Su padre, Stanley, fue uno de los primeros burócratas británicos elegidos para trabajar en la Comisión Europea tras la adhesión de Reino Unido se uniera al bloque en 1973. Cuando la familia se mudó a Bélgica, Johnson tenía 9 años. Su niñez se la pasó viajando por los distintos proyectos de sus progenitores. De hecho, él nació en Nueva York, donde su padre estudió en la Universidad de Columbia University. Su madre, Charlotte Fawcett, fue una artista proveniente de una familia de intelectuales.

Foto: Allegra Mostyn-Owen, primera pareja de Boris Johnson, en Oxford en 1987

La ambición rubia es el mayor de tres hermanos quienes, en más de una ocasión, han recordado que Boris siempre les contaba que acabaría siendo “el rey del mundo”. Siempre fue un niño despierto. No sólo leía los editoriales de 'The Economist' desde los 10 años, sino que también interpretaba tragedias griegas en un perfecto griego clásico. Ya en el elitista colegio de Eton, mostró sus dotes para la interpretación y la improvisación, que nunca están de más en política. En una de las funciones tuvo que interpretar a Richard II y obviamente no se había aprendido el papel, pero salió adelante.

¿Qué mejor alcalde de Londres se puede tener que a alguien que pueda improvisar al propio Shakespeare?”, contaba a esta corresponsal su orgulloso padre cuando se presentó, por primera vez, a las elecciones a la alcaldía de Londres en 2008. Al conocer al progenitor, en un principio, uno podía llegar a pensar que la “marca Boris” tampoco tenía tanto mérito y que, al fin y al cabo, todo era pura genética: mismo pelo alborotado, misma camisa por fuera, misma lengua sin tapujos. Pero Boris, de alguna manera, resultó ser único. Para bien y para mal.

Sus más devotos recalcan que mezclaba a la perfección el liderazgo de Thatcher con la indiscreción del Duque de Edimburgo, el marido de la soberana Isabel II. Desde luego que verle en rueda de prensa constituía toda una experiencia. Pero Boris acabó engullido por Boris. Sus intentos de supervivencia a cualquier precio, fue lo acabó matando su carrera. ¿Llegó a tener ideales o siempre pensó únicamente en sí mismo?

“La belleza y el reto para estudiar la motivación de cualquier político es decidir qué es el idealismo y qué es el interés propio”, escribió en la biografía que publicó sobre Winston Churchill, su gran héroe. “Y a menudo nos queda asumir que la respuesta es una mezcla de los dos”, concluyó.

Boris Johnson ha terminado como uno de los protagonistas de las grandes tragedias griegas que estudió en sus años universitarios de Oxford. Por aquel entonces, ya hizo gala del “si no te gustan mis principios tengo otros”, presentándose varias ocasiones y bajo distintas causas hasta que consiguió ganar la presidencia de la reputada asociación de estudiantes. Apenas dos años y medio después de conseguir una mayoría histórica para el Partido Conservador; el 'rockstar' de la causa euroescéptica, el que fuera corresponsal de Bruselas favorito de Margaret Thatcher, el hombre que desde pequeño soñaba con ser “el rey del mundo”, se ve obligado a reconocer que ha perdido la batalla. Siempre fue un cómico tremendamente serio cuando hablaba del poder. Toda su vida se había estado preparando para interpretar un solo papel y, en el mismo acto en el que debía asegurarlo, lo perdió para siempre.

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