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El rey de Bélgica intenta alejar al fantasma de Leopoldo II de las relaciones con el Congo
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VIAJE A KINSASA

El rey de Bélgica intenta alejar al fantasma de Leopoldo II de las relaciones con el Congo

Bélgica y República Democrática del Congo tratan de cerrar las viejas heridas del periodo colonial belga. El rey Felipe ha dado pasos importantes en Kinsasa, pero vendrán más movimientos

Foto: El rey de Bélgica devuelve a la República Democrática del Congo una mascara durante su visita al país. (Reuters)
El rey de Bélgica devuelve a la República Democrática del Congo una mascara durante su visita al país. (Reuters)

El Museo Real de África Central, que se encuentra en los bosques de Tervuren, a las afueras de Bruselas, es un espacio amplio, elegante, con grandes pasillos y unos jardines excepcionales. Sin embargo, a pesar de todo ello, es un lugar con un cierto toque siniestro. Un espacio ocupado por el gigante fantasma de Leopoldo II, rey de los Belgas entre 1865 y 1909 y que entre 1885 y 1908 controló el Estado Libre del Congo, un territorio que hoy corresponde con la República Democrática del Congo, que era de su propiedad privada y no fue incorporado al reino de Bélgica hasta 1909 por presión internacional. Fueron años de terror, explotación y el expolio. Ahora, Bélgica y su actual monarca, Felipe, intentan dar pasos hacia una reconciliación y una visión conjunta del pasado.

Aunque no hay datos fiables y hay mucha discusión al respecto, en general se suele considerar que la población se redujo a la mitad durante los años del Estado Libre, con unos 10 millones de muertos por enfermedades, hambre o directamente asesinados. En una de las fotografías más icónicas de la época, hecha por Alice Seeley Harris, un congoleño llamado Nsala observa la mano y el pie de su hija pequeña, mutilada y asesinada por no cumplir con los objetivos de recogida de caucho. La mutilación de partes del cuerpo como castigo era una de las prácticas más comunes y conocidas del régimen.

Parte del expolio de aquel periodo se puede ver en los altos pasillos del Museo, que fue encargado por el propio Leopoldo II. En algunos de los textos que acompañan a máscaras u objetos funerarios se sugiere ahora que fueron extraídos sin permiso de sus legítimos dueños. Esa sugerencia se añadió tras una remodelación de cinco años que finalizó en 2018 para revisar el mensaje favorable a la colonización que proyectaba antes. Una de las máscaras que descansaban en sus pasillos viajó la semana pasada de vuelta a la República Democrática del Congo en el avión de Felipe, rey de los Belgas desde que en 2013 abdicara su padre, Alberto II. Para el actual monarca cerrar la herida colonial se ha convertido en su principal misión. Y se trata de un ejercicio en el que los símbolos y gestos tienen un papel central.

placeholder Museo de Africa Central, a las afueras de Bruselas. (Reuters)
Museo de Africa Central, a las afueras de Bruselas. (Reuters)

Heridas abiertas

Para Bélgica gestionar los fantasmas de su pasado en el Congo ha sido complicado. El Estado lanzó una potente campaña de propaganda durante el periodo de entreguerras para contrarrestar la enorme presión internacional que el país había sufrido durante la etapa de Leopoldo II por las atrocidades cometidas. Ya en manos de Bélgica, la situación en el Congo mejoró notablemente dentro de la gravedad y de una explotación que continuó hasta la independencia del país en 1960. Durante el periodo en el que el país controló el antiguo jardín privado de Leopoldo II no hubo autocrítica y para el Estado se convirtió en fundamental que los belgas consideraran como un motivo de orgullo el periodo colonial. Y para un sector de la población esa parte de la historia sigue siendo un tabú.

Las críticas comenzaron relativamente pronto. En 2008, mucho antes de que el movimiento “Black Lives Matter” se extendiera por el mundo, un artista belga se encaramó a una estatua de Leopoldo II en Bruselas y vertió pintura roja sobre él, simulando la sangre de los congoleños masacrados. Ese gesto, el de lanzar pintura contra estatuas y bustos del monarca y de sus principales hombres, que también cuentan con monumentos en Bélgica, se ha convertido en uno de los símbolos del movimiento que pide una reflexión profunda sobre el pasado colonial.

placeholder Estatua de Leopoldo II con pintura roja durante las protestas contra el racismo en 2020. (EFE)
Estatua de Leopoldo II con pintura roja durante las protestas contra el racismo en 2020. (EFE)

Pero si para el conjunto de Bélgica hacer autocrítica ha sido complicado y todavía se están dando pasos en esa dirección, para la familia real ha sido todavía más difícil: no fue bajo la batuta del Estado cuando se cometieron las peores atrocidades, fue bajo el mando personal de Leopoldo II. Es difícil lanzar críticas al pasado colonial del país sin que la diana de ellas sea principalmente la monarquía. Pero no ha sido hasta Felipe cuando la familia real ha dado pasos para cerrar las heridas abiertas.

El primero fue en junio de 2020, cuando Felipe, en el sesenta aniversario de la independencia de RDC, escribió una carta al presidente del país, Félix Tshisekedi, en la que expresaba sus “más profundos arrepentimientos por las heridas del pasado, cuyo dolor revive hoy por discriminaciones aún demasiado presentes en nuestras sociedades”. Poco después Sophie Wilmès, primera ministra en funciones, envió otro mensaje, pero esta vez no a los congoleños, sino a los belgas. En un comunicado la primera ministra pedía al país “mirar al pasado a la cara”.

La semana pasada Felipe aterrizó en Kinsasa y ha permanecido en el país durante una semana. Le acompañaba una de las numerosas máscaras acumuladas en el Museo que durante décadas ha servido para ensalzar el régimen colonial y que ahora, tras un lustro de reforma y revisión, está intentando dirigirse hacia una visión más crítica del pasado. Se trata de una máscara ‘kakuungu’ utilizada por ritos iniciáticos y ahora permanecerá en el Museo Nacional del Congo.

Foto: 'Tintín en el Congo' llegó a los tribunales a petición de un ciudadano que aseguró que era una "apología del racismo".

Bélgica prepara ya una restitución de los objetos saqueados y que forman la columna vertebral del Museo de África. Sin embargo, una de las devoluciones más esperadas no tiene nada que ver con el Museo. El 20 de junio la familia de Patrice Lumumba, el primer líder democráticamente elegido de la RDC, que fue asesinado en 1961 ante la presencia de agentes belgas, recibirá de parte del Estado belga lo único que quedó del cuerpo de Lumumba, que fue disuelto en ácido: un diente de oro que arrancó un agente belga y que la justicia requisó en 2016 y decidió en 2020 que debía ser devuelto.

En un discurso en Kinsasa Felipe ha ido más allá que en la carta de 2020, cuando muchos críticos consideraron que sus disculpas habían sido demasiado superfluas. “El régimen colonial, como tal, estaba basado en la explotación y la dominación, era una relación desigual e injustificable, marcada por el paternalismo, la discriminación y el racismo”, ha señalado el rey, hablando de las “humillaciones” que tuvo que pasar la población entre 1885 y 1960.

Bélgica y la RDC intentan avanzar hacia un futuro de cooperación que es conveniente para las dos partes, pero antes pretenden terminar de cerrar las viejas heridas, que siguen abiertas. Bruselas y Kinsasa tratan de avanzar en ello con gestos como los del rey Felipe o la devolución del diente de Lumumba. Para algunos congoleños esos gestos son suficientes para empezar a mirar hacia el futuro juntos. Otros esperan que en los próximos años Bélgica vaya más allá de los gestos.

El Museo Real de África Central, que se encuentra en los bosques de Tervuren, a las afueras de Bruselas, es un espacio amplio, elegante, con grandes pasillos y unos jardines excepcionales. Sin embargo, a pesar de todo ello, es un lugar con un cierto toque siniestro. Un espacio ocupado por el gigante fantasma de Leopoldo II, rey de los Belgas entre 1865 y 1909 y que entre 1885 y 1908 controló el Estado Libre del Congo, un territorio que hoy corresponde con la República Democrática del Congo, que era de su propiedad privada y no fue incorporado al reino de Bélgica hasta 1909 por presión internacional. Fueron años de terror, explotación y el expolio. Ahora, Bélgica y su actual monarca, Felipe, intentan dar pasos hacia una reconciliación y una visión conjunta del pasado.

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