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Los que sí predijeron la invasión de Ucrania
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Crónica de una invasión anunciada

Los que sí predijeron la invasión de Ucrania

No hacía falta que Putin se comparara con Pedro el Grande, ya había voces que advertían que esto iba a pasar. Estas fueron sus predicciones, desde el realismo de Mearsheimer y Kissinger a la izquierda de Chomsky

Foto: Militar ucraniano cerca de la línea del frente en Járkov. (EFE/María Senovilla)
Militar ucraniano cerca de la línea del frente en Járkov. (EFE/María Senovilla)
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Hasta la madrugada del 24 de febrero, pese a toda la atención mediática a la escalada bélica de los días y semanas anteriores, casi nadie esperaba el comienzo de la invasión a gran escala de Ucrania. El alcalde de Melitópol, que sería secuestrado días después por las tropas ocupantes, reconoce que esa noche le despertó una explosión. Creyó que se trataba de un trueno y se volvió a dormir. Algunos corresponsales que estaban en Kiev solo se enteraron cuando encendieron el móvil por la mañana y vieron los mensajes de sus amigos de otras franjas horarias.

Pese a la incredulidad y la confusión que sigue causando el mayor conflicto europeo desde la Segunda Guerra Mundial, lo cierto es que ya nos habían advertido muchas veces de que algo así podía suceder. No nos referimos a las predicciones febriles de los días anteriores al ataque, sino a toda una labor académica de 30 años en la que una serie de expertos veían, desde varios ángulos, el potencial de la desgracia.

Como ha señalado recientemente Paul Poast, profesor de política exterior de la Universidad de Chicago, aportando numerosos ejemplos, basta con rebuscar un poco en la hemeroteca para escribir la crónica de una invasión anunciada. Por establecer un orden, empezaremos por las predicciones más recientes e iremos yendo hacia atrás, hacia los sombríos vaticinios de principios de los años 90.

El propio Poast dijo cinco días antes de la invasión que esta era inminente. Por varias razones: que el despliegue de tropas rusas resultaba demasiado costoso como para ser un farol, que Vladímir Putin no había obtenido ninguna de las concesiones que exigía a la OTAN y que este basaba su régimen en la imagen de fuerza, y, por tanto, no podía dejarse amilanar por las advertencias de Occidente.

Dos meses antes, Dmitry Alperovitch, experto en ciberseguridad y exasesor del Departamento de Defensa de EEUU, escribía: "Estoy cada vez más convencido de que el Kremlin, desgraciadamente, ha tomado la decisión de invadir Ucrania a finales de este invierno. Pese a que aún es posible que Putin desescale, creo que la probabilidad es muy baja". Alperovitch aportaba razones: el tamaño sin precedentes del despliegue militar y su enorme coste; la lista de demandas de Putin, difíciles de cumplir; la acritud en el tono y el visible calentamiento propagandístico que se percibía en los canales del Kremlin. Era diciembre. Alperovitch acertó de pleno.

Otros especialistas, como el experto militar Michael Kofman o el referente en asuntos rusos Mark Galeotti, también indicaron su preocupación. Les costaba creer que Vladímir Putin, habiendo llegado a rodear las fronteras ucranianas con sus tropas, daría marcha atrás y se contentaría con alguna pequeña promesa cosmética.

Marcha atrás ocho años

Siendo justos, hay que decir que en enero y febrero las cartas ya estaban repartidas, la Casa Blanca alertaba sobre la inminencia del ataque y la cuestión se redujo, cada vez más, a un simple cálculo de posibilidades. Pero, si abrimos el marco temporal unos ocho años, hasta la anexión de Crimea y el inicio de la guerra del Donbás, vemos que también abundan los vaticinios bélicos desde varias dimensiones.

Una de esas dimensiones es la del llamado "realismo". Los pensadores realistas consideran que los estados, si quieren mantener o expandir su poder, están sujetos a determinadas leyes de la geopolítica. Una serie de parámetros estratégicos que pesan más que las consideraciones morales y que, en el caso de Rusia y Ucrania, habrían sido quebrantados por la ceguera de Estados Unidos y sus aliados.

En el año 2015, uno de los principales exponentes de esta escuela, el politólogo John Mearsheimer, alertaba de que la creciente implicación militar de la OTAN en Ucrania, con el envío de armas e instructores y las continuas, aunque poco precisas, promesas de ingreso en la alianza, estaba cruzando una línea roja que llevaría a la desgracia. En concreto, a la invasión a gran escala de Ucrania. "Occidente está encandilando a Ucrania con sus cantos de sirena y el resultado final es que Ucrania va a quedar destrozada", declaró Mearsheimer hace siete años, durante una conferencia. "Lo que estamos haciendo, de hecho, es animando a ese resultado".

Otro realista, el polémico exsecretario de Estado Henry Kissinger, abogó por la misma solución que proponía Mearsheimer. Un año antes, en 2014, Kissinger recomendó a las partes implicadas abandonar el "postureo" moral respecto a Ucrania y centrarse en cuestiones prácticas. Occidente, según el estratega, debía de entender cuanto antes que Rusia jamás permitiría que Ucrania entrara en la OTAN. Así que, en lugar de andar subiendo la temperatura, la única política inteligente consistía en negociar con Moscú y suavizar tensiones.

Las opiniones de Mearsheimer, Kissinger, Stephen Walt, Lyle Goldstein y otros pensadores realistas, criticadas hoy por tibias y apaciguadoras, fueron expresadas por otras muchas voces en los años 90 y a principios de este siglo. Voces de "guerreros fríos": altos funcionarios norteamericanos que habían hecho carrera diseñando las políticas que contuvieron a la Unión Soviética, y que vieron en la ampliación de la OTAN, a finales del siglo pasado y a principios de este, un error que podría pagarse caro en el futuro.

Así lo argumentaron, de distintas formas, el embajador de la Administración Reagan en la URSS, Jack Matlock; el secretario de Defensa de George W. Bush y Barack Obama, Robert Gates; el secretario de Defensa de Bill Clinton, William Perry, y otros representantes del Gobierno estadounidense. El más citado suele ser George F. Kennan, diplomático, sovietólogo y arquitecto de la llamada 'Doctrina de la Contención'. "Creo que este es el comienzo de una nueva Guerra Fría", dijo Kennan en 1998, cuando el Senado ratificó la primera expansión de la OTAN al este. "Creo que los rusos reaccionarán bastante adversamente. Creo que es un error trágico". Arnaud Bertrand recopiló aquí una lista bastante larga con este tipo de predicciones.

Desde la otra bancada, la de la nueva izquierda o la izquierda altermundialista, han emergido voces, paradójicamente, muy similares a las de los realistas. El exministro griego Yanis Varoufakis también otorga gran parte de la culpa a las políticas occidentales, igual que Noam Chomsky. El nonagenario lingüista dijo en 2018 que ningún líder ruso toleraría que Ucrania ingresara en la OTAN. Por tanto, el apoyo militar a Ucrania, el envío de armas, etcétera, "no protege a Ucrania, sino que amenaza a Ucrania con una gran guerra". Posturas similares abundan en la izquierda española.

La otra cara de la moneda rusa

El pensamiento realista, sin embargo, no es el único que campa por los lares de la política internacional. La fijación de los realistas o izquierdistas con la OTAN tiene numerosos críticos. Cuando los bálticos se unieron a la Alianza, no sucedió nada. Cuando Polonia se unió, no pasó nada. Algunos hablan de "expansión" o incluso de "anexión", pero son los países quienes toman, de manera soberana, la decisión de unirse a la OTAN. Y lo hacen, más concretamente, porque viven cerca de Rusia: un país que, desde 1991, ha librado 14 guerras. La mayoría contra sus vecinos. Así que quizás fijarse en las garantías de seguridad rusas, y no en las de la colección de naciones que han sido troceados y dominados en el siglo XX, sea errar el tiro.

Lo interesante es que, fuera de este marco de pensamiento, también se han hecho predicciones ominosas. Como destaca Paul Poast en una serie de referencias bibliográficas, bastantes autores han planteado, con años de antelación, la posibilidad real de que Rusia invadiese Ucrania a gran escala. E incluso dieron detalles proféticos de cómo sucedería esta invasión.

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"Rusia invade. El alto el fuego de septiembre se desmorona y el conflicto en el este de Ucrania escala de nuevo y lleva a una intervención militar rusa directa más allá de las regiones de Donetsk y Lugansk", escribieron Rajan Menon y Eugene Rumer en 'Conflict in Ukraine', publicado en 2015, barajando una serie de posibilidades futuras. "Rusia lanza una invasión militar a gran escala en Ucrania y ocupa partes importantes a lo largo de la orilla izquierda del río Dniéper, posiblemente incluyendo Kiev, dejando un estado ucraniano independiente truncado".

Por el mismo terreno transitó Sara Mitchell, que escribió en 2018 que una guerra a gran escala era probable; Paul D. Senese y John A. Vasquez dijeron en 2012, dos años antes de Crimea y el Donbás, que se trataba de que esta guerra hipotética suponía "una posibilidad muy real". Alina Polyakova, Keir Giles y Patrick Porter también exploraron esa opción en sus escritos.

Foto: Banderas de Ucrania y Rusia. (EFE/Julian Stratenschulte)

Si llegamos a los años posteriores al hundimiento de la URSS, la posibilidad de una guerra total flotaba también en las mentes de analistas y académicos. Taras Kuzio se lo temía ya en 1994, Ian Bremmer el mismo año y Kimberly Marten, de la Universidad de Columbia, incluso antes, en 1993. Varios años antes de que Estados Unidos decidiera fomentar la ampliación de la OTAN a Europa del Este.

Los ingredientes del cóctel estaban ahí: las obsesiones históricas de Moscú con la Rus de Kiev, ese reino eslavo oriental que justificaría la unidad de las naciones herederas bajo el cetro de Rusia; la consideración chovinista de que Ucrania es una provincia rusa disfrazada momentáneamente de país; la existencia de numerosos rusos étnicos y rusohablantes en el este de Ucrania, que, lo cual, según la vetusta visión nacionalista rusa, los convierte automáticamente en ciudadanos rusos; y consideraciones estratégicas fundamentales, como el acceso al Mar Negro, donde Rusia tiene su único puerto de aguas calientes, con excepción del de Tartus, en Siria

Hasta la madrugada del 24 de febrero, pese a toda la atención mediática a la escalada bélica de los días y semanas anteriores, casi nadie esperaba el comienzo de la invasión a gran escala de Ucrania. El alcalde de Melitópol, que sería secuestrado días después por las tropas ocupantes, reconoce que esa noche le despertó una explosión. Creyó que se trataba de un trueno y se volvió a dormir. Algunos corresponsales que estaban en Kiev solo se enteraron cuando encendieron el móvil por la mañana y vieron los mensajes de sus amigos de otras franjas horarias.

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