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¿Expansión o partición? Por qué las fronteras de Rusia podrían estar a punto de cambiar
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El modelo territorial ruso, a prueba

¿Expansión o partición? Por qué las fronteras de Rusia podrían estar a punto de cambiar

Por primera vez en dos décadas, Moscú ya no está actuando como el motor de una centralización eficaz y creciente, sino como elemento desestabilizador para gran parte del país

Foto: Tanques rusos, durante un desfile en Rostov-on-Don. (Reuters/Sergey Pivovarov)
Tanques rusos, durante un desfile en Rostov-on-Don. (Reuters/Sergey Pivovarov)
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Desde la introducción del rublo hasta la imposición de un nuevo currículo escolar, los indicadores de que Rusia se dispone a anexionarse grandes franjas del este de Ucrania se han multiplicado en las últimas semanas. El pasado 1 de junio, el secretario general del partido gobernante Rusia Unida, Andrei Turchak, se mostró confiado en que “Jersón y los territorios liberados de las Repúblicas Populares de Donetsk y Lugansk llegarán a formar parte de Rusia” en un futuro próximo. “Corresponde a los habitantes de esta región tomar la decisión y estoy seguro de que la tomarán”, declaró Turchak a los medios rusos.

Dicha anexión no está exenta de problemas, que incluyen una contraofensiva ucraniana en Jersón y la presencia de guerrillas que hostigan a las fuerzas ocupantes en Melitópol, tal y como ya contó recientemente nuestro compañero Argemino Barro. Pero si el Kremlin consigue llevar a cabo sus planes, Rusia podría ganar una superficie de alrededor de 100.000 kilómetros cuadrados.

Foto: Tropas rusas retiran minas de Azovstal, en Mariúpol. (EFE)

Pero al mismo tiempo, algunos medios y comentaristas han empezado a especular con la posibilidad opuesta: que las tensiones derivadas de la invasión de Ucrania acaben por producir la partición de Rusia. Aunque el tema tiene una larga tradición teórica (a veces con cierto fundamento académico, a veces pura fantasía), en las últimas semanas ha ganado en intensidad y profundidad, puesto que por primera vez en dos décadas Moscú ya no está actuando como el motor de una centralización eficaz y creciente, sino como elemento desestabilizador para gran parte del país. Voces como el politólogo y periodista ruso Sergej Sumlenny aseguran ahora que en un plazo de apenas tres a cinco años, la actual Federación Rusa habrá dejado de existir. Otros autores comparan el actual 'empantanamiento' ruso en Ucrania con la crisis de Suez en 1956, que llevó al fin de los imperios coloniales de Francia y Reino Unido.

Según esta línea argumental, regiones como Tatarstán, Tuva o Daguestán —con una fuerte identidad propia y que solo habrían sido consideradas parte de Rusia en lugar de repúblicas soviéticas independientes por un designio más o menos arbitrario de las autoridades de la URSS— podrían verse tentadas al separatismo si el actual contrato federal deja de funcionar. Y la guerra podría ser ese catalizador, del mismo modo que la invasión de Afganistán generó importantes protestas y disturbios en varios puntos de la Unión Soviética, como Tayikistán en 1982 y Kazajistán en 1986, y acabó por contribuir a su disolución en 1991. De hecho, numerosas regiones de lo que hoy es Rusia, como Siberia, Karelia o la ya mencionada Tatarstán, también declararon su soberanía en aquel momento. El entonces presidente, Boris Yeltsin, negoció que Rusia se convirtiese en una federación precisamente para impedir la pérdida de más territorios, prometiéndoles “tanta soberanía como puedan tragar”.

Foto: Monumentos soviéticos en un parque de Moscú. (EFE/Yuri Kochetov) Opinión

A favor de esta posibilidad está el hecho de que el modelo federal ruso se basa en gran medida en las nacionalidades, de un modo similar al de la antigua Yugoslavia: “Rusia tiene 22 ‘repúblicas autónomas’, cada una de las cuales tiene una ‘nacionalidad titular’ para la que la república es su ‘patria’ designada. Cada una de ellas tiene diferentes afinidades culturales que las conectan con otros países, como los carelios con los vecinos finlandeses, los komi con el grupo más amplio de los ugro-fineses, o los tuvanos con Mongolia”, explica Ivan U. Klyszcz en la publicación independiente rusa 'Riddle'. “Las expresiones de sentimientos secesionistas han sido censuradas en Rusia durante años; a pesar de ello, todavía pueden encontrarse, especialmente en internet”, escribe.

Sin embargo, también existen ejemplos pasados que apuntan a la tendencia contraria. El propio Klyszcz señala que la derrota rusa en la guerra de Crimea en 1856 no llevó al colapso del imperio ruso, sino a su reforma, y que algo similar podría ocurrir en esta ocasión, especialmente si se produce una sucesión en el Kremlin.

Foto: Día de la Victoria en Rusia. (Reuters/Maxim Shemetov)

La semana pasada, el columnista de Bloomberg Leonid Bershidsky, que es de origen ruso, escribió un largo artículo de opinión abordando esta cuestión. “En cierto modo, Putin no solo ha abierto la discusión sobre la partición con su ataque irracional; también lo ha hecho posible intelectualmente al hablar de la ‘Rusia histórica’, que en su visión incluye gran parte de la Ucrania moderna”, señala Bershidsky. Pero “si es posible discutir un Estado ruso nuclear, en lugar de las fronteras actuales del país, también es posible argumentar que este núcleo es de hecho mucho más pequeño que la Rusia de hoy”, argumenta.

Y aunque Bershidsky no se pronuncia sobre la viabilidad de esta hipótesis, y afirma que como ruso se siente algo incómodo discutiendo esta partición, “a un nivel intelectual” entiende que “mucha gente en Rusia podría verse beneficiada por la disolución” de la Federación Rusa. Para respaldarlo, menciona los estudios del economista Viktor Suslov, de la Academia Rusa de Ciencias, cuyo equipo determinó en 2018 que mientras Moscú absorbe un 35% más de los recursos que aporta al resto del país, otras regiones como Siberia, Ural, el extremo oriente o incluso la región noroeste, incluyendo San Petersburgo, aportan entre un 10 y un 13% más de lo que reciben. El articulista de Bloomberg es solo uno entre los numerosos intelectuales que han señalado que el impacto económico de la invasión de Ucrania se va a sentir sobre todo en la periferia rusa, lo cual puede hacer que algunos repasen las cuentas y se replanteen los esquemas actuales, al menos a medio o largo plazo.

Sea como fuere, en cualquiera de estos dos escenarios —o incluso si acaban dándose ambos—, existe una altísima probabilidad de que se produzca un cambio en las fronteras de Rusia tal y como hoy las conocemos.

Desde la introducción del rublo hasta la imposición de un nuevo currículo escolar, los indicadores de que Rusia se dispone a anexionarse grandes franjas del este de Ucrania se han multiplicado en las últimas semanas. El pasado 1 de junio, el secretario general del partido gobernante Rusia Unida, Andrei Turchak, se mostró confiado en que “Jersón y los territorios liberados de las Repúblicas Populares de Donetsk y Lugansk llegarán a formar parte de Rusia” en un futuro próximo. “Corresponde a los habitantes de esta región tomar la decisión y estoy seguro de que la tomarán”, declaró Turchak a los medios rusos.

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