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La guerra de Ucrania en siete preguntas: esta es la situación tras 100 días de conflicto
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Los vectores de la invasión

La guerra de Ucrania en siete preguntas: esta es la situación tras 100 días de conflicto

Empezaremos por el curso de los combates en el este de Ucrania y acabaremos por la parte más misteriosa de todas: las razones por las que Putin lanzó su invasión un aciago 24 de febrero y qué pretendía ganar con ello

Foto: Una columna de tanques rusa, destruida en una carretera cerca de Kiev. (EFE/Oleg Patrasyuk)
Una columna de tanques rusa, destruida en una carretera cerca de Kiev. (EFE/Oleg Patrasyuk)
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La guerra más documentada de la historia ha cumplido 100 días. Si bien esta cifra no significa nada, su carácter magnético sirve de excusa para hacer una pausa y tratar de ubicar el curso de la invasión rusa de Ucrania: sus números, sus tendencias y su posible evolución. Dado que ninguna crónica, gráfico o análisis son capaces de disipar totalmente la neblina de la guerra, lo que viene a continuación es un repaso forzosamente frágil e incompleto. Aun así, hay siete vectores a los que tenemos que prestar atención. Empezaremos por el curso de los combates en el este de Ucrania y acabaremos por la parte más misteriosa de todas: las razones por las que Vladímir Putin lanzó su invasión un aciago 24 de febrero y qué pretendía ganar con ello.

¿Cuál es la situación militar en Ucrania?

Después de fracasar en la primera fase de su invasión, que hubiera entrañado la conquista de Kiev y el derrocamiento del Gobierno ucraniano, Rusia ha reducido objetivos y mejorado palpablemente sus tácticas. Para cumplir la misión declarada de ocupar el Donbás, los rusos han concentrado más tropas en menos espacio y han procedido a un avance lento, preservando sus líneas de suministro y apoyándose en su superior capacidad de fuego. Esta es una de las razones por las que parece tomarse su tiempo, recorriendo entre 500 metros y un kilómetro al día, destrozando con artillería los pueblos y ciudades a su paso. Otra, que Rusia ya no tiene tantos soldados ni tanto material bélico como al principio y trata de minimizar riesgos.

Foto: Tropas rusas retiran minas de Azovstal, en Mariúpol. (EFE)

Una de las dos provincias del Donbás, Lugansk, estará prácticamente ocupada si cae Severodonetsk, donde se producen actualmente los combates más fuertes. Rusia habría pasado de controlar un 30% del Donbás, antes de la invasión a gran escala, a un 75%. Mientras tanto, quizá para obligar a los rusos a distraer algunas de sus fuerzas, los ucranianos han lanzado una contraofensiva en la región ocupada de Jersón, donde también aflora un movimiento insurgente.

¿Cómo de estable es el apoyo de los aliados?

Al principio de la invasión, EEUU y la Unión Europea sorprendieron con la rapidez y severidad de su respuesta a Rusia. Nunca se había aplicado un paquete de sanciones tan completo sobre una economía tan grande, y hasta la dubitativa Alemania, dependiente del gas ruso, está mandando armas pesadas. La OTAN puede contar pronto con dos miembros más, Suecia y Finlandia, reforzando la ironía de la invasión lanzada por Rusia, que habría logrado unir y fortalecer militarmente a sus adversarios. Pero el tiempo pasa y el precio de la guerra, empezando por la inflación y el riesgo de hambruna en el hemisferio sur, aumenta. Según algunos análisis, el fervor proucraniano de marzo y abril podría haber culminado.

En estos tres meses, han cristalizado en Occidente dos posiciones más o menos claras respecto a cómo proceder en Ucrania. Una es la 'idealista' y otra es la 'realista'. La posición idealista argumenta que la única manera de pararle los pies a Rusia es derrotándola. Cualquier opción que incluya sentarse con Vladímir Putin y ofrecerle concesiones solo daría tiempo a Rusia para refrescar tropas y cumplir su misión última: erradicar la nación ucraniana de la faz de la tierra. Estados Unidos sería el capitán de la postura idealista, siendo el país que más 'ayuda letal' ha mandado a Ucrania y cuyo objetivo es debilitar a Moscú, desdentando su capacidad militar.

Foto: El presidente de Rusia, Vladímir Putin, y el de Estados Unidos, Joe Biden, en la cumbre entre EEUU y Rusia de junio de 2021 en Ginebra, Suiza. (Getty/Peter Klaunzer)

La otra posición, la llamada realista, dice que esta idea de vencer y humillar a Rusia es casi un suicidio. Putin hará lo que sea para ganar en Ucrania. Armar a Kiev solo aumenta el riesgo de escalada y de Tercera Guerra Mundial. Incluso si Putin pierde, y su régimen se hunde, a nadie le conviene un vacío de poder en un país con 6.000 cabezas nucleares. Así que la prioridad, para los realistas, es acabar con esta guerra lo antes posible. Esto implicaría presionar a Ucrania para que entregue territorios a Rusia a cambio de paz. Una postura hacia la que gravitan Alemania y Francia.

Las negociaciones dependen de lo que suceda en el campo de batalla, como ya hemos podido ver. Al principio de la invasión, EEUU daba por hecho que Ucrania sería ocupada. De ahí que mandase armas adecuadas para la resistencia, misiles portátiles, ideales para las emboscadas y fáciles de esconder. Pero luego Ucrania batió la previsiones y hoy recibe helicópteros, tanques y artillería. Está por ver de qué lado se decantará la balanza, realista o idealista, en los próximos meses.

¿Qué precio económico está pagando Rusia?

De momento, un precio relativamente bajo. Las sanciones, por un lado, atenazan el margen de maniobra de Rusia y reducen sus ventas energéticas; por otro, hacen que el precio de la energía suba, de manera que Rusia compensa las menores ventas con un aumento de los ingresos por barril de crudo. Como consecuencia, y entre otras razones, el superávit ruso roza los 100.000 millones de dólares en los primeros cuatros meses del año. Aproximadamente el triple que en el mismo periodo de 2021.

Foto: Ciudadanos caminan frente a la sede de Sberbank en Moscú. (EFE/Yuri Kochetkov)

Solo es la esquina de un retrato económico más amplio y complejo. A medida que transcurran los meses, Rusia, técnicamente incapaz de acceder a numerosos productos occidentales, experimentará escasez en sectores clave como el de la tecnología militar. Distintas estimaciones calculan que su PIB se reducirá entre un 8% y un 10% este año.

¿Qué apoyos le quedan a Rusia?

Sin embargo, al desacople forzoso de los mercados occidentales le sigue un acople cada vez mayor con los mercados de otras latitudes. China ha aumentado un 50% las importaciones de gas y petróleo rusos, y la India, uno de los principales compradores de armas rusas, ha cuadruplicado la adquisición de petróleo. Así que el continente asiático se ha convertido en el mayor consumidor mundial de crudo ruso.

Si bien intercambiar mercados, como en el caso del gas, puede llevar años por requerir fuertes inversiones en infraestructuras, Rusia confía en tener suficientes alternativas al dinero europeo. Un vistazo a los países que denuncian o guardan silencio frente a la agresión a Ucrania da una idea de los equilibrios y las posibilidades rusas de acudir a otros caladeros.

La retórica de ilustrar la oposición a Rusia como una conflagración entre la democracia y el autoritarismo, pese a la evidencia de tratarse de una dictadura atacando a una democracia parlamentaria, no es del todo exacta. Sistemas democráticos como la India, Sudáfrica, Indonesia, Brasil o México han evitado sancionar o condenar la invasión de Ucrania. Y suman mucha más población que EEUU y la Unión Europea. Es en ellos en quienes Rusia puede apoyarse diplomáticamente para sortear los castigos impuestos por EEUU y la UE.

¿Qué sucede con la economía y el grano de Ucrania?

Esta es una de las dimensiones del conflicto que, inexplicablemente, se había quedado traspapelada hasta hace unos pocos días. Mientras mirábamos los combates, la economía ucraniana era estrangulada por un bloqueo naval ruso. Las exportaciones por mar, de las que depende un 40% del PIB del país, se han detenido. 22 millones de toneladas de grano se degradan en los barcos ociosos y en los almacenes ucranianos. El bloqueo, unido a la propia agresión, ha destruido uno de cada tres empleos del país y el Gobierno depende de la ayuda de EEUU hasta para abonar los salarios públicos.

Es imposible calcular el impacto de esta destrucción en el esfuerzo de guerra ucraniano, o hasta qué punto una victoria republicana en el Congreso de EEUU, en las legislativas de noviembre, pondría freno a parte de los planes de ayuda que compensan esa destrucción. Pero, para Rusia, el bloqueo es arma de negociación. Del grano ucraniano depende la manutención de 44 millones de personas en el planeta, la mayoría en el norte de África. Moscú exige que se le quiten las sanciones a cambio de abrir un corredor marítimo que evitaría un problema global de inflación, hambruna y potenciales migraciones masivas hacia los países del norte. El precio del trigo, de momento, se ha duplicado desde comienzos de la guerra, y este es uno de los factores que suenan en los círculos llamados realistas: el precio de seguir en guerra es cada vez mayor.

Foto: Foto: EFE/EPA/Friedemann Vogel.
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¿Qué podemos esperar en el medio plazo?

Pese a que Rusia avanza, aunque lentamente, en el Donbás, sus problemas estructurales continúan. El escaso entrenamiento de la mayoría de sus tropas, la baja moral, la estrecha capacidad de maniobra del cuerpo de suboficiales, la incapacidad de refrescar efectivos dada la ausencia de una ley marcial y el acceso a unos arsenales vastos pero avejentados podrían lastrar sus esfuerzos.

Del lado ucraniano también se percibe el desgaste. Algunos batallones se sienten indefensos frente a la artillería rusa, necesitan armas, y el propio presidente del país, Volodímir Zelenski, reconoce que en el Donbás mueren entre 60 y 100 soldados ucranianos al día. Números a todas luces elevados y que pueden drenar la moral de las tropas. El despacho al frente de los miembros de milicias locales, que carecen, en su mayoría, del entrenamiento necesario, también indicaría problemas.

Por estas y otras razones, un escenario posible, como ha apuntado el general retirado y polemólogo Mick Ryan, es que el frente se estabilice y la guerra se estanque. Ninguna de las dos partes tendría la fuerza suficiente para derrotar a la otra, ni para llegar al umbral deseado en el que negociar. En este sentido, los disparos y las bombas sonarían en Ucrania durante mucho tiempo, como lo han hecho en conflictos como el de Siria. La esperanza de los idealistas es que Ucrania pueda recibir más armas modernas y usarlas para echar a los rusos de las provincias ocupadas, que suman un 20% del territorio del país.

Foto: Tropas prorrusas, en Donetsk. (Reuters/Alexander Ermochenko)

¿Qué quiere, después de todo, Vladímir Putin?

De la misma forma que siguen saliendo libros sobre la crisis de los misiles, la Primera Guerra Mundial o la Peste Negra, los historiadores del futuro nos ayudarán a comprender qué llevó a Vladímir Putin a invadir Ucrania. Hasta entonces, solo podemos barajar hipótesis urgentes y defectuosas.

Los motivos que más se esgrimen suelen ser tres. El primero, de corte emocional: Rusia no entiende su modelo estatal sin Ucrania. Ambos países, junto con Bielorrusia, comparten raíces en el reino medieval de la Rus de Kiev. Un reino que los sucesivos gobernantes rusos, fuera cual fuera su ideología, han tratado de restablecer o de mantener. Dejar que Ucrania se marche a otros lares, por ejemplo a los lares del parlamentarismo europeo, es una decisión contranatura para el chovinismo ruso. Una violación de la sagrada unidad espiritual de los eslavos orientales.

Esta explicación esotérica está muy presente en la retórica y los rituales del putinismo. Su destilación más pura se puede leer en los últimos discursos de Vladímir Putin. El presidente ruso ha dejado claro que no considera a Ucrania un país, ni a los ucranianos un pueblo propio. Su invasión del 24 de febrero se habría lanzado, simplemente, para restablecer la percibida integridad territorial de Rusia.

El segundo motivo es de corte personal. Dado el secretismo que envuelve el ejercicio del poder en Rusia, especular sobre la salud y las ansiedades de sus líderes siempre ha sido un deporte más cercano a la ficción que a la ciencia política. Y en estas estamos más que nunca: en tratar de dilucidar hasta qué punto el presidente ruso sigue siendo un actor racional o está totalmente alejado de la realidad, aislado hasta de sus asesores y, para colmo, gravemente enfermo de cáncer.

Foto: El presidente ruso, Vladímir Putin este 10 de mayo. (EFE/Mikhail Metzel)

Esta explicación barrunta a un Putin otoñal, preocupado por su legado y embebido de las teorías conspirativas que le susurra al oído Nikolai Patrushev, jefe del Consejo de Seguridad de Rusia y 'silovik' (políticos que iniciaron su carrera desde los servicios de seguridad) obsesionado con las constantes artimañas del mundo anglosajón para destruir Rusia. La ventaja de Patrushev es que escribe mucho y concede bastantes entrevistas, de manera que nos ofrece una ventana a su manera de pensar, que posiblemente sea muy parecida a la de Vladímir Putin.

El tercer motivo es geopolítico. La ampliación de la OTAN hacia las fronteras rusas, en cinco fases, habría hecho que Moscú trazase una línea cada vez más roja y brillante. Una línea que Estados Unidos habría traspasado al hacer de Ucrania un miembro 'de facto' de la OTAN, con el envío de armamento y asesores militares, y las cada vez más señales de apoyo a Ucrania. Todas ellas levantadas sobre aquella promesa de la cumbre de Bucarest de 2008, cuando se anunció, pese a las protestas de Francia y Alemania, que Ucrania y Georgia serían, algún día, miembros de la OTAN.

Los realistas dicen que esta es la razón última de la invasión. La temeridad de seducir a Ucrania en las narices de Rusia, de invitarla, aunque no del todo, al seno de las instituciones occidentales, para luego dejarla prácticamente a su suerte frente a las tropas rusas. El 'narcisismo estratégico' de no respetar los espacios ajenos, no desde un punto de vista moral, porque Ucrania es un país libre y soberano, sino desde el punto de vista de cómo opera el poder, de la 'profundidad estratégica' que Rusia requiere en sus fronteras, y haber acabado invitando a la catátrofe.

Foto: Lincoln Mitchell. (Universidad de Columbia)

Los idealistas, en cambio, argumentan que la agresión rusa no tiene nada que ver con la OTAN. Numerosos académicos llevan prediciendo el conflicto desde 1993, mucho antes de que la OTAN llegase a Polonia o a los países bálticos. La Alianza Atlántica solo sería una excusa para dar rienda suelta a los instintos de un país que, a diferencia de Reino Unido o de la propia España, todavía no se ha resignado a aceptar que ya no es un imperio, y está desatando sus frustraciones en la carne de sus vecinos inocentes, que solo han tratado de prepararse para el impacto.

La intención final de Vladímir Putin sería múltiple. Primero, erradicar o hacer inviable, en la medida de lo posible, la nación ucraniana, tal y como esboza en sus discursos y tal y como recuerdan a diario sus propagandistas televisivos con un lenguaje cada vez más evocador del genocidio. Segundo, asegurarse de que a nadie se le vuelve a ocurrir cortejar a Ucrania. Y tercero, reequilibrar sus prioridades estratégicas: depender menos de Occidente y ejercer de poder bisagra, de negociador decisivo, en la gran pelea del futuro, la que van a librar Estados Unidos y China.

La guerra más documentada de la historia ha cumplido 100 días. Si bien esta cifra no significa nada, su carácter magnético sirve de excusa para hacer una pausa y tratar de ubicar el curso de la invasión rusa de Ucrania: sus números, sus tendencias y su posible evolución. Dado que ninguna crónica, gráfico o análisis son capaces de disipar totalmente la neblina de la guerra, lo que viene a continuación es un repaso forzosamente frágil e incompleto. Aun así, hay siete vectores a los que tenemos que prestar atención. Empezaremos por el curso de los combates en el este de Ucrania y acabaremos por la parte más misteriosa de todas: las razones por las que Vladímir Putin lanzó su invasión un aciago 24 de febrero y qué pretendía ganar con ello.

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