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Por qué hay que seguir hablando de Putin
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Por qué hay que seguir hablando de Putin

Uno de los mayores kremlinólogos de Occidente, Mark Galeotti, publica dos de sus libros en español en la editorial Capitán Swing. Así ha cambiado Putin desde la invasión de Ucrania

Foto: El presidente ruso, Vladímir Putin. (EFE/Sergey Guneev)
El presidente ruso, Vladímir Putin. (EFE/Sergey Guneev)

Personalmente, lo que de verdad me convenció de que estamos ante un Putin distinto fue el cambio de plano. El 21 de febrero de 2022 se nos brindó la oportunidad de presenciar una sesión televisada del Consejo de Seguridad, una reunión de los más poderosos mandamases de la corte de Putin. Por una vez se retransmitía en directo, y Putin en persona la presidía entronizado detrás de una mesa de despacho, lejos de sus jefes de espías, ministros y asesores, que ocupaban varias hileras de asientos separados, como niños díscolos frente al director del colegio.

En teoría, la reunión era una ocasión para informar al presidente sobre el conflicto cada vez más enconado que enfrentaba a Rusia con Ucrania. En la práctica, fue una demostración de poder simbólico y un ejercicio de incriminación colectiva. Lo que se esperaba de ellos era que uno tras otro repitiesen las opiniones de Putin y apoyasen sus políticas. Ninguna desviación del guion sería aceptable. El ministro de Asuntos Exteriores, Lavrov intentó evitar apoyar de manera directa la línea oficial; Putin le presionó hasta conseguir que lo hiciera. Kozak, el negociador principal, quiso expresar su propio punto de vista; Putin le cortó. El primer ministro Mishustin quiso hablar de la economía; Putin, con ostensible expresión de aburrimiento, se dedicó a juguetear con su estilográfica.

Foto: El profesor Mark Galeotti, en la Plaza Roja de Moscú. (Foto cedida)

En cambio, cuando el director del Servicio de Inteligencia Exterior Narishkin se aturulló, Putin se apresuró a aprovechar la oportunidad para interrumpirle, reconvenirle e intimidarle. La cámara enfocó un instante su cara y se pudo ver su sonrisa sarcástica mientras humillaba con indisimulada satisfacción a un hombre que ha sido uno de sus más leales soldados en todo momento. El ejercicio del poder se había convertido en un fin en sí mismo, y el zar ya no necesitaba consejos de sus subordinados, sino solo inquebrantable obediencia.

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Sin embargo, Putin tal vez tendría que haber prestado más atención. Solo tres días después, envió sus fuerzas a invadir Ucrania, iniciando una guerra que movilizaría no solo a los ucranianos sino también a Occidente. En menos de dos meses de combates, Rusia habría perdido tantos hombres como la Unión Soviética en diez años de guerra en Afganistán, sufriría unas sanciones económicas sin precedentes, que parecen capaces de recortar entre un 10 y un 15 por ciento su PIB en un año, y se transformaría prácticamente en un Estado paria.

Un nuevo Vladímir

Putin parece un hombre distinto desde que se inició la pandemia del covid-19. Durante todo este tiempo ha permanecido prácticamente recluido en una burbuja de bioseguridad sin precedentes. Como norma, quienes se reunían con él tenían que pasar previamente dos semanas bajo custodia en unas dependencias gubernamentales y, aun así, luego solo podían llegar hasta el monarca a través de un pasillo fumigado con espray antibacteriano y alumbrado con luz ultravioleta. Su círculo de contactos se redujo a la mínima expresión: prácticamente dejó de desplazarse dentro de su propio país, y hasta sus aliados más próximos lo veían a menudo solo a través de una pantalla.

A resultas de todo ello, o bien por la edad, o tal vez incluso, como han especulado algunos, debido a alguna enfermedad grave que no quiere revelar, parece haberse convertido en una persona bastante distinta, un hombre temerario y con prisa. Una mirada más atenta indica, no obstante, que más bien —como tantos autócratas envejecidos— con el tiempo ha empezado a parecer cada vez más una caricatura de lo que era.

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Su invasión, pese a haber estado acumulando fuerzas con ese objetivo durante casi todo un año, no estaba bien planificada y la mayoría de sus comandantes y ministros tuvieron noticia de ella en el último minuto. El yudoca antepuso el sigilo y la inspiración del momento a una estrategia cuidadosamente estructurada. Además, no se trata de una guerra al estilo de las que los generales rusos están acostumbrados a planificar y preparados para combatir, sino más bien una 'spetsoperatsiya', una operación especial como las que suelen llevar a cabo los servicios de inteligencia. Al parecer, Putin estaba sinceramente convencido de que el riesgo era nulo. El presidente, convertido en historiador aficionado, llevaba un tiempo escribiendo artículos basados en investigaciones poco sólidas y ensamblados a partir de un batiburrillo de incidentes y crónicas especialmente seleccionados con el fin de afirmar que Ucrania no es un verdadero país, sino poco más que una parte semidesgajada de Rusia.

A su modo de ver, de ello parecían desprenderse dos cosas. Primero, que su deseo de abandonar la esfera de influencia rusa convertía a los ucranianos no solo en enemigos, sino también en traidores; y Putin considera que a los traidores hay que cortarles siempre las alas de manera rápida y decidida. Y en segundo lugar, que sería fácil hacerles volver al redil. Ese falso pueblo de un falso Estado prácticamente no opondría resistencia. Por eso lanzó la 'spetsoperatsiya', dando por sentado que con ella no iniciaba una larga guerra, sino que solo se trataba de imponer un rápido y sencillo cambio de régimen.

Foto: Convoy de tanques rusos en Mariúpol. (Reuters/Alexander Ermochenko)

Cabe suponer que Putin concibió esta operación como la culminación de su carrera. Con el dictador bielorruso Alexander Lukashenko ya dependiente de Rusia para seguir sobreviviendo políticamente, la imposición de un régimen "amigo" en Ucrania volvería a situar en la práctica las tierras de los 'rus’ [antiguos pobladores eslavos considerados por los modernos rusos, los bielorrusos y los ucranianos como los antecesores de sus propios pueblos] bajo el control de Moscú, no en forma de una URSS 2.0, ni siquiera de un imperio ruso redivivo, sino en el marco de una fusión más profunda de quienes Putin considera que efectivamente son un solo pueblo. Este sería el legado histórico decisivo que ha anhelado durante tanto tiempo; incluso podría significar un triunfo suficientemente importante como para inducirle a plantearse dejar la presidencia.

Nadie se atreve con él

Obviamente, estaba total y desastrosamente equivocado. Los ucranianos han combatido con imaginación y firmeza. La estrategia de la invasión rusa, basada en los falsos supuestos de Putin, se está saldando con enormes pérdidas. Mientras escribo estas líneas, nada permite prever que sus fuerzas puedan lograr algo más que conservar el disputado rincón suroriental de Ucrania, y, mientras tanto, las sanciones occidentales están causando más daño del que nadie esperaba.

Putin se equivocó no porque haya perdido el juicio, sino porque se le permitió tomar decisiones aparentemente racionales sobre la base de múltiples errores de apreciación fundamentales con respecto a la situación real. ¿Nadie pudo decirle que estaba equivocado? ¿Nadie pudo advertirle de los riesgos que corría? Parece ser que no. Se había rodeado de subordinados sumisos, halcones como él y aduladores ambiciosos que competían entre ellos por la oportunidad de decirle no lo que necesitaba escuchar, sino lo que quería oír. Muchos debían de saber que el jefe se estaba haciendo una idea equivocada sobre Ucrania, pero, teniendo en cuenta que estaba en juego algo en lo que él creía apasionadamente, ¿quién estaría dispuesto a decírselo y poner en riesgo sus contactos, sus privilegios, su posición?

Foto: Tropas prorrusas en la región de Donetsk. En el tanque, se leer "Rusia". (Reuters/Alexander Ermochenko)

Putin no puede culpar a nadie más que a sí mismo. De hecho, en el momento de escribir esta coda, todavía no parece haber aprendido la lección. Un subdirector del Servicio Federal de Seguridad ha sido detenido, supuestamente por "engañar" al presidente; pero ¿qué otra cosa podía hacer? Mientras tanto, cuando Elvira Nabiúlina, la muy capaz gobernadora del Banco Central, le dijo sin rodeos al presidente que la economía se estaba "yendo al garete" como resultado de la invasión, Putin se limitó a dar por terminada la conversación. El zar sigue negándose a escuchar malas noticias.

Pero todo ciudadano ruso tendrá que pagar un coste. En el contexto actual, cada vez parece menos probable que Putin sienta que ya puede dejar la presidencia. Todos los progresos reales —económicos, sociales, políticos incluso— conseguidos en sus primeros mandatos se están malogrando, sacrificados en el altar de su guerra. En muchos aspectos, está devolviendo a Rusia a los años setenta, a los tiempos de la guerra fría, con un dirigente cada vez más envejecido al frente de una economía en decadencia y una población cada vez más insatisfecha controlada a fuerza de propaganda y represión. Del mismo modo que el sistema soviético, entonces ya moribundo, todavía tardó otra década en llegar realmente a su fin, también es muy posible que el sistema de Putin sobreviva mientras él mismo permanezca en el Kremlin. Sin embargo, también está moribundo, con su capacidad creativa agotada, y todas sus contradicciones y disfunciones proliferan haciendo metástasis, como un cáncer.

Incluso cuando él ya no esté seguirá siendo necesario hablar de Putin, aunque solo sea durante un tiempo. Su caso servirá de advertencia para los rusos y también para Occidente, mientras unos y otros meditamos cómo podemos evitar repetir los mismos pasos que llevaron a ese hombrecillo gris al poder. Putin acabará relegado a los libros de historia, si bien no en los términos deslumbrantes y gloriosos que siempre soñó.

*Mark Galeotti es director de la consultora Mayak Intelligence y profesor honorario de University College London. La editorial Capitán Swing publica dos de sus libros más recientes: 'Una historia breve de Rusia' y 'Tenemos que hablar de Putin', título del que se ha extraído este texto.

Personalmente, lo que de verdad me convenció de que estamos ante un Putin distinto fue el cambio de plano. El 21 de febrero de 2022 se nos brindó la oportunidad de presenciar una sesión televisada del Consejo de Seguridad, una reunión de los más poderosos mandamases de la corte de Putin. Por una vez se retransmitía en directo, y Putin en persona la presidía entronizado detrás de una mesa de despacho, lejos de sus jefes de espías, ministros y asesores, que ocupaban varias hileras de asientos separados, como niños díscolos frente al director del colegio.

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