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¿Debe EEUU negociar con Rusia? El retorno del 'realismo político' en Ucrania
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Y renunciar a la victoria ucraniana

¿Debe EEUU negociar con Rusia? El retorno del 'realismo político' en Ucrania

Las voces que abogan por no humillar a Putin se abren paso tres meses después del comienzo de la invasión. Pero Ucrania se niega a renunciar a la victoria

Foto: El presidente de Rusia, Vladímir Putin, y el de Estados Unidos, Joe Biden, en la cumbre entre EEUU y Rusia de junio de 2021 en Ginebra, Suiza. (Getty/Peter Klaunzer)
El presidente de Rusia, Vladímir Putin, y el de Estados Unidos, Joe Biden, en la cumbre entre EEUU y Rusia de junio de 2021 en Ginebra, Suiza. (Getty/Peter Klaunzer)
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Estaban agazapados en las esquinas del debate, concediendo entrevistas que luego eran vilipendiadas y murmurando soluciones pragmáticas que nadie quería escuchar, porque sonaban a derrota. O peor, a 'apaciguamiento'. La palabra maldita de las relaciones internacionales. Pero, tres meses después del comienzo de la invasión rusa de Ucrania, los llamados pensadores 'realistas', aquellos que perciben las relaciones entre Estados como un frío juego de poder y cálculos estratégicos, están ganando visibilidad, y hasta se han colado en los círculos más biempensantes.

El brazo mediático del liberalismo estadounidense, 'The New York Times', ha sugerido a la Administración Biden que eche un poco el freno en Ucrania y que, de alguna manera, prepare el terreno para negociar la paz con Vladímir Putin. Algo que requeriría, según las palabras del consejo editorial del diario, que los ucranianos tomasen “decisiones difíciles”. Como, por ejemplo, ceder territorio al invasor. Una propuesta que encaja con los postulados realistas, y que ha sido considerada por el Gobierno ucraniano como una mezquina traición a su lucha existencial contra Rusia.

Foto: Tropas prorrusas en la región de Donetsk. En el tanque, se leer "Rusia". (Reuters/Alexander Ermochenko)

“Está muy bien sentarse en algún lugar, en una oficina caldeada, beber café y debatir soluciones a problemas globales”, respondió Mijailo Podolyak, consejero del presidente Volodímir Zelenski, en una entrevista. “¿Quizá la persona que escribe ‘concedamos algún territorio a Rusia’ puede pasarse por aquí y hablar con las familias cuyos miembros fueron asesinados o violados? ¿No? ¿Qué te lo impide, 'New York Times'? Bébete aquí tu café, relájate en Bucha, y habla con esa gente”.

Pocos días después, un viejo halcón de 98 años, el exsecretario de Estado Henry Kissinger, dijo algo similar al mensaje del NYT: que humillar a Putin, aunque sea tentador, podría empeorarlo todo. Para Ucrania, porque sería destruida. Y para toda Europa, porque se vería posiblemente arrastrada a una conflagración de difícil salida. “Las negociaciones necesitan comenzar en los próximos dos meses, antes de que [la guerra] cree trastornos y tensiones que no serán superados fácilmente”, dijo el polémico estadista en el Foro de Davos. Una manera amarga de facilitar la paz, añadió, es que Ucrania reconozca la anexión rusa de algunos de sus territorios.

'Realpolitik' en Ucrania

La teoría realista, aunque se haya cuestionado la idoneidad de la etiqueta, cree que el comportamiento de los Estados-nación se basa en la competencia y se rige por las reglas inalterables de la geopolítica. Cosas como las defensas naturales, la proyección al mar o el control de algún recurso estratégico serían las que dominan las decisiones de los gobernantes de un país, sea cual sea su ideología o color político.

En el caso de Rusia, sus líderes siempre habrían estado preocupados por la 'profundidad estratégica' en su flanco occidental. La razón es simple: casi el 80% de la población rusa, sus principales ciudades y centros de poder, su tejido económico e industrial, etcétera, están concentrados en las regiones europeas del país. Al oeste de los Montes Urales. Además, este flanco es una gran llanura que conecta con Centroeuropa. No tiene defensas naturales. Si un nuevo Napoleón, o Hitler, o Carlos XII de Suecia, decide invadir Rusia, solo tiene por delante una inmensa planicie. De ahí la importancia geoestratégica de controlar Bielorrusia y Ucrania, o, por lo menos, de garantizar que sigan en la órbita de influencia moscovita y no occidental.

No es el único factor. Existen otros, como la historia, la ideología o el sentimentalismo. Ucrania es un ejemplo claro. Lo que Rusia experimenta con ella es una relación de posesión tóxica y destructiva. Pero los realistas sospechan que, debajo del folclore chovinista de los últimos discursos de Vladímir Putin, están las leyes inquebrantables de la geopolítica. Los Estados simplemente pergeñan excusas y narrativas para hacer valer lo que consideran sus intereses estratégicos.

Foto: Cartel de la película 'Granit'.

De esta manera, un Estado solo invoca razones morales cuando estas coinciden con sus intereses. Si hay un conflicto entre moral e intereses, siempre ganan los segundos. Los realistas, para probar este punto, recurren al relativismo. En este caso, Estados Unidos defiende la soberanía de Ucrania, lo cual está alineado con el derecho internacional de manera clara e inequívoca. Pero no por la bondad de su corazón y de sus flamantes principios, sino porque le interesa tener a un aliado en la puerta delantera de un adversario, que es Rusia. Si mañana México firmase un acuerdo militar con China, para lo cual tiene todo el derecho del mundo, la actitud de la Casa Blanca, probablemente, cobraría un cariz muy distinto.

Los realistas tienen una visión desangelada del mundo: en lugar de buscar la mejor solución, la mayoría de las veces, sobre todo si no somos Estados grandes y poderosos, estamos condenados a buscar la solución menos mala. Mejor sufrir un poco ahora y ahorrarnos terribles tormentos en el futuro, que soñar con la mejor solución posible y acabar cayendo, ingenuamente, en esos tormentos.

Foto: Convoy de tanques rusos en Mariúpol. (Reuters/Alexander Ermochenko)

En el año 1994, por ejemplo, se firmó el Memorándum de Budapest, un tratado internacional por el que Ucrania se deshizo de su arsenal nuclear soviético a cambio de que Estados Unidos, Reino Unido y Rusia se comprometiesen a garantizar, para siempre, la integridad de las fronteras ucranianas. Fue un tratado idealista: se basaba en la paz y en la confianza mutua. En postulados morales.

En medio de las grandes palabras y las grandes intenciones, se escuchó una voz dura, realista, recalcitrante. El politólogo John Mearsheimer, de la Universidad de Chicago, advirtió de que el Memorándum de Budapest era un tratado peligroso y estúpido. Las leyes de la geopolítica sugerían que, algún día, Rusia volvería a intentar controlar Ucrania. Así que Ucrania haría mucho mejor en quedarse con su arsenal nuclear.

Las lúgubres advertencias de Mearsheimer fueron ignoradas. Era 1994. La Unión Soviética había caído y la democracia representativa y el mercado se extendían por el mundo. Hasta se hablaba del 'fin de la historia'. Era el momento de buscar la concordia y el desarme nuclear, y las advertencias de un politólogo trasnochado sonaban a Historia Antigua. Estados Unidos y Rusia incluso eran amigos. Exactamente 20 años después del Memorándum, Vladímir Putin se anexionó ilegalmente Crimea. Meirsheimer tenía razón. El idealismo acabó siendo barrido por las leyes de la geopolítica. Unas leyes que, para Rusia, por mucho que nos escandalice y nos repugne, siempre han dictado el control de Ucrania.

Foto: Un tanque ruso, en las afueras de Járkov. (EFE/Sergey Kozlov)

Una de las causas últimas de la actual invasión a gran escala, según Mearsheimer, Stephen Walt y otros pensadores realistas, es el gradual acercamiento de Ucrania a las estructuras de la OTAN: las promesas de ingreso, los acuerdos de colaboración, los instructores, las armas, los discursos, las visitas de Estado. La línea roja rusa siempre estuvo ahí, clara y brillante. Pero Washington y Ucrania apostaron por ignorarla. Eligieron el idealismo: el derecho inequívoco de Ucrania a ejercer su soberanía de la manera que le pareciera, como cualquier otro Estado. Una aspiración legal, legítima e incuestionable. Salvo para el vecino del este.

El idealismo, con Zelenski

Las críticas a la doctrina realista, naturalmente, son múltiples. Sus postulados tienden a ningunear el derecho internacional y la agencia de los Estados pequeños, allanando el camino a justificar lo injustificable. Hay proyectos que parecen florecer en contra de estas leyes geopolíticas. La Unión Europea es uno de ellos. Siglos de guerras interminables fueron reemplazados por el comercio, el consenso e incluso la solidaridad. El determinismo es cuestionable. Los Estados, como las personas, aprenden, y un demoníaco Tercer Reich puede convertirse en la pacifista Alemania.

Ahora, pasados tres meses de horror y fervor y con la invasión de Ucrania entrando posiblemente en una fase de estancamiento, las posturas realistas, que dominaron la Guerra Fría, se asoman con algo más de insistencia. Incluso se adivinan en las palabras de algunos altos funcionarios de Estados Unidos, cuando alertan sobre el posible uso de armas de destrucción masiva por parte de Rusia: una amenaza lejana, pero que la Administración Biden siempre tiene en el radar.

Foto: El capitán Chaika en Saltivka, un barrio de Járkov. (KAP)

Los pensadores del otro grupo, que podemos llamar idealistas, dado que priorizan la moral frente a los juegos de poder, advierten contra la tentación reflejada en el editorial del 'New York Times': la de una paz rápida al precio que sea. Según la autora Anne Applebaum, las esperanzas de negociar con Vladímir Putin están basadas en suposiciones erróneas. La primera, que Putin quiere detener la guerra. No hay pruebas de esto. El historial ruso, de hecho, demuestra lo contrario, que los desastres iniciales suelen llevar a redoblar esfuerzos, no a la retirada. La segunda, que Putin cumplirá su palabra. Una rápida vista atrás prueba que no se puede confiar en alguien que lanzó una invasión para sorpresa, incluso, de sus propios soldados. Y la tercera, ningún Gobierno ucraniano puede cambiar territorios por paz. Es un anatema. Algo que nadie quiere ni toleraría. Un suicidio político inmediato.

Incluso si Volodímir Zelenski decidiera hacerse el harakiri y pasar a la historia como el cobarde capitulador que entregó un pedazo de Ucrania a Rusia, estaría por ver si los ucranianos aceptarían pacíficamente una ocupación de Jersón o de Berdiánsk. Sus conciudadanos serían abandonados, probablemente, al tormento y a la muerte. Mariúpol, Bucha y otros oprobios han quedado ya inscritos en la historia ucraniana. Realismo e idealismo pugnan, pero los ucranianos siguen en primera línea.

Estaban agazapados en las esquinas del debate, concediendo entrevistas que luego eran vilipendiadas y murmurando soluciones pragmáticas que nadie quería escuchar, porque sonaban a derrota. O peor, a 'apaciguamiento'. La palabra maldita de las relaciones internacionales. Pero, tres meses después del comienzo de la invasión rusa de Ucrania, los llamados pensadores 'realistas', aquellos que perciben las relaciones entre Estados como un frío juego de poder y cálculos estratégicos, están ganando visibilidad, y hasta se han colado en los círculos más biempensantes.

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