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9 de mayo: Putin vuelve a sorprender, pero su máscara de 'gran estratega' ya se cayó en Ucrania
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la resaca del día de la victoria

9 de mayo: Putin vuelve a sorprender, pero su máscara de 'gran estratega' ya se cayó en Ucrania

En el Día de la Victoria, Putin no ha hecho ningún anuncio: es un especialista en mantenernos a todos muy atentos. Pero con Ucrania, ha pasado de gran estratega a humo

Foto: El presidente ruso, Vladímir Putin, en el Día de la Victoria. (Reuters/Maxim Shemetov)
El presidente ruso, Vladímir Putin, en el Día de la Victoria. (Reuters/Maxim Shemetov)
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Una de las cosas que más sorprenden de Vladímir Putin es su forma de caminar. Mientras el brazo izquierdo se balancea como el de cualquier otra persona, el derecho se mantiene estirado, casi rígido y pegado a la cadera. Como si tuviera una especie de parálisis. La razón más probable, según una investigación del 'British Medical Journal', es que se trata de un hábito adquirido en el KGB. Los manuales de la policía secreta soviética especificaban que el oficial ha de tener el brazo derecho siempre junto a la cadera; es decir, junto a la pistola. En otras palabras: Vladímir Putin camina así porque siempre está listo para desenfundar el arma.

Y esta ha sido, también, su filosofía a la hora de proyectar la fuerza de Rusia. Un amago tras otro, amenazas veladas, flexión de músculos, guerra híbrida. Pese a su fama de jugador agresivo que asume riesgos y a la horrenda tragedia que ha desatado en Ucrania, el presidente ruso siempre se ha centrado más en la guerra psicológica que en la guerra física, hasta el punto de acrecentar su imagen en nuestra percepción: Putin, el hombre fuerte. Putin, el gran estratega. Putin, el comandante en jefe del segundo ejército más poderoso del planeta. Etcétera.

Eso es lo que ha hecho el 9 de mayo: mantener a todo el mundo en vilo como si fuera a desenfundar alguno de los dos anuncios que se esperaban, ya fuera la declaración de la guerra contra Ucrania —hasta ahora se trata solo de una 'operación militar especial'— y, por tanto, la opción de la movilización general, o la proclamación de la victoria tras la conquista de Mariúpol y el corredor terrestre desde Crimea al Donbás. Una vez más, Putin ha demostrado su talento para mantener al mundo pendiente de sus movimientos. Lo ha hecho siempre: con una cultivada imagen de gran estratega en estos últimos 20 años que, sin embargo, en apenas unos días se ha terminado demostrando que tiene mucho de humo.

Hasta hace poco menos de dos meses, su 'modus operandi' en Ucrania siempre había sido, en la medida de lo posible, encubierto. Aquellos soldados enmascarados que conquistaron Crimea y rodearon las bases militares ucranianas resultaban ser, a decir de Putin, vecinos que se habían tomado la justicia por su mano. De dónde habían sacado sus chalecos tácticos Smersh, sus metralletas PKP Pecheneg y otros modernos aparejos militares de las fuerzas especiales rusas, era un misterio. Cuando Rusia desplegó soldados en el Donbás, tampoco lo reconoció. A lo máximo que llegó Putin es a decir que allí solo había 'consejeros' rusos. Ni siquiera a la hora de invadir Ucrania se ha declarado la guerra. Los bombardeos masivos de ciudades, la destrucción de hospitales y colegios y vías de tren, y los combates en el norte, el este y el sur seguirían siendo, en su narrativa, parte de una limitada operación quirúrgica rusa.

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Moscú también ha cuidado con esmero la imagen de sus fuerzas armadas. Los desfiles de la victoria en la Plaza Roja muestran desde hace años lo más granado de las armas rusas en el cielo y en la tierra. Cada vez que los rusos probaban un misil hipersónico, el mundo tomaba nota. Sus cohetes Sarmat, sus tanques T-90 y sus lanzamisiles BM-30 Smerch con munición fragmentaria, capaz de destrozar de una tirada una extensión comparable a 150 campos de fútbol, eran motivo de preocupación y murmullos sobre el renacer militar de Rusia. También se especulaba con que los ciberataques rusos, que han probado países como Estados Unidos o, más directamente, Estonia, serían una parte clave de la actual agresión.

Las acciones del Kremlin sobre el terreno, además, están apoyadas, manipuladas u ocultadas por una maquinaria propagandística sin parangón en el mundo. Rusia gasta anualmente cerca de 2.800 millones de dólares en sus medios estatales. Solo RT, la televisión en cinco idiomas que ofrece un argumentario distinto según el idioma y país en el que opere, dice sumar una audiencia de 800 millones de personas. Un conglomerado de la desinformación que estimula los prejuicios y las nostalgias, y contribuye a la imagen de Rusia como una potencia a la par de Estados Unidos.

Foto: Un soldado ucraniano en un supermercado en Kramatorsk, Donetsk. (Reuters, Jorge Silva)

Por estas razones, entre otras, la mayoría de análisis militares previos a la invasión a gran escala de Ucrania predecía una rápida victoria de Rusia. Incluso la Inteligencia estadounidense, que tan acertada fue en muchas de sus profecías, pensaba que los rusos tomarían Kiev con relativa facilidad y aconsejaron al presidente del país, Volodímir Zelenski, que se marchase a Lviv. Términos como “abrazo del oso” se escuchaban a diario en el pasado invierno con referencia a la posible ofensiva rusa.

El gran gatillazo

Sin embargo, ese brazo derecho estirado y cercano a la cadera, siempre dispuesto a desenfundar, acabó disparando. Y con el pistoletazo, 20 años de cuidada propaganda de la fuerza, como apuntó el analista Mark Galeotti en Times Radio, se vinieron abajo en apenas unos días. Los soldados rusos demostraron estar desmoralizados y mal coordinados; sus convoyes parecían filas de patitos ante los francotiradores, los drones y los Javelin ucranianos. Sobre el terreno se desplegaron viejos sistemas de artillería soviéticos cargados manualmente y camiones con ruedas gastadas fabricadas en los años ochenta. Un número inaudito de generales rusos ha perecido en combate y proliferan las noticias de soldados que se niegan a obedecer órdenes.

Foto: Un soldado sostiene una cruz cerca de Járkov. (EPA)

Moscú ha reducido sus ambiciones: de matar a Zelenski y colocar un Gobierno títere, apoyado por millones de ucranianos prorrusos imaginarios, pasó a conformarse con anexionarse el Donbás y el sur. Y ahora, en el Donbás, las dificultades logísticas, tácticas y de moral siguen siendo aparentemente las mismas. Los invasores han avanzado algunos kilómetros hacia la mitad de la cuenca minera, pero los ucranianos los están expulsando de la región de Járkiv, en el noreste.

En pocas semanas, de repente, hemos descubierto que Rusia era un gigante con pies de barro, y vienen a la memoria otras cifras, otros aspectos: que la economía rusa es más pequeña que la de Italia, que sus ingresos dependen de los vaivenes energéticos, que no tiene ninguna ventaja tecnológica en particular ni casi ningún poder blando, que solo tiene dos puertos de aguas calientes que puede usar todo el año, y ambos están en el extranjero, y que su crisis demográfica amenaza el paquete completo.

Los riesgos de darlo por muerto

Habiéndose caído la máscara de profesionalidad y de competencia en la que tanto había invertido Vladímir Putin, sin embargo, corremos el riesgo de quedar atrapados en la burbuja contraria: en la idea de que el Ejército ruso es un organismo incompetente sin remedio, que sigue padeciendo las lacras soviéticas de corrupción y autoritarismo y que está condenado a morder el polvo en Ucrania.

“Los comandantes rusos rara vez delegan la autoridad operacional en sus subordinados, que, a su vez, no ganan experiencia vital de liderazgo”, tuiteaba el Ministerio de Defensa británico en uno de sus hilos sobre el curso de la campaña. Poco después, sin embargo, le replicaba Konrad Muzyka, director de la consultora de defensa independiente Rochan y uno de los observadores más perceptivos de esta guerra: “No tanto. Desde 2019 se ha hecho mucho para forzar a los comandantes de compañía y batallón para mostrar liderazgo y ‘flexibilidad táctica’ en el campo de batalla. Este ha sido probablemente uno de los más grandes avances con respecto al pensamiento soviético, a nivel táctico, desde el final de la Guerra Fría”.

Foto: Militares rusas ensayan para el desfile del Día de la Victoria en la Plaza Roja de Moscú. (EFE/Maxim Shipenkov)

Uno de los análisis más comunes es que la culpa de la mala actuación rusa no es del Ejército en sí, sino de la manera en que Putin planeó la invasión: con mala información por parte de sus servicios de Inteligencia y con un despliegue insuficiente para controlar aunque sea la mitad de un país tan grande como Ucrania. El secretismo de la operación hizo que los soldados y comandantes fueran a luchar prácticamente a ciegas a un país que, pese a los últimos años de conflicto y propaganda, había sido tradicionalmente percibido como un hermano. Tampoco la opinión pública rusa, ni siquiera la gente cercana al poder, había sido preparada para la decisión fatal.

Pese a todo, el arqueólogo e historiador militar Ian Morris decía en una reciente entrevista en El Confidencial que el triunfalismo frente a Rusia es algo “ridículo”, y que esta guerra le recordaba mucho a la invasión soviética de Finlandia, en 1939. Los valientes nórdicos presentaron una férrea resistencia. Se desempeñaron mucho mejor en el campo de batalla, conocían su terreno y eran más creativos y originales a la hora de combatir. Los invasores fueron repelidos una y otra vez. Aun así, seguían atando. Como resultado, por cada muerto finlandés hubo cinco muertos soviéticos. Pero los soviéticos, a la larga, se llevaron lo que querían: el 9% de Finlandia. Y su neutralidad.

De momento, la ausencia de anuncios por parte de Putin en su discurso del Día de la Victoria puede significar dos cosas: una, que a Rusia le interesa que las cosas sigan como están, con una aparente guerra de desgaste tomando forma en el este, y la costa del mar de Azov y la del mar Negro conquistadas en gran medida por Rusia, y otra, que Putin nos ha vuelto a sorprender. No ha hecho ninguna declaración dramática sobre la operación. Ha vuelto a amagar con que echaba la mano a la pistola.

Una de las cosas que más sorprenden de Vladímir Putin es su forma de caminar. Mientras el brazo izquierdo se balancea como el de cualquier otra persona, el derecho se mantiene estirado, casi rígido y pegado a la cadera. Como si tuviera una especie de parálisis. La razón más probable, según una investigación del 'British Medical Journal', es que se trata de un hábito adquirido en el KGB. Los manuales de la policía secreta soviética especificaban que el oficial ha de tener el brazo derecho siempre junto a la cadera; es decir, junto a la pistola. En otras palabras: Vladímir Putin camina así porque siempre está listo para desenfundar el arma.

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