La decisión inexplicable de Rusia: mantener el rumbo en una guerra que no puede ganar
Putin, quizá porque no es consciente de la magnitud del desastre, o bien porque espera algún golpe de suerte que revierta la situación, ha preferido dejar las cosas como están, al menos por ahora
De todas las posibilidades que tenía sobre la mesa en este 9 de mayo, Vladímir Putin ha optado por la más inexplicable: no hacer nada. El presidente ruso podría haber declarado algún tipo de victoria cosmética que le permitiese iniciar una desescalada, o bien decretado una movilización general que dotase a las fuerzas armadas rusas de recursos adicionales con los que prolongar el conflicto. En lugar de eso, se ha limitado a repetir los mismos elementos retóricos que en todos estos meses, sin anunciar ningún cambio en la estrategia bélica rusa en Ucrania.
Asumiendo que no se trate de algún tipo de decisión táctica —y que estas decisiones acaben siendo anunciadas finalmente dentro de unos días, con tal de no hacerlo en la fecha que todo el mundo esperaba—, el líder ruso, ante dos opciones que entrañaban sus propios peligros, ha preferido mantener las cosas como están. Lo malo es que lo que hay en el horizonte es un gigantesco iceberg esperando al transatlántico ruso, por lo que mantener el mismo rumbo es una idea terrible.
Cabe alegar que en los últimos días la fuerza aérea rusa parece haber empezado a aplicar una campaña más racional, destruyendo sistemáticamente tanto los depósitos de combustible y municiones de los que el Ejército ucraniano depende para su abastecimiento como fábricas e infraestructuras clave para un rearme sostenido. A largo plazo, Rusia cuenta con muchísimos más recursos que Ucrania para sostener una guerra de larga duración, por lo que este programa de erosión tendría bastante sentido si el Kremlin aspira a derrotar a su enemigo por puro desgaste. El problema es que para eso Rusia tendría que reconocer que está librando una guerra, y transformar su economía y preparar a su sociedad en consecuencia. El 9 de mayo era la oportunidad perfecta, pero no lo ha hecho.
Lo sucedido este lunes en el palco de la Plaza Roja da la razón a aquellos observadores que sostienen que Putin tiene aversión al riesgo y solo actúa cuando está absolutamente convencido de vencer. En este caso, cabe preguntarse si el presidente ruso está recibiendo información de Inteligencia veraz o, como sospechan numerosos altos cargos europeos y estadounidenses, esta le llega convenientemente maquillada para que se ajuste a sus deseos y expectativas.
Lo que dicta el frente
Porque la realidad es que a las fuerzas armadas rusas les está yendo muy, muy mal sobre el terreno. Su fracaso es tal que algunos expertos ya han empezado a calificarlas de “ejército Potemkin”, muy impresionante a la vista, pero donde en realidad nada es lo que parece. Jan Kallberg, analista del Centro de Análisis de Política Europea, señala que la obsesión con las cifras, como el número de tropas, vehículos y equipos militares, ha llevado a todos los observadores, incluidos los occidentales, a magnificar el Ejército ruso sin tener en cuenta otras variables críticas: “Ignoramos la disciplina, el liderazgo, la coordinación, la confianza, y los efectos en las tropas y el equipamiento, el haber vivido en una cultura de corrupción y robo durante décadas. Estos factores no podían ser cuantificados y nunca entraron en el modelo”, escribe Kallberg, que añade que “no contenía variables para las tropas dirigiéndose a Bielorrusia para enviar por correo los iPads robados y otros frutos del saqueo, las ópticas que faltan en los vehículos de combate por haber sido vendidas hace tiempo en el mercado negro, o las ruedas de mala calidad compradas por una agencia corrupta de adquisición del ejército”.
“El presupuesto de defensa de Rusia, de unos 250.000 millones de dólares en poder adquisitivo, es el triple que el del Reino Unido o Francia, pero una gran parte es malgastada o robada”, afirma el semanario 'The Economist' en un reciente artículo. Los problemas logísticos en el Ejército ruso son de tal entidad que entre las tropas ucranianas circula este chiste: si un francotirador ucraniano mata a un mayor ruso, le dan una bonificación de 1.000 dólares; si mata a un coronel, la bonificación es de 3.000 dólares; si mata a un oficial de intendencia, le ponen una multa de 10.000 dólares, porque es el mejor amigo del Ejército ucraniano.
Esto es ya tan evidente que incluso algunos expertos militares rusos han comenzado a decir en directo en los canales de su país que el armamento desfasado de Rusia no puede competir con las armas proporcionadas a Ucrania por la OTAN, y que reponer los arsenales rusos no será ni rápido ni fácil. Las dificultades, de hecho, no harán sino crecer, puesto que las sanciones occidentales ya están afectando seriamente a la industria militar rusa.
El resultado de todo ello es que las cifras de bajas rusas —entre muertos y heridos— son poco claras, pero sin duda se cuentan por decenas de miles. Investigadores de fuentes abiertas han confirmado la pérdida de más de 3.500 vehículos, incluyendo más de 600 tanques (muchos de los cuales no solo no han sido destruidos, sino que han pasado a engrosar las filas enemigas), así como 121 aeronaves y nueve barcos. Cada vez existen más reportes sobre deserciones, unidades que se niegan a obedecer órdenes y una moral bajísima entre los invasores. Y el repliegue sobre el Donbás no está funcionando: el 8 de mayo, sin ir más lejos, los avances rusos fueron inexistentes, al tiempo que el Ejército ucraniano progresa en algunas localidades clave y recupera terreno incluso en áreas de la provincia de Jersón, lo que en el futuro podría abrir el camino hacia una liberación de la capital regional del mismo nombre, actualmente bajo ocupación rusa.
Es cierto que la destrucción que está sufriendo Ucrania es apabullante. Pero el pueblo ucraniano no ha elegido la guerra, y no tiene más remedio que seguir luchando para evitar su aniquilación. Rusia todavía ocupa una quinta parte del territorio ucraniano, pero las fuerzas ucranianas ya están en modo contraofensiva y, a diferencia de las rusas, cada vez están mejor pertrechadas. Entre las tropas y la población ucraniana hay rabia y tristeza, pero también espíritu de victoria. Pero Putin, quizá porque no es consciente de la magnitud del desastre, o bien porque espera algún golpe de suerte que revierta la situación, ha preferido dejar las cosas como están, al menos por ahora.
De todas las posibilidades que tenía sobre la mesa en este 9 de mayo, Vladímir Putin ha optado por la más inexplicable: no hacer nada. El presidente ruso podría haber declarado algún tipo de victoria cosmética que le permitiese iniciar una desescalada, o bien decretado una movilización general que dotase a las fuerzas armadas rusas de recursos adicionales con los que prolongar el conflicto. En lugar de eso, se ha limitado a repetir los mismos elementos retóricos que en todos estos meses, sin anunciar ningún cambio en la estrategia bélica rusa en Ucrania.
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