¿Guerra total o declaración de victoria? Cómo planea Putin celebrar el 9 de mayo
En el aniversario de la victoria soviética sobre el nazismo, Putin puede tomar dos caminos opuestos: oficializar la guerra y llamar a las armas o cantar victoria y reducir sus ofensivas en Ucrania
Las guerras tienden a desenvolverse en la niebla, como se suele decir. Más aún si las libra la enigmática Rusia. Diplomáticos europeos sospechan que ni siquiera el ministro de Exteriores ruso, Serguéi Lavrov, estaba al tanto de la decisión de invadir de Vladímir Putin. Las decenas de miles de soldados que entraron en Ucrania el 24 de febrero se enteraron cuando sus vehículos atravesaban la frontera. Hoy, una nueva fecha se perfila en el horizonte: el 9 de mayo, aniversario de la victoria soviética contra el nazismo. Putin es amigo de las efemérides y se espera que ese día anuncie alguna decisión determinante para el curso de la guerra. La cuestión es, ¿cuál? ¿Una movilización total para derrotar a Ucrania, quizá? ¿Puede que una declaración de victoria?
Antes de analizar las posibles opciones, una nota sobre la importancia de esta fecha. La identidad nacional de Rusia, un país de extensas fronteras que libra, desde hace dos siglos, una guerra cada 33 años, está construida sobre sus victorias bélicas. La derrota de Napoleón, en 1812, fue la gran inspiración de los zares rusos, de los novelistas, arquitectos y compositores de varias generaciones. Una fecha catártica para la nación, hasta que fue reemplazada por otra: 1945. A día de hoy, Rusia sigue plagada de estatuas colosales, obeliscos y llamas eternas donde los alcaldes pronuncian sus discursos y los recién casados depositan sus ramos de flores. Es la huella sagrada que dejaron los 25 millones de muertos de la Gran Guerra Patria.
Al significado natural de esta fecha se suman dos elementos: uno, que la propaganda rusa lleva ocho años aprovechándose de esta mitología para justificar su agresión a Ucrania, un país que habría caído en manos del nazismo y que los rusos habrían acudido a 'liberar'. Y dos, que a Putin le encantan los aniversarios. El 9 de mayo de 2014 lo celebró con pompa y circunstancia en la ocupada Crimea, y la invasión de Ucrania, hace poco más de dos meses, fue lanzada la noche del Día de la Patria, que se celebra el 23 de febrero. Es decir: no puede dejar pasar la oportunidad de anunciar algo grandioso el próximo lunes, en la Plaza Roja de Moscú.
Oficializar la guerra
Uno de los rumores más insistentes, y al que han dado crédito gobiernos occidentales como el británico, es que Putin declarará oficialmente la guerra a Ucrania y decretará una movilización nacional. Hay que tener en cuenta que, hasta ahora, el Gobierno ruso ha hablado de “operación militar especial”. La esperanza inicial del Kremlin, tal y como demuestran el temprano despliegue de paracaidistas y fuerzas especiales y las escasas tropas para una invasión a gran escala, era tomar Kiev en tres días, decapitar su Gobierno y ver cómo los ucranianos se rendían en masa. Entrar, colocar a un títere prorruso y salir. Asunto solucionado.
Los acontecimientos se desarrollaron de forma distinta. La Inteligencia rusa demostró ser pésima y los planes de invasión han tenido que ser rediseñados a toda prisa como consecuencia de los palos recibidos las primeras semanas. Aquí entra la idea de la movilización nacional. Si Putin declara la guerra a Ucrania y aplica la ley marcial, podría agilizar el proceso de reclutamiento, llamar a reservistas y otros veteranos militares, tomar medidas de economía de guerra y, en suma, redoblar la ofensiva contra Ucrania para conseguir los objetivos que se le resistieron al principio.
Esto le permitiría, también, solucionar el problema de las posibles deserciones entre los contratistas. Como apunta Kamil Galeev, analista del Wilson Center, parte del Ejército ruso está formado por reclutas y parte por contratistas. Dado que no hay una ley marcial vigente, estos últimos tendrían derecho a negarse a volver a filas, lo cual ya ha sucedido en varias ocasiones estos últimos dos meses.
La intuición general es que Vladímir Putin no puede perder esta guerra. El presidente ruso ha puesto en ella todo su capital político: la supervivencia de su régimen e, incluso, del modelo de Estado ruso depende de una victoria en Ucrania. El hombre fuerte no puede parecer débil y sus compatriotas ya están pagando el precio de las sanciones, el aislamiento y la llegada constante de ataúdes, como para marcharse con las manos vacías. Decretar la movilización nacional, por tanto, sería el siguiente paso natural del Kremlin. Un informe del 'think tank' Royal United Services Institute apuntaba a finales de abril que este movimiento era bastante probable.
O cantar victoria
Pero luego hay otra opción que suena más estos últimos días: la idea de que Vladímir Putin no declarará ninguna movilización, ni el 9 de mayo ni después. Fundamentalmente, como indicó el analista Dmitry Alperovitch, de Silverado Policy, por tres razones: el líder ruso ya puede cantar victorias tácticas en sus objetivos iniciales; dicha movilización no mejoraría sustancialmente el esfuerzo bélico, y, además, podría aumentar el descontento de la población rusa y dañar al Gobierno de Putin.
Un pilar de la invasión rusa consistía en 'desmilitarizar' Ucrania. Técnicamente, Putin puede alegar que ha destruido infraestructura militar ucraniana y dañado a sus tropas, que andan, según distintos análisis, escasas de munición. Respecto al otro pilar, la 'desnazificación', para eso está Mariúpol: sede del Regimiento Azov y ciudad aplanada por las bombas rusas desde hace dos meses. En el ecosistema de la propaganda rusa, Putin habría acabado con un bastión neonazi. Respecto a la protección de los rusohablantes, supuestamente reprimidos por el Gobierno de Kiev, para eso están las conquistas territoriales en el sur y el este de Ucrania. Ciudades como Jersón o Melitópol parecen estar sumidas en un proceso de rusificación.
Respecto al riesgo político, por ahora los rusos que combaten en Ucrania suelen proceder de regiones remotas, humildes y pobladas por minorías étnicas. Lugares menos susceptibles de iniciar insurrecciones que amenacen al Gobierno. Los centros de poder del país, Moscú y San Petersburgo, no reciben ataúdes y no conocen de primera mano las tenebrosas historias del frente. La guerra, para ellos, tiende a estar filtrada por la televisión y el discurso oficial. La movilización general podría pinchar esta burbuja y acercar la suciedad de la guerra a millones de hogares rusos.
Además, una cosa es acelerar los reclutamientos y otra entrenar, armar y liderar a esos reclutas. Uno de los problemas de base del Ejército ruso es la baja calidad de sus tropas, muchas de las cuales no sabrían, por ejemplo, cómo actuar en una emboscada, o cederían a impulsos primitivos como el saqueo, un fenómeno que ha sido generalmente desterrado por cualquier ejército moderno y profesional. Así que la movilización supondría más costes que beneficios, lo cual añadiría peso a la opción de un 9 de mayo triunfalista. Triunfalista en sentido táctico, no estratégico.
“Que Putin declare la victoria no significa que las fuerzas rusas se marchen o incluso dejen de luchar”, escribe Alperovitch. “Pero Putin podría finalizar las grandes operaciones ofensivas (que, de todas formas, no puede sostener más allá de la lucha por el Donbás) y cambiar hacia tácticas defensivas para proteger la mayoría de sus conquistas contra los contraataques ucranianos”.
Esta postura, la idea de que Putin declarará la victoria, contiene una de las vertientes menos exploradas de esta guerra. El mundo occidental reconoce el excelente desempeño de las tropas ucranianas, su conocimiento del terreno, su cadena de mando descentralizada, sus años de experiencia de combate en el Donbás y, sobre todo, su alta moral: la lucha ucraniana es literalmente existencial. Están en juego el futuro de su país y el futuro de las familias que esos soldados han dejado, muchas veces, a poca distancia del frente. Una actitud que contrasta con la aparentemente letárgica, poco profesional o directamente cruel actuación de los invasores.
Pero estas historias de honor y fervor patriótico no pueden ocultar el hecho de que Rusia ha multiplicado por cinco los territorios que inicialmente controlaba en el Donbás. Su mancha militar salió de Crimea, Donetsk y Lugansk, para ocupar la mayor parte de la ribera del mar Negro. Ahora la mayoría de puertos ucranianos, las vías respiratorias que sostenían el 40% de la economía nacional, están controlados por Rusia. Y los que siguen siendo libres, como el de Izmail y, sobre todo, el de Odesa, son inservibles. Rusia les hace un bloqueo naval a distancia.
Hay especulaciones de que Ucrania, con el apoyo de las armas de última generación que no deja de recibir, puede acabar contraatacando (ya lo está haciendo en Járkov) y reconquistando sus territorios soberanos. Pero la realidad es que, ahora mismo, y pese a sus torpes decisiones y enormes pérdidas, Rusia le está haciendo a Ucrania un mortífero abrazo del oso que la aísla de los flujos económicos. Una actividad comercial que el transporte ferroviario con Polonia y Rumanía no puede compensar, y que supone una bomba de tiempo en contra de los esfuerzos ucranianos.
Las guerras tienden a desenvolverse en la niebla, como se suele decir. Más aún si las libra la enigmática Rusia. Diplomáticos europeos sospechan que ni siquiera el ministro de Exteriores ruso, Serguéi Lavrov, estaba al tanto de la decisión de invadir de Vladímir Putin. Las decenas de miles de soldados que entraron en Ucrania el 24 de febrero se enteraron cuando sus vehículos atravesaban la frontera. Hoy, una nueva fecha se perfila en el horizonte: el 9 de mayo, aniversario de la victoria soviética contra el nazismo. Putin es amigo de las efemérides y se espera que ese día anuncie alguna decisión determinante para el curso de la guerra. La cuestión es, ¿cuál? ¿Una movilización total para derrotar a Ucrania, quizá? ¿Puede que una declaración de victoria?