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Los turistas invisibles de Járkov: "Quiero nombres, caras e historias por las que rezar"
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Los turistas invisibles de Járkov: "Quiero nombres, caras e historias por las que rezar"

En este apartamento en pleno centro de Járkok no debería estar alojado yo estos días, sino un tal Stan, de California; o Maya, de Londres. Pero ninguno está aquí. Son los turistas invisibles de Ucrania

Foto: Dennys Vasyliev, anfitrión y voluntario, en una cafetería de Járkov. (KAP)
Dennys Vasyliev, anfitrión y voluntario, en una cafetería de Járkov. (KAP)

En el apartamento desde el que escribo estas líneas no debería estar alojado yo estos días, sino un tal Stan, de Santa Mónica, California; o Maya, del propio Londres, o puede que Linyong, del ya famoso Wuhan, en China. Todos hicieron reservas a través de Airbnb para pernoctar este mes de abril en la casa de Dennys Vasyliev, amplia, luminosa y en pleno centro de Járkov. Pero ninguno de ellos está aquí. Son los turistas invisibles de Ucrania. Una legión de samaritanos globales que alquilaron pisos a los que nunca se plantearon venir.

A día de hoy, es difícil saber cuántos son, qué dinero han mandado o a quién. Pero ahí están, uno tras otro, apilándose en comentarios de evaluación de los apartamentos, en los que mandan fuerzas, oraciones y dólares a anfitriones desconocidos al otro lado del mundo. Quieren ayudar a Ucrania, a su manera, ante la invasión rusa, que ya se prolonga más de dos meses sin que haya un horizonte de salida.

“No me hospedé en la propiedad. Hice mi reserva como muestra de apoyo a Ucrania. Dennys me ha enviado varias respuestas y fotos de personas a las que ayudó con los donativos de comida. Me dio la impresión de ser una persona amable y cariñosa. Espero visitar Ucrania algún día”, escribió el tal Stan, de Santa Mónica, en su evaluación del apartamento.

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No se les puede culpar. En cualquier otro momento, antes de la guerra, Dennys me habría llevado a admirar la belleza decadente y arbolada de la parte vieja de la ciudad en la calle Darvina y a pasear por la colosal Plaza Svobody (Plaza de la Libertad) —una de las más grandes de Europa—, flanqueada por el impresionante edificio Derzhprom (Palacio de la Industria), joya de la arquitectura constructivista soviética.

A pocos metros de allí, contemplaríamos la estatua del poeta y político decimonónico Taras Shevchenko, alias Kobzar (el bardo), uno de los pilares de la identidad de la Ucrania moderna. Luego, un concierto en la Ópera de Lysenka o una función en el teatro Pushkin, llamado así por el célebre dramaturgo ruso. Y, para cerrar el día, una copa en la elegante vinoteca Vynohrad y cena en la azotea del Panorama con vistas a la ciudad.

Pero, en vez de eso, me pasaré el día con Dennys en un 'tour' por improvisados almacenes y depósitos en los que ciudadanos voluntarios de Járkov acumulan y organizan la ayuda que llega del exterior para repartir a sus conciudadanos atrapados en las zonas todavía bajo ataque ruso. Un despliegue logístico y humanitario completamente civil, descentralizado y autónomo que se financia con pequeñas microdonaciones de familiares, amigos y desconocidos como Stephanie y Rodney, dos jubilados de Savanna, Illinois, que aportaron alquilando a través de Airbnb.

placeholder Dennys en un cráter donde había un cuartel en el centro de Járkov. (KAP)
Dennys en un cráter donde había un cuartel en el centro de Járkov. (KAP)

“Queríamos ayudar a Ucrania. Intentamos mandar directamente al familiar ucraniano de un amigo que está haciendo trabajo humanitario, pero las comisiones internacionales eran excesivas. Las ONG más conocidas utilizan demasiado las donaciones para gastos administrativos y nosotros queríamos que todo el dinero posible llegara a la gente que lo necesita”, cuenta esta antigua profesora a El Confidencial.

Stephanie y su esposo, también anfitriones en la plataforma, se decidieron por la vía Airbnb que les permitía una conexión más personal. “Es como estar un poco allí y contarle directamente a cada uno que no están solos, que estamos para ayudar. Escuchamos las historias desde dentro del país, rompiendo el ‘hype’ de los medios, y entendemos el dolor en el corazón de esas personas. Ahora tengo nombres, caras e historias específicas por las que puedo rezar”, asegura la mujer, quien compartió esta vía de apoyo con familiares y miembros de su sinagoga.

Una de esas historias es la de Dennys.

placeholder Abrazo de voluntarios. (KAP)
Abrazo de voluntarios. (KAP)

Conozcan a Dennys

El Kofeyín es una de las pocas cafeterías abiertas en Járkov. Sus cómodos sofás, ambiente ‘lounge’ y sofisticados baristas ya atraían una nutrida clientela de universitarios y ejecutivos antes de la guerra. Pero ahora su popularidad ha explotado. Estos días se puede ver una amalgama de militares pertrechados con chalecos antibalas y fusiles de asalto, ‘hipsters’ de diseño y cualquier hijo de vecino en zapatillas haciendo cola por un capuchino con caramelo y una tarta de queso que bien podemos sospechar que no es del día.

Sentados frente a un ventanal, Dennys relata los dos meses caóticos, frenéticos y traumáticos de la invasión. Recuerda perfectamente levantarse a las cinco de la mañana de ese fatídico 24 de febrero con el estruendo de las bombas. Durante unos minutos, se quedó en 'shock'. “¿Qué hago?”, se preguntó. Él ni siquiera debería estar allí, sino dándose un masaje turco en un hotel de cinco estrellas en Estambul, un viaje que le regaló su esposa por su 52 cumpleaños el pasado 21 de febrero. Pero, cuando al día siguiente el presidente Vladímir Putin reconoció la independencia de los territorios separatistas de la región de Donetsk, en el este de Ucrania, canceló el plan. “No sabía si habría guerra o no, pero entendí el riesgo. Si iba, quizá no podía regresar. Le dije a mi esposa: ‘Iremos en dos semanas o un mes, te lo prometo’. No pudo ser”, sonríe.

placeholder Los voluntarios almacenan víveres en varios almacenes de la ciudad. (KAP)
Los voluntarios almacenan víveres en varios almacenes de la ciudad. (KAP)

Dennys es constructor y tiene una pequeña promotora con 20 empleados fijos que maneja cuadrillas de hasta un centenar de obreros. Construyen y reforman oficinas, locales y mercados. Justo acababa de comenzar la temporada fuerte de trabajo, que en Ucrania es entre finales de enero y mayo. En cuanto comenzó la agresión, su primer instinto fue poner a salvo a sus cuatro hijos —de cuatro matrimonios distintos— y a su madre, ya mayor y afectada por una bronquitis producto del covid. Paralizó la compañía, reunió a sus familias en su casa a las afueras de Járkov —donde una bomba cayó a pocos metros y mató a un vecino, contará después— y decidió emprender el viaje al oeste.

Tardaron cuatro días en llegar a Lviv, la capital de la retaguardia. En la primera jornada, apenas pudieron recorrer 200 de los casi 1.000 kilómetros que normalmente se tardan unas 12 horas en recorrer. Recuerda un atasco de cinco carriles, las gasolineras congestionadas, los constantes puntos de control, la tensión y el miedo. Finalmente, consiguió poner a salvo a los suyos, algunos en otros países como Alemania, donde fue su madre, a otros en ciudades seguras del oeste. “Podría haberme intentado marcharme de Ucrania o quedarme en el oeste. Pero pensé ¿qué puedo hacer yo allí?”. Decidió volver y ponerse a buscar recursos para ayudar a los miles que vecinos que no habían podido escapar.

placeholder Almacén con ayuda humanitaria para el norte de Járkov. (KAP)
Almacén con ayuda humanitaria para el norte de Járkov. (KAP)

Ahora Dennys colabora con dos asociaciones de voluntarios, Family Hearths, que ayuda a civiles en zonas de conflicto, y Sunrise Ukraine, volcada en apoyar a la Defensa Territorial, el Ejército y los hospitales. A través de amigos extranjeros, donaciones por las páginas de Facebook y sus huéspedes invisibles en Airbnb, ha recaudado unos 10.000 euros con los que ha comprado combustible, alimentos frescos, medicinas, material militar y médico.

“Tenemos un Ejército fuerte y valiente. Pero los soldados necesitan saber que sus familias y amigos están a salvo y bien cuidados para poder luchar. Necesitan saber que estamos con ellos, que los apoyamos”, asegura el empresario, pelo cano y ojos azul Bondi, mientras supervisa uno de los almacenes a las afueras de la ciudad.

Pero la realidad de la guerra

Para el 12 de marzo, Airbnb informó que se habían reservado 434.000 noches en Ucrania por valor de 15 millones de dólares y más de 100.000 anfitriones abrieron sus casas a refugiados ucranianos, que rondan los cinco millones. Pero la realidad siempre es terca y compleja, y más en tiempos de guerra. El reverso tenebroso de los 'turistas invisibles' se manifestó en forma de potenciales fraudes y timos varios. “Hemos identificado un grupo de anfitriones que no apoyaban esta iniciativa con el espíritu que se pretende”, dijo en marzo Ben Breit, el jefe de Comunicación Global de Airbnb.

Desde entonces, la plataforma ha puesto varios cortafuegos para evitar estafas, en un recordatorio de que, incluso —o especialmente— en tiempos de desgracia, hay muchos dispuestos a hacer caja con el sufrimiento ajeno. Algunos donantes versados en el sistema de reservas tienen su propio sistema de selección y saben bien cómo sortear estas minas de los desalmados.

placeholder Bolsa de ayuda solidaria. (KAP)
Bolsa de ayuda solidaria. (KAP)

“Aprecio el esfuerzo de mis colegas anfitriones en Ucrania que se ganaron comentarios cálidos en tiempos de paz. Se requiere tiempo y dedicación para pensar en las necesidades de tus huéspedes y tener éxito en las calificaciones. Siento que estos anfitriones son familia y quiero ayudarlos de la forma que sea más útil, a ellos y a otros ucranianos refugiados”, comenta NL, una anfitriona de Nueva Orleans, a El Confidencial, quien ha recibido fotos del reparto de provisiones en las que se han gastado sus fondos.

Pero, ya bien sea por el temor a caer en un engaño o por el natural desgaste de la causa, algunas iniciativas sobre el terreno han notado un bajón del entusiasmo.

"Cuando comenzó la guerra, empezamos a trabajar como voluntarios acogiendo familias y niños en los refugios de nuestro edificio. Cuando se nos acabó el dinero, envié mensajes a mis amigos en el extranjero para que hicieran reservas, corrieran la voz y pudiéramos comprar comida y medicinas", explica Alex, empresario casado y con cuatro hijos, a El Confidencial. "Lamentablemente, ya no se están recibiendo tantas donaciones como antes. Igualmente, estamos muy agradecidos por todo el apoyo que sentimos del mundo. Cada reserva salva vidas", agrega este anfitrión verificado por la plataforma.

Europa o barbarie

Dennys me muestra con ademán pesimista lo que quedó del Mercado Barabashovo, uno de los más grandes de Europa y que él mismo ayudó a construir. Las 75 hectáreas de espacio comercial quedaron despedazadas por los bombardeos rusos, especialmente intensos en la ciudad de Járkov durante las primeras semanas. Aunque las tropas rusas ya no asedian por tierra la ciudad, están apostados a pocos kilómetros al norte, castigando con fuego de artillería permanente enclaves como Saltivka Norte o Derhachi. Allí todavía quedan cientos de familias atrapadas sobre las que siente una responsabilidad. "Si no vamos nosotros, ¿quién?", se pregunta.

Esta ciudad de 1,4 millones de habitantes está hoy semidesierta. El vacío que han dejado los cientos de miles de personas que huyeron hace que el percutir de los cañones —que suenan a intervalos irregulares todos los días— reverbere con más fuera. El martilleo va acompasado en ocasiones por la alarma antiaérea a la que ya pocos hacen caso. El toque de queda comienza a las 19:00 p. m., pero desde varias horas antes es difícil conseguir un supermercado o tienda abiertos. La urbe vibrante y universitaria ha quedado mustia. Acongojada. La única conversación posible hoy es la invasión. "No es una guerra entre Rusia y Ucrania —sentencia Dennys muy serio—, es una guerra entre el viejo mundo y el nuevo mundo. Entre Europa y la barbarie".

placeholder Dennys frente a los escombros del mercado de Barabashovo. (KAP)
Dennys frente a los escombros del mercado de Barabashovo. (KAP)

Para él, como para muchos ucranianos del este, esto es aún más doloroso por sus nexos con Rusia. Nacido en San Petersburgo (entonces todavía Leningrado), de padre ruso y madre ucraniana judía, se mudó a Járkov al comenzar la secundaria. Durante años, tuvo muchos amigos en el país vecino, hasta que la anexión de Crimea y las revueltas del Donbás enfriaron —y rompieron— muchas de esas relaciones. Ahora le quedan muy pocos. "Solo los sabios", dice.

"Cuando la invasión empezó, algunos amigos rusos me mandaron dinero para ayudar. Nací en la URSS y, si quisiera, podría tener la nacionalidad. Pero ahora ya no quiero ir nunca más a Rusia", comenta con aire pensativo. "En el este de Ucrania, los que simpatizaban con la Federación Rusa y con Putin, ahora lo odian. Después de Mariúpol, de Irpin, Bucha, Jersón, Járkov… Hace 20 años, al Ejército ruso le tiraban flores en muchos de estos sitios. Ahora solo le tiran balas".

Cómo apoyar a las organizaciones de Járkok

El Confidencial recomienda verificar con cuidado cualquier tipo de donación para evitar caer en fraudes. Si quiere apoyar a las organizaciones que aparecen en este artículo, cuyo trabajo hemos comprobado sobre el terreno, puede hacerlo a través de estos medios:

Perfil de Airbnb de Denys Vasyliev

Paypal: den.vasylyev@gmail.com

Número de cuenta-IBAN: UA113510050000026209806664462

Bítcoin: bc1q2hewu6wjp4ps7yv87mh7qceacxmd5k9yl9ew0y

Ethereum: 0x14f4e37Fc896D498BCd0A8E1d56B6Dc238C7e649

Puedes ver el trabajo de Sunrise Ukraine y contactar con ellos a través de su página de Facebook

También puedes conectar y ver la labor de Family Hearths en su página de Facebook

En el apartamento desde el que escribo estas líneas no debería estar alojado yo estos días, sino un tal Stan, de Santa Mónica, California; o Maya, del propio Londres, o puede que Linyong, del ya famoso Wuhan, en China. Todos hicieron reservas a través de Airbnb para pernoctar este mes de abril en la casa de Dennys Vasyliev, amplia, luminosa y en pleno centro de Járkov. Pero ninguno de ellos está aquí. Son los turistas invisibles de Ucrania. Una legión de samaritanos globales que alquilaron pisos a los que nunca se plantearon venir.

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