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Anatomía del cinismo extremo: así 'informa' Rusia de las atrocidades de la invasión
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Anatomía del cinismo extremo: así 'informa' Rusia de las atrocidades de la invasión

Los medios estatales rusos están empleando todo su libro de jugadas de desinformación para sembrar la confusión sobre los graves crímenes de guerra descubiertos en las zonas que, hasta fecha reciente, han estado bajo ocupación de Rusia

Foto: El cuerpo de una mujer en Bucha. (Reuters/Zohra Bensemra)
El cuerpo de una mujer en Bucha. (Reuters/Zohra Bensemra)
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El pasado 6 de abril, 'El Zoom' -programa estrella de RT en Español- emitió un episodio titulado “Ucrania: representación macabra” que, según su presentación en la página web, “analiza en esta edición de qué forma las agencias de inteligencia, así como los medios de comunicación y las redes sociales occidentales son capaces de construir un relato único en el conflicto de Ucrania, como el que han ofrecido de lo sucedido en Bucha”. El presentador, señala el texto, “se cuestiona los motivos por los que se acusa a Rusia infundadamente de este hecho sin que haya una investigación y cómo Kiev podría haber escenificado esta terrorífica escena de cara a Occidente”.

El programa es un ejemplo del tipo de 'información' que los medios estatales rusos están ofreciendo estos días acerca de los graves crímenes de guerra descubiertos en las zonas que, hasta fecha reciente, han estado bajo ocupación rusa. A los pocos segundos de empezar el programa, el presentador afirma: “No solo los combates se libran en el campo de batalla, sino en esferas muy altas a nivel psicológico y también mediático. El ejemplo lo encarna las imágenes de violencia extrema en Bucha, una cuestión por la que Ucrania y Rusia han cruzado acusaciones mutuas de haber cometido esa atrocidad.

Pero los medios occidentales ya han sentenciado quién es el culpable”, añadiendo que “los políticos de esos mismos países” han justificado sus decisiones posteriores “sin pruebas que lo garanticen, con una campaña mediática enorme y una forma de manipular a la opinión pública hasta niveles insospechados”. Es decir, el mensaje es que la información que los espectadores puedan estar recibiendo no es otra cosa que una operación psicológica por parte de los servicios de inteligencia occidentales o, como mínimo, una acusación no verificada.

Foto: Mercado en Odesa. (EFE/Stepan Franko)

La estrategia es desesperada, pero quizá inteligente: ante las evidencias abrumadoras sobre la comisión de atrocidades y crímenes de guerra por parte de Rusia -que van desde la existencia de vídeos e imágenes por satélite hasta conversaciones interceptadas por la inteligencia alemana, pasando por los testimonios de decenas de testigos que han narrado lo vivido a periodistas de medio mundo que han pasado por Bucha-, la única opción es conseguir que los receptores de estas informaciones las pongan en duda. Pocos días antes, la versión en español de Sputnik titulaba sin el menor empacho: “Las imágenes de Bucha, una nueva ronda de la guerra informativa contra Rusia”. El embajador ruso en España lo calificó de “montaje para desprestigiar al Ejército ruso”.

Es quizá previsible que la propaganda estatal rusa se ponga al servicio de los objetivos de guerra, pero este 'modus operandi' es revelador sobre las tácticas de Rusia cuando se le pilla con las manos en la masa. En primer lugar, inundar el espacio informativo con múltiples versiones, a menudo contradictorias, para que los espectadores y lectores concluyan que “es imposible llegar a conocer la verdad”. Lo hizo tras el derribo del vuelo MH17 de Malaysian Airlines sobre los cielos ucranianos, lo hizo tras los fallidos envenenamientos de Sergei Skripal y de Alexei Navalny, lo hizo después de que se descubriera que agentes del GRU (la inteligencia militar rusa) estaban detrás de la voladura de un arsenal en la localidad checa de Vrbetice, lo hizo tras el uso de armamento químico en Siria por parte del gobierno de Bashar Al Assad, lo hizo tras el escándalo del dopaje....

Provocación por defecto

En un primer momento, esta técnica es extremadamente efectiva, pues obliga a periodistas y verificadores a prestar atención a estas múltiples versiones sobre un incidente, amplificadas, además, por un ejército de simpatizantes y troles que añade “pruebas” a cada una de ellas. Después, cuando poco a poco lo que sucedió realmente empieza a estar claro y se acumulan las evidencias, se recurre a insistir en que “se acusa a Rusia sin pruebas” y en que “todo es una operación informativa o mediática” o una “provocación de los servicios de inteligencia occidentales” contra Moscú. Si han pasado ocasionalmente un tiempo significativo navegando por las páginas de Sputnik o RT en Español, seguro que la fórmula les suena. Y si no, hagan la prueba: tecleen la palabra “provocación” en el buscador de estos sitios y vean los resultados.

Mientras tanto, ejemplos de atrocidades similares empiezan a aparecer en otros lugares, como Borodyanska, Chernihiv o Hostomel. Rusia avisa ahora de que “los servicios de inteligencia británicos y Kiev preparan nuevas provocaciones en la provincia de Sumi”, lo cual hace temer que pronto se descubrirán más pilas de cadáveres allí y Moscú está tratando de neutralizar las acusaciones de forma preventiva. Pero el representante de Rusia ante la ONU, Vassily Nebenzia, se rasga públicamente las vestiduras afirmando que Occidente “no quiere investigar” la masacre de Bucha, y cuando finalmente se celebra una sesión extraordinaria del Consejo de Seguridad sobre este tema, afirma que las imágenes de cadáveres son una “escenificación criminal para culpar a Rusia”, mientras el Ministerio de Defensa ruso las califica de “provocación” y el ministro de exteriores Sergei Lavrov dice que es un “ataque de falsificaciones”.

Foto: Foto: Irene de Pablo.
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Es otro de los patrones de comportamiento habituales del Kremlin. Exigir una “investigación independiente” que supuestamente exonerará a la “inocente Rusia”, para después torpedearla sistemáticamente cuando ésta apunta en una dirección inconveniente. Es lo que sucedió, por ejemplo, con la misión de la Organización para la Prohibición del Armamento Químico, con la que Rusia se sentía relativamente cómoda cuando ésta solo tenía potestad para determinar si se había producido un ataque con armas químicas o no, pero no para atribuir responsabilidades. Una vez que se modificó su mandato para apuntar a los culpables, Rusia empezó a hablar de “parcialidad” y de “instrumento occidental”, y sus espías trataron de acceder a su sede y hackear sus ordenadores para alterar los datos, si bien fueron pillados in fraganti por las autoridades de Holanda.

En los últimos días, el Gobierno ruso afirma con toda la naturalidad del mundo que el misil Tochka-u que mató a más de 50 personas en la estación de tren de Kramatorsk tiene que haber sido necesariamente lanzado por Ucrania, puesto que “Rusia ya no usa estos sistemas”, pese a que su posesión y uso por parte del Ejército ruso en este conflicto han sido documentados por Amnistía Internacional y por los investigadores independientes de armamento Armament Research Service (ARES), además de por múltiples vídeos en redes sociales. Sputnik asegura que el número de serie del misil es una “prueba irrefutable” de que el misil pertenecía a Ucrania, si bien el experto de ARES N.R. Jenzen-Jones ya explicó a la BBC el mismo día del bombardeo que todos los misiles de este tipo se fabricaban en la planta de Votkinsk durante la época soviética, lo que solo significa que están distribuidos por numerosos países de la URSS y la cercanía en el número de serie a otros lanzados por Ucrania no implica necesariamente que pertenezcan al mismo lote.

En los minutos finales del programa mencionado arriba, el presentador llega a afirmar: “Quien haya cometido los crímenes de guerra, que los pague, que se investigue, que se demuestre que ha sucedido, que se compruebe lo que es y lo que no es”. Para su desgracia, esta vez lo sucedido está bastante claro, y equipos forenses ya trabajan sobre el terreno para documentar estos crímenes y, con suerte, poder sentar a los responsables ante un tribunal internacional. Aun así, es difícil no ver estas palabras como una muestra del extremo cinismo que Rusia despliega ante sus audiencias cuando se trata de negar la mayor.

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